martes, 3 de octubre de 2017

LA IMPORTANCIA DE REVISAR, CONOCER Y APROPIARSE DE LA OBRA DE HUGO ZEMELMAN DESDE LA EDUCACIÓN.






"Nos encontramos en los terrenos de la tercera tesis sobre Feuerbach de Marx, cuando sostiene que se olvida que son los hombres precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado.”
Hugo Zemelman[1]


Hablar de Hugo Zemelman desde su obra, con el fin de conocerlo, difundirlo y vivirlo en el mundo educativo, implica reconocer que apropiarse de sus sentidos epistémico-didácticos, no será nunca una tarea fácil ni rápida.  Y a pesar de que urge esta tarea de “propagación” de sus ideas, son muchos los problemas que se enfrentan, y que como educadores necesitamos reflexionar y aprender a sortear para apoderarnos de este legado intelectual cuya fuerza pedagógica radica en contribuir a que las personas se hagan cargo de sí mismas, asumiendo el proyecto de su autonomía personal, tarea ineludible de la educación.[2]

La vasta obra, exige de nosotros formas de aprender más allá del ejercicio cognitivo, -en lo que culturalmente se ha enfocado la escuela-, pues no se trata de una epistemología que se aprende acercándonos a los  fundamentos de la ciencia, a diversas teorías para explicar desde dónde, cómo, para qué se conoce como la define cualquier diccionario especializado, cultura teórica que no está demás, hace falta conocerla, pero para usarla de una manera que acrecente al ser mismo, lo habilite para  reflexionar  la racionalidad encarnada de la época de la cual somos hijos, y ser  capaces de “pensar nuestro pensar” reconociéndonos en medio de las fuerzas sociohistóricas que definen los rumbos de nuestra existencia.  

Adentrarse por este enfoque epistémico, conlleva de entrada un esfuerzo personal con las exigencias éticas, cognitivas, psico-emocionales, históricas, sociales entre tantas que implican al sujeto, pues las ideas zemelmanianas buscan a un interlocutor que se asuma como sujeto.

Zemelman reconoce al sujeto como “ámbito de sentidos”, es decir, una presencia humana que se sabe colocada en un tiempo-espacio interconectado con otros de diversas índole y naturaleza, y necesita desplegar un  razonamiento capaz de “mirar” nos dice él, no solo explicar, porque explicar nos encierra en un conjunto de verdades sobre esa realidad, cuyo origen parte de cuerpos disciplinarios, y quedamos  sumergidos en teorías  tal vez ya obsoletas, incapaces de dar cuenta del dinamismo y complejidad de tal circunstancia.

De acuerdo a Zemelman, la realidad presente, necesita ser “mirada”, captada horizónticamente para apreciar su vastedad, y ante ella, sabremos que no basta una teoría para explicarla, sino la articulación de todas aquellas que nos ayuden a reconocerla como un todo que amerita ser abierto, desarticulado, para mirar sus nudos problemáticos.

Diversas miradas teóricas abren opciones, ser capaces de optar por aquella interpretación más pertinente, y en esta opción, nosotros nos recuperamos potenciados para pensar y hacer lo que se necesita dados nuestros ámbitos de intervención. Pensar, colocarse, hacer lo pertinente, es la invitación, de ahí el lugar del sujeto en la obra de este autor: le importamos nosotros. 

Por eso, su obra es una exhortación al rescate del sujeto y desde su discurso, su lenguaje nos busca.  Desde su “decir”, no le habla solo a lo cognitivo, pues sus planteamientos no pueden memorizarse, y como buen seguidor de Bachelard, le habla al sujeto que somos, a ese que María Zambrano descubrió somnoliento, cobijado bajo el mundanal ruido de la vida social,

“la realidad dócilmente se deja colonizar por el hábito, por los hábitos que el hombre adquiere en su vivir cotidiano. Y casi desaparece. Dentro de esa cuadrícula de los hábitos, la realidad se desrealiza, se oculta, y al par que se desvanece se solidifica. La conciencia deja de estar despierta y atiende solamente a aquello que tiene ante sí, a aquello que tiene que captar de momento. El tiempo se contrae, se divide y su fluir se hace imperceptible o tiende a hacerse. La libertad se aduerme. Pues que la realidad y el ser que ante ella está –el hombre– están ligados, corren diríamos, la misma suerte: si la realidad huidiza, se oculta, la conciencia se apaga, pierde intensidad y el ser mismo, el ser a quien esta conciencia pertenece como una lámpara, se oculta tanto o más que la realidad.  Y así la vida cuotidiana regida por el hábito, por la tranquilizadora costumbre que es seguridad, eclipsa la realidad y al ser que con ella trata... y la vigilia se acerca insensiblemente al estado de sueño.”[3]

