Revisando el documento del Nuevo Modelo
Educativo para Educación Obligatoria, la página 75, llamó mi atención.
“Las habilidades socioemocionales son
comportamientos, actitudes y rasgos de la personalidad que contribuyen al
desarrollo de una persona. Con ellas pueden:
· Conocerse y comprenderse a sí mismos.
· Cultivar la atención.
· Tener sentido de autoeficacia y
confianza en las capacidades personales.
· Entender y regular sus emociones.
· Establecer y alcanzar metas positivas.
· Sentir y mostrar empatía hacia los
demás.
· Establecer y mantener relaciones
positivas.
· Establecer relaciones interpersonales
armónicas.
· Tomar decisiones responsables.
· Desarrollar sentido de comunidad.”
Y me quedé pensando en mis alumnos “niños
de seis años” y mis alumnos, ahora jóvenes de entre 20-22 años de UPN, (soy
maestra de chicos y de grandes), ¿Cómo moverse hacia esta finalidad educativa
cuando va ganando lugar, peso, y sentido social la personalidad
posmoderna? ¿Cómo moverse de la
subjetividad real a esa posible? Toda
finalidad es una puerta abierta al tiempo que no sabemos si lograremos hacer
realidad, pues en su concreción, vivirá el embate de las fuerzas vivas de su
propio tiempo-espacio.
Y qué difícil me parece tal intención,
cuando veo niños que van creciendo en entre dos fuerzas, por un lado, la que
proviene de padres, abuelos, y sociedad en general que le hace sentir como
seres únicos, quienes nacen hermosos, seductores y atrapados en su pureza, sin
darnos cuenta, le vamos dejando sentirse libres de hacer lo que quieran cuando
quiera y como deseen, sin atender ni reconocer las necesidades de los otros que
les rodean, se siente únicos y merecedores de todo, haciendo solo lo que les
gusta, lo que no cuesta esfuerzo disciplina. Y así crecen, saboreando el placer
y comodidad de vivir, sin reconocer lo
que eso cuesta a otros, lo ven como normal tener todo a su medida.
Es la emergencia del niño que no sabe
del valor del tiempo, de los limites, del cuidado del otro, va creciendo como
ese niño Rey nombrado por Lipovestky, un niño educado por una generación de padres
ocupados y algo débiles en la tarea de la crianza, quienes educan a sus hijos inmersos
en un mundo complejo, caótico, dotándolos de premios que compensa formas de
relación, pero donde se siembran ideas de que puede tener todo sin
esfuerzo. Mientras fue niño, se hizo,
pero crece y vive una cruda realidad que lo lleva ser una persona que no
esperábamos ni como padres ni como maestros, menos como sociedad.
Pero no todos los niño viven esta idea
de felicidad, otros, crecen en la soledad, abandonados, solo cuidados por
alguien, y sin tener casi nada, se van apropiando del mundo de acuerdo a lo que
ven, intuyen, respirando la ética tan movediza e incomprendida de la época
posmoderna...
Y los jóvenes, ya en ellos ya se nota lo
aprendido, y bien; se sostienen en un personalidad ya difícil de movilizar. Ellos, asisten a la escuela, ya a la
preparatoria, o la universidad, pero con poco apego a la actividad escolar, trasminan
un valor por la educación desentonado, débil, que les desorienta y les lleva a
caer en el desánimo, un desencanto donde todo vale igual, que les orienta a realizar
actividades mínimas, solo de sobrevivencia, dando lugar a aprendizajes insipientes
e insuficientes.
Cómo educadores vivimos el reto de entusiasmarlos,
apasionarlos en la aventura del pensamiento, del conocimiento, del auto-despliegue, y no saben de eso, al
contrario les gana la incredulidad, como docente enfrentamos la falta de
reconocimiento a nuestro esfuerzo, y en lugar de eso, aprenden a sobrevivir las
exigencias curriculares, en enfrentan
con aburrimiento, les cansa el tiempo lento de la escuela, y un sin deseo de
acelerarlo, porque si eso sucede, se auto-protegen aún más, no entienden ni
soportan verse en falta de habilidades, sentirse insuficientes cuando siempre
han vivido esa cultura escolar del mínimo esfuerzo que se ha normalizado. Hay
sus excepciones por supuesto.
Se van instalando en un conformismo, un
desencanto, de niño rey al que todo se le prometió, pronto aprendió que no
todos están dispuestos a darle lo que desea, y que a pesar de trabajar en ello,
no lo alcanza con facilidad, lo prometido no es cierto. El mundo exige y premia poco y ante esto, se
refugia en los sentidos del momento presente, va acercándose a esa personalidad
posmoderna reflexionada por Maffesoli[1] quien
que pone en relieve este detalle que puede echar por tierra nuestra mejor
intencionalidad pedagógica:
Nuestro autor, nos habla de la ruptura
de las instituciones que nos venían organizando, familia, escuela, estado, y
las personas, ahora un tanto libre de sus límites reguladores de otro tiempo,
nos lanzamos al goce reprimido, a experimentar más el placer que subordina al
razonamiento. Este placer, nos invita a
quedarnos en el tiempo presente, y evita pensar en lo incierto de los nuevos
cambios ante la caída de las instituciones modernas, a sentir la inseguridad,
el vacío y reto de hacernos cargo de nosotros mismos. Entonces se busca el aislamiento, u otras
formas de reunión que él llama tribus, que son organizaciones más dinámicas y
duran lo que la pasión del momento permite, reglas ligeras, soportables.
