jueves, 11 de julio de 2013

Leer lo que nos importa tiene su tiempo…


En medio de la lectura de los trabajos de mis alumnos, me fugo para pensar y volver renovada a sus escritos, buscándolos, pues defiendo la idea de que leer-escribir-leer, no puede ser jamás una actividad instrumental, sino una necesidad de sujeto.

Todos sabemos lo importante que es leer, o cuando menos sabemos que debemos decir eso, -nunca lo contrario, se vería mal- aunque leer finalmente no responde a un deseo voluntarista, no se puede leer por petición, por simple deber ser.  Pienso que leer tiene sus demandas, que no resulta bien si no lo deseamos; una vez leí que quien lee y escribe, es guiado por su deseo –Sergio Espinoza Proa-, y ¿qué es el deseo? sin querer acertar pero si desde lo que sé, puedo decir,  que es una búsqueda de algo que no se sabe qué es, pero que un día supimos nos hizo sentir plenos, completos, felices, es la reminiscencia de una experiencia tan única, irrepetible y buscada eternamente… este deseo se pone en juego en todo lo que hacemos, hasta en leer, y que cuando leemos así, buscamos algo, tenemos necesidad de saber algo sin saber qué es.   

Y claro, como maestra, tengo que reconocer que esta forma de lectura no se enseña en la escuela desafortunadamente, ahí se practica una lectura instrumental, pragmática, práctica, como hábito, utilitaria para el fin del conocimiento que debe aprender.  Pero he de reconocer, que por ahí, alguna vez, en medio de esa exigencia escolar, nos encontramos con un libro, un escrito que replantea esta experiencia, nos sitúa en esa sensación, en esa emoción única, en un “saber” que leer tendrá un sentido pasional, un  encuentro con algo que verdaderamente necesitamos, y entonces leer, prende de otra forma, ya sea esto por accidente, o por la sabia mano intencionada de alguien que ya lo sabe y nos induce a hacerlo a aun a pesar nuestro –pienso en mi hijo ahora-.

Esta sensación de que al leer  se habla a nuestro interior, a nuestras necesidades más sinceras y ocultas, queda como experiencia inolvidable, y la deseamos, la buscamos nuevamente, y andamos tras el libro, el autor que le habla a nuestras estructuras más profundas y dialoga con nosotros. Esa breve experiencia, -si se ha tenido-, siempre se volverá a ella, pero ahora, siendo selectivos del tipo de literatura que nos habla, del autor preferido, del lenguaje escrito al que somos sensibles. Buscamos los libros amados.

Así, leer, un día se vuelve una tarea de la vida, es parte de la vida diaria, sabemos que al leer vamos acompañados, pues la soledad es nuestro signo ¿Por qué?  Nadie vive la vida como cada uno, vivir es una experiencia tan personal, tan propia, que solo cada uno puede  valorar tal vivencia,  el otro, siempre la verá desde afuera por más intentos de proximidad que nos muestre. Y la vida, va dejando un ramillete, que digo, una cantidad enorme de preguntas en las que las respuestas son escasas, pero, por fortuna  tuvimos este acercamiento emotivo, cálidamente existencial con la lectura, volveremos a ella y nos rodearemos de los libros que tienen que ver con nosotros mismos. 

Pienso en ese dicho popular “eres lo que comes”, que puede tener  algo de razón o mucha, ya que podemos ser personas nutridas o no dependiendo de cómo nos alimentemos; haciendo la analogía, es posible considerar que nuestro modo de ser, de pensar, de responder a los acertijos de la vida, tiene que ver con las ideas a las que nos hemos acercado mediante la lectura, pues ellas nos prestan lenguaje, visión, capacidad de opción para pensar-sentir y tomar decisiones; los autores que visitamos nos comparten a través de sus letras, sus frases, parte de su inmensidad existencial y nos ayuda en la nuestra.

