lunes, 3 de octubre de 2016

La necesidad pedagógica de revalorar la obra de Hugo Zemelman Merino a tres años de su partida.


Resultado de imagen para hugo zemelman

Hoy es 3 de octubre, día que nos recuerda el tercer año de la partida física de nuestro gran intelectual latinoamericano Hugo Zemelman Merino,[1] fecha que no podemos dejar pasar, pues es un día de luto para el pensamiento crítico al dejar de escuchar a viva voz, esa constante e insistente invitación a vivir el pensar histórico, como construcción de sentido, de despliegue de entusiasmo vital que aporte  miradas utópicas que ayuden a iluminar nuestro caminar por el tiempo existencial tan hostil que nos ha tocado vivir.

Es imposible no llenar nuestra memoria de sus mensajes (dichos con cierta tristeza) con los cuales nos avisaba de la amenaza creciente que se va elevando sobre nosotros, envolviéndonos  en una sombra que impide ver la construcción que vamos heredando al paso de la vida humana.  Decía y preguntaba en uno de sus últimos libros[2]

“Seguimos yendo por el camino fácil. Es mejor estudiar la roca en lugar de estudiar el magma. Se está acumulando información sin pensamiento. Se está recurriendo a conceptos-cadáveres.  ¿Es pertinente el concepto que se desea utilizar? ¿El conocimiento está dando cuenta de aquello que denota? ¿Qué significado tiene la democracia ahora, por ejemplo?[3]

Su pensamiento, su postura, su carácter, es una presencia aún viva en esas salas, auditorios, aulas de clase, donde nos exponía con elocuencia, sabiduría y sencillez, un decir lleno de mundo, un decir que buscado en su obra escrita[4] no es muy fácil de leer.  Todos quisiéramos que nos contara su propuesta con simpleza, con poca inversión de palabras, pues al estar atrapados por un pensamiento instrumental, que necesita un mínimo de ideas, no podemos interactuar con textos tan ricos en lenguaje, cultos por su recuperación de miradas teóricas que le permitían hablar apropiadamente sobre su modo de pensar el mundo. 

Ese lenguaje, en forma escrita, de entrada nos parecen indescifrable, leerle, nos demandan una capacidad de comprensión inusual y lo peor, muchas veces, creemos, estamos convencidos de no necesitarlo y nos alejamos, sin saber cómo hacer un esfuerzo intelectual, enfrentando este paradigma de época que nos impide  discutir académicamente, a no ver problemas y como dice nuestro autor, se “...pierde la necesidad de trascendencia moral y el deseo de aventurarse,”[5] porque se nos ha afectado en la capacidad de voluntad, y vamos quedando limitados a los espacios de eficacia, a todo aquello útil que nos aporte reconocimiento y felicidad, que desafortunadamente, no dura mucho.

Y es cierto, es todo un desafío situarnos frente a la obra de Hugo Zemelman, pues si bien nos invita a ser nosotros mismos, a enfrentar nuestros desafíos, no se trata de libros que hablan de superación personal, no vemos en ellos esas estrategias prácticas para el éxito ante determinadas situaciones que nos afectan, nos duelen y nos impiden crecer.  NO, definitivamente estamos ante una obra que nos demanda una responsabilidad intelectual, pero no por decir esto, es solo racional, sino que se trata de una intelectualidad que se sumerge en una red de emociones, todo eso que nos hace una extraña argamasa fecunda, entre razón y pasión y permite sentirnos como un magma ardiente en constante transformación.  Una obra así, definitivamente no es fácil, pero hoy más que nunca, es una necesidad.  Por ello, es importante pensar en cómo  acercarnos a su mensaje tan humano, tan importante y necesario de atender.  Los maestros tenemos esta gran responsabilidad.
Y para hacerlo, necesitamos reconocer que su obra necesita a un lector que se asuma como sujeto (en su momento lo aclaro más) y que este sujeto, amerita poner en juego algunas de sus potencias, como la riqueza del lenguaje, el sentido de la existencia, y el valor de su mirada utópica. 

No es mi intención extraviarme, estas ideas aquí planteadas, necesitan abrirse para reconocer su entrelazado conceptual, sus fortalezas, sus complejidades y sobre todo, los desafíos formativos en los que nos sitúa, porque nada sucederá sin nuestra participación, todo será una tarea de sujeto, de un sujeto que crece, se despliega en la medida en que enfrenta las responsabilidades es capaz de reconocer y hacerse cargo.

En este esfuerzo aclarar los más posible, nos auxilia otro autor de gran valía para el mundo, Gastón Bachelard, quien en una de sus obras dice: “...todo lector que relee una obra que ama, sabe que las páginas amadas le conciernen…La simpatía en la lectura es inseparable de la admiración.”[6]  Y aunque estas ideas van en defensa de por qué leer poesía, no están de más aquí, ya que las ideas de Zemelman, pienso, son una delicada prosa-poética.

Veamos algunas de estas bellas frases, que nos colocan ante una imagen poética -a la manera de Bachelard-, y ellas, hacen renacer algo en nosotros, pues como la poesía, con sus más excelsas metáforas, son, un lenguaje denotado que despierta en nosotros la experiencia de libertad, de ensueño, de rencuentro con lo que somos y podemos ser... si leemos poesía, si la sentimos, ésta no ayuda a pesar de estar encerrados en un rol, a vivir la experiencia de autonomía y ser sujetos... Zemelman escribe,

"... debemos buscar en la debilidad y sus inercias protectoras aquello que pueda trascender la tristeza y el quebranto."[7]
“las épocas de los hombres son como los vientos que facilitan volar cuando se sabe descubrir sus corrientes para alzarse en una dirección. Es el significado de una reflexión de la historia como flujo de mareas que hacen posible navegar: pero que requiere tener que detenerse ante sus paisajes, controlar los impulsos que precipitan hacia la seguridad de respuestas, en un afán de precisión que deja de lado la mirada del paisaje. La contemplación de éste exige de un silencio quieto que permita abarcarlo en su inmensidad.[8]
“... la experiencia de la historia como lucidez hecha de instintos y voluntad para hacernos sujetos desde el magma de la vitalidad, que nos cerca y engloba de muchos mundos posibles.  Que exige pensar, no desde fuera, sino desde el transcurrir mismo del sujeto... por consiguiente, la conciencia es verbo que busca su predicado...[9]
Y así, se va uno adentrando por sus libros, encontrando estas expresiones tan vivas, cargadas de su pasión intelectual que invitan a la reflexión, que actúan como detonantes de impulsos internos que nos recuerdan la experiencia adormecida de buscarnos y encontrarnos a nosotros mismos, pues inmersos en la rutina de la vida socializante, siempre siendo parte de un tiempo-espacio hecho, nos lleva a olvidar esa búsqueda sin hacer preguntas existenciales sobre quiénes somos, quién queremos ser, qué necesitamos hacer para encontrarnos.  Este decir nos recuerda que somos “ámbito de sentido”, por tanto, pura posibilidad. 
Pero, para pensar-sentir esto, nuestro autor reclama a un lector-cómplice, necesita a un “otro” que se sienta aludido, que sienta el llamado, que crea con fe, que esa escritura el concierne, que tiene que ver con  él, y así,  juntos comparten  problemas, sueños, esperanzas.  No se puede leer a Zemelman como un libro para resumirlo, para construir preguntas y respuestas lineales, NO, a Zemelman se le necesita leer para pensar-sentir algo, es un acto que deja una experiencia de reencuentro, es una escritura epistémica que nos habla al oído, nos hace sentir el deseo de pensar, de existir con mayor conciencia.

