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domingo, 24 de agosto de 2025

Ana Carrasco-Conde. La muerte en común. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024. Edición Electrónica.

 


Ana Carrasco-Conde. La muerte en común.
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024. Edición Electrónica.

 El libro que comento termina con este poema…

 

“La muerte nos convierte en niños desconsolados,
desubicados, desconcertados.
Que cantan en una ciudad sin muros
dentro de una prisión
palabras de consuelo ante lo irremediable.
Como quien derrama el dolor en el interior
de un poema
su contorno es el vaso que llenamos
la caja negra que construimos tras el golpe
en nosotros.
Y allí por donde vamos un océano interior nos encuentra
 y en ese encuentro se abre una ausencia
común.
Resonando en re menor
bajo el peligro de las sirenas
quedamos suspendidos hasta despertar.
Un corte sin tránsito
que saltamos aislados desencantados.
La muerte agazapada en el rellano.
Somos nosotros los cambiados
en los verbos conjugados escuchamos ahora
el colibrí.” Pág. 318-319

Y les comento, cada uno de los versos que componen este poema, es el nombre de cada uno de los apartados y sus subcapítulos del libro. 

Ya había notado a Ana Carrasco, este estilo de armar ideas, lo vi en el libro “Decir el mal”, pues al leer su índice, se aprecia un mensaje en clave que invita a asomarse a las ideas que se ofrecen en cada capítulo.  Muy original, sin duda.

La autora, tiene estilo ensayístico donde subyace la intención de conmover, de emocionar, de hacer sentir algo a su lector, y me parece que esta es su forma de hacer en acto lo que promueve en ideas, es decir,  ha vuelto su escritura su modo de “vida buena”, de vivir una vida reflexionada, nos hace sentir que ella se asume inexorablemente en nosotros, sus lectores y por ello, como seres intra-intersubjetivos nos dice, que nos andemos con cuidado en nuestro roce con los otros en donde somos, y ellos son en nosotros, que no les generemos daño, y si hacemos alguno sin intención, ameritará reconocerlo, hacer algo.  Pienso, que, como escritora, ella se esfuerza por hacer carne las ideas que va descubriendo, desmenuzando, y que con amorosa escritura nos comparte.

Pués leído está y pienso, que contiene tres grandes bloques de ideas que necesitamos rescatar del fondo de nuestro saco de olvidos sobre la muerte: primero, que morir nos es  inherente, todos morimos inexorablemente; segundo, que el morir un ser amado nos “muere” (no sé si sea correcto decirlo así, me arriesgo consciente del mi ignorancia), que la muerte por ello es en común, y por ello, necesitamos reconstruir nuestra relación con quien muere, pues sin bien ya no está presencialmente, vive en nosotros, se queda en lo que nos hereda; tercero, hoy, necesitamos reflexionar más este suceso, pues si la muerte de un ser querido, nos muere, y no sabemos tratarlo, esto puede ser fatal, podemos ser una sociedad de muertos en vida al no procesar correctamente la  muerte y reconstruir nuestra relación con quienes fallecen.

Pues bien, a lo largo del libro, se nos cuenta que somos una diada, somos vida-muerte, desde el primer respiro, el momento de morir está activo, y lo original en este planteamiento, ella dice, que de ese “nacer-físico”, nos movemos hacia un cambio, que en el último respiro cambiamos nuestro ser óntico, es decir, de cosa mutamos a un “vivir-en-los-vivos”, a quedar inmersos en las personas con las que compartimos la vida, que seguimos en la huella que dejaron nuestras pisadas físicas tatuadas en la subjetividad de todos ellos, con quienes nos compartimos en vida.  ¿No es una hermosa idea? Morir da miedo, pero pensar en esto, nos hace cuidar lo que hacemos en vida con igual terror, no queremos ser odiados y olvidados, pienso (ella no lo dice).

Sin embargo, aunque lo anterior da esperanza, no deja de reconocer lo complejo moverse a este lado luminoso del hecho de morir.  El dolor de ver inerte a un ser que amamos (padres, hijos, hermanos, amigos, la lista es larga), es un momento que desgarra, que oscurece, que enmudece, que nos “muere” valga la expresión que yo misma siento rara, pero me ayuda a expresarme. 

Cuando alguien muy cercano pierde su calor, el brillo de sus ojos, se extingue su voz, dependiendo el grado de vínculo relacional, con su pérdida física, también se lleva algo de nuestra vida, nos deja un hueco, y entonces, nos sentimos faltos de quien ya no respira, no nos habla más, no nos mira, y no encuentra modo de llenar ese pedazo de vida nuestro que se nos arranca y se lleva quien muere.  Entonces, nos convertimos en dolientes, el llanto, la tristeza, la pena, mil pensamientos y sentimientos de “hubiera” nos inundan, sentimos que nada nos calma, el dolor-doloroso, va llenando ese “hueco” dejado por quien fallece.

