domingo, 11 de abril de 2021

¿Los educadores tenemos una formación antropológica? ¿Es necesaria?

 

Leer el libro de Roger Bartra, “La jaula de la melancolía. Identidad y Metamorfosis del mexicano” publicado en 1987, me ha dejado una gran preocupación y angustia profesional, que al final aclararé.

Si bien, el concepto de melancolía deviene de una larga duración (dice el autor que data aproximadamente 2 milenios y medio, ya desde Hipócrates se le reconocía), en la cual, se ha llenado de una variedad de significados y efectos en sus momentos histórico, en este libro, el concepto es acotado como un sentimiento de añoranza de momentos míticos vividos, de una nostalgia histórica que a su paso se ha ido fortaleciendo con emociones complejas que desembocan en tristezas, resabios, violencias, inconformidades, que hablan de viejas heridas abiertas que no sanan.

La antropología es un campo disciplinario que no me es cotidiano, y nunca hubiese leído un libro de este tipo si no fuese por la necesidad de leer otro recién publicado “El regreso a la Jaula”.  ¿De qué jaula me pregunté? Iniciada la lectura, tuve detenerme para averiguar de qué escapamos y a qué hemos vuelto. 

La lectura no es sencilla, pues el autor hace un análisis de la identidad mexicana desde una mirada amplia, epistémica diría yo, pues echa mano de biólogos, historiadores, otros antropólogos, ensayistas como Octavio Paz, filósofos diversos, sociólogos, etc., y lo que me ayudó fue haber leído otro libro hace poco “La patria y la muerte” de Trueba Lara, donde se aborda como se construyó la identidad mexicana a partir de la revolución. 

Ha sido una lectura muy reveladora de tantas ideas que nos cruzan como mexicanos, que más que una certeza informativa acumulada, deja, es una gran cantidad de metáforas por explorar.

Se trata de un libro que provoca continuar con una investigación para reencontrarnos con nosotros mismos, clava inclemente preguntas sobre quienes somos, por qué hemos llegado a este punto de la historia cargando tantas ideas ya ni siquiera reflexionadas, tornadas mitos ancestrales, despojadas de su origen, tiempo y espacio que organizan nuestros modos de sentir, pensar, hacer, ser…

A reserva de volver a leer este libro (una sola lectura no es suficiente), me han quedado tres ideas que cimbran:

·       El mito del edén subvertido, que se explica desde el momento en que se encuentran dos culturas, una “salvaje”, otra que se afirmaba “civilizada”, y en este suceso, se construye la noción de “cultura originaria”, que arrancada de sus costumbres, formas de vida, y es lanzada hacia una modernidad que como promesa, nunca alcanza, por ello, se piensa que fue un pasado originario, mejor,  al que se anhela un regreso imposible, dando lugar a la melancolía.

·       El mito de la sociedad campesina, cuyo despliegue temporal, cultural, difiere de las sociedad urbanas, en desarrollo pujante, que deviene después de la revolución, momento en que había que hacer cambios y a éste, los campesinos olvidados, lastimados, llegan a las ciudades guiados por promesas de justicia social, a la construcción de un hombre nuevo y libre, promesas que nunca se cumplen y aumentan esas heridas sociales llenas de nostalgia por la vida de los pueblos, siempre más acogedora que la frialdad urbana. Y nuevamente, la mirada al pasado con profunda añoranza, porque en lo pasado, ya solo se recuerda lo mejor que ha sido idealizado.

·       Que la creación de la identidad del mexicano, responde a las necesidades de desarrollo de una sociedad dominante que ignora la variedad de Méxicos en un mismo México.  Se es mexicano desde una forma legitimada sin ver todos los claros-oscuros que esto encierra y esta situación de imposición, aumenta esta melancolía social gestada hace siglos.

Estas tres ideas las desarrolla desde una interesante metáfora, la del ajolote, un anfibio que siempre permanece en estado larvario, el cual se encuentra en extinción.

Bartra usa esta metáfora para indicar, que los mexicanos hemos estado en este esta larvario, que desde nuestro estado “salvaje”, estado original en que nos encontraron los otros, y que no hemos tenido las condiciones para consolidar una metamorfosis; que hemos tenido un contexto complejo que nos ha llevado más a la extinción de esa forma de ser primigenia, y al estar en la amenaza de extinción, lo que estamos haciendo es reconstruirnos en otras personas, naciendo como “otros”,  capaces y fuertes para responder a a los nuevos desafíos de la época.

Este análisis, lo realiza, cuando se dan los movimientos sociales de fines de los ochentas, cuando surgen nuevos partidos, y el dominante, vive resquebrajos que anuncian su final.  Sostiene, que los mexicanos estamos saliendo de la Jaula, que estamos abandonando ese pensamiento melancólico que nos llevaba a la añoranza de tiempos pasados, incapaces de construir futuros alternos y más prometedores.  Es un libro optimista… ¿Realmente si logramos salir? Y si salimos, ¿Qué nos ha pasado? ¿Estamos retornando? Bueno, es tiempo de volver a la lectura de “El regreso a la jaula. El fracaso de López Obrador”, y les cuento luego.

Pero ¿por qué me he quedado tan preocupada? Ya casi tengo 44 año de ser profesora, y leyendo este libro me he preguntado ¿por qué hasta ahora tuve la oportunidad de pensar en quién es “este sujeto llamado mexicano” que ha estado bajo mi trabajo pedagógico? ¿He trabajado con la noción política hegemónica construida por el poder en turno? ¿he contribuido a formar personas melancólicas al ser una empleada del estado mexicano? Y las respuestas son muchos sí.

Desde que se tiene conocimiento de lo curricular, eso se sabe, se forma al sujeto que cada momento histórico necesita, eso me queda claro, pero lo que es imperdonable es hacerlo en medio de la ignorancia sobre las personas que somos por el resultado de la historia social, ignorantes de todos los elementos fundantes de nuestras formas de ser, pensar, sentir. 

La formación normalista, aunque dependa del Estado, necesita una lectura antropológica sobre las personas a quienes educamos, si lo hacemos, nuestra pedagogía será más sensible a las formas de constitutividad humana que necesitamos y nos merecemos como sociedad, rescatando nuestra historia real, no idealizada.  Nacer desde lo que potencialmente somos. Y esto aún no lo hemos explorado.