Ahora, puedo entender por qué soy tan selectiva con mis autores, mis libros;  por qué no es cualquier libro, sin ese o aquél, busco el libro que le habla a mi interior, a ese autor con quien puedo dialogar, me permite pensar, explorar  preguntas muy propias, esas que ni uno mismo sabe formularse pero que ahí están, insistiendo en ser exploradas…

En fin, todo este decir para auto-explicarme a mí misma por qué  he vuelto a varios libros que hace años revisé, y no entendí en su momento por mis propias ignorancias formativas, porque ahora sé que leer además de exigir este deseo del que he hablado, demanda preparación, exige del lenguaje que dejan otras lecturas intermedias, aquéllas que preparan para los verdaderos libros, esos que se vuelven nuestros compañeros de toda la vida.

Hoy puedo comprender, por qué leí libros que abandoné a la mitad, que hojee sin capacidad de quedarme aun ellos, leía sin saber que no era el tiempo de leerlos, faltaba tal vez más vida, más lenguaje, otras lecturas previas, y otras experiencias que revelaran su sentido y necesidad para la vida personal.

Y ahora estoy lista, creo, para leer un libro abandonado:  Rayuela de Julio Cortázar, un libro que ya no tengo, que alguna vez compré en otra etapa de mi vida, que anduvo de aquí para allá, que se hizo oscuro y que ha desaparecido de mi librero, ya no sé cuál fue su paradero, pero que para mi fortuna, hace unos meses leí una cita de un autor sobre este autor olvidado, y me interesó al grado de buscar mi viejo libro, que ya no encontré.

Sin embargo, usando las ventajas de la tecnología, de la red, he vuelto a tenerlo, ahora en forma digitalizada, como un libro electrónico  en mi Kindle,  y he recomenzado su lectura, pues es el tiempo de hacerlo, si,  es el tiempo correcto de leerlo…  estando entre sus ideas, comprendo por qué en aquel primer intento, solo avancé una tercera parte sin concluirlo y sin entenderlo.

Ahora, voy avanzado en él, tranquila, sin prisa, pensando en las imágenes que va depositando en mi cabeza, sobre todo, en esa idea de libertad que todos tenemos, anestesiada, tan imposible de realizar porque somos seres atrapados en las instituciones sociales, que si son tan necesarias para la vida social, paradójicamente merman el espíritu libre que todo ser humano necesita desplegar y que ya Freud nos explica con detalle, pues tenemos que aprender a negociar nuestra vida, nuestros sueños nacidos del deseo, -que por lo general quedan reprimidos-,  intentando un equilibrio para lograr la cordura, la salud mental para la vida en común,  tan imposible a veces.

En fin, en este libro, nuestro autor reflexiona esos detalles de la vida sin proyecto, de  la vida día a día… me va dejando ideas, emociones, sensaciones, revisiones, voy aprendiendo y reconociendo el valor de cosas cotidianas no valoradas y llegan nostalgias de deseos no atendidos en su momento.  Hay que terminarlo, valorar la experiencia total de su lectura. Por el momento, dejo aquí este extracto que me pareció tan poético, tan lleno de emoción y pasión por la cercanía del otro que nunca pensamos, aquí, la reflexión sobre el simple contacto de los labios del otro,  se piensa en esa parte del cuerpo que no solo usamos para alimentarnos, sino para hablar, decir lo mejor de nosotros, dar un beso –que Edgar Morin reflexiona con belleza-, léanlo y ya me dirán.

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.” Julio Cortázar, Rayuela, 7, p.29

miércoles, 15 de mayo de 2013

15 de Mayo: ¿Qué es ser maestro? Igual que todos, busco respuestas...


