(Se hablan el alma y el esposo)
Leí toda una interpretación de este poema
en http://www.letraslibres.com/mexico/libros/un-cantico-imposible-cantico-espiritual-san-juan-la-cruz,
muy interesante, pero sigo pensando que cada uno, de acuerdo a su cultura
teórica y literaria e historia de vida, podrá pensar-sentir una interpretación y aportarla para enriquecernos
al leerla (si es que puede, o tal vez, solo quede con la vivencia como ejercicio
personal). Ésta que leí es muy enriquecedora...
Pero, en lo personal, sin demeritar estos
ejercicios de análisis, que mucho enseñan, quiero insistir en esta parte
personal de “leer poemas”, que reconozco no se le da a muchas personas, pues tienen otras preferencias lo cual es muy respetable,
pero existen aquéllos quienes tienen una apetencia, una necesidad, un especie de
llamado hacia este tipo de literatura y se recrean en ellas, (Yo, aún, no sé
por qué me gustan, creo que lo ando descifrando), y por mi propia experiencia, comparto la explicación
que aporta nuestro gran filósofo de la vida, Bachelard, quien dice que cuando leemos y releemos un texto, es porque
nos importa, porque le habla a esa parte más íntima de nosotros, esas zonas casi
inaccesibles, hasta desconocidas, y ahí, nos susurran cosas que necesitamos
sentir, pensar, reconocer.
De acuerdo a Gastón Bachelard,
“El verdadero poeta… Juega y enseña. En él, el verbo hay ofrendas en reflexiona y refluye. En él, el tiempo se pone a esperar. El verdadero poema despierta un deseo invencible de ser releído. Se tiene enseguida la impresión de que la segunda lectura dirá más que la primera. Y la segunda –muy al contrario que en la lectura intelectualista- es más lenta que la primera. Es recogida. No se acaba nunca de soñar el poema, no se acaba nunca de pensarlo. Y a veces viene un gran verso, un verso cargado de tal dolor o de tal pensamiento, que el lector –el lector solitario- murmura: y ese día no será leído más.” Gastón Bachelard, El aire y los sueños, p. 310.
“El verdadero poeta… Juega y enseña. En él, el verbo hay ofrendas en reflexiona y refluye. En él, el tiempo se pone a esperar. El verdadero poema despierta un deseo invencible de ser releído. Se tiene enseguida la impresión de que la segunda lectura dirá más que la primera. Y la segunda –muy al contrario que en la lectura intelectualista- es más lenta que la primera. Es recogida. No se acaba nunca de soñar el poema, no se acaba nunca de pensarlo. Y a veces viene un gran verso, un verso cargado de tal dolor o de tal pensamiento, que el lector –el lector solitario- murmura: y ese día no será leído más.” Gastón Bachelard, El aire y los sueños, p. 310.
Pues aquí un fragmento de un poema que
amerita ser releído las veces que cada uno necesite, hasta estamparse en uno
mismo, hasta quedarse con nosotros, porque ese decir, pienso, “nos dice”, nos
presta palabras para aminorar la mudez en que nos colocan muchas veces, la
complejidad de la vida, que a momentos
fluye llevándonos a hecatombes, al desfallecimiento, pero en otras nos remontan
hacia estados de magnificencia, a los sublime, pero ambas nos suceden en el
límite de la existencia y se nos escapan, no podemos hacerlas lenguaje,
revisarlas atraparlas.
Por eso me atrevo a afirmar que los poetas, quienes tienen esta gran capacidad, nos ayudan prestándonos
sus palabras organizadas en bellísimas metáforas, donde podemos recrear y revisar el contenido
de nuestro propio acontecer existencial. Sin más, aquí el poema de San Juan de la Cruz, poema escrito en cautiverio, según leí.
¿Adónde
te escondiste,
amado,
y me dejaste con gemido?
Como el
ciervo huiste,
habiéndome
herido;
salí
tras ti, clamando, y eras ido.
Pastores, los que fuerdes
allá,
por las majadas, al otero,
si por
ventura vierdes
aquél
que yo más quiero,
decidle
que adolezco, peno y muero.
Buscando mis amores,
iré por
esos montes y riberas;
ni
cogeré las flores,
ni
temeré las fieras,
y
pasaré los fuertes y fronteras.
¡Oh bosques y espesuras,
plantadas
por la mano del amado!
¡Oh
prado de verduras,
de
flores esmaltado,
decid
si por vosotros ha pasado!
Mil gracias derramando,
pasó
por estos sotos con presura,
y
yéndolos mirando,
con
sola su figura
vestidos
los dejó de hermosura.
¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba
de entregarte ya de vero;
no
quieras enviarme
de hoy
más ya mensajero,
que no
saben decirme lo que quiero.”
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