Ya en otro escrito[10] he compartido algo sobre esto, y he dicho que la escritura de Zemelman se asemeja a un “lenguaje paideico”, es decir, si la paideia se entiende como “hacer nacer al adulto contenido en el niño” (esta idea la capté de Octavi Fullat), la lectura de Zemelman, hace nacer ideas potenciales escondidas en alguna parte de nosotros, que siempre han estado ahí, adormecidas por la vida instrumental en que nos hemos refugiado,  pero al leer sus ideas, complejas, con un lenguaje que se resiste a ser repetido mecánicamente, y que por el contrario, estimula el pensamiento al ponernos frente  a imágenes que ayudan a salir nuestras ideas de la oscuridad, nos invaden nuevos significados que al ser puestos en primer plano, recordamos que somos algo más de lo que creemos ser dando inicio a esta de auto trascendencia personal y social.  Pero, desafortunadamente, no todos escuchan este llamado, y sordos a los ecos de uno mismo, abandonan esta valiosa lectura ¿por qué?

Creo, a reserva de estar equivocada, pues algo que he aprendido con apoyo de este autor, es que para cada cosa o suceso, existen muchas lecturas, así que dada mi experiencia y conocimiento como formadora de sujetos, sospecho, que esto sucede porque al estar tan convencidos de nuestro rol, debido a la fuerza de la socialización por la que hemos pasado, nos lo hemos creído, pensamos que esa es la  única forma posible de ser, de existir, y a veces,  molestos con ésta, nos asfixia pero no se tiene la fuerza y voluntad para cambiarla, ahí permanecemos sin saber qué hacer; pero hay otras personas, en quienes en su rol,  funciona seductoramente, pues les permite sentirse exitosas, se perciben como personas consumadas, expertas en lo que hacen y saben, y no sienten la necesidad de hacer algo más, y ahí, detenidas, ya no  buscan más, y se aviva el temor y resistencia a movilizar esta  imagen de sí mismos.
Y leer  a Zemelman exige un movimiento, conlleva reconocer, valorar, confrontar a cada momento nuestro pensamiento, explorar preguntas para dar cuenta de quien se es, quién se quiere ser, y qué se necesita para ser y hacer eso, qué se necesita; leer a Zemelman nos hace vernos como personas en permanente construcción, con necesidad de colocarse en una realidad dinámica, cambiante, realidad que necesita de nuestra guía, ser el motor de ese cambio de manera consciente, pues de otro modo, terminamos como sujetos en la historia, llevados en sus ondas, cuando necesitamos ir montados en sus crestas, para ver horizontes nuevos donde posicionarnos. 
Con lo dicho hasta aquí, podemos asegurar que existen buenos lectores de Zemelman, pero también, sabemos de otros, que saben que existe, y prefieren no hacerlo, y muchísimos más, quienes lo desconocen, no tendrán nunca la oportunidad de vivir esta experiencia de acercarse a un decir que alimente su espíritu, su necesidad de autonomía, y seguirán en ese rol social tan encarcelante, que adormece, nos evita vivir experiencias de libertad creadora, constructora de historia personal y social con ese plus de conciencia que tanto hace falta. Esto lleva a preguntar ¿Cómo difundir esta obra? ¿Cómo permitir que los sujetos tomen la decisión de leer o no? La ignorancia finalmente es un gran mal que necesitamos combatir y la educación tiene esta responsabilidad.
Es importante agregar, que la lectura de la obra zemelmaniana, exige sensibilidad a la época en que se existe, es decir, sentir ese deseo “trascendencia moral y de aventurarse”, enfrentando la tendencia al conformismo; pensar que el mundo está hecho y nada cambiará no nos ayuda, al contrario, nos sumerge en las tareas dadas por la hegemonía que nos lleva a la hecatombe, a la que nos acostumbramos, vemos como inamovible, perdiendo la capacidad de asombro, de construir preguntas y  trabajarlas, y vamos dejando que el mundo siga su curso, permitiendo que se consoliden procesos indeseables para la vida, pues como nos dijo Zemelman, apoyándose en Heller, la historia se construye en la cotidianidad de la vida.
De ahí, esta demanda constante en su obra, ese fervor en cada una de sus frases para invitarnos a asumir nuestro lugar como sujetos, de pensarnos-sentirnos como creadores de la historia que vivimos y que si bien heredamos llena de problemas y nos lastima, de la misma forma, estamos construyendo desde nuestra ignorancia, una herencia más compleja para la generación que nos sigue.  Y lo más interesante que nos lega en su obra, es el valor de la consciencia sobre el momento histórico, el reto de conocer los problemas que la caracterizan, pero que no se aprenderán ni se intervendrán por puro voluntarismo, sino por un fuerte y necesario trabajo intelectual, por un fuerte deseo de asumir un compromiso ético, para el cual necesita prepararse con gran empeño existencial.
Este esfuerzo intelectual es el meollo de su obra, pues considera que recuperarnos como sujetos tiene que ver con recuperar una racionalidad crítica,[11] entendiendo por crítica, la capacidad de leer en el tiempo que se existe y lo que está por nacer, valorar su pertinencia y comprometernos con su desarrollo posible dadas las circunstancias que se viven.  
Tal desafío intelectual exige pensar, problematizar, discernir algo más a lo establecido, reconocer las anomalías, las coyunturas, los desafíos de todo tipo, pero principalmente los formativos, porque para colocarse se necesita un pensamiento epistémico, categorial, crítico, que no son los mismo, pero juntos, permiten nuestra colocación pertinente y necesaria.
La Epistemología del Presente Potencial, -así se denomina su propuesta-, aboga porque las personas se convenzan de la necesidad de hacerse preguntas a sí mismas, de hurgar qué se sabe de eso, que se cree saber, por qué lo sabe, qué poder lo guía, si eso que hace es lo pertinente o se podrán hacer otras cosas que la hegemonía no está interesada en que se sucedan, pero quien sabe que se necesitan, desplegará un responsabilidad intelectual, ética y política para hacer aquello desde el despliegue de su poder más cotidiano.
El pensar epistémico de esta forma, contraviene a la Racionalidad Instrumental que hoy día nos conduce por los caminos de nuestro mundo social y nos convence sobre  la importancia de procesos eficaces, eficientes; es una racionalidad preocupada por los productos que aporten una riqueza material, y dejamos de lado pensar en la complejidad del proceso, deseamos verlo como algo simple, pero no vemos sus efectos indeseables, que igual se posicionan en nuestros espacios y poco a poco nos lleva por situaciones no esperadas que nos asaltan.  Morín, mucho escribió sobre la necesidad de un pensamiento complejo en contra parte a esta forma de pensar simplista, que a la larga va dejando una gran ceguera, de la que tal vez no podamos recuperarnos.
Hugo Zemelman, nos lleva a pensar en esta racionalidad que nos ordena y nos invita, a que desde ella misma, la conozcamos, y nos situemos en ella, que nos atrevamos a pensar-sentirla, a aventuramos por preguntas y respuestas para ver más de lo que nos está permitido y mirar lo que él llama lo “presente potencial” en el seno mismo de nuestro tiempo social, que está ahí, esperando ser desplegado por nuestros esfuerzos más políticos y éticos.
