San Agustín se pregunta sobre el tiempo
y se autorresponde: “…Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a
quien me lo pregunta, no lo sé…”(San Agustín, Confesiones, México: Porrúa,
1977, p. 193) Sin meterme a este problema del tiempo, en el que me declaro inexperta –aunque
reconozco su importancia, misma que no debemos obviar, pues si somos maestros, necesitamos
comprender con atención que nuestra hermosísima materia de trabajo es tiempo:
la formación-.
Solo me quedo aquí con el sentido de
la pregunta y la uso para pensar en voz alta que quienes ejercemos la docencia,
cuando nos sabemos maestros, a la hora de explicarlo el lenguaje nos es impropio
y no alcanza a captar y expresar la complejidad identitaria y existencial del
personaje llamado maestro,a que encarnamos.
Preguntarnos sobre quien somos y
hacerlo lenguaje, es una necesidad de todos, siempre andamos tras preguntas
de corte existencial -como ésta-, en un mundo donde lo único que no nos falta es
eso que afirma Hanna Arendt, y es esta terca sensación de incertidumbre sobre
el mañana. Y es que la vida “…nos sucede… nos encontramos viviendo en el
momento en que nos preguntamos por el vivir…” (Maturana, 2000) y ahí, viviendo
la vida, nos construimos y un día nos sucede que somos maestros, dando lugar a
experiencias que no solo son personales sino finamente entramadas en el lazo
social, algo muy delicado y complejo que
necesitamos saber cómo sucede.
Responder a la pregunta sobre quién se
es como maestra, maestra –en mi caso-,
pasa por varias situaciones. Pienso que siempre
necesitamos contar-nos a los demás, hablar sobre quién creemos ser, y cuando lo
hacemos, nuestro “soy-yo-mismo”, se pone enfrente, y nos hablamos para
encontrar algo esencial que nos constituye pero no tan
asible, por ello, al hablarnos “…construimos
y reconstruimos continuamente un yo, según lo requieran las situaciones que
encontramos, con la guía de nuestros recuerdos del pasado y de nuestras
experiencias y miedos para el futuro. Hablar de nosotros a nosotros mismos es
como inventar un relato acerca de quién y qué somos, qué sucedió y por qué
hacemos lo que estamos haciendo” (Bruner 93). Contar-nos es acto de revelación de
nuestra historia cruzada con las historias de los otros con quienes hemos
compartida la vida.
Y
¿Por qué digo que el lenguaje nos ayuda? Definitivamente usamos el lenguaje de todos
los días, ¿y este lenguaje tiene la fuerza para expresar el misterio que somos,
la emoción y la pasión que nos inunda? Escribió Sor Juana en un poema “…el
callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay
que decir.” Se necesita contar-nos, y tal
vez no cabe en el lenguaje habitual todas las complejidades de la existencia,
en este caso, nuestro ser maestro.
En algún momento de nuestra carrera, nos sucede esto de sabernos
maestros, esto es, “nacemos como maestros”,
hay punto de inicio, no fue herencia, vocación dada, “nos nacimos como maestros”
–puede suceder que a muchos no les suceda, que sigan aun en el rol, alguien que hace su
tarea designada y solo eso-, y esto sucede cuando ya estamos inmersos en un
universo de símbolos lingüísticos formalizados, cuya función comunicativa y
estructura, limita la capacidad expresiva del sujeto-maestro, este lenguaje nos
enmarca en los rituales del buen decir,
y no capta la singular emoción y pasión personal de la vivencia de asumirse
como tal. Este lenguaje del mundo
estructurado, no se interesa por las vicisitudes del existir de la docencia,
tan human, tan frágil, tan llena de incertidumbres en las que vamos resolviendo
miles de peripecias muy humanas.
