lunes, 3 de octubre de 2016

La necesidad pedagógica de revalorar la obra de Hugo Zemelman Merino a tres años de su partida.


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Hoy es 3 de octubre, día que nos recuerda el tercer año de la partida física de nuestro gran intelectual latinoamericano Hugo Zemelman Merino,[1] fecha que no podemos dejar pasar, pues es un día de luto para el pensamiento crítico al dejar de escuchar a viva voz, esa constante e insistente invitación a vivir el pensar histórico, como construcción de sentido, de despliegue de entusiasmo vital que aporte  miradas utópicas que ayuden a iluminar nuestro caminar por el tiempo existencial tan hostil que nos ha tocado vivir.

Es imposible no llenar nuestra memoria de sus mensajes (dichos con cierta tristeza) con los cuales nos avisaba de la amenaza creciente que se va elevando sobre nosotros, envolviéndonos  en una sombra que impide ver la construcción que vamos heredando al paso de la vida humana.  Decía y preguntaba en uno de sus últimos libros[2]

“Seguimos yendo por el camino fácil. Es mejor estudiar la roca en lugar de estudiar el magma. Se está acumulando información sin pensamiento. Se está recurriendo a conceptos-cadáveres.  ¿Es pertinente el concepto que se desea utilizar? ¿El conocimiento está dando cuenta de aquello que denota? ¿Qué significado tiene la democracia ahora, por ejemplo?[3]

Su pensamiento, su postura, su carácter, es una presencia aún viva en esas salas, auditorios, aulas de clase, donde nos exponía con elocuencia, sabiduría y sencillez, un decir lleno de mundo, un decir que buscado en su obra escrita[4] no es muy fácil de leer.  Todos quisiéramos que nos contara su propuesta con simpleza, con poca inversión de palabras, pues al estar atrapados por un pensamiento instrumental, que necesita un mínimo de ideas, no podemos interactuar con textos tan ricos en lenguaje, cultos por su recuperación de miradas teóricas que le permitían hablar apropiadamente sobre su modo de pensar el mundo. 

Ese lenguaje, en forma escrita, de entrada nos parecen indescifrable, leerle, nos demandan una capacidad de comprensión inusual y lo peor, muchas veces, creemos, estamos convencidos de no necesitarlo y nos alejamos, sin saber cómo hacer un esfuerzo intelectual, enfrentando este paradigma de época que nos impide  discutir académicamente, a no ver problemas y como dice nuestro autor, se “...pierde la necesidad de trascendencia moral y el deseo de aventurarse,”[5] porque se nos ha afectado en la capacidad de voluntad, y vamos quedando limitados a los espacios de eficacia, a todo aquello útil que nos aporte reconocimiento y felicidad, que desafortunadamente, no dura mucho.

Y es cierto, es todo un desafío situarnos frente a la obra de Hugo Zemelman, pues si bien nos invita a ser nosotros mismos, a enfrentar nuestros desafíos, no se trata de libros que hablan de superación personal, no vemos en ellos esas estrategias prácticas para el éxito ante determinadas situaciones que nos afectan, nos duelen y nos impiden crecer.  NO, definitivamente estamos ante una obra que nos demanda una responsabilidad intelectual, pero no por decir esto, es solo racional, sino que se trata de una intelectualidad que se sumerge en una red de emociones, todo eso que nos hace una extraña argamasa fecunda, entre razón y pasión y permite sentirnos como un magma ardiente en constante transformación.  Una obra así, definitivamente no es fácil, pero hoy más que nunca, es una necesidad.  Por ello, es importante pensar en cómo  acercarnos a su mensaje tan humano, tan importante y necesario de atender.  Los maestros tenemos esta gran responsabilidad.
Y para hacerlo, necesitamos reconocer que su obra necesita a un lector que se asuma como sujeto (en su momento lo aclaro más) y que este sujeto, amerita poner en juego algunas de sus potencias, como la riqueza del lenguaje, el sentido de la existencia, y el valor de su mirada utópica. 

No es mi intención extraviarme, estas ideas aquí planteadas, necesitan abrirse para reconocer su entrelazado conceptual, sus fortalezas, sus complejidades y sobre todo, los desafíos formativos en los que nos sitúa, porque nada sucederá sin nuestra participación, todo será una tarea de sujeto, de un sujeto que crece, se despliega en la medida en que enfrenta las responsabilidades es capaz de reconocer y hacerse cargo.