Y Zemelman busca al sujeto en actitud de vigilia, atento, para ello usa un lenguaje que sacude de esa inercia somnolienta, y nada sutil nos habla de lo urgente y necesario dejando la tarea de asumir esos desafíos formativos que solo cada uno puede enfrentar.  Leer a Hugo Zemelman es verse frente a un “decir” poco habitual, persuasivo, desestructurante de los procesos de significación que se logran, y esto va desatando una emoción, un pensamiento, algo, pues se siente que leer ese tipo de enunciados desordena algo, y uno se queda con la tarea de reconstruirse dadas las necesidades y posibilidades de cada quien.

Este lenguajear zemelmaniano, tiende a abrirse en significados sin agotarse en sus signos,[4] por ello, el lector necesita dejar de leer cognitivamente, y dejar fluir otra forma de comunicación, esa de la que habla Bachelard cuando afirma que si somos capaces de insistir en una obra es porque nos concierne.[5]  Esto es, llega un momento, en que la obra dialoga con nuestro sentido, deseo, necesidad, con esas dimensiones adormecidas, y entonces, esta lectura, le habla al sujeto que somos, dándose ese encuentro de autor y la pregunta que surge es ¿Qué me estoy perdiendo de estas ideas? Dando lugar a ese deseo de aventurarse por esas ideas que en la medida en que exploran, reencantan al sujeto.

Nos vemos frente a un lenguaje, fuerte, comprometido y apasionado, pero sumamente abstracto[6] por tanto, complejo[7] pero no por ello ajeno y distante, ya que le habla al sujeto que somos, ese que siempre está ahí, potencialmente contenido en nosotros, pero a veces más como rol por la naturaleza de las instituciones que habitamos y nos habituamos a sus inercias.

Y dar lugar a la “experiencias de ser sujeto”, auto-desplegarse, saberse capaz de vivir-viviendo, es lo que Zemelman llama  “necesidad de ser sujeto” pero que en la medida en que se vivencia, nos coloca frente al empobrecimiento de nuestra subjetividad, se revela la orfandad de recursos para enriquecerla, lo que impide crecer, y ante ese necesitar ser uno mismo, se buscan salidas, se localizan umbrales por donde hacer de nosotros “algo más” lo cual exige estudio, disciplina, tiempo para estimular nuestras facultades adormecidas, desde fuertes dosis de voluntad, de autonomía, ya no para sobrevivir, sino para existir con plenitud, comprometiendo a “...todo el sujeto tanto a su estómago como a su espíritu, a su mirada y su oído, a su voluntad de ser”[8]

 Planteado así, este enfoque contribuye a pensarnos-sentirnos como sujetos en una realidad socio-histórica que sabemos sigue los imperativos de la hegemonía política, social, tecnológica y económica del hoy, cuya direccionalidad, fuerza constituyente de lo social que se impone, amerita ser descubierta, desanudada, siendo capaces de pensar, de mirar otros desenlaces posibles a partir de nuestro participación como sujetos históricos.

 Como vemos, no se trata de promover cualquier “pensar”, sino de uno con la fuerza de asomarse al pensar mismo para percatarse de su propia lógica; se trata de estar atentos a las acciones que provoca, y los proyectos emergen de él, reconociendo los efectos sobre la realidad que se vive y hacerse cargo de sus efectos y consecuencias.

Dar prioridad a esta tarea de “pensar el pensar”, exige tiempo, una formación lenta que propicie esta actitud epistémica, y comprender el gran valor pedagógico y ético de esta forma de epistemología, que nos invita a valorar la fuerza del pensamiento crítico, connotado como capacidad de reconocer lo potencial en el presente actual.

