3 de octubre, día que me demanda recordar un
suceso de 2013. Hace ocho años ya, que
murió en Pátzcuaro Michoacán, Hugo Zemelman Merino, a unos días de cumplir 82
años, lúcido, terco con la vida que eligió y sostuvo con fuerza, entusiasmo y
ese amor por el conocimiento que libera el pensamiento de “parámetros” que
impiden los destellos de libertad para “ser-estar-hacer” desde el más
insignificante acto de vida cotidiana.
Fue un hombre que anduvo tras la libertad a la manera del poema Paul
Éluard
Y cuando digo que me siento demandada, lo
planteo con sentido levinasiano, esto es, me veo interpelada, situada frente a la
obra de este autor latinoamericano, sin opción de negarme, me exige -y cedo convencida-, desde lo que sé,
a compartir sus ideas construidas por los últimos 50 años de su vida, enfocadas
a reflexionar nuestras formas de pensar y de vivir en consecuencia.
Siento genuinamente, lo importante que es recordar,
que, por toda su obra, -lo que conozco de ella-, nos hace una invitación a desplegar
una forma de pensamiento capaz de estar atentos al presente para avanzar con
lucidez por las oscuridades del futuro,
por los apenas indicios de luminosidad que la realidad misma contiene, pero que
es necesario aprender a mirar. Soy consciente
del valor de estas ideas y el reto de no olvidarlas, de no sepultarlas como
sociedad en una historia que termina por no nombrarse.
Y para hablar de Hugo
Zemelman, he elegido un apartado de su libro “Pensar y Poder. Razonar y Gramática
del Pensamiento Histórico”, el último que publicó en 2012. El apartado se llama “Pensar y existencia” y
al volverlo a releer, como siempre sucede con su escritura connotativa, las
imágenes, ideas y pensamientos que se suscitan, son nuevamente propios del
momento, y rearman otras ideas que permiten pensar algo no pensado antes. En
esta relectura, he puesto atención a una palabra que utiliza en varios momentos
y he de confesar que antes, no le di la importancia que hoy descubro. Esta palabra es “vislumbrar”, que buscada en
el diccionario refiere a una mirada que atisba, que entrevé, que se figura algo
en un espacio con apenas claridad para tener certeza de ese “algo”, pues sólo se
aprecian indicios o señales en esa penumbra o niebla de la realidad que la cobija.
En este apartado de su libro,
Zemelman utiliza esas ideas epistémicas que cruzan toda su obra, como “presente-potencial”,
para hablarnos un tiempo abierto a su propio transcurrir y la imposibilidad
humana de contar con una forma de pensar que no lo “encuadre”, pues subyace la
tendencia movernos en una forma de pensar organizada por conceptos, categorías,
formulas cuya pretensión es atraparla y construir una seguridad existencial por
la verdad de que nos provee. Asimismo, refiere la importancia de incorporar a
nuestra forma de pensar, categorías abiertas como “lo necesario”,
“potencialidad”, “realidad” como dado-dándose, “asombro”,
“limites-incluyentes”, “esperanza”, “ámbitos de sentido”, “abstracción-no-excluyente”,
etc., tantas y tantas maneras de nombrar que utiliza dependiendo de lo problemática
que nos quiera compartir.
En esta ocasión, va a
utilizar todo este arsenal de ideas epistémicas para reflexionar sobre la
relación que guarda la forma “cómo pensamos” con “cómo “existimos””, cómo vamos
resolviendo la vida quedando insertos en la historia, una historia que tejemos
en las micro acciones de la vida cotidiana, y a veces, sin saberlo, le
imprimimos sentidos que nos enmudecen y excluyen de la capacidad de autonomía,
para terminar invisibilizados, como instrumentos de los juegos de poder
dominante.
El problema de fondo que
plantea, es el reto que se tiene para moverse de las certezas, de las verdades
hechas pues otorgan la seguridad anhelada y aleja de la sensación de incertidumbre
que imprime el cambio constante, el fluir del tiempo. Nos platea el desafío existencial de reconocer
que somos seres frágiles, nunca dioses capaces de dominar la inestable
realidad, que avanza en un orden sombrío, sin obedecer nuestras reglas por más
elaboradas que estén, siempre será un orden temporal, rebasado constantemente
por el fluir del tiempo que avanza infinitamente, nunca se detiene y ahí, pero es
ahí donde se vive, en esa realidad indomable, que no obedece a formas únicas de
pensar, y por ello, necesitamos comprender que el pensamiento nomológico es
insuficiente, y urge experimentar diferentes
maneras de “revelación” de lo que vamos “vislumbrando” por el caminar de la
existencia.
Desde esta necesidad, nos vuelve
a invitar a recuperar nuestra capacidad de asombro, a desplegar lo que llama
una “resistencia epistémica” para conquistar día a día la “difícil libertad” y
atrevernos a pensar “lo que se necesite pensar”, no lo que se nos indique desde
el poder, desafiando esa “imposición natural” del mundo que nos recibe al
nacer, ya en forma de cultura, moral, ciencia, o políticas, pues nacemos en un
mundo hecho y orientado en un rumbo hegemónico que todos tenemos derecho a comprender
para decidir cómo vivirlo.
Por ello es importante aprender
a “pensar críticamente” el mundo heredado en sus diversos grados de
endurecimiento social, donde se nos ha otorgado de facto, una función, y mediante
diversos mecanismos se nos convence de autoexcluirnos de “posibles actos de autonomía”
se impide ejercer un pensamiento que tome conciencia del orden social
constituido y deja sin posibilidades de “vislumbrar” otros posibles desarrollos
a la herencia recibida, impidiendo a los ciudadanos, la capacidad de pensar y construir
“algos” que se necesite insertar a la historia de todos, como opción
debidamente analizada.
