Meirieu, Phillipe.
Recuperar la pedagogía. De lugares comunes a conceptos claves. Grupo Planeta – Argentina, 2016. Edición Digital.
Philippe Meirieu cierra su libro con estas contundentes
demandas para el campo educativo:
“…hay urgencias: urgencia de volver a instalar la historia
de la pedagogía y la reflexión pedagógica en el corazón de las “ciencias
sociales”; urgencia de transformarla en el eje estructurante de una verdadera
formación profesional de los enseñantes y de los educadores; urgencia de
superar las simplificaciones y las caricaturas que se imponen hoy en un terreno
que se ha dejado baldío desde hace ya demasiado tiempo; urgencia de desarrollar
y difundir análisis que completen, prolonguen, amplifiquen o contradigan lo que
acabamos de esbozar en esta obra…”(p.138)
¿Y sobre qué reflexionó en esta obra?
Primero, plantea una fina discusión sobre la “actividad” que
los niños realizan para aprender, de si es mejor una escuela activa cuyas
discusiones muchas veces idealizan al niño y se le deja en un campo abierto,
como si solos pudiese aprender; o si esto es posible en una escuela donde se solicitan “ejercicios de
aplicación”, siempre bajo una dirección que le lleva a logros esperados. Nos dice que si bien se necesitan comprender
estas posturas, rescatar de ellas sus aciertos, valorar sus esfuerzos, había
que poner atención al valor pedagógico que tiene para los niños el vivir “situaciones
de aprendizaje” bien construidas, donde la finalidad será que ellos puedan
“operar” mentalmente sobre materiales, contar con consignas claras, permitirle
crear y arribar a conocimientos donde sientan el valor de su esfuerzo, pues al
ser así, ellos los transferirán a nuevos contexto, logrando su autonomía, pero
la vez, portador de nuevos conocimientos que aportará al grupo social del que
forma parte.
Un segundo eje de discusiones, giran en torno a la idea de la
motivación para aprender, reflexionando sobre la relación fracaso o
desmotivación que muchas veces viven los alumnos frente al deber de aprender,
lo que los adultos pensamos necesitan conocer.
Y después de interesante ideas, nos indica que en esto radica la tarea
del profesor, precisamente en hacer emerger el deseo de aprender, y esto tiene
que ver con un trabajo constante de búsqueda que va logrando relacionar los
saberes que enseña con una cultura y una historia, para llegar a comprender
cómo fueron elaborados por otras personas y valor que tienen para uno mismo.
Continua con una pregunta “¿cómo podemos tratar de la misma
manera a individuos singulares, sobre todo si nuestro propósito es hacerlos
alcanzar los mismos objetivos?” (63) y va insistir que necesitamos no ser
indiferentes a la diferencia de cada alumno, que cada uno necesita ser
acompañado, no obviar sus características personales y sus necesidades
específicas, que sucede en el seno de un colectivo, donde lo individual se
articula, ahí, todos se interesan en los procesos de todos sin imponer, pero si
favorecer los involucramientos que cada uno puede realizar.
En un cuarto lugar, vemos la reflexión sobre nuestra idea de
los niños, si los vemos apologéticamente o como son en realidad, niños que necesitan
el acompañamiento de un adulto, de la construcción de un contexto que les permita
ubicarse, que para aprender es preciso instaurar dispositivos, aprender a instalar lo
que llama “bellas obligaciones”, ritos de trabajo que les llevan a metabolizar
sus necesidades y energía en reto de aprender desde ellos mismos.
Y por último discute el problema de la “libertad” en el reto
de aprender y crecer, apelando aquí a la idea de “imputación”, esto es, ayudar
a los niños a que se vuelvan sobre su propio proceder y tengan la oportunidad
de asomarse a sus propios pensamientos y acciones y reorientarse en aquello que
necesitan avanzar. Nos hace ver el
problema de formar en la libertad desde cualquier acto pedagógico, desde elegir
un ejercicio entre otros, un libro entre varios, en cómo el adulto va capacitando
progresivamente a los niños, para que se desprendan de las determinaciones en
las que el contexto, la historia personal encierra, y aprenden a articular las
decisiones que emanan de sí mismos con la historia contingente que heredaron,
logran “imputarse” sus propios actos, acceder a la reflexión y “hacer de sí su
propia obra”.(p.132)
Así vemos algunos conceptos ineludibles en el acto
pedagógico: aprendizaje, conocimiento, deseo, voluntad, libertad todos
implicados en el sujeto en formación.
Por ello habla de tales urgencias, que nos lleven a los educadores a
salir del tecnicismo en que la burocracia educativa por diferentes razones va orientando
el sentido educativo.
Es un libro interesante, y yo diría, urgente de leer. Leerlo lleva a una “imputación” pedagógica personal (a
la que no estamos acostumbrados) pero como dice nuestro autor, nos permite situarnos,
revisarnos, valorar lo que estamos haciendo y atribuirnos progresivamente la
responsabilidad en medio de lo que hemos hecho, analizar nuestras conductas hasta
tomar el reto de nuevas decisiones fundamentales para la obra educativa en la
que estamos implicados. En el momento en el que estamos, esta “imputación pedagógica”
es urgente y necesaria.
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