Pero estimular esta forma de pensar conlleva enfrentar la propia circunstancia que sigue los dictados de un paradigma que favorece un pensamiento instrumental a la que subyace una propuesta formativa que encapsula nuestras forma de razonamiento y nos orienta por descripciones útiles, que solo buscan una vida feliz, poniendo la mirada en la mejoría de la vida actual, sin grandes perspectivas de futuro. La educación, termina por promover una forma de pensar unívoca, ¿cómo promover ahí una formación transdisciplinaria que rompa con la lógica de pensar en objetos? 

Rescatar al sujeto desde la educación, fomentar formas más abiertas de pensar, de ser, de sentir, conlleva plantearse diversas preguntas capaces de ver a las personas desde el conjunto de sus facultades y aprender a verlos como sujetos y la obra de Hugo Zemelman, resulta un parteaguas para el problema de la formación, en la medida en que busca el rescate del sujeto.

Es una obra importante que aún necesita ser recuperada desde el ámbito pedagógico y aprender a construir criterios epistémico didácticos que nos ayuden a vivir la educación con el dinamismo y potencialidad que se necesita.  Tarea nada sencilla pero sí urgente.




[1] Hugo Zemelman Merino. El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana, (España: Anthropos-UNAM-IPECAL, 2007), 34.
[2]  José Ángel López Herrerías.  Educar sujetos, propuesta pedagógica para nuestra cultura, Revista Iberoamericana de Educación, vol. 75 [(2017), pp. 197-218]
[3] María Zambrano. Actitud ante la realidad. Disponible en: http://www.huellas-cl.com/2007S/07/lactitudante.html
[4] Emmanuel Levinas, “La sinceridad del decir”. En Dios, la muerte y el tiempo. Cátedra, Madrid, 1998, p. 227-231.
[5] Gastón Bachelard. Introducción. En Poética del espacio. FCE, México, 1983, p. 18.
[6] “...lenguaje de pensamiento de naturaleza constitutiva que no se identifique con el lenguaje de comunicación. Es el lenguaje de significantes como propio de la razón abierta...” Hugo Zemelman Merino. Sujeto: existencia y potencia.  Anthropos y COLMEX, España, 1998, p. 57.
[7] “¿Qué se podrían decir las cosas de otra manera? ¡Qué las diga el que pueda!... su urticante estilo convoca al debate, la crítica, la discusión apasionada e ineludible...” Comentario de Horacio Cerutti Guldberg al prologar el libro: Necesidad de conciencia. Un modo de construir conocimiento de Hugo Zemelman.
[8] Hugo Zemelman Merino. Necesidad de Conciencia. Un modo de construir conocimiento, (España: Anthropos, 2002), 25.









domingo, 14 de mayo de 2017

Sin sentido, extravío, descolocación de la infancia en la construcción de la historia social.



Este vídeo me lo mando una amiga, que le agradezco, pues la música me encanta, en contra parte a las escenas, es motivadora y desata un estado apacible con “uno mismo”, es de mis preferidas, pero las escenas revelan un drama vivo de los tiempos actuales y me despabila haciéndome pensar en las escenas finales y preguntarme: ¿Se nos están “muriendo” nuestros infantes?

Ellos, nuestros niños,  están rodeados de nosotros al momento de nacer (quien quiera que sea, siempre un adulto atiende su desvalida presencia en tales momentos), y ahí estamos, y mientras  son pequeños y hermosos, todo nos  maravilla de su crecimientos, hasta la más perversa grosería y travesura, nos parece graciosa, y así, los gozamos, y los premiamos de múltiples formas y los hacemos sentir un "rey", un ser poderoso, exitoso, (pero el mundo es adverso, y no se encuentra dispuesto sólo para él: Lipovetsky),  (bueno, no todos, pero sucede) y así, los alentamos sin mediar con límites ni disciplinas, todo mientras no nos den tanto trabajo, y creciendo aún a nuestra voluntad, le podemos pedir con dulzura “siéntate aquí”, “ponte esta ropa”, “come esto” etc., etc.,  pero empieza a soltarse, a crecer, a caminar, a correr para tomarnos la palabra y vivir por cuenta propia siguiendo sus impulsos aún desconocidos para sí mismo,  y sin saber cómo gobernarlos, se nos salen de control, pues ahora sigue los  dictados de su propia volontad, deseos,  donde el bien y el mal, los límites, la disciplina, el respeto al otro, aún no son conceptos muy claros para él, y con esas faltas de colocación en la vida social, se lanza a la vida incierta, llena de sorpresas; avanza y observa, y con lo que ve, sus estructuras valóricas se cimbran, se reajustan y ahí, nosotros sentimos que desfallecemos, que no podemos hacer mucho en esa difícil tarea educarlo, pues deja de escucharnos, de mirarnos, se aleja,  y  viene la pregunta ¿Quién estaba cuando era necesario para acompañarlo y orientarlo en la conformación de su sentido? ¿Quién estaba para ayudarlo a gobernar sus emociones, sus pasiones, guiados por deseos más límbicos que racionales? Todos nos fuimos ocupando en otras cosas, hasta que él mismo niño nos hace sentir la incapacidad de enfrentar con fortaleza, disciplina, con un amor que se conduele pero no desiste la compleja y necesaria tarea de formarlo, de ayudarle a crecer y entender los desafíos existenciales de su propio tiempo, y ahí va, solo, nos necesita, no sabe cómo, y nosotros, le vamos diciendo de múltiples formas, que no estamos a la altura de la tarea, llenándolo de desencanto, desesperanza...

