lunes, 20 de abril de 2020

La muerte del prójimo. Luigi Zoja. Traducción: María Julia de Ruschi (Argentina, FCE, 2015)




No se me da reseñar libros, pienso que cada lector necesita la experiencia que le sea posible, y narrar su encuentro con el autor, contar el movimiento de ideas provocado, el sentimiento desplegado frente a esa escritura, los pensamientos propios explorados. Entonces, siendo congruente con esta postura, les cuento.
Tendré que plantear primeramente la idea central que de acuerdo a mí, Luigi Zoja (psicoanalista jungniano, pero no lo sé realmente), desarrolla en este libro.
Inicia con la premisa judeocristiana de “Ama a Dios, y ama al prójimo como a ti mismo” y con ella, viene la idea de que si amamos al “otro” como uno mismo, se honra a Dios, lo que produce un equilibrio ético, moral, que aporta un sentido de justicia a la difícil convivencia humana.
Así, se ama a Dios desde el amor al prójimo, idea que aportó dos pilares centrales reguladores de la vida en sociedad.  Sin embargo, a finales del siglo XIX, Nietzsche gritó a los cuatro vientos que Dios había muerto, haciendo tanto ruido que se nos cayó el techo encima.  La muerte de Dios dio pie a pensar que la grandeza divina, podía soportarla el hombre contemporáneo, quien ahora, podría tomar cualquier decisión, y para empezar podría decidir si creía en una “presencia supra humana” o no, que llevó a considerar la religiosidad como opción, como libre albedrío, dejando la fe, la creencia religiosa al ámbito personal; desde ese momento, creer en Dios se tornó un asunto más de tipo personal, que social.
Sin embargo, Zoja hace un paréntesis para decirnos que pese al creciente poderío del hombre en la construcción del mundo demostrado en el desarrollo en todo sentido, esta necesidad de lo divino en nosotros, no desapareció, y dio lugar a que este lugar, lo ocupara el mismo hombre, quien por sus pensamientos, sus obras, su fuerza, podía elevarse como  una celebridad, una deidad, y por tanto, ser tan inalcanzable como Dios, un humano, a quien sus banales imperfeccionas podían perdonársele, y desarrollar ciegos de amor, un  culto a su personalidad.  Así, con la muerte de Dios, terminamos adorando a persona de carne y hueso, quienes elevadas a un modelo de perfección, se tornaron los nuevos ídolos por adorar. (Me recuerda a alguien en este preciso momento de nuestras historia política).
La necesidad de honrar al prójimo, igual que Dios, se ha desvanecido, ese otro cercano se nos desfigura por  la fuerza de diversas circunstancias que se concatenan para que en la medida en que avanzamos por la historia, por el progreso, nos alejemos irreversiblemente unos de los otros, aprendiendo a convivir de modos diferentes, al grado –dice Zoja-, que cada vez nos miramos menos, no tenemos la necesidad de hablarnos, y menos de tocarnos, de sentirnos cerca uno del otro.
No cuenta que esto se ha venido dando por el mismo desarrollo de la humanidad, como una especia de paradoja, pues entre más nos apoyamos en le técnica, en la ciencia, para eficientar nuestras vidas, más nos tornamos almas separadas, en habitantes solitarios de un mismo aquí-ahora, distantes y ajenos entre sí.  Así, el prójimo, ese otro cercano, a quien antes se amaba para amar a Dios, y por ello, inspiraba compasión, se le tenía consideración, se desvanece progresivamente.
Para esta explicación aporta diferentes ejes de reflexión, por ejemplo, habla de cómo la evolución de los objetos que nos rodean ha contribuido sin darnos cuenta, por ejemplo, el libro, que antes de nacer de una imprenta, era copiado a mano, y por ser tan pocos, la lectura se vivía en colectivo, se estaba juntos en el aprendizaje.  Hoy, al tener un libro para cada quien, leer se torna un acto personal, y más, si es libro electrónico, afirma, se descontextualiza de su autor; de este forma, va describiendo las formas de comunicación que hemos desarrollado, la manera en que ahora nos transportamos, en cómo nos organizarnos, etc., y cómo en cada una, vamos pasando de un estar-juntos a un estar-conmigo.
