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martes, 29 de abril de 2025

Jonathan Haidt. La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata (versión original 2012) Traducción Antonio García Maldonado, Deusto (editorial Planeta) 2019, Edición electrónica.


 


Jonathan Haidt es un psicólogo social, cuyos estudios se han centrado en la moralidad, especialmente en comprender cuál es ese pegamento que hace que las personas se reúnan más allá del parentesco, formen comunidades y sean capaces de hacer cosas que les permitan progresar, o muchas de las veces, destruir y destruirse.

La moral ese sentimiento-pensamiento que nos mueve entre lo que consideramos bueno o malo, se trata de una matriz de ideas con la que se resuelven los dilemas de una manera justa, y lo justo, para este autor, tiene que ver con ser capaces de articular lo virtuoso con lo crítico, es decir, que nuestro sentido del bien y del mal surge de la reflexión que toma en cuenta la  infinidad de matices que se implican en las situaciones que juzgamos, cuya postura, no está exenta de debate, pues lo que es bueno para unos, no lo es tanto para los otros.  Ser justos en sí mismo, ya es un dilema.

Haidt, aporta su noción de moral al final de su extenso libro, y advierte que lo hace con la finalidad de que quien lo lea, no se sienta confrontado dada su propia postura moral y se cierre de entrada a los argumentos de su planteamiento.

Para él, los sistemas morales consisten en un   conjunto de valores, virtudes, normas, prácticas, identidades, instituciones, tecnologías y mecanismos psicológicos evolucionados que trabajan juntos para suprimir o regular el interés propio y hacer posible las sociedades cooperativas. ¿Qué nos hace sentir esta definición, qué nos hace pensar? ¿Confronta nuestra moralidad?

Esta noción, es muy exigente. De entrada nos pide aceptar la importancia de la reflexión sobre nuestras propias matrices morales, tener conciencia de sus finalidades y consecuencias siendo capaces de gobernarlas para darles un desenlace hacia el bien común; exige un control de sentimientos y emociones para dejar de ser el centro y situarnos en un plano de entendimiento y cooperación con los implicados; exige reconocernos como parte de algo más grande que uno mismo, lo cual implica solidaridad, responsabilidad, mente abierta, atenta al análisis de las circunstancias para arribar a una postura justa. ¿Este cúmulo de demandas para vivir nuestra moralidad no es cotidiana? O ¿Quedamos enceguecidos por nuestra propia matriz moral y la imponemos a los otros? ¿Podemos ser justos y ya?

Las preguntas surgen de mi propia interpretación del libro, en el cual, poco a poco Jonathan Haidt encamina al lector a reconocer por qué no es simple dialogar con quien no “siente” igual que nosotros, por qué cuesta tanto construir acuerdos sobre asuntos  diversos, en especial sobre religión y política, que como sabemos, han llevado a la humanidad a situaciones de incomprensión y violencia precisamente porque unos y otros están situados en argumentos abismales que ciegan y encierran en un sistema moral que no se negocia, sólo se impone y con toda naturalidad, porque tenemos la razón y ya.  

En su primer argumento “La intuición viene primero, el razonamiento después”, nos dice que nuestra matriz moral es como un “elefante guiado por un jinete”, ese elefante representa lo instintivo, lo intuitivo, los procesos que hemos automatizados, que ya no pensamos, y el jinete es nuestra mente, y en ella, se forman los argumentos que explican el actuar del elefante frente a determinada situación.  De este mod, nuestra capacidad de raciocinio termina supeditada a los actos realizados, a lo hecho, y nuestro sistema moral emerge en palabras inapelables que justifican sin dejo de conflicto interior, esa forma proceder, lo cual se siente bueno, justo.  

Con esta metáfora del “elefante y el jinete” nos dice que lo moral, este modo de tomar postura ante los sucesos de la vida no encuentra sustento en lo racional, pues tal dimensión humana siempre ha sido juzgada como demasiado cerebral, siempre se ha alegado que deja fuera lo emocional, lo innato, la cultura a la que se pertenece, las experiencias en el plano individual, etc. Nuestro elefante es poderoso y nuestra mente termina como su auxiliar. Y, sin embargo, ese mundo subjetivo, el elefante, necesita del raciocinio, el jinete.

Haidt nos dice que investigaciones como las de Antonio Damasio, han puesto en la discusión la importancia de las emociones y sentimientos para pensar, han revelado que el razonamiento, requiere de pasión, que si bien la cognición se limita a procesos información fría, la rivalidad entre emoción y cognición no tiene sentido, se necesitan.  Si vemos a los juicios morales como procesos que articulan intuición y razonamiento, las emociones activan procesos automáticos de la mente humana que alertan, avisan de las ideas que entran en el sistema vital, y éste se dispone al combate, a la defensa en lo que se cree.  Son explicaciones neurológicas sobre cómo respondemos al entorno, que no siempre es una alfombra roja.

Por tanto, es importante comprender que las intuiciones vienen primero, y que la reflexión viene después para termina por justifica la elección.  ¿La elección ha sido justa y lo injusta? No es fácil de determinar, pues la moralidad implica reconocer lo que habita en ese elefante voluntarioso, la moralidad es mucho más que justo e injusto favorecido por la mente.

Ante tal complejidad, Haidt propone algunos fundamentos sobre la moralidad, dice que contamos con algunos receptores del gusto moral, mismos que provienen de nuestra historia primigenia, de esos modos de ser-hacer que permitieron la coexistencia humana desde el surgimiento de nuestra especie, los cuales nos ayudaron a progresar, tales son el cuidado, la equidad,  la lealtad , la autoridad y la santidad, que propiciaron un desarrollo evolutivo de ciertos genes biológicos-culturales que dieron lugar a una moralidad que ayuda a la vida en grupos y su organización.  Estos fundamentos morales primigenios son parte de nuestro elefante, una herencia cuya presencia es mayor en algunos, menor en otros, y dependiendo de esta riqueza de fundamentos morales. Con estas herramientas, analiza campos de disputa eterna, como son la religión y la política. 

