lunes, 29 de junio de 2015

"...que las heridas sanen..."

Ayer (Mario Benedetti)

Ayer pasó el pasado lentamente
con su vacilación definitiva
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente                            
ayer pasó el pasado por el puente
y se llevó tu libertad cautiva
cambiando su silencio en carne viva
por tus leves alarmas de inocente
ayer pasó el pasado con su historia
y su deshilachada incertidumbre/
con su huella de espanto y de reproche
fue haciendo del dolor una costumbre
sembrando de fracasos tu memoria
y dejándote a solas con la noche.


“….que las heridas sanen…”

Esta frase, es un buen deseo de alguien hacia la persona a quien ha infringido un daño… ¿Cuántas veces hacemos esto? Sé que son buenos deseos, honestos, salidos del más profundo arrepentimiento, pero cuánta inconciencia encierran, porque este buen deseo, este lenguajear la necesidad de olvidar que se ha hecho algo a alguien, algo que se vuelve indecible para ambos, que no se entiende, solo sucede en medio de fuerzas desatadas en su momento, ahora induce a estas palabras suplicantes, muy sinceras pero que sin saberlo, vuelven a lastimar.

Con estas palabras hacemos que esas viejas heridas en vez de sanar, vuelvan a rasgarse… ¿por qué? Porque con esas palabras le recolocamos en ese lugar del desastre, donde solo hay restos de dolor que vuelven a armarse y formar esa argamasa de recuerdos que deberían seguir ahí, reposando, descansando, cada vez más ocultos, y donde se pueda soñar que ya no existen, porque siempre estarán ahí, esperando algo que los despierte.

Y es esto es tan normal, tan habitual…  Siempre queremos que nos perdonen, que la persona lastimada sane, ojalá fuese posible esa idea idílica del perdón.  Ojalá, pero no es así, porque cuando hacemos algo a los demás, por egoísmo, por desconocimiento, por mala fe, por insensatez, por lo que sea, y al tiempo somos capaces de reconocer que no estuvo bien, (porque hay quien no lo hace, no asume que hizo mal, sus estructuras valóricas no lo permiten y de esas personas necesitamos cuidarnos…), vamos en busca de su perdón, pero, desafortunadamente, ese perdón no existe.

Y no es que piense que uno necesita estar odiando al otro por lo que hizo, no, al contrario, creo en los afectos, en el amor al otro, el cuidado del otro, y por ello propongo usar palabras que no despierten los recuerdos, usar palabras nuevas, limpias lo más posible de pasado y  lo más llenas de futuro… ¿cómo hacer eso tan difícil? No lo sé, creo que lo favorece un sentimiento sincero de afecto hacia el prójimo, ese amor sincero va haciendo surgir esas palabras de reencuentro, que hacen nacer futuro, nuevos momentos de armonía entre el tú y el yo…  En cambio, si las palabras van siendo dictadas por la culpa, surgen estas frases desleales que nos regresan, y en vez de sanar heridas, las desangran más.

No le pidamos a quien es lastimado, aparte de estarlo, también acepte lo sucedido como nada, cuando no es así, ya que su conciencia está invadida de recuerdos que insisten en volver a ocupar un lugar en nuestro presente, dañando, lastimando, volviendo a abrir heridas… Dejemos dormir los recuerdos, que sigan ahí, guarecidos en las sombras del inconsciente, donde siempre estarán, pero nosotros, ocupados en el presente, tejiendo nuevos futuros no los despertaremos, y  ahí pueden seguir, hasta que un día se construyan experiencias que realmente impidan que regresen con esa fuerza destructiva.  Siempre volverán, pero como aromas del pasado, y al reencontrarse ante nuevas imágenes de vida, quedarán empequeñecidos.


Por tanto, no le pidamos al otro lastimado, que olvide, no le pidamos que sane sus heridas, no le pidamos que no recuerde, mejor reconstruyamos la vida, seamos otro nuevo, para que en cada reencuentro seamos capaces de llenar la vida de experiencias enriquecidas, donde las palabras propicien esos “no-todavía”, que llenen las viejas palabras de la alegría de vivir con esperanza…Así los recuerdos, cuando algo los despierte, no encuetren un lugar donde renacer... 

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