sábado, 18 de marzo de 2017

¿Primero los niños?

Revisando el documento del Nuevo Modelo Educativo para Educación Obligatoria, la página 75, llamó mi atención.

“Las habilidades socioemocionales son comportamientos, actitudes y rasgos de la personalidad que contribuyen al desarrollo de una persona. Con ellas pueden:
· Conocerse y comprenderse a sí mismos.
· Cultivar la atención.
· Tener sentido de autoeficacia y confianza en las capacidades personales.
· Entender y regular sus emociones.
· Establecer y alcanzar metas positivas.
· Sentir y mostrar empatía hacia los demás.
· Establecer y mantener relaciones positivas.
· Establecer relaciones interpersonales armónicas.
· Tomar decisiones responsables.
· Desarrollar sentido de comunidad.”

Y me quedé pensando en mis alumnos “niños de seis años” y mis alumnos, ahora jóvenes de entre 20-22 años de UPN, (soy maestra de chicos y de grandes), ¿Cómo moverse hacia esta finalidad educativa cuando va ganando lugar, peso, y sentido social la personalidad posmoderna?  ¿Cómo moverse de la subjetividad real a esa posible?  Toda finalidad es una puerta abierta al tiempo que no sabemos si lograremos hacer realidad, pues en su concreción, vivirá el embate de las fuerzas vivas de su propio tiempo-espacio. 

Y qué difícil me parece tal intención, cuando veo niños que van creciendo en entre dos fuerzas, por un lado, la que proviene de padres, abuelos, y sociedad en general que le hace sentir como seres únicos, quienes nacen hermosos, seductores y atrapados en su pureza, sin darnos cuenta, le vamos dejando sentirse libres de hacer lo que quieran cuando quiera y como deseen, sin atender ni reconocer las necesidades de los otros que les rodean, se siente únicos y merecedores de todo, haciendo solo lo que les gusta, lo que no cuesta esfuerzo disciplina. Y así crecen, saboreando el placer y comodidad de vivir,  sin reconocer lo que eso cuesta a otros, lo ven como normal tener todo a su medida.

Es la emergencia del niño que no sabe del valor del tiempo, de los limites, del cuidado del otro, va creciendo como ese niño Rey nombrado por Lipovestky, un niño educado por una generación de padres ocupados y algo débiles en la tarea de la crianza, quienes educan a sus hijos inmersos en un mundo complejo, caótico, dotándolos de premios que compensa formas de relación, pero donde se siembran ideas de que puede tener todo sin esfuerzo.  Mientras fue niño, se hizo, pero crece y vive una cruda realidad que lo lleva ser una persona que no esperábamos ni como padres ni como maestros, menos como sociedad.

Pero no todos los niño viven esta idea de felicidad, otros, crecen en la soledad, abandonados, solo cuidados por alguien, y sin tener casi nada, se van apropiando del mundo de acuerdo a lo que ven, intuyen, respirando la ética tan movediza e incomprendida de la época posmoderna...

Y los jóvenes, ya en ellos ya se nota lo aprendido, y bien; se sostienen en un personalidad ya difícil de movilizar.  Ellos, asisten a la escuela, ya a la preparatoria, o la universidad, pero con poco apego a la actividad escolar, trasminan un valor por la educación desentonado, débil, que les desorienta y les lleva a caer en el desánimo, un desencanto donde todo vale igual, que les orienta a realizar actividades mínimas, solo de sobrevivencia, dando lugar a aprendizajes insipientes e insuficientes. 

Cómo educadores vivimos el reto de entusiasmarlos, apasionarlos en la aventura del pensamiento, del conocimiento, del  auto-despliegue, y no saben de eso, al contrario les gana la incredulidad, como docente enfrentamos la falta de reconocimiento a nuestro esfuerzo, y en lugar de eso, aprenden a sobrevivir las  exigencias curriculares, en enfrentan con aburrimiento, les cansa el tiempo lento de la escuela, y un sin deseo de acelerarlo, porque si eso sucede, se auto-protegen aún más, no entienden ni soportan verse en falta de habilidades, sentirse insuficientes cuando siempre han vivido esa cultura escolar del mínimo esfuerzo que se ha normalizado. Hay sus excepciones por supuesto.

Se van instalando en un conformismo, un desencanto, de niño rey al que todo se le prometió, pronto aprendió que no todos están dispuestos a darle lo que desea, y que a pesar de trabajar en ello, no lo alcanza con facilidad, lo prometido no es cierto.  El mundo exige y premia poco y ante esto, se refugia en los sentidos del momento presente, va acercándose a esa personalidad posmoderna reflexionada por Maffesoli[1] quien que pone en relieve este detalle que puede echar por tierra nuestra mejor intencionalidad pedagógica:

Nuestro autor, nos habla de la ruptura de las instituciones que nos venían organizando, familia, escuela, estado, y las personas, ahora un tanto libre de sus límites reguladores de otro tiempo, nos lanzamos al goce reprimido, a experimentar más el placer que subordina al razonamiento.  Este placer, nos invita a quedarnos en el tiempo presente, y evita pensar en lo incierto de los nuevos cambios ante la caída de las instituciones modernas, a sentir la inseguridad, el vacío y reto de hacernos cargo de nosotros mismos.  Entonces se busca el aislamiento, u otras formas de reunión que él llama tribus, que son organizaciones más dinámicas y duran lo que la pasión del momento permite, reglas ligeras, soportables.

