Los
valores éticos de la docencia del siglo XXI
Espero
que este decir, corresponda con las expectativas esperadas en el contexto de
este evento tan importante por hecho impulsar la reflexión sobre el ser y hacer
docente, pues existe la tendencia enfocar la mirada en los objetos a utilizar
en la educación, como el currículo por ejemplo, pero poco en los sujetos, en su
ser y hacer que se despliega en el acto de docencia, donde invariablemente se
vive la ética.
Quiero
partir de esta frase expresada Umberto Eco, “la dimensión ética empieza cuando
entra en escena el otro” y con ello abre una
reflexión sobre la ética a partir del lugar que tienen los otros en el despliegue de nosotros mismos, es decir,
siempre buscamos el rostro del otro cercano a nosotros, para así, impulsar nuestra humanidad, prueba de ello lo tenemos
con la historia de Tarzán, quien siendo humano, busca la cara del mono, y desde este referente se despliega hasta donde
ése otro (el mono), le permite.
Inicio
con ella, porque la profesión docente, sucede en esta relación de otredad, ya
nos los dijo Freire, “no hay docente sin dicente”, esto es, que el maestro,
maestra, solo existe, porque un “otro”, el alumno le permite tomar ese lugar, de
esta manera, estamos en la misma escena pedagógica, viviendo actos éticos.
¿Pero
qué es la ética? Si buscamos una
definición, y recurrimos a un diccionario pronto veríamos que se trata de rama
de la filosofía que revisa el comportamiento moral de los hombres en
sociedad, que la ética es el campo de ideas propias para la reflexión de la conducta
de la persona en cualquier ámbito de su vida.
Por tanto nosotros los maestros, personas morales, tenemos modos
de comportamiento en el ámbito personal y profesional, y por ello, tenemos una
conducta ética en cada uno de las situaciones que vivimos en el acto docente,
mismo que necesitamos pensar, urge darnos este momento para revisar su
pertinencia.
Y
tendremos que iniciar por reconocer que hablar de lo ético no es fácil, que reflexionar los modos de comportamiento educativo
más cotidiano, donde se viven esas escenas fundantes de las que habla Eco, no
es suficiente con una definición, que ésta no alcanza para abarcar tanta
realidad.
Necesitamos
de otros planteamientos, por ello, la afirmación de Umberto Eco, “la dimensión
ética empieza cuando entra en escena el otro”, ayuda la mostrarnos la situación
cara a cara donde unos y otros nos comportamos, nos permite asomarnos y ver quién
somos y qué hacemos ahí, en lo vivo, donde la docencia, es invariablemente un
acto ético que exige una mirada poderosas para desentrañar lo que ahí acontece.
Así,
Ética y Docencia se entrelazan, forman una argamasa. Son dos palabras que se dicen con cierta
facilidad, nos son cotidianas, pero hablar de ellas, argumentarlas no es
sencillo, pues son dos conceptos cargados de historia, de experiencia, de
miradas teóricas, y que sobre todo, los que estamos aquí, (y los que no
también) los existimos en un entorno social, político, económico que se dibuja
y desdibuja trazo tras trazo, dando lugar a una época que como afirma Bauman,
no se había sentido antes, nos dice que lo que nos acontece hoy día no es como
los
“los cambios del pasado. En ningún otro punto de inflexión de la
historia humana los educadores debieron afrontar un desafío estrictamente
comparable... Sencillamente, nunca antes estuvimos en una situación semejante… debemos
aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para
vivir en semejante mundo.
