martes, 14 de octubre de 2014

"Cuando la poesía abre la puerta es como cambiarse de mundo" Mario Benedetti

El corazón empieza bajo la tierra de Roberto Juarroz. 

El corazón empieza bajo tierra,
pero acaba en tus labios y en los míos.
La muerte entonces duda en las cornisas
y una convalecencia de ojos largos
desprende las arrugas del temblor.

No hay que negar que eso nos salva,
pero entre tantas cosas tan perdidas
no es posible aceptar la salvación.

Y las manos, sin darse cuenta aprenden
el gesto incorregible
de volver a enterrar el corazón.


¡Qué desesperanza connota este bello poema… ¡  Dice Benedetti que un poema es como una  puerta que se abre  colocando (no dice si quien lo escribe o quien lo lee)  frente al tiempo,  pone frente a la memoria y genera una  lucidez siempre marcada por la propia historia, afirma  que es como cambiarse de mundo,  esto lo dice en el poema “Cuando la poesía”, en Biografía para encontrarme (bueno, así lo interpreto…) , y aquí, Juarroz, un  poeta igualmente  importante expresa ideas profundas que hablan de nuestra tan  “fallida naturaleza humana”, siempre un poco ciega, anulada en sus potencias sensi-pensantes por estos tiempos tan errados orientados por el pragmatismo, utilitarismo, la eficiencia, el tener más que ser, lo cual nos lleva como zombies, desarmados a caminar por senderos vaciados de esperanza, que es cambiada por placeres fugaces que nunca satisfacen y enceguecidos seguimos buscando de un  modo tal, que se nos escapa la utopía, la fe, el amor...   
Un poema como éstos, aprieta el corazón, sacude, y siempre hace pensar algo, lleva a sentir algo, permite decidir, optar hacia algo distinto de eso que de repente tomamos conciencia y necesitamos...  Este es el valor pedagógico de la poesía, pienso, yo.
Por eso tal vez,  no hay un día que no lea alguno o algunos, no puedo iniciar mi tarea cotidiana como maestra sin algo que ayuda a recordarme a recordar mi lugar, y salir por estas puertas buscando otros mundos donde se puede soñar, imaginar algo distinto, y así volver nutrida a iniciar esta jornadas de trabajo, que agotadoras, instrumentales, cargadas de exigencias,  necesitan de este dejo de esperanza para llenarlas de vitalidad, de sentido, de vida, pues la docencia, le escuché a una mis alumnas este sábado apenas, decía, es una promesa, (idea recuperada de María Zambrano), y todo lo que hacemos es entonces una promesa que hacemos a estos otros, otros, que somos nosotros (idea de Octavio Paz en el Poema "Piedra de Sol"),  ya que si ellos nos reconocen así, vivos, plenos de sentido, amorosos, nos hacen quien necesitamos ser: sus maestros. 
Y no nos hace maestro, maestra, los títulos nobiliarios que ahora llegan a los pos-doctorados,  NO, nos hace maestro, maestra, la sensibilidad de nuestro alumno cuando nos mira y por dentro se dice así mismo: "eres tú", como en esa película de "Pide al tiempo que vuelvas", ella lo mira y le dice: "eres tú", como cuando tenemos el privilegio de llevar a un hijo en nuestra entraña o cuando nace de nuestro corazón (tengo los dos privilegios) y  una los mira y dice: "eres tú", y así vamos por la viendo viendo al otro y diciendo en nuestro interior: eres mi hija, eres mi hijo, eres mi alumno, eres mi madre, eres mi pareja, esto, cuando nosotros mismos lo provocamos en ellos, si logramos esa emoción en los "otros" al momento nos construyen, nos un lugar en su vida, y eso tiene que ver con la construcción de nuestra identidad para responder a la pregunta ¿soy quien quiero ser? recordando a Hugo Zemelman, inolvidable por la formación que me ayudó a trabajar en mi misma.
Y sin abandonar el comienzo de la idea, -que llevan por tantas puertas y ventanas-, pienso que la poesía, ayuda a saltar de este mundo tan frívolo y a la vez tan necesitado de formas de encuentro humano auténticas, cálidas, fraternas.  
Leer buena poesía pues ayuda a darnos cuenta de ello y hacer esfuerzos por ser mejor personas;  nos auxilia en este reto de continuar con el corazón en el mano a pesar de las cosas adversas que no dejan de pasarnos a diario, la existencia es pura incertidumbre, pero si es mediada por la capacidad de pensar, de sentir, de valorar,  nos ayudará a no enterrar este corazón, sino tenerlo vivo frente a nosotros, palpitante, ansioso de sentir el latir del otro... el problema es que esta decisión pasa por nuestra capacidad de voluntad, por nuestra entereza, nuestra sensibilidad, aspectos también algo desmayados que necesitan reanimarse, levantarse y así tomar esta opción, este reto sumamente importante, pero no sencillo, complejo, duro y es urgente, porque las nuevas generaciones van llegando y no nos van encontrando, se van quedando sin apoyo en la tarea de crecer, llenándose de soledad, de abandono, y así, llenos de sensaciones encontradas, caminan por cualquier rumbo haciendo nacer un futuro aun más incierto al de hoy.  
Y "fortalecer el corazón" para que no lo enterremos como dice Juarroz en su poema apesadumbrado, no sólo es tarea de los maestros, es de todos: necesitamos reencantar al otro, desde nuestro reencantamiento personal (no podía dejar a un lado a Michel Maffesoli, otro gran autor contemporáneo cuya lectura me reanima, me rescata de la rutina a veces tan cegadora, tan conformista, tan suicida diría yo...)

domingo, 5 de octubre de 2014

Hugo Zemelman Merino. Ha un año de su partida y frente a su gran legado...