Porque construir sentido, esperanza, el reto de la tarea, el respeto a los otros, el desafío de ser sí mismo en la más mínima acción que se realice, no se aprende solo, se vive, se ve, se respira de los otros, y se intuye eso es ser “uno mismo” en medio de los otros, quienes desde sus actos nos invitan a intentar una vida ética,  entonces, si está en medio de personas seguras, responsables, atentas al desafío y complejidad de educarlo, podrá construirse el sentido de vivir, de luchar, de crecer con responsabilidad para moverse hacia un  futuro que poco se nos revela, que si bien tiene promesas, éstas, se caen a pedazos y aun así, hay que insistir...  Lo que pasa, necesita preocuparnos, urge hacernos preguntas, tales como ¿qué aprenderán nuestros niños esto en medio de una atmósfera donde los adultos se extravían, tienen pensamientos simplistas y débiles? ¿Qué será de nuestra infancia cuando con simpleza se asume que será adultos y ya?

SÍ, lo serán, pero sobreviviendo un despeñadero del sentidos sociales, en el desahucio del amor al prójimo, en la pérdida de la responsabilidad, del desamor a la vida, en el entierro de sí mismo, en un tiempo presente, un tiempo que se quiere sentir infinito y ahí, extraviado en el placer, quedarse sin crecer, anhelando ser ese Peter Pan de los cuentos (Maffesoli), No crecer, no saber de lo pasa porque asusta, deprime, por tanto, es mejor, perderse en la banalidad del instante eterno.  Pero, el tiempo es el tiempo, y éste, no se detiene, otros futuros llegarán y nos asaltarán, producto de nuestro propio descuido; ¿cuáles y cómo serán?  

Diseñar los nuevo rumbos sociales son ineludiblemente la responsabilidad social de toda infancia que ocupará en su momento el lugar de los adultos, y me pregunto si la nuestra va siendo informada de tal tarea... ¿Tenemos la generación de adultos que los rodeamos hoy, la capacidad de hacerlo?

sábado, 18 de marzo de 2017

¿Primero los niños?

Revisando el documento del Nuevo Modelo Educativo para Educación Obligatoria, la página 75, llamó mi atención.

“Las habilidades socioemocionales son comportamientos, actitudes y rasgos de la personalidad que contribuyen al desarrollo de una persona. Con ellas pueden:
· Conocerse y comprenderse a sí mismos.
· Cultivar la atención.
· Tener sentido de autoeficacia y confianza en las capacidades personales.
· Entender y regular sus emociones.
· Establecer y alcanzar metas positivas.
· Sentir y mostrar empatía hacia los demás.
· Establecer y mantener relaciones positivas.
· Establecer relaciones interpersonales armónicas.
· Tomar decisiones responsables.
· Desarrollar sentido de comunidad.”

Y me quedé pensando en mis alumnos “niños de seis años” y mis alumnos, ahora jóvenes de entre 20-22 años de UPN, (soy maestra de chicos y de grandes), ¿Cómo moverse hacia esta finalidad educativa cuando va ganando lugar, peso, y sentido social la personalidad posmoderna?  ¿Cómo moverse de la subjetividad real a esa posible?  Toda finalidad es una puerta abierta al tiempo que no sabemos si lograremos hacer realidad, pues en su concreción, vivirá el embate de las fuerzas vivas de su propio tiempo-espacio. 