Y este es de problema de fondo trabajado largamente por nuestro epistemólogo, mucho discutió y escribió sobre este reto humano de  aprender a movernos de una racionalidad a otra, viendo a la primera como coyuntura, pues solo desde ella podemos partir. ¿Cómo hacer semejante tarea?  En la Maestría en Educación Formación Docente (cerrada en febrero de este año[12]) por más de dos décadas nos comprometimos con esta tarea, y poco a poco, haciendo algo, fuimos reconociendo la valía de esta propuesta para la educación.
Como lectora de Hugo Zemelman, aún no sé si he captado la esencia de su obra y la tarea que se desprende, pero sí puedo decir, que en la medida en que me acerqué a ella, se fue encarnando y la fui llevando por los caminos de la docencia.  Fue en el seminario de investigación socio-educativa donde tuvimos la oportunidad de hacer verbo estas ideas, desafiando las formas instituidas de hacer investigación, pues por más de 15 años fui explorando formas, cómos, abrevando nuevas nociones aún abiertas en su proceso de consolidación, llevando a los alumnos a pensar, a comprender la importancia de moverse por nuevos sentidos y en ese proceso a reencontrarse a ellos mismos.
La experiencia aún no se escribe, (ha quedado en los programas de estudio, en clases grabadas, en pequeños ensayos, en la informalidad de las pláticas) pero avisa que en esas décadas de trabajo pedagógico guiado por este enfoque, pasaron muchas cosas en cada uno de los implicados.  Se puede afirmar, que nuestros egresados, ahora escuchan el nombre de Hugo Zemelman y el de nuestra maestría y experimentan una emoción, una añoranza, viene a ellos un reencuentro con pensamientos, sentimientos vividos durante  su estancia y saben que la experiencia formativa fue buena, que ahí algo les sucedió y les invita a ser diferentes. 
No sé si lo logren o no, el mundo es seductor y tiende a devolvernos a zonas de comodidad, pero pienso que cada uno tendría que hacer lenguaje esta experiencia, contarnos cuál fue el movimiento experimentado, qué sucede ahora que está en la real-realidad, viva, donde ahora sabe que se mueve con ella, que ahí es  “ámbito de sentido”, desplegándose dadas sus necesidades como sujeto social ¿será capaz de resistirse a la inercia dada de la vida social?
Para muchos, la herencia intelectual de nuestro ha quedado clara, sabemos que es una propuesta epistemológica, que se vive en el sujeto mismo, que no se trata de aprender la epistemología como teoría, sino de vivirla, de revelar el problema, de conocer en el sujeto mismo, quien  busca conciencia en el acto de conocer, de ser, hacer, sentir.  Y también nos queda claro que hacer esto es un desafío formativo para quien lo vive, un reto pedagógico para quien lo impulsa, y ambos, alumnos y docente, nos vimos implicados en un movimiento individual y colectivo. Viviendo el reto de ser sujetos cada uno desde su ámbito de experiencia.
Y no puedo dejar de dejar de mencionar el problema del lenguaje que se enfrenta para adentrarse por esta propuesta. Como sujetos formados en una racionalidad instrumental, enfocada en productos eficaces y eficientes, no hemos necesitado de muchas palabras, solo las mínimas, palabras cuyos significados no entren en controversia, y esto, ha venido empobreciendo pensar y evita tener algo que decir fuera de lo esperado.  Nos vamos quedando sin palabras.
En contra parte, la racionalidad de la Epistemología del Presente Potencial necesita saber leer el tiempo presente, necesita conciencia de cada palabra que se usa, y como una palabra puede ser o no un concepto, y si es un concepto, recuperar la mayor parte de sus significados, las diversas teorías que se encuentran en éste, que comparten, en qué difieren, qué problemas abarcan, qué resuelven, qué dejan pendiente el que nos pueden decir del presente, que límites tocan, que zonas nuevas se pueden asomar... y para esto, necesitamos una gran cultura teórica dependiendo del campo en el que nos situemos.
En nuestro caso, como educadores, fue necesario provocar este deseo por el conocimiento teórico, leer todo aquello que nos abriera panoramas nuevos (filosofía, sociología, psicología, pedagogía, etc.) y al leer, nos íbamos apropiando de lenguaje, de comprender que esas palabras que usamos en la educación necesitan dejar de ser un cascarón y conocer su interior, usar los significados construidos históricamente para posicionarnos mejor en nuestros espacios de existencia, donde cada uno tiene una responsabilidad de auto trascendencia moral y social.
La propuesta epistémica de Hugo Zemelman, como podemos ver, no es algo sencillo, pero es una necesidad pedagógica, la educación no puede estar ajena a ella. Y ahora, alejada de esa docencia epistémica, no pierdo la esperanza  de que todos los que estuvimos implicados con esta propuesta, encontremos nuevas coyunturas para continuar con este valioso legado de nuestro autor, quien nos invita a “...resistir el cansancio, la apatía o la falta de perspectiva, la vaciedad de contenidos... (Para auto potenciarnos) y reconocer la vida como movimiento de la inteligencia, de la imaginación y de la voluntad.[13]
Y habría tanto más que decir en defensa de este pensamiento, tantos problemas contenidos en sus libros por explorar, si seguimos revisándola.  Tenemos un tiempo largo para continuar ahondando en sus ideas epistémicas, que solo son puntas de lanza que nos llevan a zonas desconocidas de pensamiento, que como sujetos tenemos el derecho de explorar.
Por ahora cierro con esta hermosa frase que siempre cito pero no informo su fuente porque extravié ese libro, solo recuerdo que era colectivo, que el primer artículo era de él, iniciando así:
“Atreverse a usar la cabeza, sin apegos ritualistas a ningún canon de certidumbre, es el ejercicio mismo de la responsabilidad intelectual: caminar de ese modo por el ágora imaginario del espíritu, después de subir por la vía sacra hasta la alta plazuela iluminada donde poder encontrarse con todos los retos que han quedado dormidos y dejados a los lados del camino.  Ejercicio de la responsabilidad intelectual cuando se la entiende ubicada en el ámbito de un conocimiento comprometido con el forjamiento de más conciencia, para actuar frente a la realidad que nos circunda y se cierne sobre nosotros.”
                                                                                                   Hugo Zemelman Merino



[2] Hugo Zemelman Merino, Pensar y Poder, Razonar y Gramática del Pensar Histórico. (México, siglo XXI, 2012).
[3] Hugo Zemelman Merino, Pensar y Poder, razonar y gramática del pensar histórico, 8.
[4] Hasta el momento se dé 13 libros y los últimos cuatro, son una “delicia intelectual”, donde se aprecia la madurez de ideas abiertas en las primeras obras que datan desde 1980.
[5] Hugo Zemelman Merino, Pensar y Poder, razonar y gramática del pensar histórico, 13.
[6] Gastón Bachelard, Poética del espacio. (México: FCE, 1983), 18.
[7] Hugo Zemelman, El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana.  (España: Anthropos-UNAM-IPECAL, 2007), 15.
[8] Hugo Zemelman Merino, Horizontes de la Razón III, (España: Anthropos, 2011), 77.
[9] Hugo Zemelman Merino, Necesidad de conciencia. Un modo de construir conocimiento. (España: Anthropos, 2002), 30.
[10] Luz Divina Trujillo, El humano como como hontanar de la historia. En: http://meditandopoesiayprosa.blogspot.mx/2015_10_04_archive.html

