martes, 30 de mayo de 2023

"Decir el mal. La destrucción del nosotros" Ana Carrasco-Conde.

 

Ana Carrasco-Conde. Decir el mal. La destrucción del nosotros. Galaxia Gutenberg, Barcelona. Formato digital, 2021.

 La autora inicia así: “Este no es un libro amable, aunque he tratado de escribirlo con amabilidad para quien lo lea y para mí misma. Es un intento de pensar el mal sin caer en el tópico de lo indecible, de lo ilimitado y de lo inimaginable. Porque lo cierto es que el mal puede decirse, concebirse, imaginarse, definirse, localizarse e identificarse.”

Y lo confirmo, leer este libro no ha sido fácil, no porque sea compleja su escritura, ya que la autora ha tenido sumo cuidado en sus palabras para plantear este asunto de “decir el mal”.  La escritura es pulcra, cuidadosa, preocupada por compartir ideas que necesitamos visibilizar y sobre todo, sentir e implicarse; si bien sus argumentos filosóficos son varios y profundos, éstos no impiden quedarse ahí, abrevando de la calidez de su lenguaje y adentrarnos por este problema tan viejo como la humanidad misma, pue el mal tiene que ver con todo aquello que nos va restando eso mismo.  El mal destruye el nosotros.

He olvidado cómo llegué a este libro, pero desde que supe de su existencia, me hice de él y hoy me siento partícipe de la preocupación de la autora por escribir y difundir esta reflexión sobre eso que vivimos y normalizamos en la vida cotidiana y que desconocemos hasta que un día, como olla de presión, explota y da pie a heridas, daños, injusticias,  odios, delirios de poder, insensibilidad que puede llevar masacres, limpiezas étnicas, xenofobias, etc.,  y sólo, ante esos desastres emerge la pregunta ¿por qué pasó esto?

La autora, después de reflexionar varias posturas filosóficas sobre el mal, acuña ideas que hacen pensar y preocuparnos, pues nos alerta sobre la necesidad de aprender a mirar la forma en que nos relacionamos con las personas que nos dieron la vida, con las que crecimos, con quienes hemos hecho amistad, con quienes tenemos tratos cercanos y no tanto, con quienes tenemos una mala relación, a quienes despreciamos y odiamos, pues ahí, coexisten lo que denomina “mal ordinario”, eso que tiene que ver con los modos de relacionarnos con los demás, y que ellos, tienen hacia nosotros que nos afectan, padecemos, y de a poco, son la simiente de  formas de relación imposibles que rompen nuestros lazos y nos orillan a actos conscientes e inconsciente de maldad. El mal está entre nosotros y necesitamos reflexionarlos para aprender a cuidar nuestro trato mutuo, y así, ser mejores personas.

Ana Carrasco-Conde no habla víctimas y victimarios, de culpables e inocentes, sino de dolor, sufrimiento por el daño causado por actos humanos de exterminio, sometimiento, injusticias, aniquilación, atropellos que se documentan por todas partes, hoy tan difundido por las redes sociales y a los que cada día nos vamos acostumbrando más y más.  A ella, no le interesa encontrar culpables, sino responder esa pregunta que nos asalta cuando estamos en medio de sucesos donde unos lastimamos a otros de modos para los que a veces no hay palabras: ¿Cómo se llegó a tal crueldad?

Para moverse por esta pregunta, va analizando diferentes conceptos sobre el mal aportados por la filosofía desde el mundo griego hasta el siglo XX, y termina diciendo, que si bien los conceptos dicen algo sobre el mal, siempre se quedan cortos frente al horror que seres humanos somos capaces de causar a otros; dice que los conceptos se quedan dentro del mismo cuerpo teórico que los gesta, y por tanto, son como una caja, ahí dentro, explican todo su interior, pero no lo que está fuera,  y eso que no se puede explicar, se ve como una anomalía (si seguimos a Kuhn), queda “fuera de la caja”, se excluye.  Ahora bien, si partimos de que la realidad es magmática, caótica, múltiple, ninguna “caja teórica” puede contenerla, por tanto, al mal hay que leerlo, comprenderlo con esos conceptos que tenemos hasta hoy, asomándose hacia fuera de la caja, y así comprender con esas versiones, la crudeza del mal del que somos capaces los humanos de infringir, pues como dice ella, aún no hemos visto a un animal construir “máquinas para matar” a sus presas. Parece que el mal, es cosa de humanos.

Con esta cautela teórica, revisa ideas de Platón, Aristóteles, Kant, Schelling, Bataille, Spinoza, Heidegger, Hannah Arendt y muchos otros más.  Con tales versiones sobre el mal, va analizando casos reales, como la masacre de Ruanda entre los Tutsi y los Hutus, escenas del exterminio judío por los nazis, las guerras de Camboya, asesinatos de mujeres, de niños, etc., y nos dice que esos conceptos parecen exculpar al sistema que los explica, dejando la carga de culpa al ser humano, a quien, desde diversas explicaciones se le postula como un ser frágil , impuro, inconforme, egoísta, atrapado en sus pasiones, en sus pulsiones y delirios, y ahí, en tal forma de ser,  decide hacer el mal de maneras infinitas.  Nos dice, que hemos llegado un pesimismo antropológico, que nos pensamos como seres malvados por naturaleza y por tanto, necesitamos una cura tal vez, o expiar nuestras acciones si creemos en un Ser Superior que nos ayude a cambiar.

