Manuel Cruz. El Gran
Apagón. El eclipse de la razón en el mundo actual. Galaxia Gutenberg,
Barcelona, 2020, (p. 468), Edición Electrónica.
Un libro definitivamente importante, necesario de leer para pensar, para tratar de comprender el mundo presente en el que transcurre nuestro diario existir; una vivencia bordeada de problemas nuevos, inéditos, complejos, que nos recuerdan a pesar nuestro que vivir es eso, lo precario, lo contingente, lo azaroso de una realidad que no cesa de moverse, de transformarse, de provocar cambios que nos asaltan y ante los cuales hemos perdido la noción de dónde participamos en su gestación, pues necesitamos tener claro, que esta la real-realidad nuestra, es la construcción que los humanos hemos venido gestando desde nuestra más inocente cotidianidad como ya nos dijo Hugo Zemelman hace varios años en un interesantísimo artículo cuyo nombre es: “La historia se hace desde la cotidianidad”1999, en Dietrich, Heinz, El fin del capitalismos global.
¿Por qué es importante?
Discute con lujo de argumentos un proceso de decadencia intelectual en el que
vamos entrando desde hace tiempo, mismo que urge reconocer, problematizar y
tomar cartas en el asunto, de otro modo, estaremos frente errores mucho más
complejos que los hoy nos agobian, o ante los cuales preferimos refugiarnos en
una oscuridad confortable y evitar el exceso de luz, como en la novela de Saramago
“Ensayo sobre la ceguera”.
Manuel Cruz hace muchas
preguntas en su libro, pero hay una que, a mí, dada mi profesión y formación me
ha ganado la atención. Él se pregunta: ¿Qué resulta de mayor ayuda para
prevenir errores y afrontar problemas: la razón o las emociones? (p. 95), pues
cuando nos explica su metáfora del apagón, nos recuerda al siglo XVIII, llamado
"Siglo de las Luces" momento histórica en el que se dio un impulso a
la razón, una razón que permitió nacer métodos científicos, la propagación de
conocimientos y la modernización de la sociedad bajo la idea de progreso, y nos
dice que esta razón que iluminaba las conciencias, se ha venido debilitando,
que no ha soportado las críticas a su dominio concretado en una razón
instrumental madre de un desarrollo que a la par va dejando destrucción y
desolación.
Aclara, que aquella razón
devenida en instrumentalización no es la que necesitamos defender, pues ésta no
ha desaparecido, sigue muy vital, gestora de un desarrollo que ahora nos aporta
una ciencia, una tecnología que ya parece moverse sola e inunda todos los ámbitos
de la vida social, especialmente el de las comunicaciones con el internet y las
redes.
No, Manuel Cruz, nos habla
y defiende aquella razón argumentativa que promovía el diálogo, la crítica, la
construcción responsable de ideas y esto, es precisamente, lo que, desde el
siglo pasado, con las reflexiones de los primeros posmodernos se ha venido
rompiendo y a la fecha no hemos sabido cómo recomponer.
Con este libro recordé
las ideas de Michel Maffesoli, un posmoderno, quien en sus libros avisa una y
otra vez sobre el cambio de paradigma, un modo societal, donde la razón toma un
lugar subordinado a lo pasional, al “vientre” dice, a lo emocional, a nuevas
formas de organización más volubles de los seres humanos, un día, reunidos por un
partido de fútbol, y al rato, desentendidos unos de otros, es decir, nos
organizamos por nuevos parámetros de relación, gustos, necesidades, etc. Pero él lo plantea como algo que nos
mejorará, que llegaremos a construir otro modo de vivir, de relacionarnos y lo sigue
haciendo hasta lo que sé… tendré que buscar sus últimas publicaciones (pero no
están traducidas del francés…) Y hora, leyendo este libro, veo que Maffesoli ha
tenido razón, pero, no ha discutido este lado planteado por Manuel Cruz cuando
analiza lo que nos sucede como personas cuando nos refugiamos en las emociones,
y desde esta dimensión pretendemos resolver nuestras vidas.
La tesis de Manuel Cruz es que se esta gestando un extravío
en lo racional, le llama “ayuno de racionalidad”, y al hacer esto, las personas
recurrimos a nuestro sentido común, donde tenemos un acervo de nociones a las
que les perdimos el rastro y nos aportan guías de tipo emocional, donde ante
todo, plantemos un “Yo siento”, un “Yo creo”, y muy pocas veces un “yo pienso”,
porque decir esto último exige conceptos claros, capacidad argumentativa para
dialogar una postura personal frente a otros que piensan diferente, y cuando nos
posicionamos en el sentimiento, como éste es tan personal, tan propio de la
experiencia subjetiva, que apela al imaginario arraigado, a patrones de
conducta, actitudes, posturas inamovibles, que llevan a un terreno particular según
convenga y ahí, la discusión se apaga.