Somos
parte de un contexto sociohistórico, fuera de serie donde los maestros y maestras somos demandados hacia un cierto
actuar pedagógico sin mediar excusas, y ahí, en ese ser y hacer diario, en un
estira y estira, hacemos la educación, asumiendo –conscientes o no-, la responsabilidad
de formar a la nueva generación; a una generación que necesita ser capaz de
colocarse en este mundo globalizado, neoliberal y tecnologizado, una generación
que necesita conocer la naciente realidad llamada posmoderna, donde las transformaciones
sociales, culturales y ambientales no cesan ni cesarán al ser invadidas por una
velocidad acelerada, por una urgencia del cambio que irrumpe nuestra noción de
tiempo lineal al situarnos frente a futuros que no se sienten lejanos, sino muy
próximos, tanto que asusta pensar, si la noción de tiempo que aplicamos a la
formación actual, corresponde al aceleramiento del tiempo-espacio posmoderno.
Es
innegable que este tiempo social nos coloca en situaciones límites, de
sobrevivencia, por tanto se necesita una formación que nos ayude a comprender y
afrontar los nuevos retos
sociohistóricos, desde comportamientos profundamente conscientes de lo que
impulsan, pues la responsabilidad es enorme.
Y
no se trata de juzgar, de decir que nuestra ética docente es correcta o no lo
es, No, se trata de comprender la magnitud del desafío, de estar atentos a los
resultados formativos a que damos lugar y lanzamos al futuro, para así,
hacernos cargo de ellos, sabiendo qué, por qué, para qué hacemos lo que hacemos
hoy, si se necesita mañana o no.
Y
cuando afirmo “hacer lo que se necesita” no me refiero a “hacer lo que se debe
hacer” porque si pensamos así, desde un deber ser instalado en nuestra cabeza, si
nos esforzamos por cumplirlo, estamos trabajando por un ideal, que tiene su
origen en ideas pretéritas, que viene de un pasado donde ya han funcionado, o
de otros espacios ajenos donde se ha aplicado, y ahora deseamos se vuelva a repetir, y si insistimos, nos daremos de topes
contra la pared, porque ese ayer no es hoy, sino que hoy, es un tiempo muy
distinto, saturado de nuevas situaciones donde urge comprenderlas, reconocer lo
que está naciendo, y hacer eso que se necesita para impulsarlas porque sabemos
que son buenas societalmente. Se trata de impulsar lo que es mejor, y así, se
frene lo que pueda lastimar el tejido social.
Al
hacer lo que se necesita, apelamos a la idea de Freire sobre lo “inédito viable”, cuyo sentido es atender
la esperanza de un mundo mejor y posible, por tanto, eso que es posible hacer,
se torna un motor de búsqueda que facilita el desarrollo de lo alternativo,
pero esta construcción exige un esfuerzo intelectual, ético, social, lo cual es
un desafío histórico, y que vive toda generación a cargo de su momento, por eso
le apostamos a la educación, donde sucederá este pase de estafeta y por ello,
necesitamos que la generación siguiente sea capaz de construcciones que mejoren
nuestras herencias sociales.
Por
tanto, pensar a la ética desde el decir de Umberto Eco, permite un ejercicio
intelectual que nos aleja un momento de la instrumentalidad de la educación,
que sin bien hace falta, a veces nos impiden reflexiones profundas sobre los
sucesos educativos. Lo instrumental tiene su momento, y la reflexión no puede
ser opacada por éste; reflexionar es una tarea necesaria en nuestra vida
educativa.
El
ejercicio que propongo desde esta escena donde docente-alumno se comportan
éticamente ayuda a mirar la complejidad del acto, lo duro de vivir éticamente
la docencia, frente a las nuevas generaciones.
Por ello, es importante explorar preguntas que permitan enfrentar la magnitud
del problema formativo en el que estamos implicados querámoslo o no, y algunas
de ellas podrían ser ¿Qué ética para que contexto? ¿Qué ética para que
docencia? ¿Qué ética para qué sujetos? ¿Qué ética para qué futuro?
Para
ello, necesitamos superar el sentido habitual de las palabras que venimos
empleando, y ayudarnos con otras que nos adentren por otros significados que ayuden
a reconocer otros panoramas, nos aporten criterios más abiertos para movernos
en esta realidad tan inestable.
