martes, 21 de abril de 2020

Miedo Absoluto. La oficina como campo de concentración y la empresa como forma de exterminio. José Luis Trueba Lara (México, Taurus, 2013)



Hace tiempo, escuche esta conversación y la explicación sobre las formas de convivencia en el espacio laboral me llamó la atención, recordé los ambientes de trabajo por los que he pasado (soy jubilada en educación superior, y ahora peleo al Estado mi liberación, quien sin fondos para el retiro, me retiene pese a que ya cumplí mi compromiso laboral).  Recordé esa angustia de salir de mi cubículo, o de mi salón, ese temor de saber o vivir algo desagradable.  Me interesó la idea de “culpa de quien sobrevive” así que busqué el libro por mar, cielo y tierra, -está agotado- y lo encontré de segunda mano en Mercado Libre y esperó más de un año, no sé si por la dureza de las afirmaciones ahí encontradas o por mi falta de tiempo. En fin, lo logré...
¿De qué trata? Sin hacer una reseña, -no se me da-, diré que inicia con la discusión sobre la formación universitaria, la cual, al parecer, orienta a los alumnos, por modos de ser-hacer-pensar propios para un estado de sobrevivencia en el mundo que les tocó vivir.  Para este autor, terminar la universidad exige una gran inversión de tolerancia, paciencia, estrategias, pero muy poca disciplina académica, ¿triste ideas verdad?  Diría intolerables a nuestros oídos de maestros.
Como padres, como maestros, insistimos ante los niños, adolescentes, jóvenes, que la educación profesional es la puerta del desarrollo, del progreso, de la solución los problemas de autosuficiencia, de libertad, de sentido, prosperidad, pero leyendo a Trueba Lara, esto se derrumba, uno se adentra por un mundo de ideas que desmantelan estas creencias, para darnos cuenta de otra realidad, cuyo sello profundo consiste en una formación profesional de formas sofisticadas que les prepara para un mundo miserable, donde seguir “vivos” se vuelven una meta concreta.
Me ha quedado claro el título “miedo absoluto”.  
Ahora siento el miedo de reconocer a una juventud, -lo fui y lo entiendo mejor-, preparada en el infortunio diario de la vida escolar  (se aprende a sobrevivir a los docentes, las materias, los contenidos, a negociar,  y finalmente egresar) para luego incorporarse al mundo laboral, al que se equipara con un “campo de exterminio”, lugares donde progresan los más adiestrados para permanecer sobre los otros, donde se vale de todo, pues lo que importa es ser líder y no ser parte de los procesos de aniquilación, de achicamiento que viven los conformistas, los que no dan el 110% que exige la empresa.  
Por desgracia, en esos espacios, no todos pueden ser líder,  no  existe ese lugar prometido para todos y de pronto, la grandeza que soñamos para nosotros mismos es postergada, arrasada por privilegiar prioridades básica, y finalmente, es confinada, a un sin-lugar,  que propicia estados de toxicidad emocional, que envenenan los espacios, de los que queremos salir huyendo, pero estamos atrapados, “sobreviviendo” la vida laboral. ¿Les ha pasado?
Los detalles de esta narrativa son muchos, (Trueba Lara es ameno), describe los espacios, ese sentido panóptico que de todo da cuenta, los mecanismos instituidos que van quebrando nuestra voluntad quedando a merced de los dictados del poder de los “nuevos campos de exterminio”.  Lo mejor es leerlo y cada uno situarse en estos planteamientos.
Como educadora, situarme frente a la idea de que la educación (habla de la universitaria, pero yo diría que se trata de la educación en general), es la antesala de tal situación me preocupa.  