En este esfuerzo aclarar los más posible, nos auxilia otro autor de gran valía para el mundo, Gastón Bachelard, quien en una de sus obras dice: “...todo lector que relee una obra que ama, sabe que las páginas amadas le conciernen…La simpatía en la lectura es inseparable de la admiración.”[6]  Y aunque estas ideas van en defensa de por qué leer poesía, no están de más aquí, ya que las ideas de Zemelman, pienso, son una delicada prosa-poética.

Veamos algunas de estas bellas frases, que nos colocan ante una imagen poética -a la manera de Bachelard-, y ellas, hacen renacer algo en nosotros, pues como la poesía, con sus más excelsas metáforas, son, un lenguaje denotado que despierta en nosotros la experiencia de libertad, de ensueño, de rencuentro con lo que somos y podemos ser... si leemos poesía, si la sentimos, ésta no ayuda a pesar de estar encerrados en un rol, a vivir la experiencia de autonomía y ser sujetos... Zemelman escribe,

"... debemos buscar en la debilidad y sus inercias protectoras aquello que pueda trascender la tristeza y el quebranto."[7]
“las épocas de los hombres son como los vientos que facilitan volar cuando se sabe descubrir sus corrientes para alzarse en una dirección. Es el significado de una reflexión de la historia como flujo de mareas que hacen posible navegar: pero que requiere tener que detenerse ante sus paisajes, controlar los impulsos que precipitan hacia la seguridad de respuestas, en un afán de precisión que deja de lado la mirada del paisaje. La contemplación de éste exige de un silencio quieto que permita abarcarlo en su inmensidad.[8]
“... la experiencia de la historia como lucidez hecha de instintos y voluntad para hacernos sujetos desde el magma de la vitalidad, que nos cerca y engloba de muchos mundos posibles.  Que exige pensar, no desde fuera, sino desde el transcurrir mismo del sujeto... por consiguiente, la conciencia es verbo que busca su predicado...[9]
Y así, se va uno adentrando por sus libros, encontrando estas expresiones tan vivas, cargadas de su pasión intelectual que invitan a la reflexión, que actúan como detonantes de impulsos internos que nos recuerdan la experiencia adormecida de buscarnos y encontrarnos a nosotros mismos, pues inmersos en la rutina de la vida socializante, siempre siendo parte de un tiempo-espacio hecho, nos lleva a olvidar esa búsqueda sin hacer preguntas existenciales sobre quiénes somos, quién queremos ser, qué necesitamos hacer para encontrarnos.  Este decir nos recuerda que somos “ámbito de sentido”, por tanto, pura posibilidad. 
Pero, para pensar-sentir esto, nuestro autor reclama a un lector-cómplice, necesita a un “otro” que se sienta aludido, que sienta el llamado, que crea con fe, que esa escritura el concierne, que tiene que ver con  él, y así,  juntos comparten  problemas, sueños, esperanzas.  No se puede leer a Zemelman como un libro para resumirlo, para construir preguntas y respuestas lineales, NO, a Zemelman se le necesita leer para pensar-sentir algo, es un acto que deja una experiencia de reencuentro, es una escritura epistémica que nos habla al oído, nos hace sentir el deseo de pensar, de existir con mayor conciencia.

Ya en otro escrito[10] he compartido algo sobre esto, y he dicho que la escritura de Zemelman se asemeja a un “lenguaje paideico”, es decir, si la paideia se entiende como “hacer nacer al adulto contenido en el niño” (esta idea la capté de Octavi Fullat), la lectura de Zemelman, hace nacer ideas potenciales escondidas en alguna parte de nosotros, que siempre han estado ahí, adormecidas por la vida instrumental en que nos hemos refugiado,  pero al leer sus ideas, complejas, con un lenguaje que se resiste a ser repetido mecánicamente, y que por el contrario, estimula el pensamiento al ponernos frente  a imágenes que ayudan a salir nuestras ideas de la oscuridad, nos invaden nuevos significados que al ser puestos en primer plano, recordamos que somos algo más de lo que creemos ser dando inicio a esta de auto trascendencia personal y social.  Pero, desafortunadamente, no todos escuchan este llamado, y sordos a los ecos de uno mismo, abandonan esta valiosa lectura ¿por qué?

