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sábado, 13 de septiembre de 2025

Luigi Zoja. Paranoia. La locura que hace la historia. Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2021. Edición Electrónica.

 


No estamos frente a una lectura tradicional sobre la paranoia, no, de entrada, se avisa que no es abordada como una enfermedad orgánica, que la paranoia no tiene que ver con un mal funcionamiento de la química de nuestro cerebro y cuerpo, sino que se trata de un modo de respuesta psicológica frente las circunstancias siempre azarosas que nos demandan responsabilidad para enfrentarlas, pero, en el caso de la paranoia, se asumen como ataques muy personales, como agresiones intolerables que exigen responder para salvarse de ellos.

Los argumentos nos van llevando a reconocer que la paranoia nos es consustancial, y como parte de nuestra naturaleza humana, ahí incubada, espera paciente a que sucedan circunstancias que nos lleven a un trance entre lo considerado una conducta normal hacia los más inusitados delirios de persecución y grandeza con todas sus consecuencias.

Luigi Zoja, psiquiatra jungniano, se sale de los marcos establecidos por la psiquiatría para situar a la paranoia en un terreno más socio-histórico, la coloca entre nosotros, personas que respondemos a la cultura hecha, entre las fuerzas vivas en un tiempo y un espacio, pues es ahí, donde suceden esto que plantea en el subtítulo del libro, una “la locura que hace la historia”, es decir, de acuerdo con nuestra estabilidad orgánica, psíquica, emocional, construimos la historia, que muchas de las veces, nos sumerge en las más innombrables paranoias.

Al parecer, esta conducta, se desencadena en la madurez de la vida. Se suscita en personas con apariencia normal, adaptadas a la vida social, pero quienes de pronto, se perciben más que nunca frágiles, vulnerables frente a esos viejos y añejos problemas heredados de la primera socialización que dejaron traumas infantiles nunca reconocidos y menos atendidos, que un día saltan e invaden de miedos, crecen los odios y un sufrimiento que asfixia y sólo se siente la necesidad de huir, de salvarse, alejarse de toda esa inestabilidad.  

Y viene la estrategia fatídica, la más fácil: expulsar todas esas sensaciones hacia fuera de uno mismo.  Se racionaliza el sufrimiento de manera irresponsable, se buscan causantes de ese malestar insufrible y al localizarlos, señalarlos, se arguyen ideas justificatorias para la defensa y atender la nueva urgencia de protegerse y paliar de esta forma, la insufrible fragilidad que de pronto invade.

Así emerge la persona paranoica siguiendo a Luigi Zoja, y para sostenerse en esta naciente personalidad, utiliza su razonamiento para construir un sistema de ideas impenetrables que le protegen, le calman, y con ellas de fondo, siempre rumia formas de protección, idea formas de ataque hacia sus enemigos, hacia quienes imagina, pretenden destruirle.  La persona paranoica, siempre se ve rodeado de enemigos, se siente acechada y rotundamente se niega a ser “presa”, hará todo lo posible para salvarse, sin importar lo que le sucede a quienes ve como agresores.

La persona paranoica se extravía en una “locura razonada”, una “locura lúcida”, tiene un pensamiento bien estructurado que le guía, que puede proyectar pues necesita defenderse de los posibles ataques, necesita adelantarse, pero por desgracia, aunque esté bien estructurado en su fantasía, es imposible ya que no concuerda con la realidad, sólo responde a sus visiones delirantes.

Luigi Zoja, plantea que esta conducta paranoica latente en nosotros es parte de nuestra herencia ancestral, proviene de una vieja función animal que en su momento funcionó para salvarnos la vida.  En los primeros tiempos de nuestra especie, sospechar de cualquier ruido era un indicio de amenaza permitía correr. En ese tiempo, éramos más instinto. 