Nos va contando, como la escuela, va llenando la cabeza de los alumnos con ideas que le hacen pensar que un día determinado será un líder, un ganador,  un ser superior que lo puede todo; y que esto se logra debido a que  en vez de una formación culta, crítica, responsable, se instala un “culticidio”, es decir, en una serie de “creencias”, una sensación de que se sabe, se conoce, de manejar ideas mínimas que le dan un saber absoluto, por tanto, en todo tiene razón, no siente necesidad de argumentar con solidez, de profundizar, al contrario, con suma soberbia y arrogancia, desde un saber-enano por decir menos, puede alcanzar esa supuesta excelencia prometida y quienes no se muevan en esta lógica, son catalogados como mediocres, desadaptados, a quienes hay que bloquear, detener, impedir sin miramientos, la ruptura del equilibrio. Dice Trueba Lara: “Los enemigos, obviamente, son aquellos que impiden que se cumplan los objetivos, los renegados de la fe empresarial... ellos tienen que ser asesinados simbólicamente para que los peores puedan sobrevivir y el campo de exterminio alcance sus metas.”   Definitivamente aterrador.  Pero no está lejos de la realidad.
Simultáneo a este culticidio, se conforma un “adormecimiento ético”, desde el cual, pueden suceder las situaciones más despreciables, esto es, se trata de una educación minimalista, arrogante, simplista, en la que subyace un adormecimiento de valores y enfatiza otros desde los cuales se puede hacer cualquier cosa como el chantaje, manipulación, coerción para alcanzar ese fin prometido de ser “líder” sin importar sobre quien haya que pasar.
Esta lectura me confronta.  Como educadora ¿Qué tanto he contribuido a este estado de cosas? Pues diré, -como tablita de salvación para mi conciencia-, “no lo sabía, no lo había pensado desde este lugar”.   Quienes nos dedicamos a la educación, formados sobre todo en el normalismo, tenemos instalados conceptos idílicos de todo, del alumno, de la escuela, la familia, del maestro, de la educación, y con idílico quiero decir, que se tratan de ideas que devienen de un “deber ser” que nos dicta cómo funciona todo y de ahí no nos podemos salir, así, sabemos cómo se aprende, cómo tiene que ser relación del padre con la escuela, el maestro con los niños, cosas de esas, y se nos dijo tanto, lo repetimos tantas veces, que así como el universitario, quedamos programados y movernos de ahí es de las cosas más difíciles por resolver en el campo educativo.
Para empezar, pienso en nuestro “culticidio pedagógico”.  ¿Desde qué saberes, experiencias, conocimientos vivimos la docencia?  Existe un discurso instituido que contiene toda la verdad que necesitamos, con éste, respondemos todo, no dudamos, estamos seguros en nuestro ser y hacer docente con cierta arrogancia e insensibilidad a la real-realidad.  Estamos en serios problemas.
La lectura de José Luis Trueba Lara sobre la formación de las juventudes, de la conformación de las nuevas generaciones, es un lectura que necesitamos los educadores y con gran urgencia.
Termino diciendo, que el título del libro me sigue afectando, la verdad si deja una sensación de “miedo absoluto”.  Miedo porque me lleva a preguntar ¿Qué personas estamos formando? ¿Sobrevivientes? Estos, que como afirma nuestro autor,  -y otros que necesito leer-, llegan a sentir una culpa, esa de disfrutar de los placeres del éxito, porque  llega el día de las cuentas, y se siente “la culpa de sobrevivir”. 
Este es otro asunto interesante, hasta el momento yo conocía la versión de Víctor Frankl, quien nos cuenta, que solo sobrevivían aquellos que se preocupaban por el otro, lo cual les daba un sentido de vida, y aquí me entero, que existe otro mundo de autores que narran lo que se vivió en los campos de exterminio como Esther Cohen, que abordan cómo se sobrevive a la barbarie, como hay un mundo de narrativas de personas que no pueden superar esta culpa y se suicidan.
Bueno, queda mucho por hacer, pensar, sobre todo, para contrarrestar este terrible “culticidio” alojado en mí, y en el que he estado atrapada... cuando menos ya le puedo poner nombre, porque lo peor es ser ignorante de tantas cosas, que no por no saberlas, no suceden.
A leer a Trueba Lara, lo he descubierto recientemente y tiene ideas interesantes, diferentes, y sobre todo, pertinentes.  Ahora tengo en espera: “La patria y la muerte. Los crímenes y horrores del nacionalismo mexicano”.  Haber en qué nuevas inquietudes me adentro...

lunes, 20 de abril de 2020

La muerte del prójimo. Luigi Zoja. Traducción: María Julia de Ruschi (Argentina, FCE, 2015)




