Hace tiempo, escuche esta
conversación y la explicación sobre las formas de convivencia en el espacio
laboral me llamó la atención, recordé los ambientes de trabajo por los que he
pasado (soy jubilada en educación superior, y ahora peleo al Estado mi
liberación, quien sin fondos para el retiro, me retiene pese a que ya cumplí mi
compromiso laboral). Recordé esa
angustia de salir de mi cubículo, o de mi salón, ese temor de saber o vivir
algo desagradable. Me interesó la idea
de “culpa de quien sobrevive” así que busqué el libro por mar, cielo y tierra,
-está agotado- y lo encontré de segunda mano en Mercado Libre y esperó más de
un año, no sé si por la dureza de las afirmaciones ahí encontradas o por mi
falta de tiempo. En fin, lo logré...
¿De qué trata? Sin hacer una reseña,
-no se me da-, diré que inicia con la discusión sobre la formación
universitaria, la cual, al parecer, orienta a los alumnos, por modos de
ser-hacer-pensar propios para un estado de sobrevivencia en el mundo que les tocó
vivir. Para este autor, terminar la
universidad exige una gran inversión de tolerancia, paciencia, estrategias,
pero muy poca disciplina académica, ¿triste ideas verdad? Diría intolerables a nuestros oídos de maestros.
Como padres, como maestros, insistimos
ante los niños, adolescentes, jóvenes, que la educación profesional es la puerta
del desarrollo, del progreso, de la solución los problemas de autosuficiencia, de
libertad, de sentido, prosperidad, pero leyendo a Trueba Lara, esto se
derrumba, uno se adentra por un mundo de ideas que desmantelan estas creencias, para darnos cuenta de otra realidad, cuyo sello profundo consiste en una formación profesional de
formas sofisticadas que les prepara para un mundo miserable, donde seguir
“vivos” se vuelven una meta concreta.
Me ha quedado claro el título
“miedo absoluto”.
Ahora siento el miedo
de reconocer a una juventud, -lo fui y lo entiendo mejor-, preparada en el infortunio
diario de la vida escolar (se aprende a
sobrevivir a los docentes, las materias, los contenidos, a negociar, y finalmente egresar) para luego incorporarse
al mundo laboral, al que se equipara con un “campo de exterminio”, lugares
donde progresan los más adiestrados para permanecer sobre los otros, donde se
vale de todo, pues lo que importa es ser líder y no ser parte de los procesos de aniquilación, de achicamiento que viven los conformistas, los que no dan el 110% que exige la empresa.
Por desgracia, en esos espacios, no todos pueden ser líder, no existe ese lugar prometido para todos y de pronto, la grandeza que soñamos para nosotros mismos
es postergada, arrasada por privilegiar prioridades básica, y finalmente, es confinada, a un sin-lugar, que propicia estados de toxicidad emocional, que
envenenan los espacios, de los que queremos salir huyendo, pero estamos
atrapados, “sobreviviendo” la vida laboral. ¿Les ha pasado?
Los detalles de esta narrativa
son muchos, (Trueba Lara es ameno), describe los espacios, ese sentido panóptico que de todo da
cuenta, los mecanismos instituidos que van quebrando nuestra voluntad quedando
a merced de los dictados del poder de los “nuevos campos de exterminio”. Lo mejor es leerlo y cada uno situarse en
estos planteamientos.
Como educadora, situarme frente a
la idea de que la educación (habla de la universitaria, pero yo diría que se
trata de la educación en general), es la antesala de tal situación me preocupa. Nos va contando, como la
escuela, va llenando la cabeza de los alumnos con ideas que le hacen pensar que
un día determinado será un líder, un ganador, un ser superior que lo puede todo; y que esto
se logra debido a que en vez de una
formación culta, crítica, responsable, se instala un “culticidio”, es decir, en
una serie de “creencias”, una sensación de que se sabe, se conoce, de manejar
ideas mínimas que le dan un saber absoluto, por tanto, en todo tiene razón, no
siente necesidad de argumentar con solidez, de profundizar, al contrario, con suma
soberbia y arrogancia, desde un saber-enano por decir menos, puede alcanzar esa
supuesta excelencia prometida y quienes no se muevan en esta lógica, son
catalogados como mediocres, desadaptados, a quienes hay que bloquear, detener,
impedir sin miramientos, la ruptura del equilibrio. Dice Trueba Lara: “Los
enemigos, obviamente, son aquellos que impiden que se cumplan los objetivos,
los renegados de la fe empresarial... ellos tienen que ser asesinados simbólicamente
para que los peores puedan sobrevivir y el campo de exterminio alcance sus
metas.” Definitivamente aterrador. Pero no está lejos de la realidad.