Pero con la evolución, que costó milenios según nuestra historia, el cerebro se fue desarrollando hasta lograr asociaciones entre unas cosas y otras, y al relacionar los sucesos entre ellos y con otros se fueron construyendo conductas menos instintivas, el mundo se fue representando, ideando, nombrando, hasta tener una vida menos automatizada, y avanzar hacia formas de existencia más consciente, anticipatoria, una vida con códigos a seguir para vivir juntos.

Este proceso de alejamiento de lo instintivo, útil para sobrevivir a los depredadores e inclemencia del mundo, no desapareció, como proceso neural siguió en nuestro cerebro, pero de otras formas, es decir, esa desconfianza que alertaba en el mundo exterior, se tornó desconfianza entre los congéneres.

Nunca ha faltado el abusivo, el matoncito del grupo, y había que cuidarse de ellos, ahora bien, se construyeron formas de regular la moral de los grupos y cuidarse mutuamente de los peligros propios de la convivencia, donde siempre aparece el más fuerte a costa de los débiles, que nos ha llevado a desconfiar, sabemos que existe el riesgo de que miembros de nuestro grupo humano, se conviertan en agresores al grado del exterminio.

De modo que la desconfianza primigenia, ha persistido, nos ha acompañado por nuestro desarrollo evolutivo, se sobrevive en nuevas formas de agresión como son la marginación, la exclusión, el ostracismo, la cancelación, que alimentan esta zona instintiva y nos mantiene alertas frente los nuevos peligros de las selvas humanas, de los peligros de las sociedades modernas.

Y para preocuparnos, dice Zoja que hoy, somos como un dinosaurio fuera de su tiempo, que si bien, la humanidad con su evolución intelectual ha logrado avances insólitos en la cultura, la ciencia, la tecnología, frente a esto, nuestra biología para desarrollarse exige otras temporalidades, las mutaciones evolutivas llevan milenios, por tanto, el desarrollo cultural, no se corresponde con lo que el desarrollo del cerebro puede procesar. Nuestro cerebro que en algunas áreas se desata explorando oportunidades, pero en otras, sigue ritmos de desarrollo que nos detienen.

En diferentes espacios, se va documentando que nuestro desarrollo cultural y nuestra evolución cerebral se desfasan, nuestra mente imparable da lugar a procesos veloces que no se acompasan con el ritmo del cambio biológico al punto que contamos con un cerebro, un sistema nervioso que no acaba de ajustarse al un afuera que cambian incesantemente. Y en nuestros cerebros, anidan formas de respuesta instintivas de otros tiempos que permanecen ocultas o dormidas, pero pueden activarse en determinados contextos que las despierten. Una de ellas es el instinto de la desconfianza, que suelto de repente por un suceso que nos desestructure puede dar lugar a esto que la psiquiatría denomina “trastorno de la personalidad paranoide”. En el libro, Luigi Zoja aborda la paranoia individual y en especial, le interesan las paranoias colectivas.

Cuando se trata de la paranoia individual, los psiquiatras intentan tratarla con diversas sustancias para ayudar a las personas a enfrentar la maraña emocional en la que se extravían; esta medicación si bien, en ayuda, no resuelve el problema de fondo.  Es necesario reconocer que se trata de un paciente que no se siente enfermo, es alguien al consultorio debido a los estragos ocasionados por sus delirios persecutorios hacia los demás, va a terapia porque se lo exigen quienes se sienten hostigados, perseguidos, lastimados. El verdadero paranoico jamás reconocerá que está mal, siempre verá como amenaza ser llevado a los servicios de salud, nunca reconocerá su trastorno. Los paranoicos serán siempre los otros.

A lo largo del libro, se describen algunos rasgos de la personalidad paranoide individual latente en nosotros y podemos expresar de diferentes modos y niveles de gravedad. Primeramente, tenemos que saber, que la paranoia se oculta, se sabe disimular porque se intuye, que los otros, mis enemigos, las verán como ideas erradas, patológicas, y para ocultarlas sin abandonarlas, se construye un sistema de ideas lógicas que apenas las dejan ver, sólo se muestra la punta de u iceberg de irracionalidad, en su interior bullen fantasiosas sin realidad, buscando maneras de presentarse de manera lógica para seducir.

