Esta conversación, si bien tiene ya dos meses, en este momento la siento como un remanso de ideas que ayudan a pensar el mundanal de cosas que nos pasan como profesores. ¿Por qué digo esto? Desde hace dos días conozco el sentido de la reunión del Consejo Técnico Escolar próxima a realizarse, y confieso que me ha invadido una negación, una sensación de no querer vivir esa experiencia, y más que nunca surge desde el fondo de mi ser ese estribillo que traigo desde hace tiempo ¡Ya, ya me quiero jubilar! (estoy detenida por el mal sistema de pensiones de mi Estado).
La Guía del CTE, me generó ansiedad y me pregunté ¿quieren que
hable de mi estado emocional y de paso que diseñe una estrategia que ayude a
los niños a construir habilidades socioemocionales? ¿Es en serio?
¿Quién diseñó tal pretensión tan ambiciosa y ajena? ¿Saben de la magnitud del
problema que pretenden abordar? ¿O sólo sigue siendo otra estrategia
burocrática e instrumental de la educación?
Me pregunto si mis compañeros
docentes se sienten como yo ante esta propuesta, o soy solo yo con esta mala sensación de no entender
por qué una sesión para recordarnos y exigirnos que seamos promotores de habilidades
socioemocionales cuando no estamos tan bien emocionalmente nosotros mismos
(bueno, hablo por mis misma), tal vez si haya quien lo esté…
En esta interesante conversación
se abordan ideas que explican este sentimiento de “fatiga de ser yo misma” recordando
a Alain Erenberg quien dice que cuando estamos frente a una realidad que no
entendemos y nos rebasa, sentimos en
déficit, una insuficiencia que lleva al agotamiento, donde uno se siente
detenido, atrapado, con pensamientos encontrados y dañinos que van lastimando
la autoestima, dejando un daño emocional, que puede llevar a la depresión. Definitivamente,
voy entendiendo mi desagrado por esta sesión, y ahora, al escuchar los
argumentos que plantea Amanda Céspedes, me siento envalentonada para explicar por qué mi renuencia.
Ella dice que para cambiar la
escuela que hoy tenemos, necesitamos un tiempo, y que debimos haber aprovechado
esta situación de reclusión forzada por la pandemia para hacer una pausa y organizarnos para
pensar cual es la escuela que necesitamos.
Pero no ha sido así, en vez de ello, se ha llevado tal como era, sin reflexión, sin
consideración, la escuela se fue a la casa y predomina un interés curricular desmedido
que nos induce a ser solamente instruccionales, instrumentales, burocráticos y
hacemos la educación a como se pueda, y como si no pasara nada, cuando el mundo se nos ha caído encima y nos ha
generado un caos en todo sentido.
La familia, el lugar donde está
nuestro alumno, se visto invadida por quehacer escolar del aula, los padres se
han llenado de tareas cuando entienden que hay que hacerlo, pero otros debido a
razones que van desde no comprender, no
poder, no querer hacerlo igual que a
nosotros se ve rebasados por la realidad, enfrentando problemas de
subsistencia, de salud física y emocional.
Pese a la grave situación, la
educación no ha parado, y sostenerla va resultando costosa para salud física y
emocional de todos los implicados, los niños, los padres, y nosotros. Seguimos insistiendo en una educación que
enfatiza el contenido, que exige evidencias de aprendizaje sin saber cómo es
que ellos los pueden alcanzar. Dice Amanda
Céspedes, que todo aprendizaje es una experiencia emocional ¿Cómo lo estamos
haciendo provoca una buena respuesta emocional, mental y física?
Y la verdad, yo no me siento
lista para hablar de lo que siento, ¿Quién será capaz de contar sobre esos quiebres
de nuestra postura de autoridad educativa, de nuestra autoestima ante lo que nos pasa? ¿Quién está dispuesto a
escuchar a los demás hablar sobre estas cosas cuando se piensa que nuestro rol
es mantenernos firmes y fuertes? ¿Quién será capaz de nombrar las angustias, miedos, insuficiencias? Contar a alguien nuestra intimidad no es
simple, tal vez es algo que nos tenemos prohibido, pues el maestro, no puede
perder su investidura de fortaleza, sabiduría, sentido y mover esta idea no es sencillo, duele.
Me parece una sesión imposible, y
por ello, pienso que tendremos una sesión invadida por un lenguaje que tocará
lugares comunes con palabras cuidadosamente limpias de emociones que no nos comprometan,
que impidan mostrar nuestra vulnerabilidad.
Como autoprotección estaremos ocultando el daño emocional que sentimos, ese
que igual que nuestros alumnos, callamos.
Nuestra quinta sesión del CTE, será como tantas
otras, y si llegamos a construir una estrategia para promover habilidades
socioemocionales como ahí se nos pide, será fría, saturada de información,
contenidos, que tal vez solo se quedé plasmada en un papel o si se pone en
marcha, será burocrática, instrumental, sin ese toque de subjetivo de los implicados. Y así, seguiremos por este camino del
enmudecimiento y encerrados en nuestras propias emociones, pero ahí están y el día mañana pueden cobrar su factura con padecimientos que aún no imaginamos.
Hay que escuchar esta
conversación, tal vez no ayude a atrevernos a pensar en algo que hacer, en algo
sobre cómo enfrentar y prevenir nuestras enfermedades emocionales, nunca
previstas ni consideradas por las políticas educativas.