El día 3 de octubre del 2013 acaeció ese suceso ineludible de todo ser humano: murió el gran maestro Hugo Zemelman Merino.  Muerte física que difiere de la muerte histórica, pues esa “sinfonía de ideas” quedan como herencia en sus diversos libros, conferencias grabadas y transcritas, vídeos que ahora nos vuelven a colocar frente su “presencia”, fuerte, palpitante, potencialmente transformadora de las subjetividades que se adentran por ese “decir sincero” crítico, irruptor del mundo hecho, que busca oportunidades para el despliegue de la razón humana en un mundo tan complejo como el nuestro.

Pienso en ese momento de su muerte, y ahora, sin el dolor del triste suceso, pienso en la merecida manera en que lo hace.  Él, un hombre de más de ochenta años, lúcido, lleno de proyectos, se va haciendo las cosas que ama: pensar y compartir sus ideas, muere trabajando, nunca postrado en una silla o en una cama como a muchos sucede por el avance de edad, donde el cuerpo se cansa y no resiste el peso de la vida que sigue sin saber cuándo concluirá. 

Nuestro maestro, se va con tanta dignidad, que a la vuelta de un año la tristeza disminuye; fortalece e invita pensar en la muerte como el final del nuestro “existir” como un momento de dignidad merecida.  Dice Rawl, este gran filósofo de la justicia, que la dignidad es algo básico de la existencia y consiste en ser capaces de ordenar nuestro mundo y seguir nuestras preferencias por las libertades; es decir, que por encima de cualquier cosa que nos seduzca en estos tiempos tan hedonistas, uno decida por ser sí mismo, y que ese “hacer” de nuestra vida no sea una decisión reprobable, sino aceptada y valorada por los demás, y eso, es algo que logró no sin poco esfuerzo, y que hacía al momento del suceso: compartía su visión del mundo y sus problemas con los otros, para los otros, modo en que fue dejando una gran obra.  Ahora estamos frente ella, y quienes la conocemos en alguna dimensión, tenemos el reto de difundirla, compartirla, darle vida a través de nuestra vida no solo académica, sino como existencia en todos los ámbitos posibles de la misma. 

El legado de su obra es vasto y nada sencillo, como una vez leí en un texto de Umberto Eco, hay cosas que no se pueden decir de manera simple, rápida y eficiente;  no, hay ideas que necesitan decirse con toda la complejidad que merecen, porque así se necesita, de otro modo, se incumple su finalidad.  Los planteamientos de Hugo Zemelman Merino son abstractos, exigentes, reclaman ser llenados de realidad; son ideas dignas y lúcidas de un hombre que llevaba el mundo en la cabeza, y quien al usarlas cobraban fuerza para invitarnos a pensar, a “mover a la cabeza”, reconociendo opciones, sentidos que reanimaban esta ansia de libertad en nosotros, sus atentos escuchantes-lectores.

Ante las ideas de Hugo Zemelman inevitablemente se vive esta frase de Unamuno: Pensar los sentimientos, sentir los pensamientos, pues se ejercita un pensamiento que dignifica nuestra existencia, nunca siendo un remedo de una racionalidad atrapada en fines pragmáticos que desconocen las múltiples consecuencias de su ejercicio y acciones derivadas, por el contrario, se promueve una racionalidad crítica, donde crítica consiste en reconocer el nacimiento de realidad, pues de trata de pensar para colocarse, para estar atentos a lo que sucede, reconocer coyunturas y hacerse cargo de lo que esté nuestras manos... ¿complejo? Si... pero necesario.

El legado es maravillosamente vivo, un legado que no se aprende cognitivamente, sino que exige ser “encarnado”, vivirse y contagiado.  Adentrarse por este pensamiento fortalece el espíritu, se estimula el reto de asumirse como sujeto consciente de sus límites y dispuesto a superarlos por auto-despliegue propio. ¿Cómo compartirlo y darle continuidad? Una pregunta que demanda una gran responsabilidad intelectual, que solo nacerá del deseo genuino de hacerlo, y este deseo se alimenta de la riqueza de la obra.  

Sin ser pesimista el respecto, me quedo esperanzada confiando en que todos y cada uno de los que sabemos algo de nuestro gran maestro, haremos lo que nos corresponde dado el lugar en que nos situamos...

“Atreverse a usar la cabeza, sin apegos ritualistas a ningún canon de certidumbre, es el ejercicio mismo de la responsabilidad intelectual: caminar de ese modo por el ágora imaginario del espíritu, después de subir por la vía sacra hasta la alta plazuela iluminada donde poder encontrarse con todos los retos que han quedado dormidos y dejados a los lados del camino.  Ejercicio de la responsabilidad intelectual cuando se la entiende ubicada en el ámbito de un conocimiento comprometido con el forjamiento de más conciencia, para actuar frente a la realidad que nos circunda y se cierne sobre nosotros.”

                                                                                                                        Hugo Zemelman Merino