Ana Carrasco, se ayuda con esas ideas largamente investigadas, y filosofa con ellas para “mirar fuera de la caja”.  Por ejemplo, aludiendo a Hannah Arendt, la filósofa de la natalidad, nos hace ver algo importante, dice que nacemos ya entrados en vida, es decir, al nacer ya somos parte de una comunidad que nos acoge o nos desprecia, y en ese espacio crecemos siendo amados o rechazados, fortalecidos o aniquilados.  Nacemos y crecemos en medio de otras personas, quienes nos aportan su cultura, su lenguaje, su cosmovisión, sus pasiones y hasta desencantos, y con todos ellos se da lo que denomina “intra-intersubjetividad”, esto es, ellos, ellas, elles, y todo ser viviente, se vuelven parte de nosotros y nosotros parte de ellos, quedamos interconectados por los modos de relación que se privilegien. 

Eso del individualismo que hoy tanto se fomenta e induce a creer que cada uno puede hacer con su vida lo que le apetece, se irrumpe, pues al pensar que vivimos entre otros, que nos constituimos mutuamente en la convivencia y podemos creer en el verso de Octavio Paz, “los otros que nosotros somos”, para reconocer límites por la misma convivencia,  tan importante para Hannah Arendt que la lleva a plantear que nacemos con una vida comenzada porque la vida de los otros entra en nosotros y nosotros, entramos en sus vidas, quedando interconectados, íntimamente relacionados en grados diversos. Ahora bien, si en esta vida juntos inevitable, crecemos y nos educamos cuidando con empeño, esfuerzo y calidez nuestros tratos mutuos, evitaremos infringirnos daño y por consecuencia, viviremos en el permanente esfuerzo de ser mejores personas.

Lo anterior, se lee bonito, lo sé, pero definitivamente no es fácil. Ella dice: “Nacemos orientados hacia una forma de estar, de vernos y de ver el mundo. Nacer no es comenzar a vivir: nacer es vivir relacionadamente. Lo que llamamos bien y mal brotan de esa relación. La teoría del apego sostiene que, precisamente en este ya estar comenzados, se instituye un modo de interacción que tiene lugar en un contexto social y que acaba convirtiéndose en una estructura interna de funcionamiento y visión del mundo en base a un sistema representacional.” Tales ideas me hacen pensar en la real-realidad, en el mundo, en nuestros contextos, en este aquí-ahora que nos ha tocado vivir, en la intemperie como dice Melich.

En la real-realidad hay que vivir, y muchas veces se sobrevive, y en tal estado, nuestra humanidad va quedando en pocos trapos, las necesidades básicas nos atosigan para vivir a tropel sin tiempo de reflexionar nuestra relación con los demás y entonces, nos olvidamos de esos buenos tratos mutuos para cuidar el buen desenlace de nuestra intra-intersubjetividad y en ese momento, empiezan a suceder cosas que se mueven y retuercen en nuestra subjetividad, y pueden llevarnos a infinitos sufrimientos.

El mundo que nos rodea, nuestros contextos, favorecen o no esa “buena-convivencia”, y se gestan ahí, modos de relacionarnos que se van poniendo en actos cotidianos, y sin percatarnos, terminamos acostumbrados a un mal-trato colectivo normalizado, bien visto, y decimos, “no es para tanto”.  Así, “el mal” va tomando presencia, pero no lo vemos, cobra forma y expresión en resentimientos, odios, perversiones, que se mueven y retuercen dentro de nosotros y pueden generar al tiempo, daños, dolor, tristezas, que estrujan la vida de todos los implicados.  El mal se va incubando en y con nosotros, se va normalizando; no lo vemos; va con nosotros de manera siniestra, y por tanto, estamos en peligro. De ahí la urgencia de mirar y aprender a “decir el mal”, de reeducarnos para evitarlo.  Nuestra autora le apuesta a nuestra humanidad, los seres humanos tenemos esperanza.

Por tanto, se nos invita a reflexionar nuestras formas de convivencia, ahí donde el mal nos es consustancial, ahí donde arraiga mediante patrones que necesitamos reconocer para modificarlos y para ello, vuelve a interpelar a Hannah Arendt rescatando su concepto de “solitud”, con el que explica nuestra cualidad de hablar con nosotros mismos, de detenernos a revisar, a reflexionar qué estamos haciendo, sus implicaciones, captar los efectos consecuencias de nuestros actos.  Arendt dice que la solicitud, nos hace personas, nos ayuda a responsabilizarnos, a sensibilizarnos para decidir cómo actuar.

