domingo, 14 de mayo de 2017

Sin sentido, extravío, descolocación de la infancia en la construcción de la historia social.



Este vídeo me lo mando una amiga, que le agradezco, pues la música me encanta, en contra parte a las escenas, es motivadora y desata un estado apacible con “uno mismo”, es de mis preferidas, pero las escenas revelan un drama vivo de los tiempos actuales y me despabila haciéndome pensar en las escenas finales y preguntarme: ¿Se nos están “muriendo” nuestros infantes?

Ellos, nuestros niños,  están rodeados de nosotros al momento de nacer (quien quiera que sea, siempre un adulto atiende su desvalida presencia en tales momentos), y ahí estamos, y mientras  son pequeños y hermosos, todo nos  maravilla de su crecimientos, hasta la más perversa grosería y travesura, nos parece graciosa, y así, los gozamos, y los premiamos de múltiples formas y los hacemos sentir un "rey", un ser poderoso, exitoso, (pero el mundo es adverso, y no se encuentra dispuesto sólo para él: Lipovetsky),  (bueno, no todos, pero sucede) y así, los alentamos sin mediar con límites ni disciplinas, todo mientras no nos den tanto trabajo, y creciendo aún a nuestra voluntad, le podemos pedir con dulzura “siéntate aquí”, “ponte esta ropa”, “come esto” etc., etc.,  pero empieza a soltarse, a crecer, a caminar, a correr para tomarnos la palabra y vivir por cuenta propia siguiendo sus impulsos aún desconocidos para sí mismo,  y sin saber cómo gobernarlos, se nos salen de control, pues ahora sigue los  dictados de su propia volontad, deseos,  donde el bien y el mal, los límites, la disciplina, el respeto al otro, aún no son conceptos muy claros para él, y con esas faltas de colocación en la vida social, se lanza a la vida incierta, llena de sorpresas; avanza y observa, y con lo que ve, sus estructuras valóricas se cimbran, se reajustan y ahí, nosotros sentimos que desfallecemos, que no podemos hacer mucho en esa difícil tarea educarlo, pues deja de escucharnos, de mirarnos, se aleja,  y  viene la pregunta ¿Quién estaba cuando era necesario para acompañarlo y orientarlo en la conformación de su sentido? ¿Quién estaba para ayudarlo a gobernar sus emociones, sus pasiones, guiados por deseos más límbicos que racionales? Todos nos fuimos ocupando en otras cosas, hasta que él mismo niño nos hace sentir la incapacidad de enfrentar con fortaleza, disciplina, con un amor que se conduele pero no desiste la compleja y necesaria tarea de formarlo, de ayudarle a crecer y entender los desafíos existenciales de su propio tiempo, y ahí va, solo, nos necesita, no sabe cómo, y nosotros, le vamos diciendo de múltiples formas, que no estamos a la altura de la tarea, llenándolo de desencanto, desesperanza...

Porque construir sentido, esperanza, el reto de la tarea, el respeto a los otros, el desafío de ser sí mismo en la más mínima acción que se realice, no se aprende solo, se vive, se ve, se respira de los otros, y se intuye eso es ser “uno mismo” en medio de los otros, quienes desde sus actos nos invitan a intentar una vida ética,  entonces, si está en medio de personas seguras, responsables, atentas al desafío y complejidad de educarlo, podrá construirse el sentido de vivir, de luchar, de crecer con responsabilidad para moverse hacia un  futuro que poco se nos revela, que si bien tiene promesas, éstas, se caen a pedazos y aun así, hay que insistir...  Lo que pasa, necesita preocuparnos, urge hacernos preguntas, tales como ¿qué aprenderán nuestros niños esto en medio de una atmósfera donde los adultos se extravían, tienen pensamientos simplistas y débiles? ¿Qué será de nuestra infancia cuando con simpleza se asume que será adultos y ya?

SÍ, lo serán, pero sobreviviendo un despeñadero del sentidos sociales, en el desahucio del amor al prójimo, en la pérdida de la responsabilidad, del desamor a la vida, en el entierro de sí mismo, en un tiempo presente, un tiempo que se quiere sentir infinito y ahí, extraviado en el placer, quedarse sin crecer, anhelando ser ese Peter Pan de los cuentos (Maffesoli), No crecer, no saber de lo pasa porque asusta, deprime, por tanto, es mejor, perderse en la banalidad del instante eterno.  Pero, el tiempo es el tiempo, y éste, no se detiene, otros futuros llegarán y nos asaltarán, producto de nuestro propio descuido; ¿cuáles y cómo serán?  

Diseñar los nuevo rumbos sociales son ineludiblemente la responsabilidad social de toda infancia que ocupará en su momento el lugar de los adultos, y me pregunto si la nuestra va siendo informada de tal tarea... ¿Tenemos la generación de adultos que los rodeamos hoy, la capacidad de hacerlo?

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