Propongo
traer a esta escena docente, palabras como la responsabilidad, la alteridad u
otredad, el amor, la formación, utopía, esperanza y otras tantas que vendrán en
ayuda y que al explorarlas daremos más luz a nuestra mirada y así, alumbrar esa
penumbra y visualizar algunos horizontes que se puedan caminar, porque ni no lo hacemos, si nos quedamos en el
mismo lugar, corremos el riesgo de extraviarnos en lo que fue y ya no es,
impidiendo andar por los nuevos rumbos acelerados que se nos abren de instante
a instante. Y eso, nos lleva a perdernos, y desaparecer de esta escena tan
importante.
Antes
que nada, habría que reconocer el tiempo que vivimos. Este aquí y ahora, que nos acontece, del cual
la percepción y comprensión del mismo no es muy clara; lo vivimos en tiempo
presente, una escena tras otra que invade el cuerpo, las emociones, los
pensamientos ¿pero que tanto esto que pensamos, sentimos nos permite tornarlo
conceptos? Y si logramos pensarlo, ¿desde qué conceptos lo hacemos?
Para
nuestra suerte, tenemos a varios intelectuales que se han encargado de esta
tarea, ellos nos hablan de los acontecimientos, que uno tras otro vemos pasar e
irrumpe nuestra vida más cotidiana. Ellos pueden demostrar con fuertes
argumentos cómo todo lo conocido se fragmenta, se diluye, se esfuma frente a
nosotros, y eso asusta.
Todos
sabemos que la economía y la tecnología han llegado para instalarse y dirigir
los rumbos del mundo, que su desarrollo cambian día a día el paisaje social. Oímos por ahí, por allá, que se habla de un mundo
nómada, de la emergencia de grupos organizados por valores diferentes a los
conocidos que peligrosamente se vuelven poderosos, del mundo del mercado, de la
primacía de lo emocional por sobre lo racional... y todo esto, ha puesto al
mundo conocido en crisis.
El
mundo construido por siglos, se nos transforma en otras cosas extrañas, por
ejemplo, la institución familia, esa primera institución a la que arriba el ser
humano desde su nacimiento, ya no es como la conocimos hace tan solo unas dos o
tres décadas. La forma que ahora asume nos resulta extraña, y ante esto, lo que
deseamos es que regrese a ser lo que fue, pero eso ya no sucederá más, por el contrario, la veremos
reconformarse en otros modos en respuesta a las nuevas realidades que se
entretejen. Si no comprendemos esto, nos parecerán pecados de la historia
naciente.
Así,
podemos poner varios ejemplos, como lo que le sucede a la institución Estado, y
qué decir sobre nuestra institución educativa, nuestro espacio que lo vemos día
a día modificándose, todo cambia, y pese a esfuerzos de resistencia, estos
avanzan y avanzan sin encontrarse con fuerzas que los reorienten.
Todo
este tejido de sucesos en diversas dimensiones es lo que llamamos CONTEXTO, y
es toda esta atmosfera epocal que respiramos, emana sentidos que nos lleva por
derroteros inciertos, que vamos palpando a tientas, conociendo sin muchas herramientas
conceptuales, dado que nuestra propia formación ha sido producto de formación
des-ubica, la formación que ostentamos a momentos no nos permite una sabiduría
que responda con pertinencia a nuestra época y ante esto urge preguntarnos ¿le sucederá
esta misma experiencia a las generaciones venideras? ¿Serán asaltadas por su
propio tiempo? Por esta razón necesitamos una reflexión ética...
Por
todo lo expuesto hasta aquí, la ética no puede ser una definición. La ética trata de una forma de vida, no es
algo intangible, por eso dice Eco, empieza a vivirse, cuando entra en escena el
otro. En la docencia siempre estamos
frente al alumno, la ética se vive en cada uno de sus instantes, mucho insistió,
Pablo Latapí en la reflexión sobre los valores éticos, y decía que se viven, que
no son discursos vacíos, son una forma de vida.
