No se me da reseñar libros, pienso
que cada lector necesita la experiencia que le sea posible, y narrar su encuentro
con el autor, contar el movimiento de ideas provocado, el sentimiento
desplegado frente a esa escritura, los pensamientos propios explorados. Entonces,
siendo congruente con esta postura, les cuento.
Tendré que plantear primeramente
la idea central que de acuerdo a mí, Luigi Zoja (psicoanalista jungniano, pero no lo sé realmente), desarrolla en este libro.
Inicia con la premisa
judeocristiana de “Ama a Dios, y ama al prójimo como a ti mismo” y con ella,
viene la idea de que si amamos al “otro” como uno mismo, se honra a Dios, lo
que produce un equilibrio ético, moral, que aporta un sentido de justicia a la difícil
convivencia humana.
Así, se ama a Dios desde el amor
al prójimo, idea que aportó dos pilares centrales reguladores de la vida en
sociedad. Sin embargo, a finales del
siglo XIX, Nietzsche gritó a los cuatro vientos que Dios había muerto, haciendo
tanto ruido que se nos cayó el techo encima.
La muerte de Dios dio pie a pensar que la grandeza divina, podía
soportarla el hombre contemporáneo, quien ahora, podría tomar cualquier
decisión, y para empezar podría decidir si creía en una “presencia supra
humana” o no, que llevó a considerar la religiosidad como opción, como libre
albedrío, dejando la fe, la creencia religiosa al ámbito personal; desde ese
momento, creer en Dios se tornó un asunto más de tipo personal, que social.
Sin embargo, Zoja hace un
paréntesis para decirnos que pese al creciente poderío del hombre en la
construcción del mundo demostrado en el desarrollo en todo sentido, esta necesidad
de lo divino en nosotros, no desapareció, y dio lugar a que este lugar, lo
ocupara el mismo hombre, quien por sus pensamientos, sus obras, su fuerza,
podía elevarse como una celebridad, una
deidad, y por tanto, ser tan inalcanzable como Dios, un humano, a quien sus
banales imperfeccionas podían perdonársele, y desarrollar ciegos de amor, un culto a su personalidad. Así, con la muerte de Dios, terminamos
adorando a persona de carne y hueso, quienes elevadas a un modelo de
perfección, se tornaron los nuevos ídolos por adorar. (Me recuerda a alguien en
este preciso momento de nuestras historia política).
La necesidad de honrar al prójimo,
igual que Dios, se ha desvanecido, ese otro cercano se nos desfigura por la fuerza de diversas circunstancias que se
concatenan para que en la medida en que avanzamos por la historia, por el
progreso, nos alejemos irreversiblemente unos de los otros, aprendiendo a convivir
de modos diferentes, al grado –dice Zoja-, que cada vez nos miramos menos, no
tenemos la necesidad de hablarnos, y menos de tocarnos, de sentirnos cerca uno
del otro.
No cuenta que esto se ha venido
dando por el mismo desarrollo de la humanidad, como una especia de paradoja,
pues entre más nos apoyamos en le técnica, en la ciencia, para eficientar
nuestras vidas, más nos tornamos almas separadas, en habitantes solitarios de
un mismo aquí-ahora, distantes y ajenos entre sí. Así, el prójimo, ese otro cercano, a quien antes
se amaba para amar a Dios, y por ello, inspiraba compasión, se le tenía
consideración, se desvanece progresivamente.
Para esta explicación aporta diferentes
ejes de reflexión, por ejemplo, habla de cómo la evolución de los objetos que
nos rodean ha contribuido sin darnos cuenta, por ejemplo, el libro, que antes
de nacer de una imprenta, era copiado a mano, y por ser tan pocos, la lectura
se vivía en colectivo, se estaba juntos en el aprendizaje. Hoy, al tener un libro para cada quien, leer
se torna un acto personal, y más, si es libro electrónico, afirma, se
descontextualiza de su autor; de este forma, va describiendo las formas de
comunicación que hemos desarrollado, la manera en que ahora nos transportamos,
en cómo nos organizarnos, etc., y cómo en cada una, vamos pasando de un
estar-juntos a un estar-conmigo.