San Agustín se pregunta sobre el tiempo y se autorresponde: “…Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé…”(San Agustín, Confesiones, México: Porrúa, 1977, p. 193) Sin meterme a este problema del tiempo, en el que me declaro inexperta –aunque reconozco su importancia, misma que no debemos obviar, pues si somos maestros, necesitamos comprender con atención que nuestra hermosísima materia de trabajo es tiempo: la formación-. 
Solo me quedo aquí con el sentido de la pregunta y la uso para pensar en voz alta que quienes ejercemos la docencia, cuando nos sabemos maestros, a la hora de explicarlo el lenguaje nos es impropio y no alcanza a captar y expresar la complejidad identitaria y existencial del personaje llamado maestro,a que encarnamos.
Preguntarnos sobre quien somos y hacerlo lenguaje,  es una necesidad de todos, siempre andamos tras preguntas de corte existencial -como ésta-, en un mundo donde lo único que no nos falta es eso que afirma Hanna Arendt, y es esta terca sensación de incertidumbre sobre el mañana. Y es que la vida “…nos sucede… nos encontramos viviendo en el momento en que nos preguntamos por el vivir…” (Maturana, 2000) y ahí, viviendo la vida, nos construimos y un día nos sucede que somos maestros, dando lugar a experiencias que no solo son personales sino finamente entramadas en el lazo social, algo muy  delicado y complejo que necesitamos saber cómo sucede.
Responder a la pregunta sobre quién se es como maestra,  maestra –en mi caso-, pasa por varias situaciones.  Pienso que siempre necesitamos contar-nos a los demás, hablar sobre quién creemos ser, y cuando lo hacemos, nuestro “soy-yo-mismo”, se pone enfrente, y nos hablamos para encontrar algo esencial que nos constituye pero  no tan  asible,  por ello, al hablarnos “…construimos y reconstruimos continuamente un yo, según lo requieran las situaciones que encontramos, con la guía de nuestros recuerdos del pasado y de nuestras experiencias y miedos para el futuro. Hablar de nosotros a nosotros mismos es como inventar un relato acerca de quién y qué somos, qué sucedió y por qué hacemos lo que estamos haciendo” (Bruner 93). Contar-nos es acto de revelación de nuestra historia cruzada con las historias de los otros con quienes hemos compartida la vida.
Y ¿Por qué digo que el lenguaje nos ayuda? Definitivamente usamos el lenguaje de todos los días, ¿y este lenguaje tiene la fuerza para expresar el misterio que somos, la emoción y la pasión que nos inunda? Escribió Sor Juana en un poema “…el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir.”  Se necesita contar-nos, y tal vez no cabe en el lenguaje habitual todas las complejidades de la existencia, en este caso, nuestro ser maestro.  
En algún momento de nuestra carrera, nos sucede esto de sabernos maestros, esto es,  “nacemos como maestros”, hay punto de inicio, no fue herencia, vocación dada, “nos nacimos como maestros” –puede suceder  que a muchos no les suceda, que sigan aun en el rol, alguien que hace su tarea designada y solo eso-, y esto sucede cuando ya estamos inmersos en un universo de símbolos lingüísticos formalizados, cuya función comunicativa y estructura, limita la capacidad expresiva del sujeto-maestro, este lenguaje nos enmarca en los rituales del buen decir, y no capta la singular emoción y pasión personal de la vivencia de asumirse como tal.  Este lenguaje del mundo estructurado, no se interesa por las vicisitudes del existir de la docencia, tan human, tan frágil, tan llena de incertidumbres en las que vamos resolviendo miles de peripecias muy humanas.
Y es cuando nos nacen preguntas alrededor de ese lenguaje instituido, frío, hecho para hablar del  dato más que el suceso existencial, si éste me permite  ¿decir mi existencialidad que emerge, que se pone ante mí y ante los otros?, ¿si me ayuda a abordar ese  “heme aquí” acosado por la proximidad de los otros y que igual necesitan de mi un decir sincero para su “heme aquí” igual que yo? (Levinas)