Este
contexto, este mundo actual nos impone una forma de vida, nos orienta por unos valores
dictados por los procesos que lo ordenan, y ahí, nosotros y los niños,
respondemos a este tiempo con comportamientos que siguen esas pautas
hegemónicas que poco a poco van gobernando la vida social.
Los
niños, nuestros alumnos, han nacido en estas atmósferas, nosotros nos
estructuramos como adultos en un tiempo atrás, dependiendo de nuestra edad, nos
situamos en el este siglo XXI, y venimos uno al lado del otro, -se supone-, caminando
el mismo tiempo, un tiempo que para ellos es virgen y para nosotros resulta
extraño porque lo miramos con ojos del pasado y sin saberlo, nosotros les
hablamos y orientamos en valores éticos desde los que crecimos, pero que ellos
ya no los viven, les son ajenos, por tanto, se van dando comportamientos
desencontrados, se viven escenas caóticas ¿de qué ética podemos hablar ahí?
Nuestros
alumnos, como hijos de su tiempo, van creciendo en el aceleramiento, y van ordenando
bajo estas fuerzas zonas de sus personalidad que los hacen inconsistentes,
frágiles, ajenos; las nuevas tecnologías lo ponen ante todo y nada, perdiendo
la capacidad de asombro; exigen que todo sea rápido, ejercer el menor esfuerzo;
avanzan por la vida sin comprometerse con actividades largas, tienen una gran
habilidad para cansarse, los aburre cualquier actividad... Y ante esto, ¿a quien
podemos culpar? Definitivamente necesitamos entender que son hijos de este
tiempo, y como afirma Maffesoli, responden al ritmo de la vida actual, un ritmo en torno a
sentidos que nosotros no conocimos.
Con
Maffesoli nos enteramos de que este mundo actual responde a un deseo más
estético que ético, es decir, que hoy rige más el deseo de hacer lo que a cada
uno le sienta bien, lo que nos da placer, generar el mínimo esfuerzo, vivir la
vida más a la manera de Peter Pan; no existe un deseo de crecer y tomar
responsabilidad, sino de ser eternamente joven, viviendo instantes eternos de
tranquilidad, sabiéndose en el futuro pero viviéndolo a como llegue, más en el
disfrute que en el reto de modelarlo. La
experiencia ética sin duda ayudaría a un equilibrio.
Ahora
bien, esa subjetividad infantil, ¿en qué grado ya la encarnamos los adultos? La fuerza formativa del contexto social es
poderosa, y nadie queda marginado y ante esto, ante esta presencia estética
subjetiva que se nos va estructurando se hace prioritario rescatar y equilibrar
los actos éticos, pero ¿qué ética?
Victoria
Camps dice que necesitamos una ética sin atributos. Una ética que no se
afilie a nada que la invada de deber ser, que no sea religiosa ni
fundamentalista, apela a una ética que responda a los nuevos problemas de
convivencia humana, que no son pocos, mucho sabemos de la violencia, la
desigualdad, la injusticia, que son padres de otros muchos otros problemas que
llenan las planas de los periódicos.
Y
nos dice que una ética sin atributos es aquella que permite a las personas
asumir su vida con madurez en medio de las complejidades a las que son
sensibles, y son capaces de dar razones de lo que hacen, que pueden pensar por
cuenta propia en lo que se necesita hacer. Esto es, se trata se aprender a
reconocernos inmersos en medios de fuerzas, y en ellas mismas, reconocer
espacios de acción donde desplegarnos como sujetos.
Pero
cómo hacer esto, cómo se puede vivir una ética así en medio de los flujos de
realidad posmoderna va dando lugar a comportamientos dislocados, momentáneos,
guiados por el interés personal, el consumismo banal, la necesidad de amular
cosas materiales en busca de una felicidad que no se alcanza, donde va
generando enfermedades depresivas, pensamientos de aislamiento, vacuidad
humana.
