Pablo Malo. Los peligros de la moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI. Deusto, Barcelona, 2021, Edición Electrónica.
Todos conocemos la frase
“No matarás”, que funciona como un principio regulador de nuestras conductas
entre y con los demás para garantizar el respeto de la vida, pero cabe
preguntar si esta frase puede entenderse como ¿“No matarás…a nadie”? ¿Pensamos
en el ámbito de aplicación de esta u otros dictados morales? ¿Para quiénes sí
son aplicables y para quienes son inválidas?
En nuestro haber moral, contamos
con una variedad de dichos que tienen detrás códigos de conducta sobre nuestras
formas de convivencia, de colaboración, de hacer el bien, de evitar el mal,
etc., los cuales se asumen sin preguntar cómo nos ayudan a gobernar nuestras
diferencias personales, pero que al cumplirlas propician el progreso del grupo
al que pertenecemos, sea familia, amigos, miembros de una comunidad. Sin
embargo, no nos percatamos de que al cumplir dichos códigos nos hacemos de un bando
y nos volvemos enemigo de los “otros”, que piensan diferente, son diferentes y
por esa razón, les podemos infringir daño y justificarlo sin dejo de culpa.
Pablo Malo, plantea que
la moralidad es una herramienta de colaboración para lograr acuerdos pese a
nuestras diferencias más radicales entre “nosotros”; afirma que nuestras
creencias o convicciones morales, son unos “útiles” propios de nuestra “mente
moral”, la cual tiene dos caras: una de ellas funciona hacia adentro del grupo
al que pertenecemos, es “la moral del nosotros” y nos permite sentir compasión
por el prójimo, ser altruistas y solidarios, progresar juntos. Pero, del otro lado, están los códigos de
conducta para tratar a los que son ajenos a nuestro sistema de valores, que no
tienen las mismas convicciones, son los “otros”, “ellos”, para quienes tenemos
pensamientos y sentimientos de alerta, rivalidad, sospecha, desprecio, odio y
hasta castigo; son enemigos por no tener nuestros códigos morales y nos
defendemos de ellos. Nuestra “mente moral” es entonces, una herramienta para la
convivencia, para mejorar, progresar, pero también lo es para diferenciarnos, competir
y rivalizar contra los otros, quienes pueden vivir por ello, nuestras violencias
y sufrimientos indecibles.
Nuestro autor, un
reconocido psiquiatra, dada su formación y experiencias profesionales, se
pregunta por qué personas bien estructuradas, con claridad en sus convicciones
morales, pueden llegar a justificar el daño y atropello a personas ajenas a sus
creencias, que pueden afirmar que se trata de un mal necesario para erradicar
algo que no es bueno. Sus respuestas
giran en torno que todos tenemos una moralidad con límites, que lo bueno o malo
se apega a códigos compartidos sólo con el grupo al que pertenecemos, pero inválidos
para los “otros”, “ellos”, “aquellos” cuya sola presencia ya nos afecta con su “diferencia”,
son un peligroso enemigo.
Plantea a lo largo de su
libro, que vivimos tiempos con un predominante movimiento moralizante, al que
llama “epidemia de moralidad”. Las ideas
de lo que es bueno o malo lo invade todo, desde la libertad de expresión, arte,
política, vida privada, y algo de su explicación giran en torno a que poco a
poco, minorías en defensa de derechos se han moralizado en exceso en su autodefensa
y han logrado hacerse de poder, posicionarse ya en legislaturas, en universidades
o en grupos que dirigen movimientos sociales logrando imponer ideas “buenas” a las que todos debemos sujetarnos
sin objeciones, de otro modo somos malos (¿y quién quiere ser tachado de
malo?), pero eso “bueno” que se impone a todos, no cuenta con un espacio de
reflexión para dejar entrar más realidad y lograr puntos de acuerdo ya no
morales, sino de justicia, de compromiso político. Sucede lo contrario, a quien objete, a quien
insista en reflexionar y aportar matices al dictado moralizante, se le calla, se
le acusa de infractor moral, y corre el riesgo de ser cancelado, su atrevimiento
crítico se cierra y queda señado con miedo a perder el estatus social o político
ganado.