Así, la felicidad, ya no se encuentra
más en un mañana cargado de premios a nuestro esfuerzo presente, no, el futuro
ya no moviliza, no se cree en él, sino que ahora, nos afanamos en la fuerza y
sentimiento seguro que provee el “aquí y el ahora”.
La juventud va orientándose por nuevos
valores, por ejemplo el trabajo, ya no es aquél fin que garantiza la
existencia, no, ahora puede ser el trabajo del momento para pagarme algún
placer, algún ocio, esa idea de reunión, de sentir que se vive con los otros
como regla de vida, no, ahora, se desea vivir intensamente una experiencia, vivir
una energía vital que haga sentir que se existe... en fin, Maffesoli explica
esto en varios libros, lo que quiero resaltar aquí, no es que estamos ante una
generación sin futuro, no, siempre necesitamos reconocer nuestro potencial,
construimos la realidad, aunque no le apostemos ahora al futuro, vivir el
presente, crea futuro.
El asunto es comprender que esta nueva
generación es vital, tiene una energía poderosa, que se está quedando contenida
en situaciones que no estamos comprendiendo, y como generación adulta nos urge
reconocer para ayudarles a situarse en la nueva construcción de valores a los
que sin darse cuenta, ya están dando lugar, y estos, marchen, lo más saludables
hacia la consolidación de una nueva socialidad como afirma Michel Maffesoli.
Y ¿por qué todo esto? Me ubico, los
sentidos formativos de la p.75... me pregunto si los lograremos cuando no
tenemos espacios ni momentos para reflexionar la real realidad que vive nuestra
infancia y juventud y la orienta a ser quienes son en las aulas, unos niños y
jóvenes muy complejos, a quienes necesitamos ayudarles a crecer, a escuchar,
auto-cuidarse, cuidar al otro, sentirse un ser humano fuerte, solidario, atento
al mundo que le tocó vivir.
¿Lo lograremos si somos ciegos a esta
verdad de la emergencia del sujeto posmoderno? ¿Si no conocemos las nuevas
identidades posmodernas sabremos como generación adulto (padres, maestros,
sociedad), ayudarles a situarse y autoconstruirse como ellos mismos necesitan?
Sin caer en desánimo, pienso que estamos
ante una tarea pedagógica muy compleja, donde para iniciar necesitamos asumir
que estamos ante niños, adolescentes, jóvenes que ya no corresponden a nuestras
viejas ideas sobre ellos, son otros.
Necesitamos hacer un alto y sentarnos a
revisar los fines formativos de la nueva propuesta curricular y confrontarlos
con la realidad, para entonces, colocar al sujeto real que necesitamos educar, saber
a quienes tenemos ahí, frente a nosotros, para sentirnos invitados a construir
esas estrategias pedagógicas que ahora ellos necesitan con urgencia.
Necesitamos hacer realidad ese decir con
el que se promueve este cambio curricular: ¡Primero los Niños¡ que no puede ser solo un slogan publicitario, hay tanto qué hacer para atenderlos con
pertinencia, amor, sentido social, pues ellos son nuestra apuesta a un futuro
menos dañado al que ya se les hereda.
Por ello, hay mucho trabajo por realizar
en materia de formación de maestros, necesitamos trabajar con las nuevas generaciones
de padres, en la creación de un ambiente paideico que atienda el nacimiento de
la Personalidad Posmoderna que si bien ya no podemos frenar, si podemos ayudar
a construir esa “ética estética” a la que nos invita Michel Maffesoli, a ayudar
a erguir a esta nueva generación ante el hontanar del tiempo que se les abre,
incierto, inhóspito, donde aprenderán a erguirse desde una razón-sintiente como
nos ha invitado Hugo Zemelman Merino, es
decir, formar a seres humanos que se asombran, y sienten las tareas que se les
pone en frente como retos, como desafíos que se viven con pasión, influyendo conscientes
en el sentido de la historia por nacer.
¡Primero los niños¡ nos exige vivir
nuestro rol social y profesional, como sujetos.
[1] Ideas algo apretadas, que
necesitan consultarse en su obra, como: El tiempo de las tribus, El instante
Eterno, El Nomadismo, El ritmo de la
vida, La transfiguración de lo político y otros más recientes que aún no se
traducen. Estamos ante un autor pensando
nuestro tiempo presente, quien nos revela grandes problemas que necesitamos
conocer y vivir como educadores.