Dada
mi propia experiencia pedagógica, propongo que desatar algunos nudos teóricos y
pensar en la importancia de auxiliarnos de otros conceptos igualmente poderosos,
que aunque también golpeados por el entorno actual, pueden aun ser un soporte
para avanzar y fortalecer este ámbito donde docente y alumno se encuentran,
donde viven un comportamiento que necesita formar el carácter, el sentido, el
amor a la existencia digna y sencilla que les permita auto- forjarse hacia su
más enriquecida humanidad.
Quiero
mencionar solo tres conceptos, (habría otros, que en este espacio sería
imposible abordar, como la esperanza, la utopía, pero no es el lugar ni el tiempo),
me parece que para construir escenas de encuentro docente-dicente que den vida
a esta ética sin atributos, necesitamos recuperar la capacidad de
responsabilizarnos, la capacidad de reconocer al otro, la capacidad amorosa,
del apasionamiento.
Por
tanto, sostengamos que la ética necesita el apoyo de la responsabilidad. ¿Qué es la responsabilidad? Manuel Cruz viene
a nuestro auxilio. Este filósofo la plantea como un “hacerse
cargo” ¿hacerse cargo de qué? De todo
aquello que nos parece incomodo, que nos indigna, y que está cerca de nosotros,
que sucede casi frente a nosotros, y es eso, ante lo que no podemos ser
indiferentes.
La
responsabilidad es un modo de comportamiento que nos impulsa a resolver
situaciones, y si todos hiciéramos ese pedazo de tarea, la realidad empezaría a
cambiar, y las escenas dantescas del mundo que nos ha tocado vivir se
transformarían. Dice Manuel Cruz, que no
vasta colocarse un moño de color, una camiseta, una bandera, porque eso no
cambia nada, el mundo necesita de sujetos que asuman responsabilidades resolviendo
aquello a lo que son sensibles, sujetos que se esfuerzan por responder a las
necesidades de los otros porque aún son capaces de sentir compasión, amor,
apego social.
Sin
embargo en este contexto posmoderno, vemos que tendencia a buscar los logros
personales, va en aumento este deseo de sentirse cómodo, va aumentando del
desdén a lo colectivo y dar lugar al encuentro, esto va siendo innecesario, superfluo,
y se va generando un abandono de la responsabilidad.
Así,
el tiempo social va atentando contra esta capacidad humana de tomar
responsabilidades, y poco a poco, dejamos que pasen cosas sin hacernos cargo de
casi nada, y con ello, nos vamos extraviando, permitiendo el crecimiento de
la indiferencia, el desapego al problema
de los otros. Sin mal intención pensamos que a otro le toca hacer lo que se
percibe hace falta, y ¿cómo sabremos que otro lo hará? Y así, sin darnos
cuenta, sin mala fe, vamos dejando tareas pendientes, que no hicimos porque
somos seducidos por la cultura del mínimo esfuerzo, un esfuerzo que pensamos no
nos corresponde. Y sin vivir esta exigencia humana de la responsabilidad ¿qué
escenas éticas activamos?
Sobre la capacidad de
reconocer al otro, esto es, sobre la relación tu-yo, yo-tu, que algunos autores
llaman Alteridad u otredad, Levinas nos aporta muy buenas
ideas al respecto, una de ellas en este momento me permite plantear que al asumirnos
como docentes, ofrecemos al alumno una imagen de nosotros, e igual ellos, nos
permiten mirarlos, y dice Levinas que en este simple acto, nos decimos “heme aquí” ambos, docente y alumno se
presenta como dos personas acosadas mutuamente por su proximidad.
En esta proximidad de heme aquí mutuo, se activa una demanda
-sin posibilidad de callar-, se exige un lenguaje que comunique más allá de
contenidos escolares, más allá de los formal, esta proximidad demanda un decir
que deje fluir la subjetividad, es decir, también deje entrar la dureza del
proceso de existir de cada uno.