El libro es interesante, ameno,
describe a detalle estos sucesos, y poco a poco vemos como esta idea gregaria
del ser humano, se transforman en un estar solitario, hasta concluir que “el
prójimo” agoniza. Leerlo me hizo evocar en los cambios que ha tocado presenciar.
Vengo de mediados del siglo pasado, donde recuerdo el uso del primer teléfono,
sólo para una emergencia, haciendo la llamada en la tienda del barrio, o él teléfono
público, hasta tener la versión móvil normal para todos, cuando en realidad pasaron
años en este proceso de instalación de una tecnología que cambio para mí una
forma de vida.
Recuerdo que antes, salir de
casa, era no saber unos de otros, durante esa ausencia, se iba a la escuela, al
trabajo, a una fiesta, y solo se sabía la hora de salida, y de llegada. Hoy, el
móvil nos da comunicación instantánea. Así
mismo, recuerdo hacer mis trabajos escolares en la primaria, secundaria a mano,
hasta que llegó la máquina de escribir primero mecánica, más adelante
eléctrica, que fue superada por la computadora, que igual sufrió grandes
cambios en sus softwares y hardware en un década; cambios que hoy hacen mi vida
muy diferente a la que vivió mi madre por ejemplo, y que han vivido mis hijos,
y sé vivirán mis descendientes en los años que vienen. Estos cambios definitivamente, influyeron en
nuestras formas organizarnos, de sentirnos, de pensarnos.
Pero, me ha quedado cierta
resistencia a la idea de que el concepto de prójimo agoniza, que unos para los
otros estamos perdiéndonos, extraviándonos, alejándonos sin remedio, que la
paradoja avanza. Zoja termina su libro preguntándose si podemos amarnos como
prójimos aún en esta época: “¿Se puede amar verdaderamente o sólo conocer a
quien a está lejos? ¿Y el sólo conocimiento me permite al menos ser justo?
Todavía no hay nada que lo demuestre” (p.137)
Y me ha dejado pensando, preguntándome
si en verdad los cambios aportados por la ciencia y la tecnología tienen este
costoso valor para la fraternidad humana. Más que nunca estamos intercomunicados,
interconectados, tenemos la información más insólita al pulso de unas teclas, podemos
llamarnos y mirarnos desde cualquier parte del mundo, podemos reunirnos por
video y ara tomar decisiones de todo tipo en tiempo real. Entonces,
en estas nuevas circunstancias ¿Qué formas de encuentro humano estamos
desarrollando? En estas formas de relación a las que vamos entrando sin pensar,
y a las que el ritmo de la vida nos adentra con la mínima resistencia ¿Cuál es
la manera de reconocer al otro, de qué maneras nos solidarizamos unos con otros,
cómo amamos al prójimo?, ¿Sucede o ya no?
No pude evitar pensar en Michel Maffesolí,
quien considera a esta época como un momento de transición entre lo moderno y
lo que viene –Posmodernidad le llama– y
que en ella todo está en proceso saturación, de transfiguración, en una experiencia
de cambiar en diversos órdenes, ante lo cual necesitamos estar atentos, porque
se está gestando una forma de socialidad organizadas por parámetros diferentes
a los que hoy nos regulan. Afirma que las
personas, quienes viven de otras formas la cohesión social, orientadas más por
una informalidad que responde a sus deseos, a sus compromisos momentáneos, a reglas
que se construyen al día, y sólo buscan satisfacer en lo individual o bajo el
efecto un acuerdo del momento, que sea eficaz, útil pero que responde al ritmo
de la vida que se existe. Esto es, se
practica un estar-juntos, que nace del desear compartir algo ya no por la
tradición, la regla o ley, sino porque quieren hacerlo, porque les interesa, lo
desean, y aunque son colectivos temporales tienen fuerza y suceden, por
ejemplo, ir a un partido de futbol, estar en un mitin de apoyo, asistir a una
fiesta, una reunión musical donde aflora ese placer de hacerlo porque se quiere. Hoy la gente vive un estar-juntos que nace de
un deseo, y dura lo que el deseo, mismo que nace, de algo profundo, escondido
en los subterráneos de la conciencia, por ejemplo, esto podría explicar cómo,
hoy día, por el avance de la técnica, una cantidad determinada de personas se
organiza por Whatsaap para ir a un centro comercial y asaltarlo, o están listas
al llamado de robar gasolina en un depósito clandestino, etc., son llamados a
la organización guiados por deseos profundos de la gente, quien a la primer
señal, deja todo y se dispone a ser parte de un colectivo emergente, que así
como se organiza, desaparece.