No se me da reseñar libros, pienso que cada lector necesita la experiencia que le sea posible, y narrar su encuentro con el autor, contar el movimiento de ideas provocado, el sentimiento desplegado frente a esa escritura, los pensamientos propios explorados. Entonces, siendo congruente con esta postura, les cuento.
Tendré que plantear primeramente la idea central que de acuerdo a mí, Luigi Zoja (psicoanalista jungniano, pero no lo sé realmente), desarrolla en este libro.
Inicia con la premisa judeocristiana de “Ama a Dios, y ama al prójimo como a ti mismo” y con ella, viene la idea de que si amamos al “otro” como uno mismo, se honra a Dios, lo que produce un equilibrio ético, moral, que aporta un sentido de justicia a la difícil convivencia humana.
Así, se ama a Dios desde el amor al prójimo, idea que aportó dos pilares centrales reguladores de la vida en sociedad.  Sin embargo, a finales del siglo XIX, Nietzsche gritó a los cuatro vientos que Dios había muerto, haciendo tanto ruido que se nos cayó el techo encima.  La muerte de Dios dio pie a pensar que la grandeza divina, podía soportarla el hombre contemporáneo, quien ahora, podría tomar cualquier decisión, y para empezar podría decidir si creía en una “presencia supra humana” o no, que llevó a considerar la religiosidad como opción, como libre albedrío, dejando la fe, la creencia religiosa al ámbito personal; desde ese momento, creer en Dios se tornó un asunto más de tipo personal, que social.
Sin embargo, Zoja hace un paréntesis para decirnos que pese al creciente poderío del hombre en la construcción del mundo demostrado en el desarrollo en todo sentido, esta necesidad de lo divino en nosotros, no desapareció, y dio lugar a que este lugar, lo ocupara el mismo hombre, quien por sus pensamientos, sus obras, su fuerza, podía elevarse como  una celebridad, una deidad, y por tanto, ser tan inalcanzable como Dios, un humano, a quien sus banales imperfeccionas podían perdonársele, y desarrollar ciegos de amor, un  culto a su personalidad.  Así, con la muerte de Dios, terminamos adorando a persona de carne y hueso, quienes elevadas a un modelo de perfección, se tornaron los nuevos ídolos por adorar. (Me recuerda a alguien en este preciso momento de nuestras historia política).
La necesidad de honrar al prójimo, igual que Dios, se ha desvanecido, ese otro cercano se nos desfigura por  la fuerza de diversas circunstancias que se concatenan para que en la medida en que avanzamos por la historia, por el progreso, nos alejemos irreversiblemente unos de los otros, aprendiendo a convivir de modos diferentes, al grado –dice Zoja-, que cada vez nos miramos menos, no tenemos la necesidad de hablarnos, y menos de tocarnos, de sentirnos cerca uno del otro.
No cuenta que esto se ha venido dando por el mismo desarrollo de la humanidad, como una especia de paradoja, pues entre más nos apoyamos en le técnica, en la ciencia, para eficientar nuestras vidas, más nos tornamos almas separadas, en habitantes solitarios de un mismo aquí-ahora, distantes y ajenos entre sí.  Así, el prójimo, ese otro cercano, a quien antes se amaba para amar a Dios, y por ello, inspiraba compasión, se le tenía consideración, se desvanece progresivamente.
Para esta explicación aporta diferentes ejes de reflexión, por ejemplo, habla de cómo la evolución de los objetos que nos rodean ha contribuido sin darnos cuenta, por ejemplo, el libro, que antes de nacer de una imprenta, era copiado a mano, y por ser tan pocos, la lectura se vivía en colectivo, se estaba juntos en el aprendizaje.  Hoy, al tener un libro para cada quien, leer se torna un acto personal, y más, si es libro electrónico, afirma, se descontextualiza de su autor; de este forma, va describiendo las formas de comunicación que hemos desarrollado, la manera en que ahora nos transportamos, en cómo nos organizarnos, etc., y cómo en cada una, vamos pasando de un estar-juntos a un estar-conmigo.