[11] “...la crítica consiste en la forma de razonamiento capaz de referirse a la potencialidad de lo dado” Hugo Zemelman Merino, Problemas Antropológicos y Utópicos del Conocimiento (México, Colegio de México, 1996), 46-47.
[12] Se afirma por la institución que se volverá a abrir, sí, lo creo, pero estoy segura que no será más aquélla que se esforzó por ser, ahora tendrá otros sentidos.  Habrá que valorar sus nuevos esfuerzos en la formación de maestros.
[13] Hugo Zemelman, El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana, 7. 

miércoles, 17 de agosto de 2016

Poste Restante. Mario Benedetti

Durante varios años, Verónica me había escrito una carta mensual. No diré que yo las olvidara, pero tal vez se hubieran quedado escondidas en el tedio del pasado de no sobrevenir la obligación de mi mudanza.

Estuve tres días vaciando roperos y armarios y de uno de éstos se desprendió una maleta que no tenía candado y en consecuencia se abrió al tocar el suelo. Y allí estaba el atado con las cartas que Verónica mandaba regularmente a mi casilla de correo. Quizá yo estaba cansado con tanta calistenia de traslado, pero al mismo tiempo me picó la curiosidad y me vinieron ganas de releer aquellas cartas de ayer y de anteayer. Aquí transcribo algunas:

Hola Martín: Aquí estoy en la terraza, sola, frente a la costa. No hay viento, el mar está quieto. Una confesión: la soledad ha dejado de herirme. Mejor aún: me permite revisar, casi diría descifrar, mi pasado sin gracia. En un platillo de la balanza coloco mis odios; en el otro, mis amores. Y he llegado a la conclusión de que las cicatrices enseñan; las caricias, también.

Ya hace dos meses que se fueron mi madre y mi hermana. Me gustó tenerlas conmigo, pero también sentí cierto alivio cuando me dijeron hasta pronto. Con mi hermana me llevo bastante bien. Pensamos diferente en muchos tópicos (ideología, política, cultura, y hasta deportes) pero por lo general evitamos los temas conflictivos. Lo esencial es el afecto y éste permanece. Mi madre, en cambio, es muy tozuda, y eso dificulta la relación, ya que es incómodo ser sincera con ella. Cuando puedas y quieras, ponme unas líneas.

Martín: Bueno, las vacaciones se terminaron y en estos días padezco eso que los nuevos psicólogos han bautizado como el trauma posvacacional. Por suerte, sé que no me dura mucho. La avalancha de trabajo barre con todas las melancolías.

Creo que no llegaste a conocer a mi jefe actual. Buena persona, pero más braguetero que Juan Tenorio. Las subordinadas tienen que andar con todas las alarmas encendidas, porque al menor descuido les toca el culo. Hay que reconocer que nunca va más allá de un acoso tan discreto. Al parecer, le alcanza con dejar esa constancia ambiental, algo que entre otras cosas le sirve al personal masculino para burlarse de las muchachas.

En mi caso particular, y en vista de que he alcanzado los cuarenta, mis nalgas ya están fuera de campeonato. Curiosamente, tal abandono me produce una doble sensación: una, por supuesto, de alivio, y otra, de cierta frustración, como si de pronto me hubieran jubilado del escrúpulo erótico y la lujuria abstracta. ¿Tú qué opinas? ¿También te jubilaste?

Hola Martín: El invierno siempre tuvo para mí un lado cavernoso, fantasmal, como si los vientos helados trajeran consigo las malas noticias y las lluvias implacables nos hicieran olvidar cómo era el sol. Abrigos no me faltan, pero debajo del sobretodo, la zamarra o los ponchos, sé que mi piel tirita y que un cierto destemple se me instala en el alma.

Este invierno, sin embargo, me llegó con otro ritmo. ¿Te acordás de Eusebio? ¿Aquel alto, de pelo revuelto, más bien parco, lector empedernido, que se complacía en rectificar al profesor de Historia? Bueno, me caso con él. La historia es más sencilla de lo que te imaginas, casi te diría que más sencilla de lo que yo misma podía haberla imaginado.

Una mañana se apareció en la oficina, no precisamente para hablar conmigo (ni siquiera sabía que yo trabajaba allí) sino con mi jefe querendón, pero como éste asistía a una reunión del Directorio que le iba a llevar varias horas, Eusebio me sugirió que nos fuéramos a almorzar, y de paso celebrar nuestro reencuentro.

Íbamos por la mitad del almuerzo cuando por fin nuestras miradas se encontraron. Y de pronto estuvo todo dicho. Tuvo la delicadeza de no llevarme a un hotel sino a su departamento de soltero. A mí, otra soltera. Aquí va la invitación. Ya sé que no podrás venir. El próximo viernes nos vamos a Río. No está mal, ¿verdad?

Martín: La última vez que te escribí (¿cuánto hace?, ¿dos años?) estaba dando el último toque a mi soltería. Ahora te escribo desde mi viudez recién inaugurada. Eusebio murió en un accidente carretero. Por favor, no me envíes ningún pésame. No corresponde. Iba con otra. La hija del gerente, su último amor, que también murió. Las dos noticias me llegaron juntas. Bah.

Hola Martín: Sólo para avisarte que no habrá más cartas. Gracias por los años y el vacío de tus silencios. Si alguna vez me hubieras contestado, te habría mandado un fax con dos o tres hurras. Pero no me contestaste. Paciencia. No sé si esto se acaba o si me acabo yo. Como avisan en el casino: No va más. Bien sabes que soy atea y que este mutis no servirá para evangelizarme.

 Mario Benedetti - El porvenir de mi pasado.


domingo, 24 de julio de 2016

La culpa es de uno. Mario Benedetti

Quizá fue una hecatombe de esperanzas
un derrumbe de algún modo previsto,
ah, pero mi tristeza sólo tuvo un sentido,
todas mis intuiciones se asomaron
para verme sufrir
y por cierto me vieron.
Hasta aquí había hecho y rehecho
mis trayectos contigo,
hasta aquí había apostado
a inventar la verdad,
pero vos encontraste la manera,
una manera tierna
y a la vez implacable,
de deshauciar mi amor.
Con un sólo pronóstico lo quitaste
de los suburbios de tu vida posible,
lo envolviste en nostalgias,
lo cargaste por cuadras y cuadras,
y despacito
sin que el aire nocturno lo advirtiera,
ahí nomás lo dejaste
a solas con su suerte que no es mucha.
Creo que tenés razón,
la culpa es de uno cuando no enamora
y no de los pretextos
ni del tiempo.
Hace mucho, muchísimo,
que yo no me enfrentaba
como anoche al espejo
y fue implacable como vos
mas no fue tierno.
Ahora estoy solo,
francamente solo,
siempre cuesta un poquito
empezar a sentirse desgraciado.
Antes de regresar
a mis lóbregos cuarteles de invierno,
con los ojos bien secos
por si acaso,
miro como te vas adentrando en la niebla

y empiezo a recordarte.


lunes, 11 de julio de 2016

Ética y docencia. Una relación que necesita ser reflexionada.



