Hace exactamente hoy 7 años de su
ausencia física, y como cada año lo menos que puedo hacer es agradecer el
aprendizaje sobre el poder de mi despliegue bajo la calidez de su obra. Para esta fecha, pensé abordar su último
libro, “Pensar y poder, razonar y gramática del pensar histórico”, que adquirí
en 2012, y que leí en su mayor parte, pero
con este eterno problema de no terminar los libros por falta de tiempo por no
tener como única ocupación la lectura y la escritura (que me encantaría), lo revisé
en un 75%, y hace un mes lo retomé para atender este reto anual de hablar de
él, pero como sé reseñar libros y por otro lado, es sabido que sus libros no se
pueden reseñar, solo se pueden leer para pensar en tiempo presente, he decido, escribir
sobre una idea central de su obra “el pensar histórico”, aclarando que lo hago
desde mi lugar de a pie: como educadora.
Zemelman especialmente en esta
obra (pero presente en todos sus libros), se refiere a una forma de pensar
histórica en las personas de carne y hueso como ustedes y yo misma. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Por qué desde
que percibí el significante de esta idea quedé invitada desde mi hacer-docente a
impulsar esta forma de pensar? tanto en los adultos que llenaron mi aula, como los
“peques” entre 6 y 7 años con los que trabajado los últimos años. La
Epistemología del Presente Potencial es un bien histórico para todos (aún
recuerdo la carita de un niño que me decía ante un ejercicio ¿va estar difícil como
los otros? Y yo le dije, “lo harás bien, sólo tienes que pensar y hacer lo que
se necesite desde lo que sabes” esto porque se trataba un ejercicio no para
repetir lo sabido, sino para usar lo que sabía en algo nuevo. He querido
llamarle pedagogía del límite, algo que tengo pendiente, pero mis alumnos de
maestría conocen bien de lo que hablo, creo que siempre se sintieron en su límite…)
“Pensar histórico” tiene que ver
con forma de pensar que pretende reconocer la “presencia de lo históricamente necesario”,
esto es, que situados frente a la real-realidad, la verdadera, esa que nos
aporta evidencias, síntomas, ante la cual crece una disconformidad que permite considerar la trama
de los sucesos, las inercias personales o sociales cuya marcha no aporta dignidad
humana, y da lugar a un NO, a una resistencia, pero no como reacción, sino producto
del esfuerzo de problematizar, de reflexionar, reconocer y comprender “eso” que molesta y percibiendo lo que excede los límites de esa situación,
lo que está en la penumbra esperando potencialmente sus desenlaces,
preparándonos para enfrentarlos.
En palabras zemelmanianas, radica
en tener conciencia de lo “dado-dándose” porque en lo que está por darse urge
poner la mirada, estar atentos a esos múltiples desenlaces del acaecer presente
donde estamos situados inexorablemente y la mejor parte, es que nosotros
tenemos una participación, pues somos creadores de esa realidad que nos
importa, y podemos, desde nuestra cotidianidad, como sujetos de a pie, dar un
giro a la historia.
Por tanto, “el pensar
histórico” es la capacidad de asomarse y asumirse, de trascender al propiciar
que un simple acto de pensar deje de ser limitado, que no se conforme con un
pensamiento que solo prediga el destino, sino que sea capa de su rompimiento, de
lo que parece inexorable en el largo tiempo. Ayuda a situarse en lo “dado-dándose” y tan
visión nos reclama tener proyecto que impulse lo potencialmente necesario, esto
es, atender lo que apenas está por “nacer” en la historia y es mejor social y
humanamente hablando.
Entonces la pregunta
que sigue es ¿Cómo impulsar un pensar histórico dejando de lado es pensar
determinista de la realidad? Aquí se encuentra en meollo del asunto
zemelmaniano, y por ello, desde mi perspectiva está muy vinculado a la
educación.
Hace poco hablé del
valor del concepto de crítica en Hugo Zemelman, pues al plantearla como “forma de razonamiento capaz de referirse
a la potencialidad de lo dado”, nos lleva a preguntarnos por nuestra
formación, por nuestro “movimiento como sujeto”, un movimiento subjetivo, pues
en la medida en seamos capaces de movilizar nuestros estereotipos, rutinismos,
ideologías, todo atributo social que nos constriña y limite, nos modele, seremos
capaces de construir un distanciamiento con respecto a la realidad
presente, la cual dejaremos de ver como estructural y sin posibilidad de
modificarla.
Por tanto, si nuestra formación se asume como
movimiento, como esfuerzo atento a nuestros límites, viviendo el desafío de
avanzar hacia estados subjetivos capaces de ir al ritmo del movimiento de la
realidad, hablaríamos de una dialéctica entre el ajuste-desajuste de lo que somos
frente a nuestra circunstancia.