Si “platicamos con nosotros mismos” (solitud), podemos reconocer nuestros modos de relacionarnos y mantener esta preocupación de no infringir un daño a los otros con nuestro hacer, nos cuidaremos de no practicar el mal normalizado, de atender a tiempo nuestras formas de convivencia y alejarnos de los horrores que somos capaces de causarnos.  Si cambia nuestro modo de sentir y pensar a los otros, el mal desaparece.

 Nuestra autora, piensa al mal como el producto de una dinámica relacional. Por ello, es necesario reconocer las figuras perversas del mal que somos capaces de entretejer en nuestro modo de estar con los demás, hasta ser capaces del horror más extremo cuyo daño destrenza a las personas arrancándolas de una vida digna y las somete al daño más vil y humillante.  Ella nos plante 9 formas en que el mal se puede visibilizar (las copio textuales)

“(1) …la deshumanización de la víctima, por la cual ésta se entiende como una cosa o un animal no humano;

(2) …la víctima como un ser humano y pervive un sentimiento de culpa, remordimiento o conciencia del daño, pero se trata de obtener un beneficio o evadir el mal en propia carne. La víctima sería un efecto colateral para sobrevivir, ascender posiciones o alcanzar una ganancia a costa de los demás;

(3) …se hace el mal o se permite para obtener un beneficio y, aunque se sabe que quien padece el daño es un ser humano, no hay sentimiento de culpa. No hay un empleo del poder sobre otro como fin en sí mismo;

(4) …el mal narcisista, el perpetrador hace el mal con el propósito de ser el centro de atención o por considerarse, egocéntricamente, el centro de la vida de los demás, de modo que los utiliza como medios y, como efecto colateral, les causa un daño del que no es consciente o no le importa. Los demás son actores de reparto de la propia vida. El perpetrador experimenta dolor o placer hacia sí mismo y las reacciones que genera, pero carece de empatía con respecto a los demás;

(5) … el otro sería reconocido como enemigo al que se odia y se quiere erradicar;

(6) la sexta figura, relacionada con un reconocimiento diabólico, introduce el elemento del goce. Quien hace el mal puede seguir una orden, una ley u ostentar una posición de poder y utilizarlas como excusa, porque generar daño o perjuicio provoca un disfrute por parte del perpetrador, que sabe y siente que la víctima sufre, y este sufrimiento es el motivo por el cual experimenta placer. Cuanto más someta a su víctima, cuanto más consciente sea de dónde y cómo hacer daño, más disfruta ejerciendo su poder.

(7) …la ebriedad del poder en sí mismo, el perpetrador está desconectado de la víctima: lo que importa es el ejercicio de poder sobre el otro y el refuerzo del orden del que forma parte el victimario. Disfruta del «poder hacer», pero no tanto del dolor de la víctima en sí misma;

(8) en la octava figura, la del estoicismo sadiano, desaparecen culpa o goce. El perpetrador hace el mal automáticamente, con apatía: ni quisiera hay placer o goce porque no siente nada, ni hacia la víctima ni hacia sí mismo. Lo que cuenta, como en el caso de los jemeres rojos, es cumplir un plan o ejecutar un sistema independientemente del coste (ajeno y propio). Es el mal más eficiente y más frío y el asociado a los grandes totalitarismos;

(9) …el mal se hace y el daño se contempla o se permite con indiferencia. Se reproduce, incluso con automatismo. Puede que ni siquiera se obtenga beneficio alguno. Todas estas formas de reconocimiento pueden combinarse y darse simultáneamente en los acontecimientos históricos o en los actos dañinos de la vida cotidiana.” (p. 247).

Cada una estas figuras las analiza a partir de los conceptos que recupera en su investigación a lo largo del libro.  Desde el comienzo, hasta el final, su intención es decirnos que el mal no es algo ajeno a nosotros, sino que nos es consustancial, que los seres humanos somos capaces de hacer las más indecibles, vergonzosas, indescriptibles canalladas, y que, en ellas, todos estamos implicados. 

Pero también defiende nuestra humanidad, sostiene que podemos ser capaces de hacerlas por ignorancia, por la herencia de una mala educación que valore a los demás, por miles de razones, pero, como humanos, también somos capaces de evitarlas haciéndonos cargo de nuestra forma de convivir, asumiéndonos como personas al detenernos para pensar, analizar, sopesar nuestros pensamientos, emociones y acciones al tratar con el respeto que siento merezco, a los demás.

Y termino preguntándome ¿Para qué educamos? ¿tener una formación culta evita el mal cotidiano? ¿la educación sensibiliza? Con este libro me ha quedado claro que podemos tener una educación muy culta pero insensible (los asesinos de judíos escuchaban música clásica, leían a Kant), y que necesitamos una educación donde todo lo que se aprende, se conecte a nuestro modo de coexistir y privilegiar que nuestro conocimiento nos permita cuidar mejor nuestro trato hacia a los demás, si lo hacemos, la educación habrá ganado algunas batallas en la erradicación del mal.