Los valores éticos de la docencia del siglo XXI[1]

Luz Divina Trujillo[2]


Espero que este decir, corresponda con las expectativas esperadas en el contexto de este evento tan importante por hecho impulsar la reflexión sobre el ser y hacer docente, pues existe la tendencia enfocar la mirada en los objetos a utilizar en la educación, como el currículo por ejemplo, pero poco en los sujetos, en su ser y hacer que se despliega en el acto de docencia, donde invariablemente se vive la ética.

Quiero partir de esta frase expresada Umberto Eco, “la dimensión ética empieza cuando entra en escena el otro”[3] y con ello abre una reflexión sobre la ética a partir del lugar que tienen los otros en  el despliegue de nosotros mismos, es decir, siempre buscamos el rostro del otro cercano a nosotros, para así, impulsar  nuestra humanidad, prueba de ello lo tenemos con la historia de Tarzán, quien siendo humano, busca la cara del mono, y  desde este referente se despliega hasta donde ése otro (el mono), le permite.

Inicio con ella, porque la profesión docente, sucede en esta relación de otredad, ya nos los dijo Freire, “no hay docente sin dicente”[4], esto es, que el maestro, maestra, solo existe, porque un “otro”, el alumno le permite tomar ese lugar, de esta manera, estamos en la misma escena pedagógica, viviendo actos éticos.

¿Pero qué es la ética?  Si buscamos una definición, y recurrimos a un diccionario pronto veríamos que se trata de rama de la filosofía que revisa el  comportamiento moral de los hombres en sociedad, que la ética es el campo de ideas propias para la reflexión de la conducta de la persona en cualquier ámbito de su vida. 

Por tanto nosotros los maestros, personas morales, tenemos modos de comportamiento en el ámbito personal y profesional, y por ello, tenemos una conducta ética en cada uno de las situaciones que vivimos en el acto docente, mismo que necesitamos pensar, urge darnos este momento para revisar su pertinencia.

Y tendremos que iniciar por reconocer que hablar de lo ético no es fácil, que  reflexionar los modos de comportamiento educativo más cotidiano, donde se viven esas escenas fundantes de las que habla Eco, no es suficiente con una definición, que ésta no alcanza para abarcar tanta realidad.

Necesitamos de otros planteamientos, por ello, la afirmación de Umberto Eco, “la dimensión ética empieza cuando entra en escena el otro”, ayuda la mostrarnos la situación cara a cara donde unos y otros nos comportamos, nos permite asomarnos y ver quién somos y qué hacemos ahí, en lo vivo, donde la docencia, es invariablemente un acto ético que exige una mirada poderosas para desentrañar lo que ahí acontece.

Así, Ética y Docencia se entrelazan, forman una argamasa.  Son dos palabras que se dicen con cierta facilidad, nos son cotidianas, pero hablar de ellas, argumentarlas no es sencillo, pues son dos conceptos cargados de historia, de experiencia, de miradas teóricas, y que sobre todo, los que estamos aquí, (y los que no también) los existimos en un entorno social, político, económico que se dibuja y desdibuja trazo tras trazo, dando lugar a una época que como afirma Bauman, no se había sentido antes, nos dice que lo que nos acontece hoy día no es como los

“los cambios del pasado.  En ningún otro punto de inflexión de la historia humana los educadores debieron afrontar un desafío estrictamente comparable... Sencillamente, nunca antes estuvimos en una situación semejante… debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo[5]

Somos parte de un contexto sociohistórico, fuera de serie donde los  maestros y maestras somos demandados hacia un cierto actuar pedagógico sin mediar excusas, y ahí, en ese ser y hacer diario, en un estira y estira, hacemos la educación, asumiendo –conscientes o no-, la responsabilidad de formar a la nueva generación; a una generación que necesita ser capaz de colocarse en este mundo globalizado, neoliberal y tecnologizado, una generación que necesita conocer la naciente realidad llamada posmoderna, donde las transformaciones sociales, culturales y ambientales no cesan ni cesarán al ser invadidas por una velocidad acelerada, por una urgencia del cambio que irrumpe nuestra noción de tiempo lineal al situarnos frente a  futuros que no se sienten lejanos, sino muy próximos, tanto que asusta pensar, si la noción de tiempo que aplicamos a la formación actual, corresponde al aceleramiento del tiempo-espacio posmoderno.

Es innegable que este tiempo social nos coloca en situaciones límites, de sobrevivencia, por tanto se necesita una formación que nos ayude a comprender y afrontar los  nuevos retos sociohistóricos, desde comportamientos profundamente conscientes de lo que impulsan, pues la responsabilidad es enorme.

Y no se trata de juzgar, de decir que nuestra ética docente es correcta o no lo es, No, se trata de comprender la magnitud del desafío, de estar atentos a los resultados formativos a que damos lugar y lanzamos al futuro, para así, hacernos cargo de ellos, sabiendo qué, por qué, para qué hacemos lo que hacemos hoy, si se necesita mañana o no.  
Y cuando afirmo “hacer lo que se necesita” no me refiero a “hacer lo que se debe hacer” porque si pensamos así, desde un deber ser instalado en nuestra cabeza, si nos esforzamos por cumplirlo, estamos trabajando por un ideal, que tiene su origen en ideas pretéritas, que viene de un pasado donde ya han funcionado, o de otros espacios ajenos donde se ha aplicado, y ahora deseamos se vuelva a  repetir, y si insistimos, nos daremos de topes contra la pared, porque ese ayer no es hoy, sino que hoy, es un tiempo muy distinto, saturado de nuevas situaciones donde urge comprenderlas, reconocer lo que está naciendo, y hacer eso que se necesita para impulsarlas porque sabemos que son buenas societalmente. Se trata de impulsar lo que es mejor, y así, se frene lo que pueda lastimar el tejido social. 

Al hacer lo que se necesita, apelamos a la idea de  Freire sobre lo “inédito viable”[6], cuyo sentido es atender la esperanza de un mundo mejor y posible, por tanto, eso que es posible hacer, se torna un motor de búsqueda que facilita el desarrollo de lo alternativo, pero esta construcción exige un esfuerzo intelectual, ético, social, lo cual es un desafío histórico, y que vive toda generación a cargo de su momento, por eso le apostamos a la educación, donde sucederá este pase de estafeta y por ello, necesitamos que la generación siguiente sea capaz de construcciones que mejoren nuestras herencias sociales.

Por tanto, pensar a la ética desde el decir de Umberto Eco, permite un ejercicio intelectual que nos aleja un momento de la instrumentalidad de la educación, que sin bien hace falta, a veces nos impiden reflexiones profundas sobre los sucesos educativos. Lo instrumental tiene su momento, y la reflexión no puede ser opacada por éste; reflexionar es una tarea necesaria en nuestra vida educativa. 