Y qué difícil me parece tal intención, cuando veo niños que van creciendo en entre dos fuerzas, por un lado, la que proviene de padres, abuelos, y sociedad en general que le hace sentir como seres únicos, quienes nacen hermosos, seductores y atrapados en su pureza, sin darnos cuenta, le vamos dejando sentirse libres de hacer lo que quieran cuando quiera y como deseen, sin atender ni reconocer las necesidades de los otros que les rodean, se siente únicos y merecedores de todo, haciendo solo lo que les gusta, lo que no cuesta esfuerzo disciplina. Y así crecen, saboreando el placer y comodidad de vivir,  sin reconocer lo que eso cuesta a otros, lo ven como normal tener todo a su medida.

Es la emergencia del niño que no sabe del valor del tiempo, de los limites, del cuidado del otro, va creciendo como ese niño Rey nombrado por Lipovestky, un niño educado por una generación de padres ocupados y algo débiles en la tarea de la crianza, quienes educan a sus hijos inmersos en un mundo complejo, caótico, dotándolos de premios que compensa formas de relación, pero donde se siembran ideas de que puede tener todo sin esfuerzo.  Mientras fue niño, se hizo, pero crece y vive una cruda realidad que lo lleva ser una persona que no esperábamos ni como padres ni como maestros, menos como sociedad.

Pero no todos los niño viven esta idea de felicidad, otros, crecen en la soledad, abandonados, solo cuidados por alguien, y sin tener casi nada, se van apropiando del mundo de acuerdo a lo que ven, intuyen, respirando la ética tan movediza e incomprendida de la época posmoderna...

Y los jóvenes, ya en ellos ya se nota lo aprendido, y bien; se sostienen en un personalidad ya difícil de movilizar.  Ellos, asisten a la escuela, ya a la preparatoria, o la universidad, pero con poco apego a la actividad escolar, trasminan un valor por la educación desentonado, débil, que les desorienta y les lleva a caer en el desánimo, un desencanto donde todo vale igual, que les orienta a realizar actividades mínimas, solo de sobrevivencia, dando lugar a aprendizajes insipientes e insuficientes. 

Cómo educadores vivimos el reto de entusiasmarlos, apasionarlos en la aventura del pensamiento, del conocimiento, del  auto-despliegue, y no saben de eso, al contrario les gana la incredulidad, como docente enfrentamos la falta de reconocimiento a nuestro esfuerzo, y en lugar de eso, aprenden a sobrevivir las  exigencias curriculares, en enfrentan con aburrimiento, les cansa el tiempo lento de la escuela, y un sin deseo de acelerarlo, porque si eso sucede, se auto-protegen aún más, no entienden ni soportan verse en falta de habilidades, sentirse insuficientes cuando siempre han vivido esa cultura escolar del mínimo esfuerzo que se ha normalizado. Hay sus excepciones por supuesto.

Se van instalando en un conformismo, un desencanto, de niño rey al que todo se le prometió, pronto aprendió que no todos están dispuestos a darle lo que desea, y que a pesar de trabajar en ello, no lo alcanza con facilidad, lo prometido no es cierto.  El mundo exige y premia poco y ante esto, se refugia en los sentidos del momento presente, va acercándose a esa personalidad posmoderna reflexionada por Maffesoli[1] quien que pone en relieve este detalle que puede echar por tierra nuestra mejor intencionalidad pedagógica:

Nuestro autor, nos habla de la ruptura de las instituciones que nos venían organizando, familia, escuela, estado, y las personas, ahora un tanto libre de sus límites reguladores de otro tiempo, nos lanzamos al goce reprimido, a experimentar más el placer que subordina al razonamiento.  Este placer, nos invita a quedarnos en el tiempo presente, y evita pensar en lo incierto de los nuevos cambios ante la caída de las instituciones modernas, a sentir la inseguridad, el vacío y reto de hacernos cargo de nosotros mismos.  Entonces se busca el aislamiento, u otras formas de reunión que él llama tribus, que son organizaciones más dinámicas y duran lo que la pasión del momento permite, reglas ligeras, soportables.