La persona paranoica, tiende a justificarlo todo, idea maneras de mantener todo en control, no soporta la transgresión de una idea en la que cree ciegamente, por ello evita cualquier desestructuración de su sistema, sus posturas son inamovibles utilizando razonamientos lógicos para la persona paranoica, pero imposibles para quienes no lo son.

Se sospecha siempre, en todo mira un “complot” y se afana en argumentos para hablar de esas potenciales amenazas e idea el ataque preventivo, y de este modo, quedará justificado lo que suceda, ellos son los culpables, nosotros no.

No se tienen pensamientos de responsabilidad ante situaciones anómalas y se ve ajeno, esa maldad viene de los otros, por ello, revierte las causas, el otro, culpable, aporta los motivos para ser destruido.

Se tiene delirio de autorreferencia, y desde éste, se auto adjudica cualidades de perfección, honorabilidad, y desde su magnanimidad se siente asediado, está seguro de celos de los demás, por su valía y desean su aniquilación. Se percibe con una moralidad prístina.

El perdón es un acto imposible en la personalidad paranoide, perdonar implica reflexionar y dudar del culpable y esto atenta contra su verdad petrificada, modificar sus ideas, sería una herejía.

La paranoia, tiene puesta la mirada en el futuro, pero es un futuro atento a los ataques del adversario, intenta siempre adelantarse para atacar primero. Con esta forma de pensar se lanza por una pendiente, cada sospecha exagerada pulsa acciones que van en rodada, llegando al punto, en que nada pueda detenerse, no se puede ceder.

Ausencia de autocrítica, pues no puede revisar hacia dentro de sí mismo, sólo ve hacia fuera, y por ello, no se percata que sus planteamientos, son lógicos en su fantasía delirante, pero son imposibles, no percibe que eso que se considera coherente en su lógica, es contradictorio, que lo que le parece humano, es inhumano.  En su mente delirante, todo es blanco o negro y así, avanza hacia sus proyecciones paranoicas en las que pone toda su fe, sin ceder.

Pero si tiene temor del tiempo, por ello, siempre tiene prisa, no da tiempo a la revisión de sus ideas, no soportaría ver un error, no puede dejar que el tiempo, muestre algo que le rompa su estructura en la que se protege así mismo de un sufrimiento que no puede enfrentar, evita mirar la matriz de su fragilidad.

Se encierra en un sistema de ideas guiado por dogmas de fe incuestionables que le propicia una rigidez de pensamiento que le induce a cuidarse de los enemigos.

Y los más amenazante, sólo es capaz de reconocer a otros con las mismas tendencias paranoicas, muy preocupante, porque nos lleva al otro asunto, las “paranoias colectivas”, las masas humanas enardecidas capaces de cualquier arbitrariedad sin dejo de culpa.

¿Y de qué trata la paranoia colectiva? La personalidad paranoica desconfía de todos, pero busca compañía, y no para confiar, sino para ayudarse con otros paranoicos a cuidar que se cumplan sus proyecciones.

Zoja nos dice que el mundo actual aporta procesos que movilizan nuestra paranoia ancestral, la desconfianza.  Para ello, mucho ha contribuido la filosofía romántica que nos dejó claro hace tiempo, el problema de la existencia, esto es, ser conscientes de que somos lanzados al mundo hecho quien sabe de dónde, y ya en esta vida, hacernos cargo de nosotros mismos y del mundo hostil que nos recibe. Y la verdad, desde nuestra naturaleza biológica, nacemos siendo puro deseo y sin quererlo, poco a poco debemos adaptarnos, negociar nuestros deseos innatos, gobernarlos para dar paso a la mente razonada (en este proceso, muchas veces vivimos situaciones difíciles que se resguardan en la memoria, dicen los psiquiatras, nuestros traumas), nos vemos de pronto, buscando caminos de salida a nuestras necesidades existenciales, debemos aprender a vivir con dignidad en la vida con los otros, nuestros congéneres, quienes igual, están en sus batallas existenciales. 