El ejercicio que propongo desde esta escena donde docente-alumno se comportan éticamente ayuda a mirar la complejidad del acto, lo duro de vivir éticamente la docencia, frente a las nuevas generaciones.  Por ello, es importante explorar preguntas que permitan enfrentar la magnitud del problema formativo en el que estamos implicados querámoslo o no, y algunas de ellas podrían ser ¿Qué ética para que contexto? ¿Qué ética para que docencia? ¿Qué ética para qué sujetos? ¿Qué ética para qué futuro?

Para ello, necesitamos superar el sentido habitual de las palabras que venimos empleando, y ayudarnos con otras que nos adentren por otros significados que ayuden a reconocer otros panoramas, nos aporten criterios más abiertos para movernos en esta realidad tan inestable.

Propongo traer a esta escena docente, palabras como la responsabilidad, la alteridad u otredad, el amor, la formación, utopía, esperanza y otras tantas que vendrán en ayuda y que al explorarlas daremos más luz a nuestra mirada y así, alumbrar esa penumbra y visualizar algunos horizontes que se puedan caminar,  porque ni no lo hacemos, si nos quedamos en el mismo lugar, corremos el riesgo de extraviarnos en lo que fue y ya no es, impidiendo andar por los nuevos rumbos acelerados que se nos abren de instante a instante. Y eso, nos lleva a perdernos, y desaparecer de esta escena tan importante.

Antes que nada, habría que reconocer el tiempo que vivimos.  Este aquí y ahora, que nos acontece, del cual la percepción y comprensión del mismo no es muy clara; lo vivimos en tiempo presente, una escena tras otra que invade el cuerpo, las emociones, los pensamientos ¿pero que tanto esto que pensamos, sentimos nos permite tornarlo conceptos? Y si logramos pensarlo, ¿desde qué conceptos lo hacemos?

Para nuestra suerte, tenemos a varios intelectuales que se han encargado de esta tarea, ellos nos hablan de los acontecimientos, que uno tras otro vemos pasar e irrumpe nuestra vida más cotidiana. Ellos pueden demostrar con fuertes argumentos cómo todo lo conocido se fragmenta, se diluye, se esfuma frente a nosotros, y eso asusta.

Todos sabemos que la economía y la tecnología han llegado para instalarse y dirigir los rumbos del mundo, que su desarrollo cambian día a día el paisaje social.  Oímos por ahí, por allá, que se habla de un mundo nómada, de la emergencia de grupos organizados por valores diferentes a los conocidos que peligrosamente se vuelven poderosos, del mundo del mercado, de la primacía de lo emocional por sobre lo racional... y todo esto, ha puesto al mundo conocido en crisis.

El mundo construido por siglos, se nos transforma en otras cosas extrañas, por ejemplo, la institución familia, esa primera institución a la que arriba el ser humano desde su nacimiento, ya no es como la conocimos hace tan solo unas dos o tres décadas. La forma que ahora asume nos resulta extraña, y ante esto, lo que deseamos es que regrese a ser lo que fue, pero eso ya no  sucederá más, por el contrario, la veremos reconformarse en otros modos en respuesta a las nuevas realidades que se entretejen. Si no comprendemos esto, nos parecerán pecados de la historia naciente.

Así, podemos poner varios ejemplos, como lo que le sucede a la institución Estado, y qué decir sobre nuestra institución educativa, nuestro espacio que lo vemos día a día modificándose, todo cambia, y pese a esfuerzos de resistencia, estos avanzan y avanzan sin encontrarse con fuerzas que los reorienten.

Todo este tejido de sucesos en diversas dimensiones es lo que llamamos CONTEXTO, y es toda esta atmosfera epocal que respiramos, emana sentidos que nos lleva por derroteros inciertos, que vamos palpando a tientas,  conociendo sin muchas herramientas conceptuales, dado que nuestra propia formación ha sido producto de formación des-ubica, la formación que ostentamos a momentos no nos permite una sabiduría que responda con pertinencia a nuestra época y ante esto urge preguntarnos ¿le sucederá esta misma experiencia a las generaciones venideras? ¿Serán asaltadas por su propio tiempo? Por esta razón necesitamos una reflexión ética...

Por todo lo expuesto hasta aquí, la ética no puede ser una definición.  La ética trata de una forma de vida, no es algo intangible, por eso dice Eco, empieza a vivirse, cuando entra en escena el otro.  En la docencia siempre estamos frente al alumno, la ética se vive en cada uno de sus instantes, mucho insistió, Pablo Latapí en la reflexión sobre los valores éticos, y decía que se viven, que no son discursos vacíos, son una forma de vida.

Este contexto, este mundo actual nos impone una forma de vida, nos orienta por unos valores dictados por los procesos que lo ordenan, y ahí, nosotros y los niños, respondemos a este tiempo con comportamientos que siguen esas pautas hegemónicas que poco a poco van gobernando la vida social.

Los niños, nuestros alumnos, han nacido en estas atmósferas, nosotros nos estructuramos como adultos en un tiempo atrás, dependiendo de nuestra edad, nos situamos en el este siglo XXI, y venimos uno al lado del otro, -se supone-, caminando el mismo tiempo, un tiempo que para ellos es virgen y para nosotros resulta extraño porque lo miramos con ojos del pasado y sin saberlo, nosotros les hablamos y orientamos en valores éticos desde los que crecimos, pero que ellos ya no los viven, les son ajenos, por tanto, se van dando comportamientos desencontrados, se viven escenas caóticas ¿de qué ética podemos hablar ahí?

Nuestros alumnos, como hijos de su tiempo, van creciendo en el aceleramiento, y van ordenando bajo estas fuerzas zonas de sus personalidad que los hacen inconsistentes, frágiles, ajenos; las nuevas tecnologías lo ponen ante todo y nada, perdiendo la capacidad de asombro; exigen que todo sea rápido, ejercer el menor esfuerzo; avanzan por la vida sin comprometerse con actividades largas, tienen una gran habilidad para cansarse, los aburre cualquier actividad[7]... Y ante esto, ¿a quien podemos culpar? Definitivamente necesitamos entender que son hijos de este tiempo, y como afirma Maffesoli, responden al ritmo de la vida actual[8], un ritmo en torno a sentidos que nosotros no conocimos.  

Con Maffesoli nos enteramos de que este mundo actual responde a un deseo más estético que ético, es decir, que hoy rige más el deseo de hacer lo que a cada uno le sienta bien, lo que nos da placer, generar el mínimo esfuerzo, vivir la vida más a la manera de Peter Pan; no existe un deseo de crecer y tomar responsabilidad, sino de ser eternamente joven, viviendo instantes eternos de tranquilidad, sabiéndose en el futuro pero viviéndolo a como llegue, más en el disfrute que en el reto de modelarlo.  La experiencia ética sin duda ayudaría a un equilibrio.

Ahora bien, esa subjetividad infantil, ¿en qué grado ya la encarnamos los adultos?  La fuerza formativa del contexto social es poderosa, y nadie queda marginado y ante esto, ante esta presencia estética subjetiva que se nos va estructurando se hace prioritario rescatar y equilibrar los actos éticos, pero ¿qué ética?    