Creo, a reserva de estar equivocada, pues algo que he aprendido con apoyo de este autor, es que para cada cosa o suceso, existen muchas lecturas, así que dada mi experiencia y conocimiento como formadora de sujetos, sospecho, que esto sucede porque al estar tan convencidos de nuestro rol, debido a la fuerza de la socialización por la que hemos pasado, nos lo hemos creído, pensamos que esa es la  única forma posible de ser, de existir, y a veces,  molestos con ésta, nos asfixia pero no se tiene la fuerza y voluntad para cambiarla, ahí permanecemos sin saber qué hacer; pero hay otras personas, en quienes en su rol,  funciona seductoramente, pues les permite sentirse exitosas, se perciben como personas consumadas, expertas en lo que hacen y saben, y no sienten la necesidad de hacer algo más, y ahí, detenidas, ya no  buscan más, y se aviva el temor y resistencia a movilizar esta  imagen de sí mismos.
Y leer  a Zemelman exige un movimiento, conlleva reconocer, valorar, confrontar a cada momento nuestro pensamiento, explorar preguntas para dar cuenta de quien se es, quién se quiere ser, y qué se necesita para ser y hacer eso, qué se necesita; leer a Zemelman nos hace vernos como personas en permanente construcción, con necesidad de colocarse en una realidad dinámica, cambiante, realidad que necesita de nuestra guía, ser el motor de ese cambio de manera consciente, pues de otro modo, terminamos como sujetos en la historia, llevados en sus ondas, cuando necesitamos ir montados en sus crestas, para ver horizontes nuevos donde posicionarnos. 
Con lo dicho hasta aquí, podemos asegurar que existen buenos lectores de Zemelman, pero también, sabemos de otros, que saben que existe, y prefieren no hacerlo, y muchísimos más, quienes lo desconocen, no tendrán nunca la oportunidad de vivir esta experiencia de acercarse a un decir que alimente su espíritu, su necesidad de autonomía, y seguirán en ese rol social tan encarcelante, que adormece, nos evita vivir experiencias de libertad creadora, constructora de historia personal y social con ese plus de conciencia que tanto hace falta. Esto lleva a preguntar ¿Cómo difundir esta obra? ¿Cómo permitir que los sujetos tomen la decisión de leer o no? La ignorancia finalmente es un gran mal que necesitamos combatir y la educación tiene esta responsabilidad.
Es importante agregar, que la lectura de la obra zemelmaniana, exige sensibilidad a la época en que se existe, es decir, sentir ese deseo “trascendencia moral y de aventurarse”, enfrentando la tendencia al conformismo; pensar que el mundo está hecho y nada cambiará no nos ayuda, al contrario, nos sumerge en las tareas dadas por la hegemonía que nos lleva a la hecatombe, a la que nos acostumbramos, vemos como inamovible, perdiendo la capacidad de asombro, de construir preguntas y  trabajarlas, y vamos dejando que el mundo siga su curso, permitiendo que se consoliden procesos indeseables para la vida, pues como nos dijo Zemelman, apoyándose en Heller, la historia se construye en la cotidianidad de la vida.
De ahí, esta demanda constante en su obra, ese fervor en cada una de sus frases para invitarnos a asumir nuestro lugar como sujetos, de pensarnos-sentirnos como creadores de la historia que vivimos y que si bien heredamos llena de problemas y nos lastima, de la misma forma, estamos construyendo desde nuestra ignorancia, una herencia más compleja para la generación que nos sigue.  Y lo más interesante que nos lega en su obra, es el valor de la consciencia sobre el momento histórico, el reto de conocer los problemas que la caracterizan, pero que no se aprenderán ni se intervendrán por puro voluntarismo, sino por un fuerte y necesario trabajo intelectual, por un fuerte deseo de asumir un compromiso ético, para el cual necesita prepararse con gran empeño existencial.
Este esfuerzo intelectual es el meollo de su obra, pues considera que recuperarnos como sujetos tiene que ver con recuperar una racionalidad crítica,[11] entendiendo por crítica, la capacidad de leer en el tiempo que se existe y lo que está por nacer, valorar su pertinencia y comprometernos con su desarrollo posible dadas las circunstancias que se viven.  
Tal desafío intelectual exige pensar, problematizar, discernir algo más a lo establecido, reconocer las anomalías, las coyunturas, los desafíos de todo tipo, pero principalmente los formativos, porque para colocarse se necesita un pensamiento epistémico, categorial, crítico, que no son los mismo, pero juntos, permiten nuestra colocación pertinente y necesaria.
La Epistemología del Presente Potencial, -así se denomina su propuesta-, aboga porque las personas se convenzan de la necesidad de hacerse preguntas a sí mismas, de hurgar qué se sabe de eso, que se cree saber, por qué lo sabe, qué poder lo guía, si eso que hace es lo pertinente o se podrán hacer otras cosas que la hegemonía no está interesada en que se sucedan, pero quien sabe que se necesitan, desplegará un responsabilidad intelectual, ética y política para hacer aquello desde el despliegue de su poder más cotidiano.
El pensar epistémico de esta forma, contraviene a la Racionalidad Instrumental que hoy día nos conduce por los caminos de nuestro mundo social y nos convence sobre  la importancia de procesos eficaces, eficientes; es una racionalidad preocupada por los productos que aporten una riqueza material, y dejamos de lado pensar en la complejidad del proceso, deseamos verlo como algo simple, pero no vemos sus efectos indeseables, que igual se posicionan en nuestros espacios y poco a poco nos lleva por situaciones no esperadas que nos asaltan.  Morín, mucho escribió sobre la necesidad de un pensamiento complejo en contra parte a esta forma de pensar simplista, que a la larga va dejando una gran ceguera, de la que tal vez no podamos recuperarnos.
Hugo Zemelman, nos lleva a pensar en esta racionalidad que nos ordena y nos invita, a que desde ella misma, la conozcamos, y nos situemos en ella, que nos atrevamos a pensar-sentirla, a aventuramos por preguntas y respuestas para ver más de lo que nos está permitido y mirar lo que él llama lo “presente potencial” en el seno mismo de nuestro tiempo social, que está ahí, esperando ser desplegado por nuestros esfuerzos más políticos y éticos.
