Alfred Sonnenfeld. El arte de la felicidad. Mente, cerebro y genes. Herramientas para su buen uso. Editorial Almuzara, 2023. Edición Electrónica.
“Un
hombre es feliz si realiza lo que verdaderamente quiere, iluminado por su
conciencia, y lo que puede, contando con unos límites y siendo capaz de
aceptarse a sí mismo, a los demás y, por supuesto, a la realidad tal y como
viene dada.” Pág.72
Pero, es
mucho más que eso. Para empezar, tenemos
el esfuerzo de un hombre religioso, un hombre de fe (desconozco su lugar en la
iglesia y qué tipo de iglesia), con formación de antropólogo y estudioso de las
neurociencias.
Con estas
credenciales, discute el problema de felicidad del ser humano, lo que nos puede
hacer sentir plenos, llenos de sentido y de amor a la vida, algo que nos parece
muy difícil alcanzar como personas concretas, quienes, por lo general, estamos
sumergidos en grandes dolencias físicas y emocionales, descentradas de nosotros
mismos, tristes y extraviadas por la vida.
La
discusión de este problema, lo enfrenta desde su conocimiento de los avances
descubiertos en las últimas décadas por la rama de las neurociencias o neurobiológicas
como les llama él, y plantea, que, sin bien al nacer, y por el lugar donde nos sucede,
ya tenemos una programación genética y cultural, una apropiación de la forma de
vida determinada, ajena a nosotros, pero, aunque esto es cierto, nuestra
genética, nuestra biología, nuestro origen no es destino irremediable, que
nuestra forma de ser, de vivir, puede orientarse hacia la felicidad.
Es por
ello, que nos ofrece explicaciones sobre nuestra genética, nuestros límites
biológicos, nuestras circunstancias ambientales, y nos ayuda a pensar en que no
son definitivas, sino que puede desafiarse ¿y cómo se logra esto? Con la
construcción de ambientes que sean propicios para una vida buena, y menciona a
Platón, quien dijo que nuestro fin no es sólo vivir, sino de buscar las formas
de vivir bien.
Hace uso
de conceptos tomados de varias disciplinas, se mueve entre la filosofía, las
neurociencias, la biología, la cultura, para convencernos que nuestro fin es
desear un vida prosocial, que nuestra felicidad no es sólo una palabra en el
aire, sino que asume la forma de nuestro cuerpo, nuestra biología, a la que le
damos sentido hacia el afuera de nosotros, hacia los “tu”, y así, toda nuestra
genética se reorganiza dando lugar a patrones neuronales que nos hacen hacer
cosas buenas para los demás, y por ende, se tornan fuentes de salud, bienestar
para nosotros y nos aporta esa deseada “vida buena” que deja un cúmulo de
emociones nacidas de lo prosocial. Así el sentimiento de hacer algo bueno para
los “tú”, aporta felicidad en cada “yo”. Aquí ya vemos a los neurólogos, y a filósofos
como Buber, Levinas.
Por
tanto, seamos quienes somos al nacer, no es definitivo, y nunca podemos darnos
por vencidos, asumirnos determinados, sin cambios. Se trata de convencernos que
de nuestro cerebro puede cambiar, que necesitamos comprender que nuestro
cerebro es lugar de nuestro cuerpo donde suceden los procesos de adaptación y
cambio, y así comprenderemos por qué se resiste, pero también qué es lo que lo
estimula a generar modificaciones, a
realizar nuevos aprendizajes. Conocer
nuestro cerebro, nos permite pensar en que podemos modificar pautas de vida,
hábitos, modificar nuestros patrones neurales y reencantarnos con la pasión por
aprender, por el movimiento, por la pasión, la ilusión de nuevas cosas por
alcanzar y compartir, porque en el deseo de aprender, de moverse, a la vez
estimula al cerebro, activa los centros nerviosos, emocionales y nos hace
desear siempre mejorar, volvernos virtuosos, es decir, con deseo de perfeccionamiento
de cualquier cosa que hagamos.
Y lo que
más aporta a nuestro crecimiento y florecimiento personal, que nos lleva hacia esa
vida egregia, plena ese sentido prosocial, es sentir, saber, que hacemos cosas
buenas para los demás desde nuestra propia vida-buena; vivir bien con los demás
aporta bienestar compartido y eso nos enriquece mutuamente. Entonces, la persona
feliz es la que desafía sus límites genéticos, biológicos, cerebrales en pro de
una vida siempre en cambio. Se trata de apasionarnos con el cambio.
A lo
largo del libro, tocando diferentes temas, analiza el mundo actual, los problemas
que se viven para tales logros, las personas cada vez sumergidas en sí mismas, en
su “yo”, alejadas de los “tus”, atrapada en sus contextos, en una vida viciada
por deseos impuestos que obligan a cambiar de acuerdo a esos deseos, personas
que se dejan llevar por lo que existe, y eso, termina por hacernos las personas
más infelices y nos olvidamos de cómo volver hacia nosotros mismos, pensamos
que la felicidad está fuera de nosotros, que alguien nos la dará.
Y no es
así, la felicidad radica en superar nuestros límites, vivir nuestra genética,
biología, cultura como un comienzo que tiene muchos caminos y tomar algunos,
moverse entre ellos, hasta encontrar la razón de continuar por uno, este esfuerzo
de ser uno mismo con los otros, nos hará felices.
Es un
libro interesante, nada religioso, que ayuda a pensar que encontraremos el
valor de la vida, cuando alcancemos una coherencia ética y coherencia
neurobiológica. Esto es, si nuestra vida
está llena de buenas acciones, nuestra genética biológica lo agradece, y esto favorece
el desarrollo cerebral. Por eso un buen contexto, una buena educación, una vida
social que cuide a sus ciudadanos, dará lugar a personas felices.
Sin
duda, es una tesis interesante. El
problema es que, en estos tiempos, priva una vida social bastante ajena a los
logros de esta felicidad del tu-yo de Buberiana. Estamos ante violencias de todo tipo,
problemas de desamor humano, indiferencia, egoísmos, mala políticas públicas,
deficiente información, formación, educación, que nos hace presas fáciles de
este estado de cosas desde el momento de la primera respiración y nos hacemos parte
de este mundo en procesos indecibles de degradación.
Me
pregunto ¿los educadores qué tanto conocemos de los avances de las
neurociencias? Este conocimiento, en este libro, es central.
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