Considero que el lenguaje habituado, instituido de la docencia, hecho, conformado por ideologías, teorías sedimentadas, palabras construidas en las memoria y tradición de la historia educativa, que conforman un universo simbólico que nos unifica y constituye, solo nos programa para nuestro deber ser social ¿y mi ser existencial dónde queda?  Y si, somos obedientes,  respondemos a sus demandas, hablamos como se nos pide, y por tanto, nos gobierna sin saber cuánto, pero por fortuna este domino no es total, siempre hay resquicios por donde escapamos para ser nosotros, los verdaderos vivientes de la docencia, con una vitalidad que no alcanza a decirse con ese lenguaje.
Cuando nos sabemos “existiendo la docencia” ya ese lenguaje no alcanza y buscamos liberarnos de ese decir instituido para construir un “lenguaje de sujeto”, uno que sí permita dejar salir toda la “sinfonía humana” contenida en nosotros, y pueda auto escuchar a mi “heme aquí”, cuyo grito silenciado reclama liberarse del lenguaje dado que encarcela.
Por ello me atreví a decir, que tenemos el problema de responder la pregunta ¿Quién soy cuando me asumo como maestro? El lenguaje ordenado por un imaginario social, institucional no nos deja mucho margen, nos ha enseña un lenguaje seguro, firme, en él no debe entrar la duda, la inseguridad, es inconcebible una decir que se quiebre, que deje emerger palabras que hablen de la batalla existencial se fragua en la docencia día a día, circunstancia donde nos pasa de todo, situaciones donde se viven pensamientos, emociones, historias, sentidos de vida, necesidades vitales, tantas cosas, que hacen de la docencia una estancia compleja, ¡para nada idílica!, pues cada instante nos preguntamos cosas como ¿soy el maestro,a, que necesitan quienes ahora están frente a mí? Una pregunta eterna que nunca acaba de responderse porque que los niños  y los jóvenes se mueven más rápidos que nosotros,  y sabemos de la urgencia de educarlos para su propia necesidad de vida, serán parte de un mundo que está naciendo con ellos, por eso decía que la formación es tiempo….
En fin, hasta aquí, vuelvo a esta imagen que retomo del dramaturgo Peter Handke, cuando afirma, “Sólo puedo amar a aquellos que poseen un lenguaje inseguro; y quiero hacer inseguro el lenguaje de aquellos que me agradan.” Ahora mi lenguaje se queda así, me pregunto si logré decir lo que intentaba, solo compartir que ser maestro no es un discurso bonito, que más bien, necesitamos hablar sobre esta delicada actividad humana, donde sabemos que nos jugamos la existencia todos los días, y que necesitamos a todo momento reconstruirnos, hacernos de palabras, de metáforas, de imágenes para compartir este reto de más que trasmitir información, pues cuando nos colocamos frente a nuestros alumnos, necesitamos mostrarnos como “vivientes de este desafío constante de asumirse como maestros” ahora frente a nuevas realidades inéditas que nos ofrecen las nuevas formas de subjetividad social que hoy emergen, donde siempre nos quebramos, lo que sabemos-somos-hacemos se pone en duda, pero en medio de ello, continuamos en este proceso de autoconstrucción, y pienso, no sin el riesgo de equivocarme, es eso lo que a ellos les puede entusiasmar, ver que nosotros crecemos con ellos, que ahí la construcción de esta relación maestro-alumno, alumno maestro…  que ellos nos sientan existiendo el reto de ser para ellos,  que ellos saben que somos lo que decimos, y que si bien, no lo podamos decir, si vivir el reto de hacerlo.
 ¿Qué es ser maestro,a?, como dice Sabines en uno de sus poemas, “yo no lo sé de cierto”, pero me puse el reto de hacerlo palabra, y creo que la respuesta solo queda iniciada, consciente de que el desafío se me abre inmenso…