El libro es interesante, ameno, describe a detalle estos sucesos, y poco a poco vemos como esta idea gregaria del ser humano, se transforman en un estar solitario, hasta concluir que “el prójimo” agoniza. Leerlo me hizo evocar en los cambios que ha tocado presenciar. Vengo de mediados del siglo pasado, donde recuerdo el uso del primer teléfono, sólo para una emergencia, haciendo la llamada en la tienda del barrio, o él teléfono público, hasta tener la versión móvil normal para todos, cuando en realidad pasaron años en este proceso de instalación de una tecnología que cambio para mí una forma de vida. 
Recuerdo que antes, salir de casa, era no saber unos de otros, durante esa ausencia, se iba a la escuela, al trabajo, a una fiesta, y solo se sabía la hora de salida, y de llegada. Hoy, el móvil nos da comunicación instantánea.  Así mismo, recuerdo hacer mis trabajos escolares en la primaria, secundaria a mano, hasta que llegó la máquina de escribir primero mecánica, más adelante eléctrica, que fue superada por la computadora, que igual sufrió grandes cambios en sus softwares y hardware en un década; cambios que hoy hacen mi vida muy diferente a la que vivió mi madre por ejemplo, y que han vivido mis hijos, y sé vivirán mis descendientes en los años que vienen.  Estos cambios definitivamente, influyeron en nuestras formas organizarnos, de sentirnos, de pensarnos.
Pero, me ha quedado cierta resistencia a la idea de que el concepto de prójimo agoniza, que unos para los otros estamos perdiéndonos, extraviándonos, alejándonos sin remedio, que la paradoja avanza. Zoja termina su libro preguntándose si podemos amarnos como prójimos aún en esta época: “¿Se puede amar verdaderamente o sólo conocer a quien a está lejos? ¿Y el sólo conocimiento me permite al menos ser justo? Todavía no hay nada que lo demuestre” (p.137)
Y me ha dejado pensando, preguntándome si en verdad los cambios aportados por la ciencia y la tecnología tienen este costoso valor para la fraternidad humana.  Más que nunca estamos intercomunicados, interconectados, tenemos la información más insólita al pulso de unas teclas, podemos llamarnos y mirarnos desde cualquier parte del mundo, podemos reunirnos por video y ara tomar decisiones de todo tipo en tiempo real.   Entonces, en estas nuevas circunstancias ¿Qué formas de encuentro humano estamos desarrollando? En estas formas de relación a las que vamos entrando sin pensar, y a las que el ritmo de la vida nos adentra con la mínima resistencia ¿Cuál es la manera de reconocer al otro, de qué maneras nos solidarizamos unos con otros, cómo amamos al prójimo?, ¿Sucede o ya no?
No pude evitar pensar en Michel Maffesolí, quien considera a esta época como un momento de transición entre lo moderno y lo que viene –Posmodernidad le llama–  y que en ella todo está en proceso saturación, de transfiguración, en una experiencia de cambiar en diversos órdenes, ante lo cual necesitamos estar atentos, porque se está gestando una forma de socialidad organizadas por parámetros diferentes a los que hoy nos regulan.  Afirma que las personas, quienes viven de otras formas la cohesión social, orientadas más por una informalidad que responde a sus deseos, a sus compromisos momentáneos, a reglas que se construyen al día, y sólo buscan satisfacer en lo individual o bajo el efecto un acuerdo del momento, que sea eficaz, útil pero que responde al ritmo de la vida que se existe.  Esto es, se practica un estar-juntos, que nace del desear compartir algo ya no por la tradición, la regla o ley, sino porque quieren hacerlo, porque les interesa, lo desean, y aunque son colectivos temporales tienen fuerza y suceden, por ejemplo, ir a un partido de futbol, estar en un mitin de apoyo, asistir a una fiesta, una reunión musical donde aflora ese placer de hacerlo porque se quiere.  Hoy la gente vive un estar-juntos que nace de un deseo, y dura lo que el deseo, mismo que nace, de algo profundo, escondido en los subterráneos de la conciencia, por ejemplo, esto podría explicar cómo, hoy día, por el avance de la técnica, una cantidad determinada de personas se organiza por Whatsaap para ir a un centro comercial y asaltarlo, o están listas al llamado de robar gasolina en un depósito clandestino, etc., son llamados a la organización guiados por deseos profundos de la gente, quien a la primer señal, deja todo y se dispone a ser parte de un colectivo emergente, que así como se organiza, desaparece.
