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sábado, 13 de septiembre de 2025

Luigi Zoja. Paranoia. La locura que hace la historia. Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2021. Edición Electrónica.

 


No estamos frente a una lectura tradicional sobre la paranoia, no, de entrada, se avisa que no es abordada como una enfermedad orgánica, que la paranoia no tiene que ver con un mal funcionamiento de la química de nuestro cerebro y cuerpo, sino que se trata de un modo de respuesta psicológica frente las circunstancias siempre azarosas que nos demandan responsabilidad para enfrentarlas, pero, en el caso de la paranoia, se asumen como ataques muy personales, como agresiones intolerables que exigen responder para salvarse de ellos.

Los argumentos nos van llevando a reconocer que la paranoia nos es consustancial, y como parte de nuestra naturaleza humana, ahí incubada, espera paciente a que sucedan circunstancias que nos lleven a un trance entre lo considerado una conducta normal hacia los más inusitados delirios de persecución y grandeza con todas sus consecuencias.

Luigi Zoja, psiquiatra jungniano, se sale de los marcos establecidos por la psiquiatría para situar a la paranoia en un terreno más socio-histórico, la coloca entre nosotros, personas que respondemos a la cultura hecha, entre las fuerzas vivas en un tiempo y un espacio, pues es ahí, donde suceden esto que plantea en el subtítulo del libro, una “la locura que hace la historia”, es decir, de acuerdo con nuestra estabilidad orgánica, psíquica, emocional, construimos la historia, que muchas de las veces, nos sumerge en las más innombrables paranoias.

Al parecer, esta conducta, se desencadena en la madurez de la vida. Se suscita en personas con apariencia normal, adaptadas a la vida social, pero quienes de pronto, se perciben más que nunca frágiles, vulnerables frente a esos viejos y añejos problemas heredados de la primera socialización que dejaron traumas infantiles nunca reconocidos y menos atendidos, que un día saltan e invaden de miedos, crecen los odios y un sufrimiento que asfixia y sólo se siente la necesidad de huir, de salvarse, alejarse de toda esa inestabilidad.  

Y viene la estrategia fatídica, la más fácil: expulsar todas esas sensaciones hacia fuera de uno mismo.  Se racionaliza el sufrimiento de manera irresponsable, se buscan causantes de ese malestar insufrible y al localizarlos, señalarlos, se arguyen ideas justificatorias para la defensa y atender la nueva urgencia de protegerse y paliar de esta forma, la insufrible fragilidad que de pronto invade.

Así emerge la persona paranoica siguiendo a Luigi Zoja, y para sostenerse en esta naciente personalidad, utiliza su razonamiento para construir un sistema de ideas impenetrables que le protegen, le calman, y con ellas de fondo, siempre rumia formas de protección, idea formas de ataque hacia sus enemigos, hacia quienes imagina, pretenden destruirle.  La persona paranoica, siempre se ve rodeado de enemigos, se siente acechada y rotundamente se niega a ser “presa”, hará todo lo posible para salvarse, sin importar lo que le sucede a quienes ve como agresores.

La persona paranoica se extravía en una “locura razonada”, una “locura lúcida”, tiene un pensamiento bien estructurado que le guía, que puede proyectar pues necesita defenderse de los posibles ataques, necesita adelantarse, pero por desgracia, aunque esté bien estructurado en su fantasía, es imposible ya que no concuerda con la realidad, sólo responde a sus visiones delirantes.

Luigi Zoja, plantea que esta conducta paranoica latente en nosotros es parte de nuestra herencia ancestral, proviene de una vieja función animal que en su momento funcionó para salvarnos la vida.  En los primeros tiempos de nuestra especie, sospechar de cualquier ruido era un indicio de amenaza permitía correr. En ese tiempo, éramos más instinto. 

Pero con la evolución, que costó milenios según nuestra historia, el cerebro se fue desarrollando hasta lograr asociaciones entre unas cosas y otras, y al relacionar los sucesos entre ellos y con otros se fueron construyendo conductas menos instintivas, el mundo se fue representando, ideando, nombrando, hasta tener una vida menos automatizada, y avanzar hacia formas de existencia más consciente, anticipatoria, una vida con códigos a seguir para vivir juntos.

Este proceso de alejamiento de lo instintivo, útil para sobrevivir a los depredadores e inclemencia del mundo, no desapareció, como proceso neural siguió en nuestro cerebro, pero de otras formas, es decir, esa desconfianza que alertaba en el mundo exterior, se tornó desconfianza entre los congéneres.

Nunca ha faltado el abusivo, el matoncito del grupo, y había que cuidarse de ellos, ahora bien, se construyeron formas de regular la moral de los grupos y cuidarse mutuamente de los peligros propios de la convivencia, donde siempre aparece el más fuerte a costa de los débiles, que nos ha llevado a desconfiar, sabemos que existe el riesgo de que miembros de nuestro grupo humano, se conviertan en agresores al grado del exterminio.