 

 

viernes, 10 de mayo de 2013

...ser madre? Una construcción personal?

"Oh dulce mamadre
-nunca pude
decir madrastra-,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes."
Fragmento de La mamadre, de Pablo Neruda.

En este poema, Neruda habla de su relación con quien realmente lo crió, quien se hizo su madre y él se hizo su hijo...  Y con este doy entrada a una reflexión personal ahora que celebramos el 10 de mayo.  ¿Qué celebramos este día?  Hago un alto a mis tareas -que no son pocas para mañana-, para pensar esto de ser madre.... ¿qué es ser madre?  Lo responderé desde la experiencia personal, sólo desde ahí, sin obturar otras ideas, no tengo esa intención.
 … Creo que ser madre es la más  compleja, inigualable y sublime oportunidad  que tenemos las mujeres para construirnos como madres… si construirnos, porque tengo la idea de que no se es madre por procrear en nuestro vientre a un nuevo ser, se es madre porque construimos esta identidad tan fina y delicada con nuestros hijos y ello con nosotras en la que se mezclan los sentimientos más auténticos, la más profunda confianza y seguridad, el más misterioso amor que nada pone a prueba, sólo es y es!
Lo sostengo. Nos construimos como madres día a día, en medio de la dureza y vicisitudes de todos los días, aprendiendo en medio de la experiencia, porque solo  nos va sucediendo, y sin saberlo vamos optando por asumir este reto valeroso de ser madres, porque igual podemos no hacerlo.  ¿Por qué digo esto?
Tengo dos hijos, la primera  nació de mí, se lo que es llevarla dentro de mí y verla nacer, arrullarla en sus primero años,  y tengo un segundo hijo, que nació lejos de mi cuerpo, de  mi cuidado, al que no vi como dio sus primeros pasos, ni cuando dijo su primera palabra, estaba lejos, -le he dicho alguna vez, que nació en un cuerpo equivocado-.  Mis dos hijos  me han permitido pensar que hacerme madre era mi opción o no… Y opté por ellos!
Con mi hija, lo hice sin pensarlo, sin revisarlo, lo fui haciendo día a día, con el reto de ser la mujer amorosa, firma, segura, justa en cada situación que se fue necesitando y  así, ella yo empezamos a crecer, ella como una hermosa niña –hoy un hermosa mujercita de casi 19 años con el sueño de ser arquitecto, en eso está-, y yo como madre, poniendo en juego mis estructuras valóricas, mi propia historia personal, la cual muchas veces no es tan sana como una quisiera…,  mi formación, mi nueva responsabilidad, mi situación como pareja, todo se pone en movimiento,  todo se pone a prueba, hacernos madres NO es fácil.
¡Crecer! Sí, crecer con ella, y con esto me refiero a ir caminando al paso de mi hija, ir siendo a como se necesitaba, ir a su lado, a veces enfrente de ella para ver hacia donde quería dirigirse y estar atenta para ayudarla a orientar su camino, agudizar los sentidos, avivar la mirada para ver más allá de lo que parece inocente y detectar los peligros y a tiempo actuar con seguridad y autoridad, darle a conocer que ahí estaba para cuidarla en lo posible, que no estaba sola.  Es un trabajo arduo, exhaustivo, agotador en medio de la vida profesional y personal que igual no se puede descuidar porque si no es así ¿qué le aportamos al nuestros hijos?  Así, el trabajo de madre sólo me fue sucediendo, resultando a la vez la actividad más vital, más fortalecedora.
Pero todo esto no lo supe hasta que llegó mi precioso niño de cuatro años y cuatro meses… toda una historia llena de vicisitudes, buenos y malos momentos, que no contaré aquí, sólo resaltaré que la adopción no es un acto idílico, ni acto de caridad, es solo amor! Amor de madre-hijo, porque los dos nos adoptamos, él a mí, y yo a él….Con mi hijo aprendí que todos somos huérfanos, no importa si nacemos  y seguimos con nuestra madre, con nuestro padre, podemos estar con ellos sin que esta relación de amor se geste a como cada ser necesita, porque en esto no hay recetas, cada experiencia es personal.
