domingo, 5 de octubre de 2014

Hugo Zemelman Merino. Ha un año de su partida y frente a su gran legado...

El día 3 de octubre del 2013 acaeció ese suceso ineludible de todo ser humano: murió el gran maestro Hugo Zemelman Merino.  Muerte física que difiere de la muerte histórica, pues esa “sinfonía de ideas” quedan como herencia en sus diversos libros, conferencias grabadas y transcritas, vídeos que ahora nos vuelven a colocar frente su “presencia”, fuerte, palpitante, potencialmente transformadora de las subjetividades que se adentran por ese “decir sincero” crítico, irruptor del mundo hecho, que busca oportunidades para el despliegue de la razón humana en un mundo tan complejo como el nuestro.

Pienso en ese momento de su muerte, y ahora, sin el dolor del triste suceso, pienso en la merecida manera en que lo hace.  Él, un hombre de más de ochenta años, lúcido, lleno de proyectos, se va haciendo las cosas que ama: pensar y compartir sus ideas, muere trabajando, nunca postrado en una silla o en una cama como a muchos sucede por el avance de edad, donde el cuerpo se cansa y no resiste el peso de la vida que sigue sin saber cuándo concluirá. 

Nuestro maestro, se va con tanta dignidad, que a la vuelta de un año la tristeza disminuye; fortalece e invita pensar en la muerte como el final del nuestro “existir” como un momento de dignidad merecida.  Dice Rawl, este gran filósofo de la justicia, que la dignidad es algo básico de la existencia y consiste en ser capaces de ordenar nuestro mundo y seguir nuestras preferencias por las libertades; es decir, que por encima de cualquier cosa que nos seduzca en estos tiempos tan hedonistas, uno decida por ser sí mismo, y que ese “hacer” de nuestra vida no sea una decisión reprobable, sino aceptada y valorada por los demás, y eso, es algo que logró no sin poco esfuerzo, y que hacía al momento del suceso: compartía su visión del mundo y sus problemas con los otros, para los otros, modo en que fue dejando una gran obra.  Ahora estamos frente ella, y quienes la conocemos en alguna dimensión, tenemos el reto de difundirla, compartirla, darle vida a través de nuestra vida no solo académica, sino como existencia en todos los ámbitos posibles de la misma. 

El legado de su obra es vasto y nada sencillo, como una vez leí en un texto de Umberto Eco, hay cosas que no se pueden decir de manera simple, rápida y eficiente;  no, hay ideas que necesitan decirse con toda la complejidad que merecen, porque así se necesita, de otro modo, se incumple su finalidad.  Los planteamientos de Hugo Zemelman Merino son abstractos, exigentes, reclaman ser llenados de realidad; son ideas dignas y lúcidas de un hombre que llevaba el mundo en la cabeza, y quien al usarlas cobraban fuerza para invitarnos a pensar, a “mover a la cabeza”, reconociendo opciones, sentidos que reanimaban esta ansia de libertad en nosotros, sus atentos escuchantes-lectores.

Ante las ideas de Hugo Zemelman inevitablemente se vive esta frase de Unamuno: Pensar los sentimientos, sentir los pensamientos, pues se ejercita un pensamiento que dignifica nuestra existencia, nunca siendo un remedo de una racionalidad atrapada en fines pragmáticos que desconocen las múltiples consecuencias de su ejercicio y acciones derivadas, por el contrario, se promueve una racionalidad crítica, donde crítica consiste en reconocer el nacimiento de realidad, pues de trata de pensar para colocarse, para estar atentos a lo que sucede, reconocer coyunturas y hacerse cargo de lo que esté nuestras manos... ¿complejo? Si... pero necesario.

El legado es maravillosamente vivo, un legado que no se aprende cognitivamente, sino que exige ser “encarnado”, vivirse y contagiado.  Adentrarse por este pensamiento fortalece el espíritu, se estimula el reto de asumirse como sujeto consciente de sus límites y dispuesto a superarlos por auto-despliegue propio. ¿Cómo compartirlo y darle continuidad? Una pregunta que demanda una gran responsabilidad intelectual, que solo nacerá del deseo genuino de hacerlo, y este deseo se alimenta de la riqueza de la obra.  

Sin ser pesimista el respecto, me quedo esperanzada confiando en que todos y cada uno de los que sabemos algo de nuestro gran maestro, haremos lo que nos corresponde dado el lugar en que nos situamos...

“Atreverse a usar la cabeza, sin apegos ritualistas a ningún canon de certidumbre, es el ejercicio mismo de la responsabilidad intelectual: caminar de ese modo por el ágora imaginario del espíritu, después de subir por la vía sacra hasta la alta plazuela iluminada donde poder encontrarse con todos los retos que han quedado dormidos y dejados a los lados del camino.  Ejercicio de la responsabilidad intelectual cuando se la entiende ubicada en el ámbito de un conocimiento comprometido con el forjamiento de más conciencia, para actuar frente a la realidad que nos circunda y se cierne sobre nosotros.”

                                                                                                                        Hugo Zemelman Merino