En el terreno de lo emocional, nos dice, el cambio de las
ideas no es fácil, pues en esta dimensión preferimos quedarnos en lo que nos
gusta, satisface, y por ello, no se está dispuesto al cambio de ideas que
desestructuran, se prefiere seguir ahí; las personas refugiadas en los
sentimientos se van empequeñeciendo en sus capacidades para pensar la multicausalidad
de las cosas que están pasando a su alrededor, prefieren no aprender, pues
aprender exige cambiar. Aquella idea de
que podíamos enfrentar la adversidad, la contingencia porque así era, y había
que vivir creciendo, superando, avanzando, se pierde, se cambia por la creencia
de que algo exterior nos cambiará, que toda crisis nos hará mejores personas,
cuando simplemente, la crisis de la pandemia, sacó a relucir cosas muy malas de
nosotros y terminamos menos fuertes y agotados.
Y tal vez, lo peor de esta actitud sentimentalista que nubla
la razón argumentativa, es el efecto de victimización que va creciendo entre
nosotros. Todos sabemos del dolor, cada
quien sufre a su modo y en ese terreno no podemos argumentar nada, y entonces gana
el sentido común, el buenismo como sentimiento de acompañamiento que victimiza,
es decir, nos hacemos solidarios sin comprender el problema, el suceso, pero ver
el dolor, apaga toda discusión, todo análisis.
Por tanto, situados en lo emocional, la víctimas y el victimario se
confunden, al poner atención a las emociones, se deja de lado el daño y la
reparación del mismo, ahora, sin criterios claros para diferenciarse unos de
otros, nos encontramos con que los blancos son víctimas del avance de quienes
no los son, quienes se asumen como víctimas de los blancos; que los ricos son víctimas de los pobres, y
los pobres de los ricos, y así… estamos ante
un “victimismo purificador” donde todos tienen la razón desde cómo se “sienten”,
es el mercado del sufrimiento.
Por eso la relevancia de la pregunta que más arriba
seleccioné, es una pregunta que permite discutir estas tendencias que están creciendo
y nos van llevando a ser una sociedad atrapada en un discurso victimista que
fomenta el resentimiento al perder los criterios para ser pensada. Se está dando una EMOTIVACIÓN, un énfasis casi
absoluto (dice Cruz) en los sentimientos por encima de cualquier argumento racional
que pretenda desmontar esa situación y revelar la argamasa que aporte
salidas. En esta tendencia, vamos
renunciando al uso de instrumentos conceptuales, al enriquecimiento de las
palabras con las que nos comunicamos, y en este vaciamiento de ideas, dejamos
que la realidad nos lleve como una bola de nieve cuyo desplome seguramente
dejará graves consecuencias no alcanzamos a imaginar.
Manuel Cruz, hace tiempo escribió un libro sobre la
responsabilidad, y por ello, no deja de recordarnos este asunto. Es cierto que somos resultado de procesos de
desarrollo social, que nos ha ido mal, o bien, según nuestros roles y ética, no
podemos negar que el mundo nos arrastra por sus fuerzas, pero la pregunta de es
¿Qué estamos haciendo lo que se nos ha permitido ser? Victimizarse no es la salida, sino la de
responsabilizarse de lo que se tiene y de lo que se puede hacer con ello. Somos seres pensantes, sintientes, tenemos
una capacidad de idear, de imaginar, de crear, de auto-proyectarnos; me gusta
una idea de un libro de Emma León, con la que argumenta que somos “pura demasía
de sentido”, una fuerza vital que fluye, y la pregunta es ¿Qué estamos haciendo
con ello?
Para empezar, necesitamos hacer lo que dice Victoria Camps, “gobernar
nuestras emociones”, pensar nuestro sentir, sentir nuestro pensar como diría
Zemelman, y no dejar de reconocer que somos un “Yo-vital” saturado de potencias
por explorar siguiendo con Emma León, tenemos tanto ¿Qué estamos haciendo con
todas estas riquezas de las que somos capaces? Es el ejercicio de la
responsabilidad, diría Manuel Cruz.
Bueno, el libro habla de muchísimas cosas, pues aplica sus tesis
a diversos problemas, como el asunto de las mujeres, las políticas del
espectáculo, las redes, los nuevos problemas identitarios, por tanto, creo que
quien se sienta llamado a leerlo, tomará el eje que más le hable a su mismidad…
yo me fui por el lado del razonamiento, pues pensar aporta luz a la oscuridad
que siempre nos rodea…
Y no olviden, NECESITAMOS LEER, recuperar palabras para
pensar y sentir.
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