El libro es interesante, ameno, describe a detalle estos sucesos, y poco a poco vemos como esta idea gregaria del ser humano, se transforman en un estar solitario, hasta concluir que “el prójimo” agoniza. Leerlo me hizo evocar en los cambios que ha tocado presenciar. Vengo de mediados del siglo pasado, donde recuerdo el uso del primer teléfono, sólo para una emergencia, haciendo la llamada en la tienda del barrio, o él teléfono público, hasta tener la versión móvil normal para todos, cuando en realidad pasaron años en este proceso de instalación de una tecnología que cambio para mí una forma de vida. 
Recuerdo que antes, salir de casa, era no saber unos de otros, durante esa ausencia, se iba a la escuela, al trabajo, a una fiesta, y solo se sabía la hora de salida, y de llegada. Hoy, el móvil nos da comunicación instantánea.  Así mismo, recuerdo hacer mis trabajos escolares en la primaria, secundaria a mano, hasta que llegó la máquina de escribir primero mecánica, más adelante eléctrica, que fue superada por la computadora, que igual sufrió grandes cambios en sus softwares y hardware en un década; cambios que hoy hacen mi vida muy diferente a la que vivió mi madre por ejemplo, y que han vivido mis hijos, y sé vivirán mis descendientes en los años que vienen.  Estos cambios definitivamente, influyeron en nuestras formas organizarnos, de sentirnos, de pensarnos.
Pero, me ha quedado cierta resistencia a la idea de que el concepto de prójimo agoniza, que unos para los otros estamos perdiéndonos, extraviándonos, alejándonos sin remedio, que la paradoja avanza. Zoja termina su libro preguntándose si podemos amarnos como prójimos aún en esta época: “¿Se puede amar verdaderamente o sólo conocer a quien a está lejos? ¿Y el sólo conocimiento me permite al menos ser justo? Todavía no hay nada que lo demuestre” (p.137)
Y me ha dejado pensando, preguntándome si en verdad los cambios aportados por la ciencia y la tecnología tienen este costoso valor para la fraternidad humana.  Más que nunca estamos intercomunicados, interconectados, tenemos la información más insólita al pulso de unas teclas, podemos llamarnos y mirarnos desde cualquier parte del mundo, podemos reunirnos por video y ara tomar decisiones de todo tipo en tiempo real.   Entonces, en estas nuevas circunstancias ¿Qué formas de encuentro humano estamos desarrollando? En estas formas de relación a las que vamos entrando sin pensar, y a las que el ritmo de la vida nos adentra con la mínima resistencia ¿Cuál es la manera de reconocer al otro, de qué maneras nos solidarizamos unos con otros, cómo amamos al prójimo?, ¿Sucede o ya no?
No pude evitar pensar en Michel Maffesolí, quien considera a esta época como un momento de transición entre lo moderno y lo que viene –Posmodernidad le llama–  y que en ella todo está en proceso saturación, de transfiguración, en una experiencia de cambiar en diversos órdenes, ante lo cual necesitamos estar atentos, porque se está gestando una forma de socialidad organizadas por parámetros diferentes a los que hoy nos regulan.  Afirma que las personas, quienes viven de otras formas la cohesión social, orientadas más por una informalidad que responde a sus deseos, a sus compromisos momentáneos, a reglas que se construyen al día, y sólo buscan satisfacer en lo individual o bajo el efecto un acuerdo del momento, que sea eficaz, útil pero que responde al ritmo de la vida que se existe.  Esto es, se practica un estar-juntos, que nace del desear compartir algo ya no por la tradición, la regla o ley, sino porque quieren hacerlo, porque les interesa, lo desean, y aunque son colectivos temporales tienen fuerza y suceden, por ejemplo, ir a un partido de futbol, estar en un mitin de apoyo, asistir a una fiesta, una reunión musical donde aflora ese placer de hacerlo porque se quiere.  Hoy la gente vive un estar-juntos que nace de un deseo, y dura lo que el deseo, mismo que nace, de algo profundo, escondido en los subterráneos de la conciencia, por ejemplo, esto podría explicar cómo, hoy día, por el avance de la técnica, una cantidad determinada de personas se organiza por Whatsaap para ir a un centro comercial y asaltarlo, o están listas al llamado de robar gasolina en un depósito clandestino, etc., son llamados a la organización guiados por deseos profundos de la gente, quien a la primer señal, deja todo y se dispone a ser parte de un colectivo emergente, que así como se organiza, desaparece.