Simultáneo a este culticidio, se
conforma un “adormecimiento ético”, desde el cual, pueden suceder las
situaciones más despreciables, esto es, se trata de una educación minimalista, arrogante,
simplista, en la que subyace un adormecimiento de valores y enfatiza otros
desde los cuales se puede hacer cualquier cosa como el chantaje, manipulación,
coerción para alcanzar ese fin prometido de ser “líder” sin importar sobre
quien haya que pasar.
Esta lectura me confronta. Como educadora ¿Qué tanto he contribuido a
este estado de cosas? Pues diré, -como tablita de salvación para mi
conciencia-, “no lo sabía, no lo había pensado desde este lugar”. Quienes nos dedicamos a la educación,
formados sobre todo en el normalismo, tenemos instalados conceptos idílicos de
todo, del alumno, de la escuela, la familia, del maestro, de la educación, y
con idílico quiero decir, que se tratan de ideas que devienen de un “deber ser”
que nos dicta cómo funciona todo y de ahí no nos podemos salir, así, sabemos
cómo se aprende, cómo tiene que ser relación del padre con la escuela, el maestro
con los niños, cosas de esas, y se nos dijo tanto, lo repetimos tantas veces, que
así como el universitario, quedamos programados y movernos de ahí es de las
cosas más difíciles por resolver en el campo educativo.
Para empezar, pienso en nuestro “culticidio
pedagógico”. ¿Desde qué saberes,
experiencias, conocimientos vivimos la docencia? Existe un discurso instituido que contiene
toda la verdad que necesitamos, con éste, respondemos todo, no dudamos, estamos
seguros en nuestro ser y hacer docente con cierta arrogancia e insensibilidad a
la real-realidad. Estamos en serios
problemas.
La lectura de José Luis Trueba
Lara sobre la formación de las juventudes, de la conformación de las nuevas
generaciones, es un lectura que necesitamos los educadores y con gran urgencia.
Termino diciendo, que el título
del libro me sigue afectando, la verdad si deja una sensación de “miedo
absoluto”. Miedo porque me lleva a
preguntar ¿Qué personas estamos formando? ¿Sobrevivientes? Estos, que como
afirma nuestro autor, -y otros que necesito
leer-, llegan a sentir una culpa, esa de disfrutar de los placeres del éxito,
porque llega el día de las cuentas, y se
siente “la culpa de sobrevivir”.
Este es otro asunto interesante,
hasta el momento yo conocía la versión de Víctor Frankl, quien nos cuenta, que
solo sobrevivían aquellos que se preocupaban por el otro, lo cual les daba un
sentido de vida, y aquí me entero, que existe otro mundo de autores que narran
lo que se vivió en los campos de exterminio como Esther Cohen, que abordan cómo
se sobrevive a la barbarie, como hay un mundo de narrativas de personas que no
pueden superar esta culpa y se suicidan.
Bueno, queda mucho por hacer,
pensar, sobre todo, para contrarrestar este terrible “culticidio” alojado en
mí, y en el que he estado atrapada... cuando menos ya le puedo poner nombre,
porque lo peor es ser ignorante de tantas cosas, que no por no saberlas, no
suceden.
A leer a Trueba Lara, lo he
descubierto recientemente y tiene ideas interesantes, diferentes, y sobre todo,
pertinentes. Ahora tengo en espera: “La
patria y la muerte. Los crímenes y horrores del nacionalismo mexicano”. Haber en qué nuevas inquietudes me adentro...
Mtra. Luz que interesante artículo nos muestra una radiografía para conocer que no estamos del todo sanos y que nuestra intervención como docentes debe estar fundada en el ser y no en el parecer. Gracias
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