Ante esto, tan real, Ana Carrasco, acude a la historia de la filosofía y rescata momentos donde filósofos, pensadores, han abordado reflexivamente este asunto del que nadie escapa, todos morimos, a todos se nos muere alguien, y entonces, sentimos el morir en vida. Con lucidez, nos va contando, las formas que, en otros momentos de nuestra historia, la muerte fue afrontada, y en esa revisión, rescata la práctica del rito funerario. 

Va contándonos, como se vivían las pompas fúnebres, nos explica algunos cánticos y poemas que se componían y cantaban hasta en coros para sacar del silencio ese dolor que ahogaba a los dolientes en sus penas; habla de piezas musicales que primero abordan las emociones más tristes y terminan con destellos de ritmos y avisan de la importancia de moverse de emociones tristes, a emociones de auto-rescate.

Así, deja ver la importancia de los rituales mortuorios de antaño, que no eran sino otra cosa que tiempo, un tiempo necesario que permitía vivir el duelo, un tiempo para procesar ese asalto a la vida y aprender a soportar esa pena innombrable, un tiempo para procesar y reconstruirse para seguir en la vida, llevando ese dolor, que nunca desaparece, pero ya no se vive en el grito, en la orfandad, sino en la comprensión que todos mueren, que morimos, y los muertos, se honran con amorosos recuerdos, si eso propicia su vida, o se olvidan si es necesario. Enfatiza en esto, que antes, los rituales funerarios, eran en comunidad, algo que hoy la vida civilizatoria actual ha confinado en las funerarias, y pésames casuales. 

En aquellos rituales, los dolientes se sabían acompañados, y se sabían con tiempo para procesar ese golpe, para asumir ese momento no esperado, el ritual aporta símbolos, mensajes, un sostén que permiten al doliente procesar ese dolor que le dobla, ese dolor insoportable, en el ritual funerario, se deja sentir que se comprende que todos mueren, que no es un castigo, sino que es el pasaje de lo viviente-presencial a lo viviente-amoroso, al acuñamiento de la comunidad, donde se reconoce que quien murió nos dejó un tesoro de vivencias, de recuerdos, de ideas, que ahora estarán siendo parte de todos, que morará en el recuerdo de todos. Con esta comprensión, el doliente tiene tiempo, con el ritual, procesa su pena, comprender el suceso inevitable, y sufre la ausencia física, pero honrando el recuerdo comprende que quien falleció vive en él por lo mejor que le aportó, se concentra en las ganancias, dice ella. De esta forma, el ritual funerario, aporta tiempo, permite el duelo, permite enfrentar la melancolía, la añoranza, y ayuda a soltar amorosamente ese deseo de lo ya no se tiene, y se le ponen alas ese cuerpo, que ya no vemos, pero sentimos como las alas del colibrí, quien se hace presente sin ver sus alas.

Y así nos va contando bellas historias sobre rituales, sobre explicaciones de cómo muchos han reflexionado sobre esto que no es connatural, la muerte, e igual nos avisa de los peligros que de la pérdida física de quien amamos, a quien consideramos sin pensarlo “eterno”, pero en un momento ya no está y quedamos en “shock”, detenidos en ese tiempo, paralizados en ese momento, encerrados en ese hueco que deja la ausencia-presencial del ser que amamos, y si esto perdura, poco a poco, pensando en esa muerte, vamos muriendo en vida, nos volvemos muertos-vivientes.

¿Cómo sucede esto? Ana Carrasco lo explica como el predominio de emociones negativas, para ello recurre a lo que entiende por “eros “y “póthos”, eros, como sabemos, aludes a emociones que unen sin atar, es un sentimiento que encuentra, y ata-soltando, que permite autonomía de quien se ama, se le impulsa, se le espera, y si hay que dejarlo ir, se le suelta por amor.  En cambio póthos, inspira aferramiento a lo que se desea, lleva al anhelo de lo que hemos sido privados, nos orienta a buscar en ese hueco que deja nuestro fallecido, y esa vida que ya no está nos duele y duele más, porque se busca lo imposible, no se comprende el vínculo vida-muerte, entonces nos hundimos más y más en ese hueco, arrastrados hacia la eterna temporalidad detenida de quien fallece, y extraviados en ese momento, la revivimos como una muerte sin fin queriendo rehacer las cosas, volver al momento anterior del suceso, y nos hundimos más en ese sufrimiento. En tal actitud, nos desatamos de nuestra propia vida, quedamos aferrados a la ausencia, a la carencia del difunto sin comprender nada, cegados viendo la muerte como infortunio, y no como consustancial a lo vivo.

Y ¿Qué si es posible para avanzar por la vida en que seguimos los dolientes?

Una manera de salir de ese momento tan doloroso, dice ella, es darse tiempo, pero no eso de que “que pase tiempo” y ya, no, se trata de hacer esfuerzos para reconstruir la relación rota por la ausencia física; antes nuestra relación, era presencial, ahí estaba nuestro ser amado, pare reír, para molestarnos, para estar juntos, para mil cosas, nos sabíamos acompañados por él para siempre, pero sucede de pronto que no está, y todo eso que era, ya no es, se trata de conjugar los verbos de otra forma, ahora será “fue” y un “será” que se esperaba, y se vuelve un problema a resolver. Se necesita hacer este pasaje, se requiere un trabajo personal y comunitario, donde cada uno y todos los implicados en esa relación intra-intersubjetiva, tengan tiempo para aprender a conjugar de otra forma los verbos de la vida.