Con mi hijo, aprendí que esta relación madre-hijo no es por prescripción, no es un mandato social o cultural, pues cuando el hijo,a, nace de nuestro vientre, estamos ante el acto de parir a un nuevo ser que no pidió venir al mundo, es alguien a quien de repente le sucede el acto de existencia, de repente tiene que respirar y llora en el nuevo entorno donde recibe la primer señal de que tiene que luchar por respirar, por palpitar, por vivir y necesita una madre… y la madre, está frente este nuevo ser y como persona, que a estas alturas de su vida, es un ser humano que toma decisiones, opta.
¿Qué es la adopción? No quiero tomar la definición legal, o biológica, u otras que existen, no, quiero pensar que la adopción es la construcción de un lazo filial, tomado de la idea de filia, que se entiende como atracción, en este caso, entre un ser llamado madre y otro llamado hijo; es la construcción de una relación de amor, donde la madre es porque el hijo la reconoce como tal y al revés, el hijo es tal porque la madre así lo hace sentir. 
Se trata de una implicación, ambos están relacionados, uno existe porque el otro lo hace realidad, y sin ser una patología, es una relación en construcción, pues ambos son personas, se desarrollan, crecen, y en su crecimiento y diferenciación, nunca dejan de reconocerse como madre-hijo, hijo-madre. Entonces todos somos hijos adoptivos, nuestras madres optaron por construirse con nosotros y nosotros de construirnos con ellos, por eso los amamos, por existieron y nos dejaron existir… Y cada vez fuimos más conscientes de ello, no fuimos huérfanos, alguien nos adoptó y nos invitó a adoptarlo.
Yo adopté a mi hija desde el momento que salió de mí y me la acercaron, la sentí, y sí, opté por ella, supe que para ella todo lo que yo tuviera que hacer habría que hacerlo… y sigo optando día a día ir creciendo a su lado y ella, va conmigo adoptándome igual, y así, las dos vamos aprendiendo a vivir juntas, una y la otra nos sentimos madre-hija, hija-madre.
A mi hijo lo adopté cuando lo vi paradito en aquélla puerta que abrió de repente y apareció, lo adopté cuando lo vi tan pequeñito, cuando nos miró, y vi que corrían por su mejillas dos gruesas lágrimas, le sentí un gran miedo, sé que se preguntaba  ¿y estos quiénes son?  ¿A dónde me llevarán? ¿Me volverán a abandonar o me aceptarán como soy? Y lloraba gruesas lágrimas que todavía me taladran, me duele su dolor de aquéllos días…. Que ya no es!
Y no fue fácil… no sabía que lo había adoptado, ni lo complejo que sería volver conciencia esta relación tan especial de hacerme madre.  Él y yo construimos este lazo filial en medio de una compleja circunstancia.  Fueron muchas cosas cruzadas, su historia, mi historia, su dolor, mi realidad, su miedo, mi miedo,  todo junto,  pero yo, quien si lo había adoptado desde que lo vi, luché y luché, me armé con todo lo que era en ese momento, mi capacidad de amor se puso a prueba, mi paciencia, tuve que construir autoridad, puse en juego toda mi formación, mi fortaleza se puso a prueba para hacer lo que se necesitaba, pues  él me ponía a prueba a cada instante y yo sabía que no podía fallar, fallar era perderlo… Ahora  puedo decir, a más de 10 años,  que  hace tiempo que lo siento, él me ha adoptado, que el lazo filial se va construyendo día a día, y ahora vamos igual, creciendo, cada uno realizándose, siendo hacia nuestra propia realización personal, sabiéndonos madre-hijo, hijo-madre. Un lazo indisoluble..
Esta historia personal es la que me permite decir, que ser madre es una construcción, nunca una tarea fácil, como una historia , demasiado compleja, siempre a prueba, pero invencible cuando el lazo filial verdaderamente ha nacido entre quien es madre y es hijo.
Así como yo tengo esta historia, esta explicación sobre el ser madre.  Estoy segura que pueden haber otras muchas explicaciones igualmente importantes que dejen imágenes que  ayuden a vivir este desafío que solo vivimos las mujeres, porque en el caso de los hombres en su asumirse como padres, es otra historia ¿no creen? Y ellos también tendrían que contarla. 