Y este es de problema de fondo trabajado largamente por nuestro epistemólogo, mucho discutió y escribió sobre este reto humano de  aprender a movernos de una racionalidad a otra, viendo a la primera como coyuntura, pues solo desde ella podemos partir. ¿Cómo hacer semejante tarea?  En la Maestría en Educación Formación Docente (cerrada en febrero de este año[12]) por más de dos décadas nos comprometimos con esta tarea, y poco a poco, haciendo algo, fuimos reconociendo la valía de esta propuesta para la educación.
Como lectora de Hugo Zemelman, aún no sé si he captado la esencia de su obra y la tarea que se desprende, pero sí puedo decir, que en la medida en que me acerqué a ella, se fue encarnando y la fui llevando por los caminos de la docencia.  Fue en el seminario de investigación socio-educativa donde tuvimos la oportunidad de hacer verbo estas ideas, desafiando las formas instituidas de hacer investigación, pues por más de 15 años fui explorando formas, cómos, abrevando nuevas nociones aún abiertas en su proceso de consolidación, llevando a los alumnos a pensar, a comprender la importancia de moverse por nuevos sentidos y en ese proceso a reencontrarse a ellos mismos.
La experiencia aún no se escribe, (ha quedado en los programas de estudio, en clases grabadas, en pequeños ensayos, en la informalidad de las pláticas) pero avisa que en esas décadas de trabajo pedagógico guiado por este enfoque, pasaron muchas cosas en cada uno de los implicados.  Se puede afirmar, que nuestros egresados, ahora escuchan el nombre de Hugo Zemelman y el de nuestra maestría y experimentan una emoción, una añoranza, viene a ellos un reencuentro con pensamientos, sentimientos vividos durante  su estancia y saben que la experiencia formativa fue buena, que ahí algo les sucedió y les invita a ser diferentes. 
No sé si lo logren o no, el mundo es seductor y tiende a devolvernos a zonas de comodidad, pero pienso que cada uno tendría que hacer lenguaje esta experiencia, contarnos cuál fue el movimiento experimentado, qué sucede ahora que está en la real-realidad, viva, donde ahora sabe que se mueve con ella, que ahí es  “ámbito de sentido”, desplegándose dadas sus necesidades como sujeto social ¿será capaz de resistirse a la inercia dada de la vida social?
Para muchos, la herencia intelectual de nuestro ha quedado clara, sabemos que es una propuesta epistemológica, que se vive en el sujeto mismo, que no se trata de aprender la epistemología como teoría, sino de vivirla, de revelar el problema, de conocer en el sujeto mismo, quien  busca conciencia en el acto de conocer, de ser, hacer, sentir.  Y también nos queda claro que hacer esto es un desafío formativo para quien lo vive, un reto pedagógico para quien lo impulsa, y ambos, alumnos y docente, nos vimos implicados en un movimiento individual y colectivo. Viviendo el reto de ser sujetos cada uno desde su ámbito de experiencia.
Y no puedo dejar de dejar de mencionar el problema del lenguaje que se enfrenta para adentrarse por esta propuesta. Como sujetos formados en una racionalidad instrumental, enfocada en productos eficaces y eficientes, no hemos necesitado de muchas palabras, solo las mínimas, palabras cuyos significados no entren en controversia, y esto, ha venido empobreciendo pensar y evita tener algo que decir fuera de lo esperado.  Nos vamos quedando sin palabras.
En contra parte, la racionalidad de la Epistemología del Presente Potencial necesita saber leer el tiempo presente, necesita conciencia de cada palabra que se usa, y como una palabra puede ser o no un concepto, y si es un concepto, recuperar la mayor parte de sus significados, las diversas teorías que se encuentran en éste, que comparten, en qué difieren, qué problemas abarcan, qué resuelven, qué dejan pendiente el que nos pueden decir del presente, que límites tocan, que zonas nuevas se pueden asomar... y para esto, necesitamos una gran cultura teórica dependiendo del campo en el que nos situemos.
En nuestro caso, como educadores, fue necesario provocar este deseo por el conocimiento teórico, leer todo aquello que nos abriera panoramas nuevos (filosofía, sociología, psicología, pedagogía, etc.) y al leer, nos íbamos apropiando de lenguaje, de comprender que esas palabras que usamos en la educación necesitan dejar de ser un cascarón y conocer su interior, usar los significados construidos históricamente para posicionarnos mejor en nuestros espacios de existencia, donde cada uno tiene una responsabilidad de auto trascendencia moral y social.
La propuesta epistémica de Hugo Zemelman, como podemos ver, no es algo sencillo, pero es una necesidad pedagógica, la educación no puede estar ajena a ella. Y ahora, alejada de esa docencia epistémica, no pierdo la esperanza  de que todos los que estuvimos implicados con esta propuesta, encontremos nuevas coyunturas para continuar con este valioso legado de nuestro autor, quien nos invita a “...resistir el cansancio, la apatía o la falta de perspectiva, la vaciedad de contenidos... (Para auto potenciarnos) y reconocer la vida como movimiento de la inteligencia, de la imaginación y de la voluntad.[13]
Y habría tanto más que decir en defensa de este pensamiento, tantos problemas contenidos en sus libros por explorar, si seguimos revisándola.  Tenemos un tiempo largo para continuar ahondando en sus ideas epistémicas, que solo son puntas de lanza que nos llevan a zonas desconocidas de pensamiento, que como sujetos tenemos el derecho de explorar.
Por ahora cierro con esta hermosa frase que siempre cito pero no informo su fuente porque extravié ese libro, solo recuerdo que era colectivo, que el primer artículo era de él, iniciando así:
“Atreverse a usar la cabeza, sin apegos ritualistas a ningún canon de certidumbre, es el ejercicio mismo de la responsabilidad intelectual: caminar de ese modo por el ágora imaginario del espíritu, después de subir por la vía sacra hasta la alta plazuela iluminada donde poder encontrarse con todos los retos que han quedado dormidos y dejados a los lados del camino.  Ejercicio de la responsabilidad intelectual cuando se la entiende ubicada en el ámbito de un conocimiento comprometido con el forjamiento de más conciencia, para actuar frente a la realidad que nos circunda y se cierne sobre nosotros.”
                                                                                                   Hugo Zemelman Merino