Definitivamente estos modos de ser-estar-juntos posmodernos planteados por Maffesoli, perturban el concepto de colectivo que mi generación tiene, quienes guiados por conceptos ordenantes esperamos que todo suceda como “debe” suceder,  por reglas claras, y desde ellas, seguimos esperando que la familia funcione como antes, que las instituciones que conocemos continúen haciendo su cometido, cuando en el mundo posmoderno, se ordenan de otros modos.
Con la lectura, pienso  que sí, estamos frente a seres humanos formados en un tiempo-espacio social que nos lleva a constituirnos de formas subversivas, que resisten el deber ser moral y social, y que buscan un nuevo ordenamiento, aún no definido, que está en construcción y que dependerá mucho este equilibrio entre razón y pasión. Dice Maffesolí que hoy somos guiados por el vientre, por lo emocional y que se necesita arribar a una ética-estética, es decir, una capacidad de autorregularnos unos entre otros, sin perder la chispa pasional, siempre orientada por una socialidad.   
Hasta aquí todo va bien, da esperanza, pero, leyendo a otro autor, Trueba Lara, “Miedo Absoluto” me enfrente a la decadencia de nuestras instituciones y la capacidad de formar una ciudadanía con esta ética-estética y es ahí, donde vuelve la incertidumbre. Trueba Lara plantea que estamos en medio de una generación cuya formación se nutre de una “sabiduría de quincalla"; así llama a la paupérrima educación que cada vez más ordena la mente de la infancia, de los jóvenes, una educación que adormece el sentido ético, y que lleva a normalizar todo, donde priva el deseo de competir y destronar al otro.  Me hizo pensar que estamos en medio de una generación que no puede leer los desafíos de su tiempo, que no puede pensar en los nuevos problemas, y por tanto no tiene estrategia para avanzar frente a los retos del tiempo actual; cada vez, esa formación de quincalla, nos empobrece, impide reinventarnos, nos coloca en estado de sobrevivencia, donde soy primero yo, y después el otro, el prójimo, no importa.   Y llegando a esta idea, Luigi Zoja, tiene razón.  La idea de prójimo, agoniza.
Pero yo diría que no agoniza solo por el avance de la técnica, por los cambios en nosotros que produce, sino porque tal vez, no hemos sabido conservar ese amor al otro no importe que nuevo invento se dé.  Pienso, y esto me da esperanza, que si aprendemos a usar el Internet, las redes sociales, las nuevas plataformas de enseñanza, la nube, que se yo, todo eso que ahora no rodea, buscando los modos de impregnarlos de la esencia humana, si somos capaces de “estar-ser”, en todo lo que hagamos en estos nuevos contextos virtuales, el prójimo no se nos pierde de vista, nos acompaña, lo acompañamos.
Somos las personas, nosotros mismos, lo más complejo y retante de explorar, de conocer, se necesita hacer un trabajo de auto-encuentro, y autorregular nuestras emociones, pensamientos, sentimientos como afirma Victoria Camps.  ¿Podremos hacerlo? Es aquí cuando la educación necesita revisar sus prioridades y evitar a toda costa, que se siga difundiendo esa “sabiduría de quincalla”,  esa formación-basura, que en nada ayuda.
Bueno, el libro de Zoja cumplió su cometido, quedo inquieta, preocupada, cuestionada como educadora, preguntándome sobre este gran problema irresuelto de la formación humana. Un terreno siempre poroso, informe, magmático  cuyo centro de reflexión somos nosotros mismos.
A leerlo y a vivir sus propias reflexiones... buen libro. Creo que seguiré con un tercer libro que tengo de este autor: PARANOIA, ya les cuento.