Así, la felicidad, ya no se encuentra más en un mañana cargado de premios a nuestro esfuerzo presente, no, el futuro ya no moviliza, no se cree en él, sino que ahora, nos afanamos en la fuerza y sentimiento seguro que provee el “aquí y el ahora”. 

La juventud va orientándose por nuevos valores, por ejemplo el trabajo, ya no es aquél fin que garantiza la existencia, no, ahora puede ser el trabajo del momento para pagarme algún placer, algún ocio, esa idea de reunión, de sentir que se vive con los otros como regla de vida, no, ahora, se desea vivir intensamente una experiencia, vivir una energía vital que haga sentir que se existe... en fin, Maffesoli explica esto en varios libros, lo que quiero resaltar aquí, no es que estamos ante una generación sin futuro, no, siempre necesitamos reconocer nuestro potencial, construimos la realidad, aunque no le apostemos ahora al futuro, vivir el presente, crea futuro.

El asunto es comprender que esta nueva generación es vital, tiene una energía poderosa, que se está quedando contenida en situaciones que no estamos comprendiendo, y como generación adulta nos urge reconocer para ayudarles a situarse en la nueva construcción de valores a los que sin darse cuenta, ya están dando lugar, y estos, marchen, lo más saludables hacia la consolidación de una nueva socialidad como afirma Michel Maffesoli.

Y ¿por qué todo esto? Me ubico, los sentidos formativos de la p.75... me pregunto si los lograremos cuando no tenemos espacios ni momentos para reflexionar la real realidad que vive nuestra infancia y juventud y la orienta a ser quienes son en las aulas, unos niños y jóvenes muy complejos, a quienes necesitamos ayudarles a crecer, a escuchar, auto-cuidarse, cuidar al otro, sentirse un ser humano fuerte, solidario, atento al mundo que le tocó vivir.

¿Lo lograremos si somos ciegos a esta verdad de la emergencia del sujeto posmoderno? ¿Si no conocemos las nuevas identidades posmodernas sabremos como generación adulto (padres, maestros, sociedad), ayudarles a situarse y autoconstruirse como ellos mismos necesitan?

Sin caer en desánimo, pienso que estamos ante una tarea pedagógica muy compleja, donde para iniciar necesitamos asumir que estamos ante niños, adolescentes, jóvenes que ya no corresponden a nuestras viejas ideas sobre ellos, son otros. 

Necesitamos hacer un alto y sentarnos a revisar los fines formativos de la nueva propuesta curricular y confrontarlos con la realidad, para entonces, colocar al sujeto real que necesitamos educar, saber a quienes tenemos ahí, frente a nosotros, para sentirnos invitados a construir esas estrategias pedagógicas que ahora ellos necesitan con urgencia.    
Necesitamos hacer realidad ese decir con el que se promueve este cambio curricular: ¡Primero los Niños¡  que no puede ser solo un slogan publicitario, hay tanto qué hacer para atenderlos con pertinencia, amor, sentido social, pues ellos son nuestra apuesta a un futuro menos dañado al que ya se les hereda.

Por ello, hay mucho trabajo por realizar en materia de formación de maestros, necesitamos trabajar con las nuevas generaciones de padres, en la creación de un ambiente paideico que atienda el nacimiento de la Personalidad Posmoderna que si bien ya no podemos frenar, si podemos ayudar a construir esa “ética estética” a la que nos invita Michel Maffesoli, a ayudar a erguir a esta nueva generación ante el hontanar del tiempo que se les abre, incierto, inhóspito, donde aprenderán a erguirse desde una razón-sintiente como nos ha invitado Hugo Zemelman Merino,  es decir, formar a seres humanos que se asombran, y sienten las tareas que se les pone en frente como retos, como desafíos que se viven con pasión, influyendo conscientes en el sentido de la historia por nacer.

¡Primero los niños¡ nos exige vivir nuestro rol social y profesional, como sujetos.









[1] Ideas algo apretadas, que necesitan consultarse en su obra, como: El tiempo de las tribus, El instante Eterno, El Nomadismo,  El ritmo de la vida, La transfiguración de lo político y otros más recientes que aún no se traducen.  Estamos ante un autor pensando nuestro tiempo presente, quien nos revela grandes problemas que necesitamos conocer y vivir como educadores.