Y es cuando nos nacen
preguntas alrededor de ese lenguaje instituido, frío, hecho para hablar
del dato más que el suceso existencial,
si éste me permite ¿decir mi existencialidad
que emerge, que se pone ante mí y ante los otros?, ¿si me ayuda a abordar ese “heme
aquí” acosado por la proximidad de los otros y que igual necesitan de mi un
decir sincero para su “heme aquí” igual
que yo? (Levinas)
Considero que el lenguaje
habituado, instituido de la docencia, hecho, conformado por ideologías, teorías
sedimentadas, palabras construidas en las memoria y tradición de la historia
educativa, que conforman un universo simbólico que nos unifica y constituye,
solo nos programa para nuestro deber ser social ¿y mi ser existencial dónde
queda? Y si, somos obedientes, respondemos a sus demandas, hablamos como se
nos pide, y por tanto, nos gobierna sin saber cuánto, pero por fortuna este domino
no es total, siempre hay resquicios por donde escapamos para ser nosotros, los
verdaderos vivientes de la docencia, con una vitalidad que no alcanza a decirse
con ese lenguaje.
Cuando nos sabemos “existiendo
la docencia” ya ese lenguaje no alcanza y buscamos liberarnos de ese decir
instituido para construir un “lenguaje de sujeto”, uno que sí permita dejar
salir toda la “sinfonía humana” contenida en nosotros, y pueda auto escuchar a
mi “heme aquí”, cuyo grito silenciado
reclama liberarse del lenguaje dado que encarcela.
Por ello me atreví a decir, que tenemos el problema
de responder la pregunta ¿Quién soy cuando me asumo como maestro? El lenguaje
ordenado por un imaginario social, institucional no nos deja mucho margen, nos
ha enseña un lenguaje seguro, firme, en él no debe entrar la duda, la
inseguridad, es inconcebible una decir que se quiebre, que deje emerger
palabras que hablen de la batalla existencial se fragua en la docencia
día a día, circunstancia donde nos pasa de todo, situaciones donde se viven pensamientos,
emociones, historias, sentidos de vida, necesidades vitales, tantas cosas, que
hacen de la docencia una estancia compleja, ¡para nada idílica!, pues cada
instante nos preguntamos cosas como ¿soy el maestro,a, que necesitan quienes ahora
están frente a mí? Una pregunta eterna que nunca acaba de responderse porque
que los niños y los jóvenes se mueven
más rápidos que nosotros, y sabemos de
la urgencia de educarlos para su propia necesidad de vida, serán parte de un
mundo que está naciendo con ellos, por eso decía que la formación es tiempo….
En fin, hasta aquí, vuelvo a esta
imagen que retomo del dramaturgo Peter Handke, cuando afirma, “Sólo puedo
amar a aquellos que poseen un lenguaje inseguro; y quiero hacer inseguro el
lenguaje de aquellos que me agradan.” Ahora mi lenguaje se queda así, me pregunto si logré decir lo que
intentaba, solo compartir que ser maestro no es un discurso bonito, que más
bien, necesitamos hablar sobre esta delicada actividad humana, donde sabemos
que nos jugamos la existencia todos los días, y que necesitamos a todo momento
reconstruirnos, hacernos de palabras, de metáforas, de imágenes para compartir
este reto de más que trasmitir información, pues cuando nos colocamos frente a
nuestros alumnos, necesitamos mostrarnos como “vivientes de este desafío
constante de asumirse como maestros” ahora frente a nuevas realidades inéditas
que nos ofrecen las nuevas formas de subjetividad social que hoy emergen, donde
siempre nos quebramos, lo que sabemos-somos-hacemos se pone en duda, pero en medio
de ello, continuamos en este proceso de autoconstrucción, y pienso, no sin el
riesgo de equivocarme, es eso lo que a ellos les puede entusiasmar, ver que
nosotros crecemos con ellos, que ahí la construcción de esta relación
maestro-alumno, alumno maestro… que
ellos nos sientan existiendo el reto de ser para ellos, que ellos saben que somos lo que decimos, y
que si bien, no lo podamos decir, si vivir el reto de hacerlo.
¿Qué es ser maestro,a?, como dice Sabines en
uno de sus poemas, “yo no lo sé de cierto”, pero me puse el reto de hacerlo
palabra, y creo que la respuesta solo queda iniciada, consciente de que el
desafío se me abre inmenso…