Por tanto, el duelo, si bien es tiempo, es un tiempo para reconstruir sentimientos, pensamientos, es un tiempo para procesar esa muerte en común, ¿común por qué? porque quien murió, nos “muere” algo de nosotros, al morir quien amamos, en algo morimos todos los implicados con esa vida y por ello, los vivientes sienten un agudo dolor; los vivos si sentimos la muerte, por ello necesitamos reconstruirnos y reconstruir la relación con esa persona que ya sólo está vida en nuestros pensamientos, nuestros recuerdos, en las cosas que dejó, ahí sigue presente, la seguimos sintiendo ¿cómo vivir con esta nueva forma de presencia? Ese es el reto personalísimo.

Se trata entonces de dar una especie de vuelta de tuerca, o ver de otra forma del vaso medio vacío, de darnos el tiempo para reconstruir nuestra relación con las personas que abandonan su estadía física, pero se quedan en nosotros, en las palabras, en los recuerdos, en los objetos que dejó, en lo que hizo en esta tierra. Y esto se hace valorando el tesoro de “ganancias” que son esas aportaciones dadas a nosotros en vida, es decir, tenemos su amor, ese amor que nos dejó y con todo ello, necesitamos colocarlo en ese hueco que dejó la partida, así, poco a poco, se llenará de otro modo, cobrará otra forma, pero ahí estará lo amoroso de quien cambió su estado física, y también estará nuestro amor vivo, conteniendo cálidamente el recuerdo, soltando, sin olvidar, alejando la melancolía, la añoranza que induce a desear lo imposible, se trata de buscar y encontrar aquello que honre su presencia-ausente. Siguiendo a Javier Gomá, pienso que diría, darle “dignidad” (peor quien sabe, sigo siendo una ignorante de muchas cosas)

Ahora bien, ¿podemos hacer esto? nuestro gran problema en estos días en que nos ha tocado vivir, los rituales mortuorios desaparecen, los tiempos de duelo se evitan con trabajo, con pastillas que adormecen el dolor.  Hoy la muerte queda encerrada en una casa funeraria, un entierro y algunos pésames.

Aquel tiempo de rituales, de pompas fúnebres, de canticos y poemas para honrar la muerte, las ceremonias luctuosas tuvieron sus contextos, tenían un función social, cultural. Eran acciones que aliviaban el dolor de los dolientes y de la comunidad afectada, pero hoy, es otro mundo, vivimos otras situaciones, somos producto de un tejido social muy diferente, somos hijos de otras comunidades, como las redes, el internet, vivimos de otra forma el tiempo, hoy el futuro parece estar en el presente, el tiempo pasado se ve muy lejos y así vamos constituyéndonos, esto de lo intra-intersubjetivo se da unas maneras muy distintas a hace 100 años, ni que decir, de hace mil.

¿Hoy cuáles son nuestros rituales? ¿En qué vida cotidiana nos constituimos? ¿Cuáles son nuestras ansias de vida? ¿En qué creemos? ¿La muerte de nuestra vida la llegamos a sospechar cuando menos? ¿Nuestra longevidad actual nos aleja de la idea de morir? Y ¿Cuándo alguien muere como se duele ese dolor? Y…

Pue así va el libro, no sé si atrapé el sentido, lo mejor sería que cada uno lo leyera y sacara sus propias conclusiones, pero, aunque la escritura es fluida, las ideas bien ligadas y que en la medida en que avanzan se crecen como una melodía, como dice ella, que inicia en re menor (que entristece, conduele, reúne) se mueve al re mayor (que explota en emociones de salida jubilosa), tiene el inconveniente de ser una escritura filosófica y ahí está el detalle…

El libro lo compré hace un año, tenía temor de leerlo por mi carente formación filosófica, pues como saben, formación magisterial adolece del manejo de fuertes conceptos teóricos, y eso de leer y encontrarse con tantos nombres que van desde Sócrates, no sé cuantos más filósofos griegos, hasta Aristóteles, lo mismo autores de la edad media como Agustín de Hipona, de la modernidad como Hegel Heidegger, Schiller, y otros, Freud y más…en fin, varias páginas de bibliografía al respecto, la verdad, imponen.

Por esto, preferí leir durante un año otras fuentes, me di tiempo (darse tiempo de trabajo, como ven, si ayuda)  y por fin me atreví.  Y esto fue lo que sentí, pensé, logré escribir… espero no haberme salido del espectro de ideas que dibuja, que la verdad, son muy luminosas, es un libro que, en otro momento, estoy segura, volveré a leer, y espero con más formación filosófica, pues hay muchas ideas por explorar, esperando que mi muerte, no me asalte antes.