Jonathan Haidt, Greg Lukianoff. La transformación de la mente moderna Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso. Deusto, Barcelona, 2019. Edición Electrónica.
La primera refiere a la fragilidad ante la vida, que
se manifiesta en el miedo a diversas situaciones que se consideran peligrosas. En las últimas décadas se han desencadenado
ideas sobre los peligros para los niños, que han llevado a los padres, y las
instituciones educativas a protocolos de protección, que terminan siendo
sobreprotectores y evitan que los infantes vivan experiencias que desarrollen
desde sus sistemas inmunes a determinadas sustancias, como evitar situaciones
que propicien reflexiones, tomas de decisión, responsabilidades. Esta generación, ha crecido con demasiado
miedo a comer desde cacahuates, a salir a caminar por la cuadra o jugar con los
amigos en el parque, se tiene miedo a vivir desde accidentes, daños físicos,
desaparición, etc.
Con el avance de las redes, la comunicación sobre asesinatos,
robos, secuestros de infantes, ha generado un miedo social, que ha hecho de los
padres presa de cuidados excesivos, evitando experiencias de autocuidado, que
la generación anterior desarrolló.
La segunda idea es la fragilidad emocional. Como dicen los autores, una cultura de la ultra
seguridad, impide desarrollar estrategias para salir delante de situaciones
complejas, y los niños van creciendo con demasiada sensibilidad a flor de piel,
sin capacidad de resiliencia, de autocorregir sus actitudes, sino que se entregan
a la vivencia de su emoción dado el contexto que la provoca, y así, se vuelven niños,
jóvenes que sufren por cualquier situación que sienten incómoda. Y entonces, en vez de pensar lo que les
sucede, de resolver sus problemas, reclaman a su alrededor, comprensión, más
protección. Se vuelven demandantes de
buenos tratos, del respeto irrestricto a sus ideas, se resisten a convivir con
situaciones que les provoquen una disonancia cognitiva, moral, y en vez de
revisar qué sucede, se organizan, forman grupos para defenderse irracionalmente
de lo que les incomoda. En este tenor,
los autores mencionan como los jóvenes se organizan desde una matriz de ideas
más sentimentales que racionales, para protestar contra la academia, pues no
quieren vivir el problema de resolver el problema de pensar lo que vaya en
contra de sus matrices cognitivas compartidas.
Y la tercera, la fragilidad propiciada por los excesivos
cuidados de padres e instituciones a los niños de la generación que ha crecido
con el avance del internet, ha favorecido la conformación de grupos que se reúnen
guiados por una idea, una creencia, algo que los haga sentirse fuertes ante los
demás, entonces, los otros que no piensan de la misma forma, son los otros a
quienes hay que convencer, y si no quieren aceptar, se vuelven personas
contrarias, ajenas, hasta enemigas. Los
autores plantean, que, en tiempos como el presente, con tanta fragilidad en su
generación, se aviva nuestra tendencia al tribalismo, es decir, formar
comunidades con las mismas ideas, principios, que se defienden frente a los
otros, que tienen otras ideas, principios, y por tanto son los enemigos de los
cuales hay que defenderse. Así, hoy
vivimos una sociedad muy fragmentada, grupos que defienden desde asuntos de identidad,
racial, económica, ambiental, etc.,
Los adultos, proveniente de otra generación, por tanto, ante
el avance de un contexto hiperconectado, donde la información fluye de manera
descontrolada, ante la falta de herramientas cognitivas, emocionales, políticas,
nos encontramos en la necesidad de sobreproteger a los hijos de maneras nunca
vistas, nuestro miedo a tanto peligro difundido en los noticiaros, nos llevaron
a la sobreprotección, y con ésta, a la indefensión de los niños frente a su
propia realidad.
El internet ha hecho también su parte; esta generación ha
vivido en medio de las redes, su mente no es la misma que las nuestras. Tanta información, tantas ideas, tanta sobreprotección,
le llevado a vivir experiencias-sin la experiencia, metidos en sus casas, con
los celulares, iPad, lo ven y sienten a sus modos todos, sus mentes procesan la
información de formas distintas a las que nosotros la procesamos de cara a una
realidad en la que crecimos. Sus cerebros, nos funcionan como los nuestros.
Estamos frente a una generación con una mente saturada de
datos que activan más su dimensión emocional que la racional, por tanto, la
capacidad de pensar, de seleccionar información, de tomar posturas autónomas,
conscientes, con sentido social, ahora son totalmente desconocidas, ¿buenas,
malas? No lo sabemos, pero lo que sí se percibe, es que sus mentes se infectan
de ideas de las que no pueden salir con facilidad, y eso es peligroso.
Los autores intentan dar algunas sugerencias, como volver al
juego real, la convivencia, vivir más experiencias y todo esto es loable
¿posible? No lo sé, para empezar, los adultos, quienes hemos formado a esta
generación con estas características, necesitamos saber cómo es que lo hicimos,
reconocer cuáles fueron nuestras ignorancias y creencias sin sustento, por qué
decidimos optar por la cultura de la ultra sobreprotección y ante lo que hay,
qué opciones tenemos hoy.
¿Qué piensan los profesores de esto, cómo lo viven, cómo lo
discuten en sus reuniones? La generación que hoy les toca educar, se nos ha vuelto
muy desconocida.
Para cambiar estos rumbos sociales, que ya están a cargo de
la generación en proceso y la naciente, necesitamos conocer lo que está pasando
a nuestro alrededor y lo que nos está pasando en la interacción ciega en el
mismo, y esto concierne a todos, padres, educadores, sociedad en general. Cómo siempre, se trata de informarnos,
conocer, pensar para tomar mejores decisiones nunca ausentes de consecuencias. Se trata de enfocarse en consecuencias que
busquemos, y no quedar asaltados por ellas.
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