[2] Hugo Zemelman Merino, Pensar y Poder, Razonar y Gramática del Pensar Histórico. (México, siglo XXI, 2012).
[3] Hugo Zemelman Merino, Pensar y Poder, razonar y gramática del pensar histórico, 8.
[4] Hasta el momento se dé 13 libros y los últimos cuatro, son una “delicia intelectual”, donde se aprecia la madurez de ideas abiertas en las primeras obras que datan desde 1980.
[5] Hugo Zemelman Merino, Pensar y Poder, razonar y gramática del pensar histórico, 13.
[6] Gastón Bachelard, Poética del espacio. (México: FCE, 1983), 18.
[7] Hugo Zemelman, El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana.  (España: Anthropos-UNAM-IPECAL, 2007), 15.
[8] Hugo Zemelman Merino, Horizontes de la Razón III, (España: Anthropos, 2011), 77.
[9] Hugo Zemelman Merino, Necesidad de conciencia. Un modo de construir conocimiento. (España: Anthropos, 2002), 30.
[10] Luz Divina Trujillo, El humano como como hontanar de la historia. En: http://meditandopoesiayprosa.blogspot.mx/2015_10_04_archive.html

[11] “...la crítica consiste en la forma de razonamiento capaz de referirse a la potencialidad de lo dado” Hugo Zemelman Merino, Problemas Antropológicos y Utópicos del Conocimiento (México, Colegio de México, 1996), 46-47.
[12] Se afirma por la institución que se volverá a abrir, sí, lo creo, pero estoy segura que no será más aquélla que se esforzó por ser, ahora tendrá otros sentidos.  Habrá que valorar sus nuevos esfuerzos en la formación de maestros.
[13] Hugo Zemelman, El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana, 7.