Emma León Vega. Vivir queriendo. Ensayos sobre las fuentes animadas de la afectividad. UNAM-CRIM-Sequitur, Madrid 2017.
Es un libro extraño, pero como le escuché a José Luis Trueba
Lara y a Oscar de la Borbolla en sus pláticas de cada jueves (que no me
pierdo), existen demasiados libros, pero sólo algunos son para cada quien (eso descansa),
y definitivamente, siento que este libro con toda su complejidad, me importa
¿Por qué? No lo sé…
Es un libro que leí hace ya cuatro años, (está subrayado de
principio a fin), y terminado, le coloqué un postick en su portada que dice
¿Cómo reseñar este libro? En aquel
momento, no pude decir nada, aunque tuvo la fuerza de llevarme por sus páginas,
dejándome la sensación de ignorancia, es decir, ideas tan interesantes
necesitaban de otros para comprenderlas mejor, fue entonces cuando busqué a
Antonio Damasio y algo de Spinoza, y de este modo, avanzar en el interés
provocado.
Y eso hice durante cuatro años, tiempo en que empecé tres
libros de Damasio, dos quedaron a la mitad y terminé uno, igual, revisé algo de Spinoza,
tengo dos libros iniciados, y revisé otros sobre la subjetividad que se me
fueron cruzando durante este tiempo, pues como digo, un libro me fue llevando a
otro, hasta que me regresaron al libro del comienzo.
Nuevamente tengo el libro terminado de principio a fin, ahora en formato electrónico, y como dice Savater, ser disciplinada es la clave del aprendizaje. Terminé el libro hace más de una semana, y le he dado vueltas y vueltas, buscando cómo hacer palabra este nuevo ejercicio de lectura. Hoy, no volverá este libro a su lugar en el librero sin que hable de él. Y aquí estoy.
Comienzo enfatizando que el asunto que aborda es de suma importancia para la comprensión de nuestra singular subjetividad. El abordaje que hace tiene ejes de discusión que yo no conocía y de los cuales me declaro ignorante, pero necesarios de conocer, ya no sé si tiene un enfoque filosófico, antropológico, psicológico, neurológico, biológico, sociológico, pues son todos a la vez, y desde esta articulación de ideas abiertas y diversas nos habla de la necesidad de reconocer al ser humano como un ser encarnado, un ser contenido en un cuerpo de carne y hueso donde suceden nuestras afecciones, emociones, sentimientos, humores, temores, sentidos, que aporta una visión menos idílica de nosotros. Ella nos plantea como cuerpos respirantes, animados cuya subjetividad se auto posee, que sufre y afecta a otros durante la vida que vive.
Este ser encarnado que somos, cuerpos animados producto de
una larga y compleja morfogénesis que se experimenta en primera persona, sólo
uno mismo experimenta la vida que vivimos, y esta vida es deseante de más vida
para perdurar en la demasía de realidad que nos rodea; a este deseo de vida le
llama “vivir queriendo”, pues la vida se anhela sin enfermar, sin eclipsarnos, sino
se trata de vivir queriendo más vida sin importar nuestra impureza como humanos
concretos. Este complejo abordaje sucede en cuatro largos ensayos:
I. Venimos de la humedad, humus, ánimus, vida.
II. El deseo originario.
III. Un querer hecho a la medida.
IV. La todo-abarcante tierra que me anima.
Como ven, los títulos, son uno y todos a la vez en el reto
de describir que la vida nos sucede y que desde ese momento quedamos sin
escapatoria, la consigna es vivir, vivir no importa qué, pues estamos expuestos
al mundo que nos recibe, que habitamos con los otros, quienes igual que
nosotros, tiene esa inevitable “originaria querencia” de existir en medio de la
contingencia, la improvisación, sometidos al régimen de la materia viviente
propia del nuestro habitado, siempre demandante de existencia; lanzados al
mundo, desarrollamos una egoidad que permite sabernos en la vida, una vida empírica,
única, pero entramada en las realidades cambiantes por nuestro propio cambio. Somos
un cuerpo animado que enfrenta la carencia, la pérdida, pero tiene la impronta
de vivir sabiéndose mortal.
En esta “querencia de más vida”, tenemos una voluntad férrea
de perdurar, tenemos una sed de vida y para lograrlo, apelamos a nuestras
potencias, desde ellas hacemos frente a las carencias y necesidades sin pasar
por criterios éticos, sólo nos dedicamos a vivir, a auto conservarnos en cada
acto de existencia, lo cual no pasa por la reflexión, es un querer prescrito
que pulsa e impulsa al cuerpo, es un querer encarnado siempre insatisfecho.