La realidad posmoderna,
plagada de prisas, de exigencias, donde este “heme aquí” es tan instantáneo, la prisa lo desvanece, la demanda
de proximidad se acalla, para dejar entrar lo que Larrosa llama actitud fariséica, desde
la cual, el docente se posiciona en su rol, y demanda al alumno encarnar el
suyo, quien termina siendo disminuido al darse prioridad al currículo por
ejemplo.
Si diéramos más fuerza
a ese heme aquí, y hacerle caso a esa
proximidad, que da lugar a la experiencia de necesitarse, de aportar cada uno su
fuerza, sus sentidos, seguramente la contribución mutua para para crecer hacia
la mejor versión de sí mismo sería excepcional.
Ahora bien, fortalecer
nuestra capacidad amorosa es otra necesidad y para ello, tenemos a Alain Badiou, quien nos cuenta en un
pequeño libro ideas muy importantes sobre el amor, rescatándolo de esos
mensajes idílicos y simplistas. Para el amor es ante todo una construcción, y
esta necesita ser duradera, vivirse como una obstinada aventura.
Nos lleva a pensar que
este verbo, amar, se vive como un aventurero, y un aventurero nato, no se deja
vencer ante el primer obstáculo, que no abandona su esfuerzo a la primera
divergencia, a los primeros aburrimientos.
No, para él, un amor verdadero es aquel que triunfa sobre los obstáculos
que el espacio, el mundo y el tiempo le proponen. No por algo, Morin, igual le llama “el
complejo de amor”, que consiste en admirarse en lo diferente del otro amado,
que muchas veces nos ahuyenta.
El amor entonces es duración,
es hacer que eso que se siente tenga la más larga plenitud, que exige que el
amor se reinvente día a día, dura en el duro deseo de durar. Por tanto vivir el amor es algo que implica
reto, esfuerzo, enfocarse construir emociones donde parece que nada puede
suceder. En la escena de docencia, donde alumno y docente se encuentran, media el
amor; reconocer al otro diferente, y pese a sus defectos, carencias, vivir la
aventura de vencer todo obstáculos que se presente, se activa esa aventura
amorosa.
Pero también este
autor, nos cuenta que la capacidad amorosa tiene enemigos dado que el amor, si
bien sabemos da intensidad y sabor a la vida, no es ajeno a los riesgos, a la
incertidumbre, el amor en tanto construcción con otro, no es un espacio seguro,
conlleva misterios, zozobra, y hoy día vamos siendo débiles, frágiles, sentimos
que no podemos con esas emociones de infelicidad que también puede causar el
amor, preferimos no sufrir, vivir en la comodidad, seguridad. Hoy, se evitando el azar, todo encuentro no
planeado vamos perdiendo esa poesía existencial de la experiencia amorosa,
dando paso a un hedonismo, al culto de uno mismo, disminuyendo esta capacidad
de admirarse, fascinarse ante la presencia de los otros.
Esta experiencia
amorosa, el aventurarse por los caminos de la emoción, da lugar a la pasión,
esa sensación de entrega total hacia algo que en verdad queremos, que anhelamos
desde el fondo del ser, y aunque sintamos que no podemos, hacemos esfuerzos por
lograr eso anhelado, dando lugar a la emoción de construir algo que importa, y al hacerlo nos
auto-construimos siguiendo nuestros sueños.
Vivir estos sentimientos, encarnarlos, otorga al ser algo de
autenticidad, que cuando estamos frente al otro, en este caso nuestro alumno, y
somos ese heme aquí, él puede ser
sensible a esta capacidad de apasionarnos con los que hacemos en la tarea pedagógica,
expandiendo esa pasión en cada cosa que decimos y hacemos, y esto, es un modo
muy humano de expandir este tipo de emociones en este mundo tan materializado,
que de alguna forma se continua en la escuela aunque. Necesitamos reconocer que la educación si bien
tiene un discurso de valoración a los niños, sabemos que se enfatiza más la
capacidad cognitiva, y Zemelman se pregunta al respecto:
¿Qué
pasa con las otras facetas que hace al hombre concreto?, ¿Cómo saber la
ponderación exacta en que se pueden combinar inteligencia, voluntad,
emocionalidad, pasión, en la caracterización del sujeto capaz de colocarse ante
las circunstancias?, ¿Cómo rescatar al sujeto desde su necesidad de horizontes
de conciencia, de manera que no quede atrapado en la lógica discursiva de la
comunicación? Entorno de cuestiones como éstas podemos retomar la exigencia de
un pensamiento con música, o de lo dionisíaco como esa nostalgia que inspira
Nietzsche. Volver la mirada hacia la existencia envolviendo en su secreto la
pasión domeñada o reducida a lo apolíneo.
