martes, 21 de mayo de 2024

Amelia Valcárcel. La memoria y el perdón. Herder Editorial, 2010. Edición Electrónica.

 


Amelia Valcárcel.
La memoria y el perdón. Herder Editorial, 2010. Edición Electrónica.

 

¿Por dónde iniciar? Son tantas ideas acerca de algo tan complejo como lo es este asunto del perdón. Empezaré por una distinción sobre el perdón, y que después de todo lo leído me parece muy propia para estos tiempos que vivimos. 

Amelia Valcárcel habla de reconocer dos tipos de perdón, el “perdón impuro” y “perdón puro”. Cuando habla de perdón impuro, se refiere a la necesidad que tenemos de “perdonar” para avanzar; perdonar se torna una decisión política, administrativa, y con ella se pone fin a una situación extrema de convivencia que necesita terminar y permita la paz, pero aclara, no el “olvido”. de ahí lo “Impuro”.  En cambio, el perdón puro, es un acto personal que surge de comprender lo que sucedió, de asumir el dolor, pero se hace el esfuerzo de no seguir en él, entonces se perdona al detractor, y ahí, si logra olvidar. El tiempo, hace su tarea y va curando las heridas; este perdón es un acto magnánimo, personalísimo y muy complejo, que no todos podemos hacer, pero es posible.

Para llegar a este planteamiento, Amelia Valcárcel parte de la idea de que el perdón tiene que ver con la capacidad de olvidar el daño infringido por cualquiera que sea la violencia ejercida. Nos dice que tenemos una larga historia que explica este importante acto humano, primero nos habla de las explicaciones provenientes de un tipo de moral objetivista, hasta llegar a una ética sobre el perdón, donde la memoria y el olvido, tienen vínculos insondables.

Las primeras formas de enfrentar las violencias o transgresiones se explican como causa-efecto, por ejemplo, no se tiene cosecha, no llovía, o se morían de frío y hambre, porque se infringió un dictado moral de la comunidad afectada, como un adulterio, el asesinato de alguien, etc., algo se hizo que dañó el orden de las cosas, y hay culpables y la necesidad de sacrificios para subsanar la deuda.

Después emergen las “leyes taleónicas”, aquello de diente por diente, ojo por ojo, donde el proceso de violencia era detenido de tajo, si alguien hacía algo inadecuado, lo mismo que hizo se le devolvía, y esta orden era ejecutada por un tercero, quien en ese momento detentaba el poder para poner orden.  Las leyes taleónicas tenían un carácter más de venganza, se detenía el proceso de violencia con otra violencia final. Las partes implicadas asumían que la “deuda” generada por la acción ejercida quedaba saldada.

Llega el cristianismo, con la máxima del “perdón”, ese perdón sin distingo, porque si perdonamos, seremos perdonados por Dios.  Aparece un poder supremo que nos mandata perdonar para contar con su velo protector, su luz, su amparo y la confianza de vivir en paz.  Lo mandatado para el perdón, exige fe, creencia fiel en el Dios salvador.  Y en esta tónica, las religiones expresan diversos mandatos de perdón, que los fieles siguen y aporta un orden.

Pero, llegó el siglo XX, y el genocidio del pueblo judío durante la segunda guerra mundial, las matanzas de Ruanda, de Camboya, y otras masacres por las guerras ya más cercanas, pusieron en la mesa de discusión lo mandatado para el perdón.  Viene la pregunta ¿quién debía perdonar si las víctimas no estaban para hacerlo? Nadie puede perdonar por otro. Es así como el perdón pasa del plano ético-religioso, del colectivo moral y personal, a las leyes, a la creación de una normatividad que a nivel mundial juzgan este tipo de actos, y cobran forma palabras como amnistía y crímenes contra la humanidad.

La amnistía es el perdón a los transgresores, al reconocer que eran guiados por criterios equivocados, y al dejar se vigentes, son liberadas por los crímenes cometidos, el delito, ya no es, y son perdonados, sin olvido. El crimen contra la humanidad es el intento de nombrar el atropello y detenerlo a la luz de todos los observadores del mundo, se negocia, se castiga, se llega a nuevos acuerdos.  La amnistía es un perdón impuro, un perdón negociado como necesidad, pero que no olvida, porque se concluye que actos de esa magnitud, no puede olvidarse para que no se repitan.

