El día 3 de
octubre del 2013 acaeció ese suceso ineludible de todo ser humano: murió el
gran maestro Hugo Zemelman Merino. Muerte
física que difiere de la muerte histórica, pues esa “sinfonía de ideas” quedan
como herencia en sus diversos libros, conferencias grabadas y transcritas,
vídeos que ahora nos vuelven a colocar frente su “presencia”, fuerte,
palpitante, potencialmente transformadora de las subjetividades que se adentran
por ese “decir sincero” crítico, irruptor del mundo hecho, que busca
oportunidades para el despliegue de la razón humana en un mundo tan complejo
como el nuestro.
Pienso en ese
momento de su muerte, y ahora, sin el dolor del triste suceso, pienso en la
merecida manera en que lo hace. Él, un
hombre de más de ochenta años, lúcido, lleno de proyectos, se va haciendo las cosas
que ama: pensar y compartir sus ideas, muere trabajando, nunca postrado en una
silla o en una cama como a muchos sucede por el avance de edad, donde el cuerpo
se cansa y no resiste el peso de la vida que sigue sin saber cuándo concluirá.
Nuestro maestro,
se va con tanta dignidad, que a la vuelta de un año la tristeza disminuye; fortalece
e invita pensar en la muerte como el final del nuestro “existir” como un
momento de dignidad merecida. Dice Rawl,
este gran filósofo de la justicia, que la dignidad es algo básico de la
existencia y consiste en ser capaces de ordenar nuestro mundo y seguir nuestras
preferencias por las libertades; es decir, que por encima de cualquier cosa que
nos seduzca en estos tiempos tan hedonistas, uno decida por ser sí mismo, y que
ese “hacer” de nuestra vida no sea una decisión reprobable, sino aceptada y valorada
por los demás, y eso, es algo que logró no sin poco esfuerzo, y que hacía al
momento del suceso: compartía su visión del mundo y sus problemas con los
otros, para los otros, modo en que fue dejando una gran obra. Ahora estamos frente ella, y quienes la
conocemos en alguna dimensión, tenemos el reto de difundirla, compartirla,
darle vida a través de nuestra vida no solo académica, sino como existencia en
todos los ámbitos posibles de la misma.
El legado de su
obra es vasto y nada sencillo, como una vez leí en un texto de Umberto Eco, hay
cosas que no se pueden decir de manera simple, rápida y eficiente; no, hay ideas que necesitan decirse con toda
la complejidad que merecen, porque así se necesita, de otro modo, se incumple
su finalidad. Los planteamientos de Hugo
Zemelman Merino son abstractos, exigentes, reclaman ser llenados de realidad;
son ideas dignas y lúcidas de un hombre que llevaba el mundo en la cabeza, y quien
al usarlas cobraban fuerza para invitarnos a pensar, a “mover a la cabeza”, reconociendo
opciones, sentidos que reanimaban esta ansia de libertad en nosotros, sus
atentos escuchantes-lectores.
Ante las ideas
de Hugo Zemelman inevitablemente se vive esta frase de Unamuno: Pensar los
sentimientos, sentir los pensamientos, pues se ejercita un pensamiento que
dignifica nuestra existencia, nunca siendo un remedo de una racionalidad
atrapada en fines pragmáticos que desconocen las múltiples consecuencias de su
ejercicio y acciones derivadas, por el contrario, se promueve una racionalidad
crítica, donde crítica consiste en reconocer el nacimiento de realidad, pues de
trata de pensar para colocarse, para estar atentos a lo que sucede, reconocer
coyunturas y hacerse cargo de lo que esté nuestras manos... ¿complejo? Si...
pero necesario.
El legado es
maravillosamente vivo, un legado que no se aprende cognitivamente, sino que
exige ser “encarnado”, vivirse y contagiado.
Adentrarse por este pensamiento fortalece el espíritu, se estimula el
reto de asumirse como sujeto consciente de sus límites y dispuesto a superarlos
por auto-despliegue propio. ¿Cómo compartirlo y darle continuidad? Una pregunta
que demanda una gran responsabilidad intelectual, que solo nacerá del deseo
genuino de hacerlo, y este deseo se alimenta de la riqueza de la obra.
Sin ser
pesimista el respecto, me quedo esperanzada confiando en que todos y cada uno
de los que sabemos algo de nuestro gran maestro, haremos lo que nos corresponde
dado el lugar en que nos situamos...
“Atreverse a usar la cabeza, sin
apegos ritualistas a ningún canon de certidumbre, es el ejercicio mismo de la
responsabilidad intelectual: caminar de ese modo por el ágora imaginario del
espíritu, después de subir por la vía sacra hasta la alta plazuela iluminada
donde poder encontrarse con todos los retos que han quedado dormidos y dejados
a los lados del camino. Ejercicio de la
responsabilidad intelectual cuando se la entiende ubicada en el ámbito de un
conocimiento comprometido con el forjamiento de más conciencia, para actuar
frente a la realidad que nos circunda y se cierne sobre nosotros.”
Hugo Zemelman Merino
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