En medio
de la lectura de los trabajos de mis alumnos, me fugo para pensar y volver
renovada a sus escritos, buscándolos, pues defiendo la idea de que
leer-escribir-leer, no puede ser jamás una actividad instrumental, sino una
necesidad de sujeto.
Todos sabemos lo importante que es leer, o cuando
menos sabemos que debemos decir eso, -nunca lo contrario, se vería mal- aunque
leer finalmente no responde a un deseo voluntarista, no se puede leer por
petición, por simple deber ser. Pienso
que leer tiene sus demandas, que no resulta bien si no lo deseamos; una vez leí
que quien lee y escribe, es guiado por su deseo –Sergio Espinoza Proa-, y ¿qué
es el deseo? sin querer acertar pero si desde lo que sé, puedo decir, que es una búsqueda de algo que no se sabe qué
es, pero que un día supimos nos hizo sentir plenos, completos, felices, es la
reminiscencia de una experiencia tan única, irrepetible y buscada eternamente… este
deseo se pone en juego en todo lo que hacemos, hasta en leer, y que cuando
leemos así, buscamos algo, tenemos necesidad de saber algo sin saber qué es.
Y claro, como maestra, tengo que reconocer que esta forma
de lectura no se enseña en la escuela desafortunadamente, ahí se practica una
lectura instrumental, pragmática, práctica, como hábito, utilitaria para el fin
del conocimiento que debe aprender. Pero
he de reconocer, que por ahí, alguna vez, en medio de esa exigencia escolar,
nos encontramos con un libro, un escrito que replantea esta experiencia, nos
sitúa en esa sensación, en esa emoción única, en un “saber” que leer tendrá un
sentido pasional, un encuentro con algo
que verdaderamente necesitamos, y entonces leer, prende de otra forma, ya sea esto
por accidente, o por la sabia mano intencionada de alguien que ya lo sabe y nos
induce a hacerlo a aun a pesar nuestro –pienso en mi hijo ahora-.
Esta sensación de que al leer se habla a nuestro interior, a nuestras
necesidades más sinceras y ocultas, queda como experiencia inolvidable, y la
deseamos, la buscamos nuevamente, y andamos tras el libro, el autor que le
habla a nuestras estructuras más profundas y dialoga con nosotros. Esa breve
experiencia, -si se ha tenido-, siempre se volverá a ella, pero ahora, siendo
selectivos del tipo de literatura que nos habla, del autor preferido, del
lenguaje escrito al que somos sensibles. Buscamos los libros amados.
Así, leer, un día se vuelve una tarea de la vida, es
parte de la vida diaria, sabemos que al leer vamos acompañados, pues la soledad
es nuestro signo ¿Por qué? Nadie vive la
vida como cada uno, vivir es una experiencia tan personal, tan propia, que solo
cada uno puede valorar tal vivencia, el otro, siempre la verá desde afuera por más
intentos de proximidad que nos muestre. Y la vida, va dejando un ramillete, que
digo, una cantidad enorme de preguntas en las que las respuestas son escasas, pero,
por fortuna tuvimos este acercamiento
emotivo, cálidamente existencial con la lectura, volveremos a ella y nos
rodearemos de los libros que tienen que ver con nosotros mismos.
Pienso en ese dicho popular “eres lo que comes”, que
puede tener algo de razón o mucha, ya
que podemos ser personas nutridas o no dependiendo de cómo nos alimentemos; haciendo
la analogía, es posible considerar que nuestro modo de ser, de pensar, de
responder a los acertijos de la vida, tiene que ver con las ideas a las que nos
hemos acercado mediante la lectura, pues ellas nos prestan lenguaje, visión,
capacidad de opción para pensar-sentir y tomar decisiones; los autores que
visitamos nos comparten a través de sus letras, sus frases, parte de su
inmensidad existencial y nos ayuda en la nuestra.
Ahora, puedo entender por qué soy tan selectiva con mis
autores, mis libros; por qué no es
cualquier libro, sin ese o aquél, busco el libro que le habla a mi interior, a
ese autor con quien puedo dialogar, me permite pensar, explorar preguntas muy propias, esas que ni uno mismo
sabe formularse pero que ahí están, insistiendo en ser exploradas…
En fin, todo este decir para auto-explicarme a mí
misma por qué he vuelto a varios libros
que hace años revisé, y no entendí en su momento por mis propias ignorancias formativas,
porque ahora sé que leer además de exigir este deseo del que he hablado,
demanda preparación, exige del lenguaje que dejan otras lecturas intermedias,
aquéllas que preparan para los verdaderos libros, esos que se vuelven nuestros
compañeros de toda la vida.
Hoy puedo comprender, por qué leí libros que
abandoné a la mitad, que hojee sin capacidad de quedarme aun ellos, leía sin
saber que no era el tiempo de leerlos, faltaba tal vez más vida, más lenguaje,
otras lecturas previas, y otras experiencias que revelaran su sentido y necesidad
para la vida personal.
Y ahora estoy lista, creo, para leer un libro abandonado:
Rayuela de Julio Cortázar, un libro que
ya no tengo, que alguna vez compré en otra etapa de mi vida, que anduvo de aquí
para allá, que se hizo oscuro y que ha desaparecido de mi librero, ya no sé cuál
fue su paradero, pero que para mi fortuna, hace unos meses leí una cita de un autor
sobre este autor olvidado, y me interesó al grado de buscar mi viejo libro, que
ya no encontré.
Sin embargo, usando las ventajas de la tecnología,
de la red, he vuelto a tenerlo, ahora en forma digitalizada, como un libro
electrónico en mi Kindle, y he recomenzado su lectura, pues es el tiempo
de hacerlo, si, es el tiempo correcto de
leerlo… estando entre sus ideas,
comprendo por qué en aquel primer intento, solo avancé una tercera parte sin
concluirlo y sin entenderlo.
Ahora, voy avanzado en él, tranquila, sin prisa, pensando
en las imágenes que va depositando en mi cabeza, sobre todo, en esa idea de libertad
que todos tenemos, anestesiada, tan imposible de realizar porque somos seres
atrapados en las instituciones sociales, que si son tan necesarias para la vida
social, paradójicamente merman el espíritu libre que todo ser humano necesita
desplegar y que ya Freud nos explica con detalle, pues tenemos que aprender a
negociar nuestra vida, nuestros sueños nacidos del deseo, -que por lo general
quedan reprimidos-, intentando un
equilibrio para lograr la cordura, la salud mental para la vida en común, tan imposible a veces.
En fin, en este libro, nuestro autor reflexiona esos
detalles de la vida sin proyecto, de la
vida día a día… me va dejando ideas, emociones, sensaciones, revisiones, voy
aprendiendo y reconociendo el valor de cosas cotidianas no valoradas y llegan
nostalgias de deseos no atendidos en su momento. Hay que terminarlo, valorar la experiencia
total de su lectura. Por el momento, dejo aquí este extracto que me pareció tan
poético, tan lleno de emoción y pasión por la cercanía del otro que nunca
pensamos, aquí, la reflexión sobre el simple contacto de los labios del otro, se piensa en esa parte del cuerpo que no solo
usamos para alimentarnos, sino para hablar, decir lo mejor de nosotros, dar un
beso –que Edgar Morin reflexiona con belleza-, léanlo y ya me dirán.
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy
dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se
entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar,
hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en
la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí
para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco
comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi
mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces
jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan,
se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos,
las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios,
apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire
pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan
hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras
nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de
movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y
si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa
instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta
madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.” Julio Cortázar,
Rayuela, 7, p.29