Y llega la discusión del “perdón puro”, ese acto magnánimo, propio de personas que tienen la fortaleza de reconocer, de comprender lo sucedido y decir “entiendo, te perdono. Esta parte, en el libro no tiene mucho desarrollo, y me hubiera gustado ver su postura ante las diversas actitudes que se pueden tomar cuando se viven situaciones de dolor, cuando vivimos un dolor provocado por otros. Cuando se ven obligados a perdonar por necesidad administrativa pero no se olvida… ¿Qué sucede?

Sí menciona que el perdón tiene una relación inevitable con la memoria, con la capacidad de olvidar, pienso que quien es capaz de perdonar, es capaz de olvidar, guardar el suceso en la memoria por allá, donde al volver al presente, no lastime más.

Con lo leído, pienso que al ser lastimados, estamos heridos, duele, y se necesita tiempo.  Como ella dice, el tiempo de quien perdona, y el de quien pide el perdón, no es el mismo.  Quien generó el daño, puede arrepentirse, (no se perdona a quien no lo pide, pienso, a la mejor ni se siente con deuda por lo hecho), quien sabe que hizo algo, sabe que tiene una deuda y se arrepiente, y solicita al dañado, le comprenda y le exoneré de tal afrenta cometida en un momento de insensatez.   Pero, quien es lastimado, necesitará tiempo para comprender, para pensar, para reconocer las circunstancias del suceso, y decidir olvidar.  Dejar que corra el tiempo, que sane la herida, y al hacer esto, perdonar, moverse de lugar y dejar esa experiencia en proceso de ser olvidada, guardada en una memoria cada vez más lejana, que cuando se revisita, duele menos y menos.

Entiendo que hacer esto, “perdonar” no es sólo un mandato religioso, no es tan sólo “perdona y serás perdonado”.  Considero, que perdonar sentidamente, con esa pureza que exige y que sana, viene de una actitud ante la vida, del valor de vivir en la incertidumbre de cada día, exige reflexión, autonomía, fortaleza, voluntad, sentido de vida. 

Y termino preguntándome ¿cuántos vamos por la vida cargando una lista de malestares a causa de lastimaduras infringidas por los otros y que hoy alimentan nuestros resentimientos, odios e indiferencia al dolor de los demás?  ¿Somos personas lastimadas que lastiman a los demás ya sin saber quien nos generó el daño, pero queremos que alguien pague lo que otros nos hicieron? ¿Por qué no nos es tan fácil olvidar y perdonar de manera pura? ¿seguiremos con aquellas leyes taleónicas arraigadas en el inconsciente colectivo? ¿La idea de la deuda y búsqueda de venganza?

Este libro sin duda, necesita ser material en cualquier propuesta de formación de profesores, porque nosotros, todos los días vivimos en medio de lastimaduras cotidianas; la docencia es dura, la coexistencia de subjetividades nos raspa el alma, sufrimos daños, daños que necesitamos aprender a reconocer, comprender y perdonar para no acumular dolor, resentimiento, odios que ni siquiera sabemos que cargamos y no enferman.

Bueno… mucho qué pensar.

 

jueves, 2 de mayo de 2024

Anna Lembke. GENERACIÓN DOPAMINA Cómo Encontrar el Equilibrio en la Era del Goce Desenfrenado. Urano, 2023. Edición Electrónica.

 


Este libro me llamó la atención por el título, y viendo una reseña del mismo, pensé leerlo para conocer esta dimensión secretal de sustancias cerebrales hacia nuestro cuerpo provocadoras de estados anímicos, pues estos, impactan la micro vida social por las conductas, modos de ser, estar, y no tanto de pensar que provocan, es decir, son sustancias activadoras de resortes oscuros de nuestra personalidad que pueden desequilibrar la vida propia y de los otros, de ahí la importancia de reconocer que es lo que nos “dopa”, qué es lo que según la autora nos hace una generación en desequilibrio buscando sólo el placer, el goce, sin reconocer consecuencias.