Definitivamente estos modos de
ser-estar-juntos posmodernos planteados por Maffesoli, perturban el concepto de
colectivo que mi generación tiene, quienes guiados por conceptos ordenantes
esperamos que todo suceda como “debe” suceder, por reglas claras, y desde ellas, seguimos
esperando que la familia funcione como antes, que las instituciones que
conocemos continúen haciendo su cometido, cuando en el mundo posmoderno, se
ordenan de otros modos.
Con la lectura, pienso que sí, estamos frente a seres humanos
formados en un tiempo-espacio social que nos lleva a constituirnos de formas subversivas,
que resisten el deber ser moral y social, y que buscan un nuevo ordenamiento,
aún no definido, que está en construcción y que dependerá mucho este equilibrio
entre razón y pasión. Dice Maffesolí que hoy somos guiados por el vientre, por
lo emocional y que se necesita arribar a una ética-estética, es decir, una
capacidad de autorregularnos unos entre otros, sin perder la chispa pasional,
siempre orientada por una socialidad.
Hasta aquí todo va bien, da
esperanza, pero, leyendo a otro autor, Trueba Lara, “Miedo Absoluto” me
enfrente a la decadencia de nuestras instituciones y la capacidad de formar una
ciudadanía con esta ética-estética y es ahí, donde vuelve la incertidumbre. Trueba
Lara plantea que estamos en medio de una generación cuya formación se nutre de
una “sabiduría de quincalla"; así llama a la paupérrima educación que cada
vez más ordena la mente de la infancia, de los jóvenes, una educación que
adormece el sentido ético, y que lleva a normalizar todo, donde priva el deseo
de competir y destronar al otro. Me hizo
pensar que estamos en medio de una generación que no puede leer los desafíos de
su tiempo, que no puede pensar en los nuevos problemas, y por tanto no tiene
estrategia para avanzar frente a los retos del tiempo actual; cada vez, esa
formación de quincalla, nos empobrece, impide reinventarnos, nos coloca en
estado de sobrevivencia, donde soy primero yo, y después el otro, el prójimo,
no importa. Y llegando a esta idea,
Luigi Zoja, tiene razón. La idea de
prójimo, agoniza.
Pero yo diría que no agoniza solo
por el avance de la técnica, por los cambios en nosotros que produce, sino
porque tal vez, no hemos sabido conservar ese amor al otro no importe que nuevo
invento se dé. Pienso, y esto me da
esperanza, que si aprendemos a usar el Internet, las redes sociales, las nuevas
plataformas de enseñanza, la nube, que se yo, todo eso que ahora no rodea, buscando
los modos de impregnarlos de la esencia humana, si somos capaces de “estar-ser”,
en todo lo que hagamos en estos nuevos contextos virtuales, el prójimo no se
nos pierde de vista, nos acompaña, lo acompañamos.
Somos las personas, nosotros
mismos, lo más complejo y retante de explorar, de conocer, se necesita hacer un trabajo de auto-encuentro, y autorregular nuestras emociones,
pensamientos, sentimientos como afirma Victoria Camps. ¿Podremos hacerlo? Es aquí cuando la educación
necesita revisar sus prioridades y evitar a toda costa, que se siga difundiendo esa “sabiduría
de quincalla”, esa formación-basura, que en nada ayuda.
Bueno, el libro de Zoja cumplió
su cometido, quedo inquieta, preocupada, cuestionada como educadora, preguntándome
sobre este gran problema irresuelto de la formación humana. Un terreno siempre
poroso, informe, magmático cuyo centro
de reflexión somos nosotros mismos.
A leerlo y a vivir sus propias
reflexiones... buen libro. Creo que seguiré con un tercer libro que tengo
de este autor: PARANOIA, ya les cuento.