sábado, 4 de abril de 2020

"El desafío formativo de autodescubrir nuestras bellezas"





Luis Eduardo Aute ha muerto y la canción que vino a mi mente al momento de saberlo fue "La belleza"... ¿Por qué?   

Este poema-canción (así le llamó a las letras de Aute) desde la primera vez que la escuché, me llamó la atención, me entusiasmó, se quedó conmigo, y la escuché muchas veces sin saber por qué; en ese  momento, no tenía la formación que tengo hoy para analizar un texto, un poema, un ensayo, era ignorante de muchas ideas importantes para explorar la importante actividad profesional en la que he invertido mi vida (ya tengo una larga estancia en la educación pública).

Con el tiempo, fui estudiando y al leer para mis estudios, para pasar las materias, descubrí el valor de leer para mí misma, el placer de explorar ideas que tenían algo que ver conmigo, descubrí autores que sin saber cómo o por qué me hacían un llamado, me contaban ideas que ineludiblemente, me competen (con Bachelard lo descubrí). 

Así fue como conocí a Hugo Zemelman, sus textos en su momento tan abstractos, tan incomprensibles, tan imposibles podría decir, inexplicablemente, me atraían, parecían decirme, "tengo algo que tienen que ver contigo"... y no supe cómo, construí la disciplina y estrategia para leer a este autor, de quien, entre, sus múltiples mensajes, comprendí que pese a mí misma, soy "ámbito de sentido" a veces bueno, otras veces no tanto, que sin tener conciencia, influyo en la vida social, y que sólo haré con pertinencia y necesidad, si sigo aprendiendo y aprehendiéndome, y con este eterno esfuerzo, hacer desde mi microvida, lo que me corresponda, aportando un poder de cambio, en lo que me sea posible; este reconocimiento, paradójicamente a mí, me entusiasmó, pues la búsqueda no termina, siempre exige explorar nuevas ideas que iluminen el rumbo.  Y aquí sigo leyendo sobre lo que me importa ¿Qué? Aún no lo sé, y sospecho que es la búsqueda de mis "bellezas" citando a Aute.

Ahora, con la riqueza de ideas que he acumulado por algunos años, puedo pensar en la atracción de esta letra, donde Aute nos narra cómo se da la traición de lo políticos cuando logran sus fines de poder y entonces, él vuelve su mirada al sujeto, y le apuesta a la "belleza" de las personas, a un "algo", que esperanzadoramente aguarda dentro de nosotros...

"Reinvidico el espejismo
De intentar ser uno mismo,
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar en tu mirada
La belleza."

"Intentar ser uno mismo" Hoy, leo esto y pienso en este gran desafío formativo que vive cada uno desde que nace hasta que muere.    Y me pregunto   ¿Somos conscientes de esta tarea?  La vida, nos muestra los caminos hechos, y parece que la tarea es recorrerlos con eficiencia y tal vez, ni nos lo preguntemos a dónde nos llevan, solo "agarramos monte", y sin preguntas existenciales, no somos capaces de asomarnos a nosotros mismos y solo sobrevivimos.

El mundo dado, nos impide hacer este "viaje hacia la nada", hacia "nuestro misterio", y nos quedamos en los lugares comunes, sin aventurarnos en el conocimiento de quién somos, sin preguntarnos qué necesitamos, el para qué de la existencia.  ¿La vida es un viaje entre el nacimiento y la muerte? un viaje a la manera de Kavafis, quien nos cuenta en Ítaca, que lo que importa no es llegar, sino vivir el largo y tenaz esfuerzo de recorrer un camino, donde lo que importa no es llegar, sino del aprendizaje, experiencias, sabiduría, riquezas que deja el hecho de hacerlo. Entonces, ¿Dentro de nosotros hay un mundo que explorar, una piedra preciosa que pulir, algo bello que se oculta, y a veces se asoma en nuestra mirada?

Al nacer nos encontramos con un entorno que pule "algos" en nosotros, pero, es la parte útil que el sistema al cual nos incorporamos, necesita, dejando otras a la deriva, que si se desquician, provocan situaciones indeseables para la vida.  Y ¿dónde queda lo singularmente nuestro? eso que nos hace personas únicas desde nuestras más excelsas diferencias, desde nuestra "belleza" diría Aute, y concuerdo, en nuestra mirada, asoman nuestras bellezas, pero sospecho que no emergen por voluntarismo en medio de una vida social que inhibe lo que no le sirve.  