Zemelman a esto le llama “autonomía del sujeto” con lo que quiere decir,
que podemos reconocer las múltiples condiciones que nos definen, limitan, y al
ser conscientes del afuera, al comprenderlo, podremos nuestro atrapamiento en
las estructuras instituidas, siendo capaces de pensar en lo que está más allá esperando
por nosotros para ser potenciado. En
palabras de Castoriadis quiere decir “reconocer mi autonomía en la heteromía” o
como decía Sor Juana “…si porque me vez encerrada, me tienes por impedida, para
estos impedimentos, tiene el efecto las limas”.
Por
tanto, necesitamos aprender a “colocarnos”, en el momento histórico, aprender a
leer la realidad como una articulación de tiempos y espacios, abrirla respecto
de los límites, percibir sus fuerza hegemónicas, así como lo que sigue en la
penumbra de lo histórico. Esto no sucede
por voluntarismos, por un deseo ingenuo, sino por una formación cuidadosa, que
atiende formas epistémicas del pensar histórico, que muchas veces son mutiladas
por la educación convencional. Se trata de educar al sujeto reconociendo su
propia historicidad, verlo como movimiento que se despliega hacia sus
oportunidades futuras, que se están forjando en el presente, esto nos exige a
los maestros, tener una mirada horizóntica sobre la formación de nuestros
alumnos, preguntarnos por lo que potencialmente pueden ser en un tiempo por venir,
sin someterlos a encajar con un perfil muchas veces ajeno a las necesidades
históricas de la realidad que urgen potenciar, en la que ellos, serán los
responsables.
El
pensar histórico por tanto, es una
capacidad que nos permite “acechar los objetos” de la realidad en palabras de
E. Bloch, lo cual, nos coloca en fuertes desafíos para impulsar esta capacidad,
enfrentando ésta de quedar atrapados en las inercias instituidas. Por ello:
-Necesitamos
situarnos en la realidad, “colocarnos” y en sus límites ir tras inédito, lo cual
no se detecta por un acto de voluntarismo, sino por contar con una capacidad de
lectura de la realidad, que exige lenguaje, la capacidad de teorizar para
nombrar con conceptos pertinentes lo que sucede en tiempo real.
-Disposición y
capacidad para desplegarse como sujeto a partir de un para qué e influir
en la construcción de ideas que visualicen y muestren lo que
excede a la realidad presente.
-La creación de proyectos
desde el cual se aborde lo potencial de
la realidad, que implica asumirse como “ámbito de sentido”, tener necesidad de
expandirse con la fuerza que una visión horizóntica capaz de nombrar lo que ve
en la lejanía, pero no en la imaginación, sino con la fuerza de los datos que
aporta la misma realidad.
Bueno,
esto algo de lo que sé sobre la Epistemología del Presente Potencial, y que me
adentro por ideas sobre la docencia que
me han movido de esas otras de corte técnico e instrumental. Ahora, puedo hablar sobre el “pensar histórico”, que más que un dato duro, tiene que ver una
sensibilidad, una necesidad de ir en la cresta de la realidad socio-histórica
como responsabilidad.
Sé que yo misma necesito explicar-me
este tipo de lenguaje. Leyendo a
Zemelman por algunos años, no acabo de aprehenderlo, y entiendo que así
necesita ser, que su lenguaje epistémico, cada vez que lo visito, estimula el pensamiento,
no lo cierra. Y siempre favorece el
deseo de volver a escudriñar los misterios de su lenguaje epistémico.
Estando en esta lectura por algunos años, me he hecho de un cúmulo de palabras que enriquecieron mi decir, que ampliaron “mi gramática del pensar”, creo. Hoy, sin estas palabras no puedo hablar de cualquier situación; con Zemelman aprendí a no definir, a no cerrar ideas, a tratar de situarme en el caos, y desde allí, pensar en posibilidades horizónticas, abiertas al tiempo de la real-realidad. Haciendo esto, he sentido que he perdido a muchos conocidos (no puedo decir amigos, se hubieran quedado conmigo) con esta forma de pensar, hablar, de escribir, se contradice lo que se espera de mí, esas ideas puntuales, definidas en el corto tiempo arrojando resultados, y eso no lo puedo hacer más… intento tener un pensamiento histórico, sé que es una gran tarea autoimpuesta, haber convivido con este gran pensador latinoamericano, me ha dejado esta responsabilidad.
Pues no se diga más, a
continuar en ella, es una necesidad humana, por tanto, histórica.
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