Victoria Camps dice que necesitamos una ética sin atributos[9]. Una ética que no se afilie a nada que la invada de deber ser, que no sea religiosa ni fundamentalista, apela a una ética que responda a los nuevos problemas de convivencia humana, que no son pocos, mucho sabemos de la violencia, la desigualdad, la injusticia, que son padres de otros muchos otros problemas que llenan las planas de los periódicos. 

Y nos dice que una ética sin atributos es aquella que permite a las personas asumir su vida con madurez en medio de las complejidades a las que son sensibles, y son capaces de dar razones de lo que hacen, que pueden pensar por cuenta propia en lo que se necesita hacer. Esto es, se trata se aprender a reconocernos inmersos en medios de fuerzas, y en ellas mismas, reconocer espacios de acción donde desplegarnos como sujetos.[10]

Pero cómo hacer esto, cómo se puede vivir una ética así en medio de los flujos de realidad posmoderna va dando lugar a comportamientos dislocados, momentáneos, guiados por el interés personal, el consumismo banal, la necesidad de amular cosas materiales en busca de una felicidad que no se alcanza, donde va generando enfermedades depresivas, pensamientos de aislamiento, vacuidad humana.

Dada mi propia experiencia pedagógica, propongo que desatar algunos nudos teóricos y pensar en la importancia de auxiliarnos de otros conceptos igualmente poderosos, que aunque también golpeados por el entorno actual, pueden aun ser un soporte para avanzar y fortalecer este ámbito donde docente y alumno se encuentran, donde viven un comportamiento que necesita formar el carácter, el sentido, el amor a la existencia digna y sencilla que les permita auto- forjarse hacia su más enriquecida humanidad.

Quiero mencionar solo tres conceptos, (habría otros, que en este espacio sería imposible abordar, como la esperanza, la utopía, pero no es el lugar ni el tiempo), me parece que para construir escenas de encuentro docente-dicente que den vida a esta ética sin atributos, necesitamos recuperar la capacidad de responsabilizarnos, la capacidad de reconocer al otro, la capacidad amorosa, del apasionamiento.

Por tanto, sostengamos que la ética necesita el apoyo de la responsabilidad.  ¿Qué es la responsabilidad? Manuel Cruz viene a nuestro auxilio[11].   Este filósofo la plantea como un “hacerse cargo” ¿hacerse cargo de qué?  De todo aquello que nos parece incomodo, que nos indigna, y que está cerca de nosotros, que sucede casi frente a nosotros, y es eso, ante lo que no podemos ser indiferentes.  

La responsabilidad es un modo de comportamiento que nos impulsa a resolver situaciones, y si todos hiciéramos ese pedazo de tarea, la realidad empezaría a cambiar, y las escenas dantescas del mundo que nos ha tocado vivir se transformarían.  Dice Manuel Cruz, que no vasta colocarse un moño de color, una camiseta, una bandera, porque eso no cambia nada, el mundo necesita de sujetos que asuman responsabilidades resolviendo aquello a lo que son sensibles, sujetos que se esfuerzan por responder a las necesidades de los otros porque aún son capaces de sentir compasión, amor, apego social.

Sin embargo en este contexto posmoderno, vemos que tendencia a buscar los logros personales, va en aumento este deseo de sentirse cómodo, va aumentando del desdén a lo colectivo y dar lugar al encuentro, esto va siendo innecesario, superfluo, y se va generando un abandono de la responsabilidad.  

Así, el tiempo social va atentando contra esta capacidad humana de tomar responsabilidades, y poco a poco, dejamos que pasen cosas sin hacernos cargo de casi nada, y con ello, nos vamos extraviando, permitiendo el crecimiento de la  indiferencia, el desapego al problema de los otros. Sin mal intención pensamos que a otro le toca hacer lo que se percibe hace falta, y ¿cómo sabremos que otro lo hará? Y así, sin darnos cuenta, sin mala fe, vamos dejando tareas pendientes, que no hicimos porque somos seducidos por la cultura del mínimo esfuerzo, un esfuerzo que pensamos no nos corresponde. Y sin vivir esta exigencia humana de la responsabilidad ¿qué escenas éticas activamos?

Sobre la capacidad de reconocer al otro, esto es, sobre la relación tu-yo, yo-tu, que algunos autores llaman Alteridad u otredad, Levinas[12] nos aporta muy buenas ideas al respecto, una de ellas en este momento me permite plantear que al asumirnos como docentes, ofrecemos al alumno una imagen de nosotros, e igual ellos, nos permiten mirarlos, y dice Levinas que en este simple acto, nos decimos “heme aquí” ambos, docente y alumno se presenta como dos personas acosadas mutuamente por su proximidad. 

En esta proximidad de heme aquí mutuo, se activa una demanda -sin posibilidad de callar-, se exige un lenguaje que comunique más allá de contenidos escolares, más allá de los formal, esta proximidad demanda un decir que deje fluir la subjetividad, es decir, también deje entrar la dureza del proceso de existir de cada uno.

La realidad posmoderna, plagada de prisas, de exigencias, donde este “heme aquí” es tan instantáneo, la prisa lo desvanece, la demanda de proximidad se acalla, para dejar entrar lo que Larrosa[13] llama actitud fariséica, desde la cual, el docente se posiciona en su rol, y demanda al alumno encarnar el suyo, quien termina siendo disminuido al darse prioridad al currículo por ejemplo.

Si diéramos más fuerza a ese heme aquí, y hacerle caso a esa proximidad, que da lugar a la experiencia de necesitarse, de aportar cada uno su fuerza, sus sentidos, seguramente la contribución mutua para para crecer hacia la mejor versión de sí mismo sería excepcional.

Ahora bien, fortalecer nuestra capacidad amorosa es otra necesidad y para ello, tenemos a Alain Badiou[14], quien nos cuenta en un pequeño libro ideas muy importantes sobre el amor, rescatándolo de esos mensajes idílicos y simplistas. Para el amor es ante todo una construcción, y esta necesita ser duradera, vivirse como una obstinada aventura.

Nos lleva a pensar que este verbo, amar, se vive como un aventurero, y un aventurero nato, no se deja vencer ante el primer obstáculo, que no abandona su esfuerzo a la primera divergencia, a los primeros aburrimientos.  No, para él, un amor verdadero es aquel que triunfa sobre los obstáculos que el espacio, el mundo y el tiempo le proponen.  No por algo, Morin[15], igual le llama “el complejo de amor”, que consiste en admirarse en lo diferente del otro amado, que muchas veces nos ahuyenta.

El amor entonces es duración, es hacer que eso que se siente tenga la más larga plenitud, que exige que el amor se reinvente día a día, dura en el duro deseo de durar.  Por tanto vivir el amor es algo que implica reto, esfuerzo, enfocarse construir emociones donde parece que nada puede suceder. En la escena de docencia, donde alumno y docente se encuentran, media el amor; reconocer al otro diferente, y pese a sus defectos, carencias, vivir la aventura de vencer todo obstáculos que se presente, se activa esa aventura amorosa.

