Josep Maria Esquirol. La escuela del alma: De la forma de educar a la manera de vivir. Acantilado. 2024, Edición Electrónica.
Este es
el tercer libro que conozco de este filósofo, a quien se le conoce por impulsar
una filosofía antropológica, llamada “de la proximidad”, cuyas fuentes tienen
raíces socráticas y franciscanas, que nutre con fundamentos de autores contemporáneos
como Levinas; su filosofía, plantea los retos actuales para no extraviarnos de
nuestra humanidad.
Hace
tiempo, cuatros años, leí “Humano, más humano. Una antropología de la herida
infinita”, mismo que comenté en este blog (https://meditandopoesiayprosa.blogspot.com/2021/11/reconocer-que-somos-seres-finitos.html),
libro que me hizo pensar que somos una profunda herida sin fin, una hondura, seres
verticales en la horizontalidad de la existencia, seres finitos, con un comienzo
día a día, quienes heridos por el infinito abierto, lo que exige mucha
resistencia. Confieso que el libro me dejó en severas confusiones.
Pero,
como soy necia me hice de otro, llamado “Resistencia íntima”, que, revisando
hoy, me dí cuenta que leí cerca del a mitad, no sé por qué no lo terminé (mi
indisciplina en ese tiempo, que era peor que la de ahora, pienso), pero por lo
leído, intuí que resistir tiene que ver con la lucha de no perderse uno mismo
en esta hondura de vida que somos, en este tiempo finito, herido por el
infinito, en ese comenzar eterno de nuestro caminar… creo que no pude más, pero
ahora sé que tendré que terminarlo, son ideas que merecen ser acogidas. Me
competen por mi humanidad.
Y ahora,
frente a este nuevo libro, “La escuela del alma”, la confusión, las preguntas entre
lo ideal de nuestra esperanza de humanización eterna y la realidad en la que nos
vamos concretando no faltaron.
Terminada
la lectura, he tratado de ponerme de acuerdo conmigo misma, hablar de lo
esperanzador en nosotros a pesar de nuestros extravíos y creación de tantas
des-gracias que atentan contra las “gracias” que ahí están sin ser pedidas, que
sólo son para embellecer y alentar la vida, pero que se nos pierden en la
oscuridad que generamos.
Pues bien,
en este tenor de la “gracia”, Esquirol nos habla de la vida, de nosotros “los existentes”
quienes somos “alguien” que vive con otros “alguien” con quienes damos lugar a
“encuentros”.
Dedica
este libro a un tipo de encuentro, el que sucede entre dos personas, uno
llamado docente, y otro llamado estudiante, ambos situados en una espacio
llamado escuela, reflexiona sobre ese tiempo-espacios donde se cruzan dos vidas
y se produce la gracia de encontrarse, de vivir la emoción de sentirse cada uno
desde su hondura, de sentir que algo cambia al aproximarse y activar algo que
los transforma, y dice que se trata de reconocerse con una mutua
responsabilidad, un autodescubrimiento donde se saben solos, pero capaces de
compartir la gracia de encontrarse, de vivir una proximidad espiritual no
pedida, pero que se da, solo por darse, por encontrarse. Dice que el encuentro
no tiene un por qué. Sólo nos sucede, es una gracia y piensa a la gracia, como
son las estrellas en la noche, el sol en el día, el azul más azul del cielo…
algo así.
Pero vallamos
por parte. El libro explora muchas ideas interesantes, y con delicada paciencia,
con atención, con gentiliza, presenta ideas muy poderosas, tanto, que no puede
evitarse ver con ellas el mundo real y asustarse de su ausencia, y mirar en vez
de ellas, una realidad sumergida en tantas des-gracias, en ella, no se ven esas
“gracias” de que nos habla somos capaces, y en su lugar, se percibe lo inhumano
de lo humano, que sólo se da en nosotros.
En la
primera parte nos cuenta del “encuentro” y alude que en nuestra historia personal,
siempre hacemos referencias a esos momentos en que hemos sentido en nuestra “hondura”,
finitud, herida por el infinito, soledad y en este estar parados en el
horizonte abierto que exige caminar hacia nuestra realización, a un “otro”,
cuya presencia nos “ha tocado el alma”, quien se nos ha compartido por qué sí,
sin pedirlo, su autenticidad, su pasión, su testimonio de vida. Y nos dice, que esto nos ocurre a veces, y siempre
queremos volver a ver a esas personas para contarles en la responsabilidad en
la que seguimos, deseamos volver a vivir ese encuentro para compartir nuestra
responsabilidad.