Así, la felicidad, ya no se encuentra más en un mañana cargado de premios a nuestro esfuerzo presente, no, el futuro ya no moviliza, no se cree en él, sino que ahora, nos afanamos en la fuerza y sentimiento seguro que provee el “aquí y el ahora”. 

La juventud va orientándose por nuevos valores, por ejemplo el trabajo, ya no es aquél fin que garantiza la existencia, no, ahora puede ser el trabajo del momento para pagarme algún placer, algún ocio, esa idea de reunión, de sentir que se vive con los otros como regla de vida, no, ahora, se desea vivir intensamente una experiencia, vivir una energía vital que haga sentir que se existe... en fin, Maffesoli explica esto en varios libros, lo que quiero resaltar aquí, no es que estamos ante una generación sin futuro, no, siempre necesitamos reconocer nuestro potencial, construimos la realidad, aunque no le apostemos ahora al futuro, vivir el presente, crea futuro.

El asunto es comprender que esta nueva generación es vital, tiene una energía poderosa, que se está quedando contenida en situaciones que no estamos comprendiendo, y como generación adulta nos urge reconocer para ayudarles a situarse en la nueva construcción de valores a los que sin darse cuenta, ya están dando lugar, y estos, marchen, lo más saludables hacia la consolidación de una nueva socialidad como afirma Michel Maffesoli.

Y ¿por qué todo esto? Me ubico, los sentidos formativos de la p.75... me pregunto si los lograremos cuando no tenemos espacios ni momentos para reflexionar la real realidad que vive nuestra infancia y juventud y la orienta a ser quienes son en las aulas, unos niños y jóvenes muy complejos, a quienes necesitamos ayudarles a crecer, a escuchar, auto-cuidarse, cuidar al otro, sentirse un ser humano fuerte, solidario, atento al mundo que le tocó vivir.

¿Lo lograremos si somos ciegos a esta verdad de la emergencia del sujeto posmoderno? ¿Si no conocemos las nuevas identidades posmodernas sabremos como generación adulto (padres, maestros, sociedad), ayudarles a situarse y autoconstruirse como ellos mismos necesitan?

Sin caer en desánimo, pienso que estamos ante una tarea pedagógica muy compleja, donde para iniciar necesitamos asumir que estamos ante niños, adolescentes, jóvenes que ya no corresponden a nuestras viejas ideas sobre ellos, son otros. 

Necesitamos hacer un alto y sentarnos a revisar los fines formativos de la nueva propuesta curricular y confrontarlos con la realidad, para entonces, colocar al sujeto real que necesitamos educar, saber a quienes tenemos ahí, frente a nosotros, para sentirnos invitados a construir esas estrategias pedagógicas que ahora ellos necesitan con urgencia.    
Necesitamos hacer realidad ese decir con el que se promueve este cambio curricular: ¡Primero los Niños¡  que no puede ser solo un slogan publicitario, hay tanto qué hacer para atenderlos con pertinencia, amor, sentido social, pues ellos son nuestra apuesta a un futuro menos dañado al que ya se les hereda.

Por ello, hay mucho trabajo por realizar en materia de formación de maestros, necesitamos trabajar con las nuevas generaciones de padres, en la creación de un ambiente paideico que atienda el nacimiento de la Personalidad Posmoderna que si bien ya no podemos frenar, si podemos ayudar a construir esa “ética estética” a la que nos invita Michel Maffesoli, a ayudar a erguir a esta nueva generación ante el hontanar del tiempo que se les abre, incierto, inhóspito, donde aprenderán a erguirse desde una razón-sintiente como nos ha invitado Hugo Zemelman Merino,  es decir, formar a seres humanos que se asombran, y sienten las tareas que se les pone en frente como retos, como desafíos que se viven con pasión, influyendo conscientes en el sentido de la historia por nacer.

¡Primero los niños¡ nos exige vivir nuestro rol social y profesional, como sujetos.









[1] Ideas algo apretadas, que necesitan consultarse en su obra, como: El tiempo de las tribus, El instante Eterno, El Nomadismo,  El ritmo de la vida, La transfiguración de lo político y otros más recientes que aún no se traducen.  Estamos ante un autor pensando nuestro tiempo presente, quien nos revela grandes problemas que necesitamos conocer y vivir como educadores.

2 comentarios:

  1. Es fundamental que todos los docentes realicemos este análisis. Estamos frente a una generación en transición y compleja.

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  2. Recibir un comentario es para mi muy valioso... hay tanto que decirnos entre los maestros, romper el silencio y construir un decir conjunto, aunque siga en secreto, será mejor a vivir tanta complejidad aislados, abandonados del mundo. Un saludo afectuoso.

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