En este libro se nos invita a pensar en la calidad de vida de
nuestra época, tiempo social que invade e induce a nuestros cuerpos a modos de
ser, estar, pensar y hacer para que respondan a los dictados hegemónicos del
mundo actual. Aquí se plantea el
problema de que el modo de vida imperante, en vez de impulsarnos hacia nuestro
más excelso desarrollo, provoca en nosotros bloqueos, atrofias, desánimos,
enfermedades que impiden el logro de una vida buena, de una vida con sentido, esperanzada
y sobre todo, saludable para enfrentar la complejidad del día a día.
En este pequeño de libro se nos invita a pensar nuestros “Malestares”,
que según los autores, nos producen un
estado de sufrimiento constante, sin cura que sobrellevamos a duras penas, pues
nos levantamos cada mañana agotados, sin deseo de enfrentar las tareas propias
de la vida, con la sospecha de que estamos enfermos de algo que no sabemos,
pues no se trata de algo somático, localizable en el cuerpo, sino de un estado
mental que nos lleva a producir pensamientos, sentimientos, emociones que nos
inducen estados de malestar generalizado.
En tal situación, se busca la ayuda psicológica, psiquiátrica,
libros de autoayuda con el fin de superar esa situación agobiante de desesperanza,
desgana, de derrota, sin sentido de la vida, y sin fuerzas, agotados de lidiar
con uno mismo sin resultado, llega la medicación para el agotamiento, el insomnio,
el dolor del cuerpo, el desvarío del alma que nos impide alcanzar armonía, tranquilidad,
serenidad para pensar y resolver la vida.
“Malestamos”, es una palabra que se utiliza para reflexionar
que esta situación extraña de sentirse fuera de sí mismo, sin energía, ni herramientas
personales para enfrentar las complejidades de la vida, y vivir en una absoluta
sensación de fragilidad que lleva a pensar en una anormalidad, como enfermedad
mental llamada depresión, la ideación de la muerte, la perdida de uno
mismo. Y nos dice, como en esta
situación empieza a crecer el número de profesionales de la salud, a hablarse
más que nunca de enfermedades mentales, metiendo en este rango, ese malestar de
la vida, al que no se le encuentra un diagnóstico adecuado, y al no existir,
entra en esta categoría de enfermedades mentales.
Y la reflexión que se hace va en sentido contrario, pues
este sentir, si bien se vive en lo privado, en el el propio cuerpo-mente, es
totalmente subjetivo, no solo le pasa a una persona, sino que cada día aumenta
esta sensación de malestar, que lleva a plantear este “Malestamos” para darle un lugar y
colocarlo como un problema de muchos, que exige más que una mirada individualizada
(sin descartarla) una reflexión colectiva para comprender que nos pasa de
alguna manera a todos los coexistentes de este momento social como
consecuencias de una estructura y sentido de una realidad que produce
individuos solos, explotados por un sistema económico exigente, separados por
una estructura social que rompe los lazos humanos, que no atiende problemas
estructurales y se va tornando sociedad con miles de logros materiales, pero va
dejando olvidado el principal, el despliegue del potencial humano, que se
trunca, se detiene y genera este malestar que no entendemos.
En el libro se revisa como algunas situaciones estructurales
como productoras de este “Malestamos”, por
ejemplo las condiciones laborales cada vez más exigentes, extenuantes para
lograr un estado económico que resuelva las necesidades dignas de vida; otra
situación estresante, es el viejo problema problemas de la desigualdad entre
hombres y mujeres en la convivencia laboral y social, donde las mujeres y hombres
viven a su modos una situación de vida que estresa; otra, se debe a la
tendencia cada desplegar estructuras que nos separan y evitan la convivencia, y que se refleja hasta
en las nuevos formas de construir viviendas, separando cada vez más las
personas y otra más que se discute es la tendencia a llamar este a este
malestar como un caso personal que provoca el aumento de casos de salud mental
al no tener la manera de situar en el mundo esta situación de malestar que
incapacita a muchos.
La sugerencia que se aporta gira en torno a reconocer que si
bien, el malestar se vive subjetivamente, que cada quien lo enfrenta, necesita
tornarse un problema de todo y plantearlo como un “estamos-mal” y, por tanto, exige
la revisión de las políticas sociales y económicas que den lugar un entorno
igualitario, solidario y atento al despliegue del potencial humano de cada quien.
Y ahí queda, simple, no lo es.
Cuando leía, pensaba que este problema de la falta de piso
parejo para el desarrollo de todos los integrantes del tiempo que se vive es
histórico. La desigualdad social ha sido eterna, cada época ha tenido sus
formas concretas de desigualdad, educativas, de género, laborales, políticas, etc.,
Es innegable que se ha avanzado en comodidades, que tenemos más cosas y que la
vida resulta más fácil hoy que ayer, pero, la desigualdad no desaparece y esta
situación genera problemas pues da lugar a injusticias, resentimiento, pasiones
negativas en quienes no encuentran oportunidades para su pleno desarrollo. Así, en tal desigualdad, la “enfermedad de
las emociones” tiene la misma edad del ser humano.
En el libro no se detalla a fondo esta “enfermedad de las
emociones” provocada por esa coexistencia desigual, en especial la de nuestro
tiempo, la de nuestra generación, que nunca será la misma a las desigualdades
de otros momentos de la historia.
En esta generación, se nos ubica como “la generación de cristal”,
cosa que en el libro pretende contradecirse al plantear que el malestar es
colectivo, producto del mundo desigual que nos rodea, pero tengo mis dudas. Al
no ahondar en la subjetividad peculiar de nuestros días, se niega que nosotros
somos vulnerables, frágiles de un modo distinto a otras épocas.
Hoy, no contamos con
la fortaleza de un razón sentipensante que aporte conceptos fuertes que nos
ordenen, vivimos en una fragmentación de ideas que han quedado sin validez ante
el avance de la realidad y no hemos tenido la capacidad de construir ideas que
nos aporten una regulación sin impedir el movimiento de lo diferente; hoy cada
quien vive en sus pedazos de mundo, en tribus de ideas, en defensa de algo y
lucha contra lo que no sea su verdad, por tanto, la desigualdad se ha disparado
por todos lados, y nos ha vuelto portadores de una subjetividad más sentida que
razonada, más frágil, debilitada, aferrada a dogmas más que una verdad que
soporte la reflexión, y una verdad dogmática no se puede imponer a la cruda realidad
que a diario amenaza con derrumbar cualquier
criterio fantasioso, pero emocionalmente fuerte y entonces, se sufre.
¿Será? No lo sé, pero si veo que nuestra generación vive un malestar
extraño, y nos resulta complejo pensarlo y superarlo. Hay que seguir hurgando, moviéndonos, fortaleciéndonos
para alcanzar ese estado de animosidad, generosidad, tranquilidad que todos
merecemos. Todos, en el piso parejo siempre
anhelado, necesario, que propicie en cada uno el reto de ser, quien necesita
ser.
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