Definitivamente estos modos de ser-estar-juntos posmodernos planteados por Maffesoli, perturban el concepto de colectivo que mi generación tiene, quienes guiados por conceptos ordenantes esperamos que todo suceda como “debe” suceder,  por reglas claras, y desde ellas, seguimos esperando que la familia funcione como antes, que las instituciones que conocemos continúen haciendo su cometido, cuando en el mundo posmoderno, se ordenan de otros modos.
Con la lectura, pienso  que sí, estamos frente a seres humanos formados en un tiempo-espacio social que nos lleva a constituirnos de formas subversivas, que resisten el deber ser moral y social, y que buscan un nuevo ordenamiento, aún no definido, que está en construcción y que dependerá mucho este equilibrio entre razón y pasión. Dice Maffesolí que hoy somos guiados por el vientre, por lo emocional y que se necesita arribar a una ética-estética, es decir, una capacidad de autorregularnos unos entre otros, sin perder la chispa pasional, siempre orientada por una socialidad.   
Hasta aquí todo va bien, da esperanza, pero, leyendo a otro autor, Trueba Lara, “Miedo Absoluto” me enfrente a la decadencia de nuestras instituciones y la capacidad de formar una ciudadanía con esta ética-estética y es ahí, donde vuelve la incertidumbre. Trueba Lara plantea que estamos en medio de una generación cuya formación se nutre de una “sabiduría de quincalla"; así llama a la paupérrima educación que cada vez más ordena la mente de la infancia, de los jóvenes, una educación que adormece el sentido ético, y que lleva a normalizar todo, donde priva el deseo de competir y destronar al otro.  Me hizo pensar que estamos en medio de una generación que no puede leer los desafíos de su tiempo, que no puede pensar en los nuevos problemas, y por tanto no tiene estrategia para avanzar frente a los retos del tiempo actual; cada vez, esa formación de quincalla, nos empobrece, impide reinventarnos, nos coloca en estado de sobrevivencia, donde soy primero yo, y después el otro, el prójimo, no importa.   Y llegando a esta idea, Luigi Zoja, tiene razón.  La idea de prójimo, agoniza.
Pero yo diría que no agoniza solo por el avance de la técnica, por los cambios en nosotros que produce, sino porque tal vez, no hemos sabido conservar ese amor al otro no importe que nuevo invento se dé.  Pienso, y esto me da esperanza, que si aprendemos a usar el Internet, las redes sociales, las nuevas plataformas de enseñanza, la nube, que se yo, todo eso que ahora no rodea, buscando los modos de impregnarlos de la esencia humana, si somos capaces de “estar-ser”, en todo lo que hagamos en estos nuevos contextos virtuales, el prójimo no se nos pierde de vista, nos acompaña, lo acompañamos.
Somos las personas, nosotros mismos, lo más complejo y retante de explorar, de conocer, se necesita hacer un trabajo de auto-encuentro, y autorregular nuestras emociones, pensamientos, sentimientos como afirma Victoria Camps.  ¿Podremos hacerlo? Es aquí cuando la educación necesita revisar sus prioridades y evitar a toda costa, que se siga difundiendo esa “sabiduría de quincalla”,  esa formación-basura, que en nada ayuda.
Bueno, el libro de Zoja cumplió su cometido, quedo inquieta, preocupada, cuestionada como educadora, preguntándome sobre este gran problema irresuelto de la formación humana. Un terreno siempre poroso, informe, magmático  cuyo centro de reflexión somos nosotros mismos.
A leerlo y a vivir sus propias reflexiones... buen libro. Creo que seguiré con un tercer libro que tengo de este autor: PARANOIA, ya les cuento.