Pue sí, esto de sabernos en el reto existencial de la vida, no ha sido fácil, antes, se tenía fe en un ser superior del que se venía y al que se iba, había un origen y un fin, y esta fe, ayudaba a soportar las inclemencias del existir.  Hoy, todo aquello que arraigaba se ha fracturado, y sigue esos destellos de fe en sea, pero por más que buscamos asideros, no dejamos de sentirnos solos, cargando con nuestro propio mundo interior con el cual tenemos que lidiar y aprender a gobernar para pertenecer al grupo, pero también, está la responsabilidad ante la realidad exterior que nos pone exigencias para incorporarnos a ella sin quedar marginados, excluidos, cancelados o como se diga, fuera de todo.  Así que estamos en problemas, porque en momentos así, no es ilógico que nos invadan emociones que nutren nuestra desconfianza.

En el libro se describen situaciones históricas, en la que personalidades paranoicas dejaron escritos capítulos que no deseamos repetir cuando son revisadas con una madurez crítica, en esos momentos ausente. Con detalle, se narran momentos de la primera guerra mundial, de la segunda, se destacan personajes como Hitler, Stalin, y otros cercanos cuyas decisiones desde el poder, movilizaron a las masas humanas hacia la realización de masacres humanas que nunca encontrarán una explicación sensata, sino que las veremos justificadas por una serie de racionalizaciones fantasiosas, delirantes, completamente paranoicas, que fueron expandidas como una pandemia psíquica que contagió hasta las mentes más lúcidas. 

¿Cómo se logra que las personas respondan más al instinto que a la razón evolucionada? ¿Cómo un grupo de personas se vuelven una masa humana gobernada por una creencia ficticia, irreal para atacar a congéneres? ¿Cómo se pasa de ser una persona que sabe en sociedad, a ser parte de la muchedumbre, de una plebe irracional? ¿Cómo puede obviarse proceso racional para dejarse llevar por lo instintivo? Estas preguntas son mías, y me las respondo con estas ideas de Luigi Zoja.

Por un lado, tenemos la tendencia globalizante del mundo, que, si bien une en procesos, formas de vida desarrollada, hace más evidente nuestras diferencias, y desde éstas mismas nos separamos, cada vez son mayores los grupos de excluidos de lo que une, y los desiguales se van separando, formando minorías aumentan.  Esto de sentirnos diferentes, únicos, solos, excluidos de las promesas de progreso en las que algunos existen, es motivo de envidias, celos, odios, alimento para la paranoia, de ahí que la globalización, el progreso bajo el dominio económico actual, los ricos, los diferentes, se ha vuelto una amenaza. Es tiempo de paranoias, donde los usurpadores suelen emerger e imponer, contagiar a muchos sus delirios de poder de los cuales resulta muy complejo salir bien librados.

La globalización del mundo y los procesos de diferenciación que se abren a su paso deja brillar viejas ideas nocivas para la armonía social. Tenemos los nacionalismos, que para Zoja son paranoia colectiva pura, ya que se nutre con ideas darwinianas, racistas que orientan a las personas a agruparse en un espacio, un pedazo de tierra en la que erigen su identidad jurídica que les valida como “un nosotros” frente al mundo, y creyentes de su pureza identitaria, excluyen a todos los que no se apeguen a sus principios crípticos, inamovibles. Se hacen poemas, se levantan monumentos, se cantan himnos, que exaltan emociones y sentimientos sobre la valía del “nosotros nacional”, no se reflexiona, solo se palpita una solidaridad que fluye como una contaminación psíquica, como una forma de cultura, una emoción colectiva latente que en ciertos momentos se siente autorizada a manifestarse ya en un juego de futbol, ante una amenaza a la valía nacional.