Prosigue,
hablando de ese lugar llamado escuela, a la que piensa como un umbral, un lugar
que anuncia a personas, espacios como el aula, que avisa de conversación y de enseñanza,
de atención, de escucha, de paciencia, de afectos. Ve a la escuela como ese lugar que emociona, que,
de sólo cruzarse, ya se presiente la experiencia de algo que se necesita y que
sabe se encontrará. Me pregunté sobre
nuestros infantes: ¿Qué sienten al llegar a la escuela? Pero entendí que no se
trata de confrontar, sino de pensar en los umbrales que necesitamos construir, para
que los niños sientan la infinitud de cosas que ese espacio puede aportar a los
infantes, jóvenes, adultos, necesitados de más encuentros que toquen la
profundidad de su ser.
Continua
hablando de nosotros, los maestros, quienes algo desprestigiados en estos
tiempos necesitamos “resistir” en ser nosotros mismos, en quedarnos en nosotros
y asumir una responsabilidad, una identidad, una presencia que se sienta, que
toque a los alumnos, a todos y cada uno, quien nos necesita, quienes al sentirnos
nos vean como un testimonio de nuestra vida, que nos sientan como “palabra viva”,
que invita a la vida, a la aventura de existir, a construir mundo desde su
caminar solo por el horizonte de su existencia.
Nos da
razones por las cuales los alumnos nos necesitan con un auténtico brillo
personal, con una palabra que los emocione, que los haga vibrar, y nos sientan
como una mano que se extiende para ayudarles a conocer el mundo que les toca
vivir y reconstruir. Y nosotros
necesitamos esa resistencia para persistir en la construcción de una identidad docente
auténtica, en quedarnos en nosotros mismos, encarnar ese apasionamiento por la
vida, por lo que hacemos, vernos vitales, dando testimonio de vida y
responsabilidad que contagie de las mejores
emociones a los alumnos; nos necesitamos para responderles con encuentros
pedagógicos que toquen el alma.
No evade
el tema del sentido de la educación predominante, para él no se trata de meter
a los alumnos en el molde curricular, sino de propiciar el reconocimiento del
sentido de cada uno, hace una crítica a las instituciones que toman sesgos
totalitarios al pretender moldear la fuerza vital de los alumnos, a quienes
reconoce como un comienza, personas con su propio caminar, del cual necesitan
hacerse responsables y para ellos necesitan una formación que los ayude, y esa
formación consiste en colocarse en el mundo, que les de confianza para forjarse
el sentido de vida que necesitan y se necesita, porque serán creadores de más
mundo, son comienzo y continuidad, y más que ideas cerradas y dogmáticos, necesitan
aprender en libertad y confianza, impulso, seguridad, con la esperanza de que
un día se encontrarán con un maestro, y le dirán en estoy voy, en esto sigo
llenos de orgullo.
Y así continua,
hablándonos de la atención, de la importancia de la escucha, de que la
reflexión es parte de la atención y de la escucha, pero que subordinada, ayuda,
no se impone fría; refiere la importancia de hacer amigos, de atender a los
demás como iguales, de no hacer daño, de no responder al mal con más mal; y
así, no cesa de apelar al valor que tiene una escuela preocupada por los “encuentros”,
en los cuales se reconoce a otros con la misma tarea de existir, quienes solos en
la misma tarea de su vida, en momentos de gracia, se dan esos momentos en que
las vidas se cruzan, se tocan, se hablan espiritualmente, y se contagian del ansia
de la vida, de continuar el camino finito, en la infinitud de la existencia humana.
Pues
algo así entendí… no sé si sea fiel a las ideas, pero me quedé con la emoción de
los encuentros que recuerdo, esos momentos donde ha habido personas que se han
cruzado por mi vida, y yo por la de ellos, nos dejaron una experiencia espiritual,
eso de saber que existe otra persona tan solo como yo, pero se aproxima y me ha
regalado el brillo de su mirada, me ha contagiado su esperanza, que estuvo para
mí, y me recordó mi responsabilidad ante ella y ante mi misma, y eso animó a
continuar. Y eso es una gracia que sólo sucedió por qué sí, por eso sucede
entre los humanos humanizándose eternamente.
Pues
creo que de esto trata este libro, la parte final es muy emotiva, me hizo
pensar que la escuela del alma es nuestra propia espiritualidad, del reto de
resistirnos a caer en la inhumanidad de lo humano, de estar alertas, atentos,
abiertos a la proximidad de los demás para regalarnos encuentros, que son posibles
si hacemos de nuestra vida una permanente responsabilidad.
Parece
que la responsabilidad ante el otro y a la vida, es la clave. Y son por tanto,
verdaderos retos.