Se trata de reaprender a vislumbrar
el mundo naciente en el mundo que se ha heredado, y esto, pero hacer esto, conlleva
demandas, ya que no es un acto de voluntarismo, ni buenos deseos, sino del
ejercicio de una responsabilidad intelectual que permita mirar con atención y
detenimiento esos «algos» que se atisban, ya que no están a nuestra disposición
por solo alargar la mano y tomarlos. Hay
que visibilizarlos con un fino trabajo intelectual que enfrentará problemas
como:
-La
creciente insuficiencia conceptual con la que pensamos el tiempo presente y la
forma en que lo hacemos palabra.
-Reconocer
nuestra forma de pensar nomológica, y reeducar la capacidad de pensar y hablar
sobre el mundo, resistiendo la tendencia a ser invisibilizados por las fuerzas
hegemónicas que desde sofisticadas formas de organización se naturaliza una
forma de vida que se asume con mínima resistencia epistémica.
-Una
forma de pensar con abstracciones excluyentes, que ignora o pretende no dar
lugar a esas realidades que se asoman en los márgenes de lo que se afirma, y en
vez de ello, se defiende lo normalizado, lo ya aprobado y validado
institucionalmente.
-Atreverse
a vivir en el asombro, sostenerse él, exige aprender a mirar y moverse entre los
márgenes, los límites, que son los espacios donde aparecen los indicios, las
señales que están esperando ser pensadas, donde urge revelar lo que se contiene
potencialmente, lo cual se enfrenta a la fragilidad del ser humano.
-El
reto de situarse en el mundo que se habita, reapropiarse de él, y desde él
moverse hacia sus nuevos desarrollos, demanda una buena dosis de valentía para insistir
en los cambios por realizar; se necesita comprender que cada época tiene su
verdad, y esa verdad producida en otro momento que se impone a una época naciente,
pugna por durar, se resiste y esto demanda definir políticas viables, posibles.
-Lo
anterior, nos solicita el desarrollo de una crítica que se oponga a la
tendencia de construir un pensamiento que marche con el orden constituido. Se necesita asumir que el poder hegemónico necesita
desmontarse, pensarse, de otro modo, el sujeto queda invisibilizado, dominado
en una forma de pensar su propio tiempo, sin la capacidad de situarse
críticamente.
Pues bien, hacer todo esto, se
torna una tarea compleja y nos conduce inevitablemente al ámbito de la formación donde se propicien
dispositivos pedagógicos que estimulen formas de pensar que aprendan a “alejarse
para poder ver de cerca”, que se aprenda a vislumbrar, que se tenga permiso de
especular, leer entre señales, indicios, reconocer las migas de pan que va dejando el
fluir de la realidad; se trata de vislumbrar en lo informe de la realidad, y atreverse
a revelarlas, mostrarlas, apoyarlas o evadirlas según su valía para el
desarrollo social.
La lectura del apartado
definitivamente entusiasma, pero a la vez deja el peso inmenso de comprender
que esto no funciona como imperativo categórico de “piense críticamente” y ya, no,
esta necesidad de pensar epistémicamente, pasa el por el problema de asumirse
como sujeto, como bien dice nuestro autor, tiene que ver con la “capacidad del
hombre a organizar su asombro cuando se atreve a tenerlo” y atreverse a vivir
una forma de racionalidad que se despliega en la intemperie, en los márgenes de
las verdades, de las fuerzas vivas dominantes, es un reto humano difícil de
encarnar, pues se trata de vivir “a salto de mato”, como lo plantea Joan Carles
Melich.
Bueno, de esto trata la obra
de Hugo Zemelman, una obra nada fácil de leer, lo reconozco. A veces no comprendo qué me llevó a esta
sostenida lectura por años, pude haberla evadida como muchos, pero ahí me quedé. Y es que en medio del esfuerzo intelectual
que demanda (que no es poco), pienso en la explicación que le leí a Bachelard
en uno de libros, que más menos dice así, “cuando una obra se lee, y se relee,
es porque nos concierne”, y creo que sí me concierne, soy profesora, tengo el reto
profesional de formar sujetos, y desde ahí, se puede hacer el esfuerzo de incentivar
una forma de pensar vislumbradora que ayudare a los alumnos, a zafarse de las certezas
teóricas que pretendan encerrar el pensamiento y controlar sus acciones desde una
verdad dominante, por ello, necesitamos ayudarles a pensar en su “derecho de pensar
y de existir la vida”, esa que ellos, necesiten.
Termino diciendo, que, para
mí, leer a Zemelman ha sido complejo, pero muy liberador, desde él y con él, tengo
el deseo de “mirar lejos lo cercano”, lo intento (no sé qué tanto lo logro, la
realidad es la realidad). Trato de vivir
en la aventura de pensar lo marginal, y hablar de lo que vislumbro, teniendo
claro que pocos lo quieren conocer, pero en esta aventura, igual se entiende
que hay consecuencias como la marginación, el silenciamiento por la
organización instituida, pero no detiene. Se construye una pasión por vislumbrar,
por revelar.
Gracias Hugo Zemelman Merino, donde quiera que se encuentre (de usted, claro, con todo mi respeto a este gran señor, a quien conocí personalmente, crucé palabras con él, pero mi acercamiento fue circunstancial, y mi relación es, platónicamente intelectual) y pienso que cuando se ha entendido su invitación y una se atreve a dar un pasito hacia ese umbral y se van haciendo esas tareas para el auto rescate de nuestra autonomía pensar y construir sentido, con sentido, no hay retorno.
Me confieso orgullosamente
zemelmaniana.