 

Del nacionalismo, surge otra forma de cultura saturada de matices, el populismo donde se tiene la finalidad de recobrar el poder en manos de grupos de élite, corruptos, mafiosos. Esta lucha es guiada por un líder carismático a quien apoya electoralmente lo que se denomina pueblo, grandes grupos desairados de las promesas de los partidos, quien creen en su nuevo líder para formar una nueva nación para ser un pueblo virtuoso, alejado de las élites corruptibles y viciosas. Aquí, el grupo de los buenos, alimentados de los ideales fantasiosos del líder, en contra de la otra parte del grupo nacional, viven una estrambótica paranoia, se torna masa, muchedumbre, plebe que piensa solo lo que el líder propaga contaminando sus mentes.

Si damos una mirada al mundo, nos podemos reconocer en tiempos donde se lucha por nacionalismos, como es el caso de los palestinos e israelíes, en medio de instalados y naciente populismos y por consecuencia, son cultivo de paranoia colectiva. ¿Será por este desajuste entre le evolución de la cultura, la ciencia, la tecnología y nuestro desarrollo cerebral? Puede ser un ángulo de análisis, pero lo que es real es nuestra creciente fragilidad humana, nos sentimos disminuidos en afectos, en la capacidad de comunicarnos, y como dice Zoja, sí nos necesitamos, y en esta disminución hacia lo instintivo, nos hacemos de los otro, la razón de nuestros males, vemos al “otro” en negativo, y los vemos ahí, para desconfiar, para cuidarnos de ellos, para exterminarlos en formas sofisticadas.

Y necesitamos reconocer, que, siendo estas personas, solas, marginadas, resentidas, frágiles, seremos fácilmente manipulables cuando se aparece alguien que da salida a estas emociones, es nuestro salvador y las conduce hacia su causa, a esto, Zoja le llama, “rédito paranoide”, esa persona nos usa, llega y cosecha toda nuestra humillación, dolor, frustración y lo encausa a sus fines de poder personal, para vencer a sus propios adversarios.

Pues de esto habla tan largo, largo libro, del peligro de caer en un estado paranoico, del que según interpreto no hay cura. Pero en especial, se entiende que, en algún momento de nuestra vida, algo no resuelto nos orilla a actitudes paranoicas, nos inventamos enemigos con quienes luchar. No es fácil reconocer nuestro dolor y abordarlo, preferimos evadirlo, fantasear con enemigos, colocar nuestras amarguras en otros rostros, para agredirlos de mil formas. Y lo peor de todo, en ese estado, somos un billete en blanco para un abusivo que se sienta con la libertad de utilizar nuestra patología en el incremento de la propia y haga prosperar paranoias colectiva.

Luigi Zoja dice que una buena educación ayuda a que estos patrones de conduta paranoica disminuyan, no aclara que tipo de educación, pero sospecho que se trata de una educación ciudadana que ayude a que las personas se reconozcan en un tiempo y espacio, tengan nociones de qué problemas son herederos, cuáles otros se aproximan, qué papel que juegan en ellos, tener formación para revisar pros, contras.  Además, explorar ideas sobre quienes somos, reconocer que la convivencia humana deja lastimaduras, aprender a trabajarlas con madurez, y valorar que somos mejores juntos que separados, es mejor esforzarse en emociones alegres, gobernar las tristes; asumir esas responsabilidades que podamos atender, no procrastinar, hacer lo que se necesita en su momento… y ya. ¿Fácil? Nunca, educar es un reto humano.

Frente a este libro, sin duda, cabe preguntarse ¿Para qué educar? A reserva de que lo piense mejor, la educación es para convivir con nuestro propio lado animal, aprender a reconocer nuestros instintos ancestrales, pues ahí están incrustrados en nuestro cerebro, y necesitamos gobernarlos con sabiduría para continuar evolucionando con dignidad.

Este libro es un imperdible en estos tiempos de latentes paranoias. Dejé muchas ideas por explorar, quedan invitados a leerlo.

 

 

 

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