Pero también este autor, nos cuenta que la capacidad amorosa tiene enemigos dado que el amor, si bien sabemos da intensidad y sabor a la vida, no es ajeno a los riesgos, a la incertidumbre, el amor en tanto construcción con otro, no es un espacio seguro, conlleva misterios, zozobra, y hoy día vamos siendo débiles, frágiles, sentimos que no podemos con esas emociones de infelicidad que también puede causar el amor, preferimos no sufrir, vivir en la comodidad, seguridad.  Hoy, se evitando el azar, todo encuentro no planeado vamos perdiendo esa poesía existencial de la experiencia amorosa, dando paso a un hedonismo, al culto de uno mismo, disminuyendo esta capacidad de admirarse, fascinarse ante la presencia de los otros.

Esta experiencia amorosa, el aventurarse por los caminos de la emoción, da lugar a la pasión, esa sensación de entrega total hacia algo que en verdad queremos, que anhelamos desde el fondo del ser, y aunque sintamos que no podemos, hacemos esfuerzos por lograr eso anhelado, dando lugar a la emoción de  construir algo que importa, y al hacerlo nos auto-construimos siguiendo nuestros sueños.  Vivir estos sentimientos, encarnarlos, otorga al ser algo de autenticidad, que cuando estamos frente al otro, en este caso nuestro alumno, y somos ese heme aquí, él puede ser sensible a esta capacidad de apasionarnos con los que hacemos en la tarea pedagógica, expandiendo esa pasión en cada cosa que decimos y hacemos, y esto, es un modo muy humano de expandir este tipo de emociones en este mundo tan materializado, que de alguna forma se continua en la escuela aunque.  Necesitamos reconocer que la educación si bien tiene un discurso de valoración a los niños, sabemos que se enfatiza más la capacidad cognitiva, y Zemelman se pregunta al respecto:

¿Qué pasa con las otras facetas que hace al hombre concreto?, ¿Cómo saber la ponderación exacta en que se pueden combinar inteligencia, voluntad, emocionalidad, pasión, en la caracterización del sujeto capaz de colocarse ante las circunstancias?, ¿Cómo rescatar al sujeto desde su necesidad de horizontes de conciencia, de manera que no quede atrapado en la lógica discursiva de la comunicación? Entorno de cuestiones como éstas podemos retomar la exigencia de un pensamiento con música, o de lo dionisíaco como esa nostalgia que inspira Nietzsche. Volver la mirada hacia la existencia envolviendo en su secreto la pasión domeñada o reducida a lo apolíneo.  Pasión como expresión no discursiva, pasión como el magma del hombre por ser hombre. La pasión recuperada ante el discurso por el discurso, como lo excedente de aquél; el magma como lo preformativo: querer hacerlo que se es, ser en el hacer, o hacer desde el ser”[16]


Apasionarnos con la docencia es un modo de vivir la ética.  Y por todo lo dicho hasta aquí, hacer esto con plena conciencia y sentido pedagógico que dé lugar al despliegue apasionado de nosotros mismos para cumplir nuestros sueños, no nos va resultando fácil.

Hasta aquí, se hablado de este ejercicio ético buscando el apoyo de algunos conceptos poderosos desde cuya fuerza pueden sostenernos en esta imperiosa necesidad de formar mejor a nuestra infancia, y al hacerlo, nosotros mismos nos veamos enriquecidos con más experiencia y sabiduría pedagógica.

No será fácil, necesita a sujetos docentes que sean capaces de enfrentar las fuerzas del contexto armados con cultura pedagógica que ayude a pensar y colocarse en lo que se necesita, en esta urgencia de vivir una educación de manera apasionada que provoque la capacidad magmática del ser humano para abrirse hacia sus más excelsas cualidades y logre formarse en ese carácter fuerte, que lo constituya en una persona madura capaz de explicar y fundamentar lo que hace, lo que necesita; que opta y se compromete con la circunstancia que lo rodea, que da sentido a su vida y desde éste, asume los riesgos para el logro de fines más sociales, esto es, que sea capaz de encarnar una ética sin atributos.

Adela cortina[17] dice que la ética sirve para recordar que tenemos la responsabilidad de evitar el sufrimiento haciendo bien lo que sí está en nuestras manos, invertir en lo que vale la pena, sabiendo priorizar reconociendo lo que verdaderamente se necesita.

Y aprender a vivir este tipo de ética empieza en nuestro trato diario, entre nosotros, entre nuestros alumnos, viviendo esos actos de responsabilidad en las pequeñas cosas cotidianas, siendo sensibles, respetando, reconociendo la realidad para construir en ella garantías de una convivencia que fortalezca de nuestra subjetividad, para alcanzar la mejor versión de nosotros mismos.

Es indiscutible que en la escuela vivimos la ética, pero necesitamos no perder los ejes que he mencionado, porque si nos sucede, el contexto también educa y es poderoso, seductor, y va abriendo zonas donde lo ético se diluye, y esta pasión por el otro se cambia por alguna banalidad ¿y hacia donde nos lleva? No lo sabemos.

Maffesoli dice que vamos hacia la estructuración de una nueva época, ¿cuál, cómo será? Tampoco lo sabemos.  Él, como buen sociólogo, nos invita a estar atentos. Hay que hacerlo, hay que estar atentos, no descuidar experiencias éticas que ayuden a nuestros alumnos a auto-realizarse desde sus pequeños actos cotidianos, aprendiendo a vivir situaciones que no nos dañen, donde nos respetamos mutuamente y sintiendo esas emociones que nos vinculen con los semejantes para fortalecer el lazo social, siendo capaces de sentir al otro, y jamás demos cabida a la fatal indiferencia.  

Luz Divina Trujillo
Julio11, de 2016.





[1]Palabras para dar inicio a las actividades del Congreso “Reflexiones sobre el ser y hacer docente del siglo XXI”, zona XCIX, Realizado en la UPN-Mexicali, 11 y 12 de julio de 2016.
[2] Docente en UPN, Mexicali.
[3] Umberto Eco. Cinco escritos morales. Editorial Lumen, España, 1998, 105.
[4] Paulo Freire, Pedagogía de la autonomía, (México, S.XXI, 2004)
[5] Sigmunt Bauman, Los retos de la educación en la modernidad líquida. ( España, Gedisa, 2007) 46.

[6] Paulo Freire, Pedagogía de la Esperanza: un reencuentro con la Pedagogía del oprimido. (México, Siglo XXI. 1990)
[7] Victoria Camps.  Creer en la educación, (España, Ed. Península, 2008)
[8] Michel Maffesoli, El ritmo de la vida.  Variaciones sobre el imaginario posmoderno, (México: Siglo XXI, 2012), 162.
[9] Victoria camps, El declive de la ciudadanía (España, PPC, 2010).
[10] Cornelius Castoriadis, La noción de autonomía según Cornelius Castoriadis, 1993.http://666ismocritico.wordpress.com/2007/03/02/la-nocion-de-autonomia-segun-cornelius-castoriadis/
[11]Manuel Cruz,Hacerse cargo. Sobre responsabilidad e identidad personal. (España, Paidós,1999).

[12] Emmanuel Levinas, La sinceridad del decir”. En Dios, la muerte y el tiempo. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. (Madrid, Editorial Cátedra, 1998).
[13] Jorge Larrosa, Entre las lenguas: lenguaje y educación después de Babel. ( Barcelona : Alertes, 2003)
[16] Hugo Zemelman Merino, Necesidad de conciencia. Un modo de construir conocimiento, (España: Col.Mex., Anthropos, Ed.Rubí, 1998), 79.