Somos "ángel y demonio", "trigo y cizaña", "amor y odio", somos buenos, no tan buenos, malos, no tan malos... ¿Cómo hacer para que emerjan nuestras bellezas? Sabemos que cada época tiene su propia paideia social, y como dice Touraine, nos forman para responder a la lógica social dominante, no existe el interés por una escuela para el sujeto, y ese viejo precepto-paideia de los griegos, "hacer nacer al hombre contenido en el niño", nos es ajeno.

¿Dónde ubicamos entonces esta posibilidad? Mucho ayudaría un entorno social que nos invitara a realizar este viaje hacia dentro de nosotros mismos, pero quedarse en esta "espera" posterga algo que sí podemos hacer: reencantarnos, como diría Maffesoli.   

Sí, todos tenemos el poder para desde la vida cotidiana gestionar acciones que propicien al autoconocimiento de sí mismos y lanzarnos a la búsqueda de nuestros propios tesoros, y con ellos, ir por la vida para "quedar en la tierra" desde una existencia digna, alertada, entusiasta, despabilada, capaz de responder con asertividad a los desafíos de cada día.

Esta belleza que anida en nosotros existe, nos espera, pero que veces muy oculta, se nos pierde en medio de los entornos adversos que nos rodean, que nos induce a vivir como rehenes y llenos de miedos, olvidamos cómo prendernos de la vida, y florecer  dando ese  "plus humano", limpio, perfecto, armonioso, delicado, del que todos somos capaces.  

Pero, no se trata de cualquier "plus".  Muchos pueden plantear, que hacen su trabajo con excelencia, prontitud y está bien. Sin embargo no hablo de ese "plus-útil-eficientista", no, se trata de "ser-haciendo" lo que se necesita, y lo que hace falta, lo que nadie ha hecho, y por tanto, no es una repetición, no es conocido, y  amerita de nuevos conocimientos, habilidades, esfuerzos.  Se trata de aportar en el "aquí-ahora" algo que se sabe hace falta, y amerita gran preparación, disciplina, voluntad, valentía... a este plus me refiero.

Y arribar a estos modos de ser-hacer, no es fácil, exige la ignición de un mismo... y muchas veces, necesitamos que se nos provoque.  En este punto, pienso, tiene un poder fundamental la educación.  Si, una educación que favorezca que el sujeto se "inquiete", se haga preguntas existenciales, y en la aventura de encontrarse, abreve de sus potencias, de sus bellezas y entonces "resplandezca".  ¿Podremos hacerlo? Sé que no son tiempos animosos, tenemos un magisterio depauperado, los profesores han sido mi campo de acción, he trabajo en esto muchos años y veo un futuro complejo, así que no tengo respuesta... pero si estoy convencida que si los profesores, se adentran en las búsquedas de sí mismos, ellos, encontrarán los modos pedagógicos de encender esas "lámparas" internas de sus alumnos, entonces, le responderemos a Aute, que intentar ser uno mismo, no sería un espejismo.   

Termino diciendo, que esta canción sin tenerlo claro, me ha inspirado largamente, tengo más claro por qué desde que la escuché, se quedó conmigo. Como educadora, me he esforzado por mirar "esa belleza" en mis alumnos (chicos y grandes), en diseñar y vivir con ellos esas didácticas que activen "ese-no-sé-qué" que los encienda, que les permita auto-reconocer su potencial, su propio "plus" desde el cual, desde lo que hagan, se abran camino por sus vidas con su propio arsenal de "bellezas"

Creo en la educación, pero no en la que socializa únicamente, y nos induce a acomodarnos a lo hecho quedando presos de los sentidos hegemónicos, no, yo le apuesto a una educación que despierta a las personas, que les ayuda a  auto-descubrirse, a buscarse por el transcurso de su vida,  y al llegar al término de su existencia, sientan el valor de su vida en la historia que le tocó vivir.

Como maestra, le apuesto a una educación potenciadora de lo humano-responsable en nosotros, y esto es urgente, pues estamos en un punto donde vemos emerger formas de ser-siendo traicioneras y despreciables que necesitamos desmantelar y reconstruir de nuevas formas el lazo social.

Luis Eduardo Aute, tu "belleza" aportada al mundo, es y será siempre una  inspiración, descansa en paz.