Así, poco a poco, se nos
imponen nuevos criterios de santidad y de virtud humana que se difunden por
redes sociales, donde de manera simplista e impositiva, con conceptos vaciados
o en procesos de desplazamiento, es decir, se usan para todo no necesitan de
argumentos, sólo se aceptan, por ejemplo para ser una buena persona, ahora se
nos dice que debemos ser ecologista, vegetarianos, usar lenguajes inclusivos,
no fumar, respetar a la diversidad de género y sexual, defenestrar todo aquello
de otros tiempos que dejen ver modos de trato a la mujer, a los animales, a los
indígenas, y si alguien no se apega a estos dictados moralistas, es decir, ser
bueno o malo, se queda en peligro de ser cancelado, excluido, victimizado, censurado,
linchado moralmente en las redes sociales, condenado al ostracismo, y lo peor,
sin la posibilidad de perdón. Hay muchos ejemplos en el orden político, del
arte, como sucedió con Karla Sofía Gascón, actriz transexual, quien hizo unos
comentarios que importunaban a la comunidad transexual en otro tiempo de su
vida, y hasta la fecha, no es perdonada.
El enfoque que sigue para
explicar la moralidad es evolucionista y nos aleja de esas ideas de que somo
morales si creemos en Dios, e inmorales si nos alejamos de la religión. Aquí se
afirma que somos morales porque somos humanos, quienes, en su necesidad de
sobrevivir en los duros principios primigenios de nuestra especie, hubo que
colaborar, vivir juntos, aprender a diferencias que era bueno para seguir
vivos, para continuar con la vida. En la
convivencia, hubo que construir reglas, códigos de conducta que alejaban de lo
malo.
Pablo Malo, plantea que
la moralidad se nos dio como el lenguaje, que como especie aprendimos a hablar
para comunicarnos, primero con códigos simples hasta llegar a estructurar una
lengua, así como especie, todos tenemos ahora la tendencia a hablar,
genéticamente quedo cimbrada en nuestro cerebro esta habilidad, pero, no todos
hablamos los mismos códigos lingüísticos, sino que depende del contexto cultural,
así sucede con la evoluciones moral, todos sabemos ahora, lo que es bueno y lo que
es malo para nosotros, pero igual, no tenemos los mismos códigos morales, de
igual forma, responde a los contextos donde se viven. Los códigos inmorales, es
decir, eso que podemos hacer que nos es bueno para todos, sólo satisfacen a su portador,
también están presentes en los sujetos, pero son contenidos por la reglas que
se siguen grupalmente, así somos buenos en la medida en que se contienen esas
actitudes y nos apegamos a las que hacen progresar al grupo.
Este planteamiento evolutivo
de nuestra capacidad moral se basa en un sustrato neurológico que explica como
el cerebro ha sido moldeado largamente por la evolución natural de nuestra especie
con el fin de persistir en la vida (muy spinozeano). En este largo proceso de
selección de conductas buenas y malas, se fueron conformando zonas cerebrales especializadas
en ciertas emociones, hoy la culpa, la vergüenza, el asco, el orgullo son una
vieja herencia. Entonces podemos hablar de un cerebro moral, ya neurólogos como
Damasio han escrito mucho sobre regiones cerebrales relacionadas con las emociones
que nos hace actuar de ciertos modos, así que moralidad tiene una base neurobiológica
producto de nuestra evolución como especie.
Nuestro autor, no conforme
con lo dicho, analiza si nuestros juicios morales provienen de procesos intuitivos
neurobiológicos o de procesos de elucidación o razonamiento, para ello revisa a
Jonathan Haidt, quien plantea que primero respondemos emocionalmente, y después
construimos argumentos para justificarnos de igual forma, siguiendo un enfoque
evolucionista( citar), pero opta por la postura diádica de Kurt Gray, que se
centra en quien genera el daño y quien lo recibe, o también llamado perpetrador
y víctima, que se fundamenta en reconocer la intencionalidad del daño, pues hay
un sufriente y alguien es responsable de ese dolor, es decir, la moral se
fundamenta en el rol de los implicados, que quedan encasillados en el mismo, por
ejemplo, para tratar los problemas de la marginación, tenemos a los opresores y
oprimidos, si pensamos en los problemas de raza, están los blancos y los negros,
de este modo, se explican los problemas morales donde entran en juego
mecanismos psíquicos y cognitivos que lo complejizan más inevitablemente.
El libro abre diversos
campos de discusión, es un compendió de posturas, por ejemplo, aborda este
asunto de las convicciones morales, estas creencias tan profundas en las
personas, que ya no se sabe de dónde se toman, pero que se autonomizan y necesitamos
que se cumplan, y si no es así, se experimenta una profunda indignación, estas convicciones
no saben de democracia, deben ejecutarse.
Señala el peligro de las convicciones morales, pues llaman a la acción,
y lo que se haga para que se cumplan queda justificado, cumplir con ellas es de
orgullo y satisfacción para quien la lleva a cabo, el efecto del daño no es
importante.