martes, 7 de mayo de 2013

El autor no lo hizo para mí / yo tampoco
lo leo para él / yo y el libro
nos precisamos mutuamente / somos
una pareja despareja /
el libro tiene ojos tacto olfato
hace preguntas y hace señas
puede ser una esponja que me absorbe
o un interlocutor vacío de prejuicios
el libro y yo tenemos un pasado
en común / con frutales seducciones
yo a veces le confisco a madame bovary
y él me despoja de ana karenina /
si nos empalagamos de esos amores yertos
ya somos otros y nos reconciliamos
el libro me provoca / me arranca confesiones
y yo le escribo notas en los márgenes
es una relación casi incestuosa
nos conocemos tanto que no nos aburrimos
él me describe cielos incendiados
y yo se los extingo con lágrimas marinas
no lo hizo para mí / ¿será por eso
que el rostro no me importa? / es un enigma /
yo sólo quiero descifrar el libro
y quedarme en su vida hasta mañana

Mario Benedetti en su  en su libro El olvido está lleno de memoria, 78,  disponible en http://www.escritoresxy.com/EDITOR_ONLINE/narracion_alumno/memoria.pdf

Definitivamente los escritores no escriben para nosotros, y sin embargo, no hay autor sin un buen lector, nos necesitamos uno al otro.  ¿Para quién escribe el escritor? ¿Para qué finalmente sirve la escritura?

Sospecho es un acto de rebeldía, un acto desde el que se defiende el derecho de ser uno mismo, de decidir el cómo, el qué y el para qué de cada momento que se vive, de hacer una pausa para pensar en medio de la avalancha de cosas que se viven y ocurren sin tiempo de pensar, valorar, decidir… Escribir es una necesidad vital del ser humano que se pregunta quién es, qué hace aquí, hacia donde va… está urgido de encontrarse consigo mismo, “sin otra recompensa que ser, sin otro sentido que simplemente encontrarnos.”(Hugo Zemelman)

¿Escribir, volcarnos en lo impreso puede ser un espacio de autonomía?  ¿Qué nos impide escribir, ensayar ideas, jugar con el lenguaje, atreverse escribir guiado por la pasión, por un no-saber que den lugar al sentimiento en las palabras? ¿Por qué no todos tenemos esta habilidad de la escritura profunda, sincera, auténtica, que nace de la más íntima intimidad?  La respuesta es compleja, y no pretendo abordarla aquí, lo que sí sé es que escribiendo, jugando con las palabras damos con nosotros mismos, y al hacerlo, con nuestros propios obstáculos, necesidades y déficits que nos impiden este derechos de expresarnos, de soñar en quien sentimos podemos ser.

 El escritor no escribe para mí, lo sé, pero cuando escribe para sí mismo, toca aspectos que yo no tengo la capacidad de abordar, no tengo el lenguaje, la habilidad de la escritura, y entonces, se viaja por sus palabras, por sus metáforas, e igual que él, sin que lo pretenda, nos ayuda a pensar, a sentir, esos aspectos de la vida que son importantes meditar… El escritor no escribe para mí, pero él sabe que lo que dice, tocará a otro, que le entiende… Dice Bachelard, quien lee y relee una obra amada, es porque le concierne.  Así, todos tenemos a nuestros autores preferidos… Somos unos desconocidos, si, pero el uno y el otro, nos necesitamos...  Como dice Benedetti,
...el libro me provoca / me arranca confesiones
y yo le escribo notas en los márgenes
es una relación casi incestuosa
nos conocemos tanto que no nos aburrimos
él me describe cielos incendiados
y yo se los extingo con lágrimas marinas
no lo hizo para mí / ¿será por eso
que el rostro no me importa?....
para pensar...