De entrada, “Generación Dopamina”, es una frase que inquieta, pues la “dopamina es una sustancia química cerebral que neurotrasmite por así decirlo; es decir, es un neurotranmisor entre células nerviosas que ayudan al cerebro a realizar funciones esenciales para nuestro cuerpo como el movimiento, tener energía para hacer cosas, lograr estados emocionales de bienestar, eufóricos, excitantes. La serotonina, otro neurotrasmisor que también provoca placer, a diferencia de la dopamina, ésta lo hace en estados de tranquilidad, de concentración, de serenidad. 

La dopamina nos hace felices cuando reímos, cuando tenemos logros, cuando hacemos ejercicio, o bailamos, es decir, cuando hacemos todo aquello nos gusta y que siempre queremos hacer, volver a repetir; nos hace buscar un placer que aumenta nuestra excitación cada que sucede al grado de la euforia, un estado de ensoñación. Pero tiene un costo, así como produce un estado excitante, cuando este pasa, cuando la dopamina se agota, se vive su carencia y entramos a un estado de sufrimiento, de dolor, de necesidad de más dopamina.  Cuando esto sucede, llegamos a lo que se denomina dependencia de "algo".  La dopamina necesita un equilibrio entre el placer y el dolor, y estas emociones son el pan de cada día y es importante aprender a vivir buscando un equilibrio homeostático de mente y cuerpo.

Anna Lembke, es una psiquiatra, quien narrando algunos casos -de quien obtuvo permiso, claro-, nos pone enfrente de personas que perdieron ese equilibrio.  La dopamina, este neurotransmisor, es como una balanza que necesita equilibrio entre las emociones del placer y las emociones del dolor, pues como ya se dijo, su exceso produce euforia excitante, y su carencia un sufrimiento infernal. Por ello, en esta lectura, vemos el desfile de personas “adictas”, para quienes ya no fue suficiente la dosis de dopamina provocada por el alimento, las acciones de diarias que da placer cotidiano, sino que insatisfechas por alguna razón (que el psiquiatra necesita indagar) y se fueron haciendo asiduas a una actividad o una sustancia externa que les hacía producir más este neurotransmisor llamado dopamina, así vemos a personas con actividades desenfrenadas quienes saltando de un avión logran ese "subidón" de dopamina que los lleva a éxtasis al poner en riesgo su vida;  o tenemos a los adictos al juego apostando, arriesgándose para lograr más dopamina y vivir ese estado de placer; o los adictos al sexo, a la pornografía, a las compras, y a las sustancias que exprofeso provocan esa emisión desaforada de dopamina, como la marihuana, las diversas drogas prohibidas, o las drogas médicas recetadas por algún padecimiento como el diazepam (Valium), el alprazolam (Xanax) y el clonazepam (Klonopin) y tantas otras, que pierden su función curativa para tornarse en un “Subidón” de dopamina buscado, porque ya se llegó a un punto de dependencia al no tolerar el dolor de su falta.  La abstinencia duele.

Igual tenemos a los alcohólicos, a los adictos a la nicotina; y debemos agregar la adicción a las redes sociales, a los videojuegos, y no se sabe qué más se nos ocurra para lograr esa producción de dopamina que nos eleva por momentos un placer inusitado del cual no queremos volver y enfrentar la real-realidad cuando la sustancia se termina; el cerebro necesita cada vez más dosis para evitar que el dolor se coloque en el otro lado de la balanza.  De modo que estar dopado, tiene un alto costo, y necesitamos salir, de lo contrario, en la búsqueda del éxtasis, las consecuencias pueden ser fatales.

La autora explica con lujo de detalles lo que implica este desequilibrio en las diferentes formas de adicción para lograr ese estado dopado de los pacientes; llega algunas ideas interesantes, que sin bien no son recetas dado que estos asuntos son de corte personal, sólo cada quien sabe a qué es adicto, (yo misma ahora he vivido un autoanálisis de mis “adicciones” y que tanto gobierno tengo sobre ellas), y al reconocer el problema de cada cual, buscar una salida,  lograr restablecer ese equilibrio perdido.