Y además, afirma este deseo de vida, se trata de un “querer hecho a la medida”, de una encarnación que se
dobla sobre sí misma, de tal forma que nos sabemos, que nos percatamos como uno,
único, entre los otros, nos sabemos distintos al resto de los demás, y que la única
certeza que se tiene, es “el aquí en mí”, y por ello, sabemos que nos pasan cosas, cosas que sólo a
nosotros sentimos, que nadie vive la vida por nosotros y este saber exige tener
un sentido, y tal necesidad, lleva a la idea del “Yo” un yo pletórico de
potencias, del que emana conciencia, percepciones y querencias, fuerzas con las
cuales intentamos apropiarnos del afuera en medio de tanteos que va dejando una
confusión entre lo real y la ficción, pues en este afán de construir sentido,
damos por sentado que el afuera es como lo captamos y terminando cautivos de las
realidades que fabricamos a partir de los modos de sentir y querer encarnados.
Con esta lectura, es posible pensar que nuestro cuerpo, anidan
emociones, sentimientos, pensamientos, que se ponen en juego en cada presente que
se experimenta dando lugar a una memoria sensorial que nunca olvida. Somos recipiente
y contenido de nuestro ser originario que su fluir genera una demasía de
significaciones en medio de las ambigüedades que emergen de esos tres centros
vitales que orientan este querer-queriendo: los tres plexos corporales
poderosos, diferentes pero interconectados, fuentes originarias de nuestras
afecciones corporeizadas, localizadas en la animación encarnada del corazón, del
cerebro y de las entrañas.
Como ven, no es fácil hablar de ideas tan entrelazadas que
describen nuestros sentires, emociones y sentimientos a partir de una fisiología
con actividades orgánicas que producen
sustancias hacen posible la vida equilibrada.
Como afirma:
“Pulsos e impulsos primigenios, materialidades y
configuraciones, aleaciones enredadas que surgen y desaparecen, saberes con
propiedades singulares, espaciosidad hecha movimiento, horizontes
desiderativos, corazones veraces, cerebros sentimentales y entrañas
neurológicas: son algunas fuentes animadas de la afectividad, cuyas aguas
brotan de la misma tierra donde hemos nacido como criatura respirante y
necesitada de querer, esto es, de buscar, pretender y procurar, de sentirse
vivo y fluir hasta donde sea posible junto con un mundo igualmente inestable y
sometido a mutaciones.”
Auto reconocernos como fuentes animadas, como un querer
originario, como seres humanos con una complejidad que fluye por nuestro cuerpo
que impone límites y sentidos, es importante para comprendernos en medio de las
realidades sociales que nos determinan, pero que igual construimos desde nuestra
original encarnación, que fluye por esos surcos profundos por de nuestra
subjetividad, nuestros apegos, tendencias, deseos, necesidades.
La autora defiende la importancia de comprender la
subjetividad humana como encarnación, tener en cuenta que lo que nos sucede no
está en el aire, que no somos tan solo una idea, sino que urge pensar el lugar
donde nos sucede la vida, el cuerpo, pues ahí sentimos nuestras dolencias,
apetencias, amarguras, esperanzas devenidas del apetito de vivir no importa qué
o como. Indica que hablar de las personas, sin este reconocimiento no tiene
sentido, porque nos pensamos diseccionados, partidos en dos, ya sea
alma-cuerpo, cuando somos el resultado de una maraña de impulsos profundos y
oscuros que nos gobiernan en este afán ingobernable de más vida, no siempre muy
conscientes.
Al leer este libro, las ideas llegan in situ dejando
una comprensión que se sabe más cómo emoción de conocer, de comprender lo que
nos está pasando, se experimentan “algos”, o significantes que solo
cada uno podrá tornar significado en un aquí-ahora en precario, fugaz, con problemas
para hacerlo narración y atraparlo en lenguaje. Es como ella dice, ideas en mi “aquí en mi”, y se siente
la afección que provoca, queda la sensación de que algo se comprende, pero ese “sucederme” es inasible con el poder de despertar nuestra memoria emocional y hablar de las emociones no
es fácil.
La experiencia de leer es intransferible,
pero puedo decir, que ahora me sé con un cuerpo sintiente que tiene el reto de
pensarse, pues en él suceden apetitos de vida con una larguísima historia
morfogenética que se abre paso, tras este “vivir queriendo” que necesito
comprender para resituarme en mi mundo.
Finalmente diré que estamos frente a un libro de consulta
constante, es un libro especializado, de estudio, y muy bueno. Emma León, no
escribe sencillo, pero hay que hacer el esfuerzo, la experiencia de aprender lo
que se pueda de ella, lo vale. Me sigue
esperando su libro “El monstruo en el otro”, ya lo inicié hace tiempo, es
del 2011, y creo estoy lista para la nueva aventura, aunque necesito descansar, tal vez leer una novela interesante ayudaría.
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