Analiza también la
tendencia humana a la violencia, a la cual le reconoce fuertes raíces
moralistas, dado que tenemos un sesgo u orientación a dividir el mundo en ellos
y nosotros, que proviene de un sentido natural etnocentrista, todo lo vemos
hacia dentro nuestro, que implica reconocer lo que no somos, y eso que nos
somos, es el exogrupo, los otros, y ante ellos, nosotros somos los mejores, lo
cual justifica que, al ser malos para nosotros, se les puede agredir,
dominarlos. Dice el autor, que tenemos la tendencia a ser xenófobos, deseo de
dominación social, de exterminio del diferente, algo educado ya el avance
evolutivo, pero no ausente.
El libro es extenso y
rico en enfoques diversos que explican nuestro sentido del bien y del mal,
dedica páginas a explicar nuestros comportamientos desde la idea de responder a
una “mente-moral-tribal”, abre varios ejes de reflexión, de por qué somos
compasivos, o tenemos sentimiento de altruismo al interior de nuestros grupos, nuestra
tribu, pero estos sentimientos justifican por qué no se puede querer y ayudar a
los ajenos, a los extraños, son los “ellos”, un grupo rival, y el amor al grupo
propio, justifica el odio al otro, pues no tienen nuestros mismos códigos
morales.
Dedica buena parte a
reflexionar sobre nuestro tribalismo, es decir, a esta tendencia natural
ancestral a estar con nuestros iguales, con quienes nos sentimos cómodos, una
forma de ser primigenia, y ante la cual es muy fácil tener una regresión, de
pronto, frente a un peligro, una crisis, nos agrupamos, nos encerramos, y
generamos sentimientos negativos antes los otros como defensa. Los otros serán una amenaza, por ejemplo, hoy
lo vemos frente a los grupos de migrantes, los grupos en la política, en las
escuelas. Al analizar esto, nos lleva a
pensar que muchos políticos utilizan esta característica humana y la ideologizan,
la explotan, así lo vemos e nuestros días, ahora somos chairos, y fifíes,
conservadores y progresistas, y con estas formas maniqueas que se enraíza con
viejas ideas moralistas, que traemos como especie, sólo falta que alguien
prenda la mecha y nos encendemos.
También discute sobre la
moralidad y religión, y nos dice que la religión no es la causante de que
seamos sujetos morales, no, sino que nosotros, fuimos creando una explicación religiosa
para dar fundamento a nuestros actos morales. Hoy, que nos hemos vuelto descreídos
de Dios, estamos creando otras religiones, es decir, otras explicaciones a
nuestros moralismos, y ahí tenemos al wokismo.
La verdad, el libro da
para tanto, es una fuente de consulta, un libro de estudio, un libro que da
pistas para leer a otros autores (de hecho, leí otro para entender los
fundamentos de la teoría de la justicia social) el libro contiene una riqueza
de ideas que nadie debería perderse si es que queremos asomarnos a la complejidad
de las decisiones que tomamos, todas con inminente sesgo moral.
A momentos, la lectura
induce a una ligera desazón, pues permite comprender cómo estamos encerrados en
nuestros mundos tribales, y cada vez más y más tribales y además en nuestro
propio interior, y sólo vamos buscando iguales en una moralidad que no se
reflexiona, queremos sentirnos bien, y dejamos de lado revisar el trasfondo ideologizado y peligroso, y por ello, cada día nos alejamos más de llegar a acuerdos para persistir en una vida civilizada.
Avanzar, avanzar… como en una película que me gusta.
Y el autor cierra su libro
precisamente con este reto, aprender a posicionarnos en lo nuestro y en lo que
quieren los otros, ser capaces de poner en medio, eso que podemos querer ambos
y desde ahí, en vez hacernos la guerra tribal de exterminio moral mutuo, avanzar…
¿Y cómo hace esto? A momentos no veo por dónde, pero como educadora, pienso que
la formación es una vía, pero no cualquier formación, y esto ya complejiza el
asunto, se trata de formar en el amor al conocimiento, formar en la habilidad
de moverse entre conceptos bien
trabajados y aprender a mirar desde varios ángulos a la realidad que nos rodea,
creo sólo así podemos descentrarnos ser
capaces de reconocer lo que nos importa a pesar de ser tan diferentes, y
enfocados en lo que nos une, trabajar juntos por ellas.
Bueno, medio optimista a ratos,
y en otros no tanto, sugiero leer este libro, ¿fácil? para estos asuntos, lo fácil
no ayuda… ánimo, tenemos que leer, amar el conocimiento, de otro modo, estamos
perdidos en la ignorancia y con peligro de desbordar viejos modos de vida tribal,
que hoy no son nada buenos.
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