Es lógico que siempre, frente a situaciones complejas, se prefiere abrazar la euforia, lo alegre, lo banal y tendemos a alejarnos a alejarnos del dolor, de la angustia, tristeza, enfermedad, y sólo son situaciones que vienen con la vida pero se piensa que refugiándose en la búsqueda de algo que produzca dopamina para olvidar. Creemos que dolor se va, pero no, ahí sigue, no lo “duelamos”, por tanto, no logramos ese equilibrio entre el placer y el dolor de la vida.  Y también puede pasar que volvamos adictos al dolor… esta parte me costó trabajo entenderla, pero sucede que ya situados en el dolor, nos queremos volvemos a dopar, pero tramposamente, sabemos que al terminar, nuevamente vendrá el dolor, y así, una nueva necesidad de dopamina, para tener mayor placer, a causa del dolor mismo, y así al infinito...Bueno, algo así entendí.

Aporta una Lecciones del equilibrio (página 245) que la autora nos sugiere poner en práctica.  Llega a ellas después de varias situaciones analizadas y terapias con buenos resultados.

  • 1.      La búsqueda incesante del placer (y la evitación del dolor) conducen al dolor.
  • 2.      La recuperación comienza con la abstinencia.
  • 3.      La abstinencia restablece la vía de recompensa del cerebro y, con ella, nuestra capacidad para disfrutar de placeres más sencillos.
  • 4.      La autorrestricción crea un espacio literal y metacognitivo entre el deseo y el consumo; es una necesidad moderna en nuestro mundo sobrecargado de dopamina.
  • 5.      Los medicamentos pueden restaurar la homeostasis, pero consideremos lo que perdemos al eliminar el dolor mediante fármacos.
  • 6.      Presionar sobre el lado del dolor restablece nuestro equilibrio hacia el lado del placer.
  • 7.      Cuidémonos de volvernos adictos al dolor.
  • 8.      La honestidad radical promueve la concienciación, mejora la intimidad y fomenta una mentalidad de abundancia.
  • 9.      La vergüenza prosocial nos confirma nuestra pertenencia a la tribu humana.
  • 10 .   En lugar de huir del mundo, podemos encontrar la salida sumergiéndonos en él.

El punto 8 me pareció especialmente importante, pues ella piensa que para lograr salir de esta encrucijada de las adicciones y reconstruir estos caminos neurales que se activan buscando dopamina sin mediar excusas, mismas que llevan a las personas las cosas más indecibles para conseguirla, es lo que ella llama “Honestidad Radical”, que no es otra cosa que aprender a nombrar y decir las cosas como son, no mentirnos a nosotros mismos para empezar, reconocer, pensar a fondo lo que hacemos, lo que hicimos, lo que somos capaces de hacer; no victimizarnos sino reconocer la responsabilidad que tenemos en nuestra propia exigencia indomable de dopamina.

Hablar de lo que nos pasa, con las personas correctas, a veces asistiendo a un grupo de ayuda mutua, donde se puede vivir esa vergüenza personal de haber pedido el “equilibrio dopamínico” con apoyo de los demás que sí entienden lo que nos pasa, y que ella llama “vergüenza Prosocial” (como en Grupos AA) a veces asistiendo a terapia con un experto, pero haciendo terapia real, honesta, decir-nos ahí la verdadera-verdad, reconocer con responsabilidad lo que nos sucede, lo que hacemos y pensamos, tomar conciencia, y pensar en hacer esos cambios posibles que nos devuelvan ese equilibrio perdido. La terapia sin este ingrediente de honestidad radical, es un autoengaño que más tarde que temprano, mostrará nuevas caras de dependencia en la producción de dopamina.

La verdad, no esperaba leer un libro de este tipo, el título me atrajo y pienso ahora, que es un libro muy necesario para todos los hijos de este tiempo, donde sin saberlo, sin tenerlo claro, sin quererlo, vamos hacia el consumo en exceso de dopamina, vamos hacia el rompimiento de este equilibrio homeostático de nuestro cuerpo y eso, no es nada bueno, cada vez nos refugiamos en zonas de placer y sin asumir una responsabilidad social,  los problemas del presente, se acumulan y acumulan.  

Me quedo preocupada… Hay que leer este libro.