Hugo Zemelman Merino (1931-2013) |
Su escritura, asemeja a esos versos que uno lee y relee,
siempre teniendo una comprensión distinta; se trata de ideas que, leídas en
diferente momento y circunstancia, suscitan pensares y sentires diferentes, nunca
son los mismos pensamientos estimulados al contacto de sus palabras. Zemelman necesita a un lector que no quiera
definirlo, atraparlo en resúmenes al tratarse de una escritura que no puntualiza,
sólo ofreciendo problemas sobre nuestra forma de pensar, que son explorados en varios
niveles, por ello, se necesita a un lector que se atreva a explorar ideas que
no ven la otra orilla, sino que hunden en la profundidad de lo que necesita ser
pensando.
Cuando su escritura encuentra a un lector, éste descubre que
en esas palabras existen un "algo" que es de su incumbencia, que tiene que ver con él, y surge el deseo de conocer qué es, deseo que lo lleva a la
experiencia de leer y releer, de volver a esas páginas en cuya lectura ha sentido
que puede vivir una experiencia de libertad; ahí, se sabe capaz de pensar, que
hay más de lo habitualmente reconocido, que puede avanzar sobre lo que ignora, y
ese deseo le lleva al límite, a un umbral que sospecha tiene lo que busca, para seguir en esa exploración que provoca un movimiento personal que reta, desafía. Lo que se descubre y nos compete, se torna en un ir y venir, en actos de conocimiento, que ensancha, enriquece a la persona.
Y de esto último es lo que he querido hablar este día, del papel
que juega en nuestro auto rescate como sujetos, el acto de conocer, asunto que aborda
en su libro: Horizontes de la Razón de III, un libro plagado de ideas-madre,
todas articuladas en el abordaje de este asunto tan complejo. En este
libro del 2011, le penúltimo que escribió, vamos a encontrar una argumentación vasta,
densa, profunda, sobre la necesidad de “pensar el conocimiento”, de problematizar
su papel en nuestras vidas, otorgándole un valor existencial para superar una
visión meramente cognitiva y adaptativa.
Zemelman le apuesta a un acto de conocer que provoque una mirada capaz
de “iluminar los horizontes de realidad”, es decir, un conocer que, si bien
ayuda a moverse con soltura en lo conocido, vaya más allá, que permita avanzar
sobre lo ignorado; que lo que se conozca,
no se cierre, sino que deje ver indicios, señales, y que ese camino recorrido,
sea la entrada a otros, apenas por explorar, y todo esto, lo hace un sujeto que
desea conocer, que sabe que al hacerlo, que siente que expande
su subjetividad.
Así, a lo largo y ancho de sus páginas, reflexiona cómo en
el acto de conocer no siempre nos permite explorar lo desconocido, como buen
Bachelardiano, Zemelman reconoce nuestras resistencias, nuestras preferencias a
quedarnos en lo conocido, en el lugar seguro, pero al ser detenidos en ese
saber que explica y sutura, se impone una versión de verdad, que apaga otras
preguntas mediante su instrumentalización, su uso para resolver lo emergente,
pero sin ir más allá. A lo largo de la
obra, nos lleva a pensar en los retos formativos que enfrentamos para vivir
actos de conocimiento que no nos impidan avanzar, de ahí que la obra tenga esta
fuerte dimensión paideica.
El reto formativo que enfrentamos, por tanto, será conocer
de manera epistémica, un conocer que atienda la dimensión producente de
realidad, que exige pensar reconociendo movimientos, dimensiones espaciales,
temporales, la articulación de los fenómenos, etc., etc., nos habla del valor
de una racionalidad crítica, donde crítica se entiende como el reconocimiento
de lo potencial en lo dado que estamos conociendo. Una racionalidad cuyo pensar se resista a cerrarse
en una verdad mediante el uso de conceptos abiertos, siempre enriqueciéndose
con lo producente de la realidad.
Nos habla de la urgencia de problematizar la información que
sólo describe, explica, resuelve temporalmente, cuando lo que se necesita es una información que se torne un conocimiento-pensado y sentido por un sujeto que se sabe parte el
mundo, quien pregunta y responde, que mira algo más, que tiene necesidad de
conocer varias versiones sobre un mismo fenómeno porque es su incumbencia. Nos dice que, si el conocimiento se aborda ante
la necesidad de la vida propia, entonces, conocer no será actos de
especialista, sino de todos los sujetos sociales. Aquí vemos su vinculación con
la educación.
En el libro, avanza sobre este tópico abriendo otros problemas
implicados, como lo es el lenguaje, que exige nociones abiertas, que argumente
sin cerrar lo que se dice, ideas para seguir significando lo que ocurre
en la emergente realidad. Igual nos hablará del problema de crítica, del reto
de colocarse leyendo discursos de orden, de poder, hegemonías, coyunturas, los
tiempos cortos, largos, etc. etc. No es
un libro fácil, pero la formación que favorece en quien vive el reto, no tiene
valor.
Y podría seguir hablando de él, desde la forma en que lo
conozco. Siempre se me ha catalogado
como zemelmaniana, y nunca lo he negado teniendo claro que este calificativo me
pone en una gran responsabilidad intelectual y personal. Aprender algo de este autor, exige abrevar
de la cultura teórica de mi tiempo y espacio y que necesito usar este
conocimiento para aprehender sus planteamientos y apropiarme de ellos. Y lo más importante, que este conocerle, se
torne un conocimiento que me ayude a mi fortalecimiento como persona, que me permita
pensarme en mis microespacios, y ahí, vivir el ejercicio de la crítica para
situarme en esa realidad producente que necesita ser pensada en tiempo
presente.
No sé si lo logro, pero sí sé, que leer a este autor, no tiene
que ver con recetarse sus obras y memorizarla para repetir sus frases, citarlo en
trabajos, usarlo como adorno. Leer a Zemelman exige documentarse, leer a otros que nos enriquezcan, que
respondan preguntas, y así pueda hacerse vida esa invitación que nos hace de
“asumirnos como sujeto” con un pensamiento muy enriquecido
que aporte lenguaje, ideas fuertes, resistentes, capaces de desmontar los parámetros
hegemónicos de la real-realidad a la que se pertenece y se imponen inexorablemente.
Con Zemelman, pude pensar mejor este reto personal de asumir
la autonomía que nos sea posible en medio de la heteronomía del tiempo que nos
ha tocado vivir (asunto de mi tesis de doctorado) y que hacerlo, no es
resultado de un buen deseo, de un acto de voluntarismo, de bonitas palabras, sino
que se trata de un esfuerzo intelectual que aporta sabiduría para colocarse en una
realidad que no deja de fluir.