Para ello, en varias páginas va explicando como emerge en el humano este sentido de religiosidad, que explica con la aparición del lenguaje, que dio la posibilidad de compartir imágenes, signos, de explicarse lo que les ocurre, de poner por delante algo más amplio que daba cobijo, seguridad dando lugar seres supraterrenales, que le dieron orden y sentido.  Y la política, que tiene lugar con los modos de organizarse, donde igual, fueron capaces de imponer modos de autoridad que los regulara, instituciones a las cuales apegarse generando orden, cuidado y sentido del grupo tribal, unidos en creencias, prácticas, odios a los diferentes, de los que había de defenderse.

Concluye que la religión y lo político aportan tanto beneficios como sufrimientos. Son dos campos en eterna disputa, nos viene desde tendencia natural que tenemos a lo tribal, a esta necesidad de juntarnos quienes compartimos lo mismo y defenderlo, y alejarnos de lo que difiere de nuestro sistema de ideas.

Cuando habla de la religión, plantea que se discute mucho sobre sus ideologías y demagogias, pero no deja de reconocer, que ser creyente en un Dios supraterrenal, aporta que afloren criterios morales hacia lo colectivo, la ayuda mutua, la responsabilidad, esos genes culturales que han evolucionado con la especie humana. En las personas afiliadas a una religión existen ventajas y desventajas, por un lado, en su grupo, se ayudan, pero se ciegan, se encierran en sus creencias, y no pueden aceptar a los que no creen en lo mismo.

 

Así con los políticos, tenemos grupos de conservadores, de izquierda o liberales, y los de centro. De acuerdo a sus investigaciones, (y menciona varias), llegó a comprender el proceder de los conservadores, dice que son grupos de personas con mirada amplia, que tienden al desarrollo abierto, de los fundamentos morales analizados, tienen más que los de la izquierda, sin embargo, puesta su mirada en conservar un sistema total, tienen dificultad para analizar lo micro, ahí donde se viven daños, olvidos, donde se agrupan personas que no alcanzan a moverse al ritmo del desarrollo planteado; es cuando surgen los liberales o izquierdistas, quienes tienen una matriz moral menos rica que la de los conservadores, pues se centran en los daños,  generando políticas muy centralizadas que descuidan procesos macrosociales.

El análisis es interesante, leyendo sus argumentos en los que basa el sistema moral de los grupos políticos, puede comprender la imposibilidad de ponerse de acuerdo, pues sus miradas se dislocan y se extravían en sus disputas.

Haidt plantea que es importante reconocer cuales son los fundamentos morales de unos y otros, y reconocer que, si bien miran lo distinto, las dos miradas son importantes y que se complementan.  No desaparecerán, seguirán coexistiendo, y eso será bueno, en la medida en que cada uno, se dé tiempo de reconocer la matriz moral del otro, y con este esfuerzo, sin dejar de ser unos y otros, ponerse de acuerdo en aquello que sea fundamental para la solución de los problemas que ambos comparten, por los que dicen luchar.

Tendremos a los políticos, siempre divididos en izquierdas o liberales y conservadores, pero argumenta que nunca será bueno el predominio de algún grupo, sino que la presencia de ambos es importante, porque unos aspectos morales son más manejados por unos y otros por el otro grupo, y por ende, se complementan.

Este es un libro interesante. Sobre todo, porque este asunto de la moralidad nos es propio, nos humaniza, y exige detenemos a pensar cómo funciona.  Somo humanos que nos sentimos, nos amamos, nos odiamos, nos mentimos, engañamos, tomamos atajos para salirnos con la nuestra, pero no podemos reconocer el daño que somos capaces de hacer con nuestras posturas, decisiones, porque hacer lo que hacemos se ha normalizado, y nos damos explicaciones que nos tranquilizan, que cuidan nuestra reputación, evitan disonancias cognitivas.

Haidt nos invita a pensar en nuestra moralidad, en tener claro qué es lo pensamos que es bueno, qué es lo malo; necesitamos asomarnos a nuestra moralidad, tanto en lo cotidiano, como en este ser religioso y  político que somos; necesitamos asumir nuestra tendencia al gregarismo de pensar en los mismo, a lo tribal que nos hace rivales del grupo que piensa distinto, herencia de nuestra especie.  La evolución humana, no se ha detenido, y si sabemos conscientemente esto, si se reconoce y vamos construyendo nuevos de modos de relacionarnos, pueden gestarse otros modos de vivir que sean heredables a las generaciones que siguen y tal vez, con el tiempo, demos lugar a formas de moralidad más conscientes.

Por el momento, hay que tener claro que la moralidad une y ciega, que todos somos parte de comunidades morales tribales, y que nuestros cerebros justifican estas matrices morales, que evitamos la disonancia cognitiva, es decir que no se corresponda el ser-hacer con el pensamiento. Esto nos sucede hoy, y más vale vivirlo con más consciencia.

 Nuestra civilidad mejorará en la medida en que nuestra moralidad evolucione, y lo notaremos cuando podamos vivir grandes debates sobre temas que hoy nos separan, siendo capaces de encontrar puntos que eviten el daño, la aniquilación del otro.

¿Podremos? Dice Pablo Malo, que no, quien es autor de otro libro “Los peligros de la moralidad”, un psiquiatra biologo-neurológo, y afirma que nuestra moralidad  no siempre favorece el desarrollo humano, puede destruirnos.