Pasión como expresión no discursiva, pasión como el magma del hombre por
ser hombre. La pasión recuperada ante el discurso por el discurso, como lo
excedente de aquél; el magma como lo preformativo: querer hacerlo que se es,
ser en el hacer, o hacer desde el ser”
Apasionarnos con la
docencia es un modo de vivir la ética. Y
por todo lo dicho hasta aquí, hacer esto con plena conciencia y sentido
pedagógico que dé lugar al despliegue apasionado de nosotros mismos para
cumplir nuestros sueños, no nos va resultando fácil.
Hasta aquí, se hablado
de este ejercicio ético buscando el apoyo de algunos conceptos poderosos desde
cuya fuerza pueden sostenernos en esta imperiosa necesidad de formar mejor a
nuestra infancia, y al hacerlo, nosotros mismos nos veamos enriquecidos con más
experiencia y sabiduría pedagógica.
No será fácil, necesita
a sujetos docentes que sean capaces de enfrentar las fuerzas del contexto
armados con cultura pedagógica que ayude a pensar y colocarse en lo que se
necesita, en esta urgencia de vivir una educación de manera apasionada que
provoque la capacidad magmática del ser humano para abrirse hacia sus más
excelsas cualidades y logre formarse en ese carácter fuerte, que lo constituya
en una persona madura capaz de explicar y fundamentar lo que hace, lo que
necesita; que opta y se compromete con la circunstancia que lo rodea, que da
sentido a su vida y desde éste, asume los riesgos para el logro de fines más sociales,
esto es, que sea capaz de encarnar una ética sin atributos.
Adela cortina dice que la ética sirve
para recordar que tenemos la responsabilidad de evitar el sufrimiento haciendo
bien lo que sí está en nuestras manos, invertir en lo que vale la pena, sabiendo priorizar reconociendo lo que
verdaderamente se necesita.
Y
aprender a vivir este tipo de ética empieza en nuestro trato diario, entre
nosotros, entre nuestros alumnos, viviendo esos actos de responsabilidad en las
pequeñas cosas cotidianas, siendo sensibles, respetando, reconociendo la
realidad para construir en ella garantías de una convivencia que fortalezca de
nuestra subjetividad, para alcanzar la mejor versión de nosotros mismos.
Es
indiscutible que en la escuela vivimos la ética, pero necesitamos no perder los
ejes que he mencionado, porque si nos sucede, el contexto también educa y es poderoso,
seductor, y va abriendo zonas donde lo ético se diluye, y esta pasión por el
otro se cambia por alguna banalidad ¿y hacia donde nos lleva? No lo sabemos.
Maffesoli
dice que vamos hacia la estructuración de una nueva época, ¿cuál, cómo será? Tampoco
lo sabemos. Él, como buen sociólogo, nos
invita a estar atentos. Hay que hacerlo, hay que estar atentos, no descuidar
experiencias éticas que ayuden a nuestros alumnos a auto-realizarse desde sus
pequeños actos cotidianos, aprendiendo a vivir situaciones que no nos dañen, donde
nos respetamos mutuamente y sintiendo esas emociones que nos vinculen con los
semejantes para fortalecer el lazo social, siendo capaces de sentir al otro, y
jamás demos cabida a la fatal indiferencia.
Luz Divina Trujillo
Julio11, de 2016.