De modo que la desconfianza primigenia, ha persistido, nos ha acompañado por nuestro desarrollo evolutivo, se sobrevive en nuevas formas de agresión como son la marginación, la exclusión, el ostracismo, la cancelación, que alimentan esta zona instintiva y nos mantiene alertas frente los nuevos peligros de las selvas humanas, de los peligros de las sociedades modernas.

Y para preocuparnos, dice Zoja que hoy, somos como un dinosaurio fuera de su tiempo, que si bien, la humanidad con su evolución intelectual ha logrado avances insólitos en la cultura, la ciencia, la tecnología, frente a esto, nuestra biología para desarrollarse exige otras temporalidades, las mutaciones evolutivas llevan milenios, por tanto, el desarrollo cultural, no se corresponde con lo que el desarrollo del cerebro puede procesar. Nuestro cerebro que en algunas áreas se desata explorando oportunidades, pero en otras, sigue ritmos de desarrollo que nos detienen.

En diferentes espacios, se va documentando que nuestro desarrollo cultural y nuestra evolución cerebral se desfasan, nuestra mente imparable da lugar a procesos veloces que no se acompasan con el ritmo del cambio biológico al punto que contamos con un cerebro, un sistema nervioso que no acaba de ajustarse al un afuera que cambian incesantemente. Y en nuestros cerebros, anidan formas de respuesta instintivas de otros tiempos que permanecen ocultas o dormidas, pero pueden activarse en determinados contextos que las despierten. Una de ellas es el instinto de la desconfianza, que suelto de repente por un suceso que nos desestructure puede dar lugar a esto que la psiquiatría denomina “trastorno de la personalidad paranoide”. En el libro, Luigi Zoja aborda la paranoia individual y en especial, le interesan las paranoias colectivas.

Cuando se trata de la paranoia individual, los psiquiatras intentan tratarla con diversas sustancias para ayudar a las personas a enfrentar la maraña emocional en la que se extravían; esta medicación si bien, en ayuda, no resuelve el problema de fondo.  Es necesario reconocer que se trata de un paciente que no se siente enfermo, es alguien al consultorio debido a los estragos ocasionados por sus delirios persecutorios hacia los demás, va a terapia porque se lo exigen quienes se sienten hostigados, perseguidos, lastimados. El verdadero paranoico jamás reconocerá que está mal, siempre verá como amenaza ser llevado a los servicios de salud, nunca reconocerá su trastorno. Los paranoicos serán siempre los otros.

A lo largo del libro, se describen algunos rasgos de la personalidad paranoide individual latente en nosotros y podemos expresar de diferentes modos y niveles de gravedad. Primeramente, tenemos que saber, que la paranoia se oculta, se sabe disimular porque se intuye, que los otros, mis enemigos, las verán como ideas erradas, patológicas, y para ocultarlas sin abandonarlas, se construye un sistema de ideas lógicas que apenas las dejan ver, sólo se muestra la punta de u iceberg de irracionalidad, en su interior bullen fantasiosas sin realidad, buscando maneras de presentarse de manera lógica para seducir.

La persona paranoica, tiende a justificarlo todo, idea maneras de mantener todo en control, no soporta la transgresión de una idea en la que cree ciegamente, por ello evita cualquier desestructuración de su sistema, sus posturas son inamovibles utilizando razonamientos lógicos para la persona paranoica, pero imposibles para quienes no lo son.

Se sospecha siempre, en todo mira un “complot” y se afana en argumentos para hablar de esas potenciales amenazas e idea el ataque preventivo, y de este modo, quedará justificado lo que suceda, ellos son los culpables, nosotros no.

No se tienen pensamientos de responsabilidad ante situaciones anómalas y se ve ajeno, esa maldad viene de los otros, por ello, revierte las causas, el otro, culpable, aporta los motivos para ser destruido.

Se tiene delirio de autorreferencia, y desde éste, se auto adjudica cualidades de perfección, honorabilidad, y desde su magnanimidad se siente asediado, está seguro de celos de los demás, por su valía y desean su aniquilación. Se percibe con una moralidad prístina.

El perdón es un acto imposible en la personalidad paranoide, perdonar implica reflexionar y dudar del culpable y esto atenta contra su verdad petrificada, modificar sus ideas, sería una herejía.

La paranoia, tiene puesta la mirada en el futuro, pero es un futuro atento a los ataques del adversario, intenta siempre adelantarse para atacar primero. Con esta forma de pensar se lanza por una pendiente, cada sospecha exagerada pulsa acciones que van en rodada, llegando al punto, en que nada pueda detenerse, no se puede ceder.

Ausencia de autocrítica, pues no puede revisar hacia dentro de sí mismo, sólo ve hacia fuera, y por ello, no se percata que sus planteamientos, son lógicos en su fantasía delirante, pero son imposibles, no percibe que eso que se considera coherente en su lógica, es contradictorio, que lo que le parece humano, es inhumano.  En su mente delirante, todo es blanco o negro y así, avanza hacia sus proyecciones paranoicas en las que pone toda su fe, sin ceder.

Pero si tiene temor del tiempo, por ello, siempre tiene prisa, no da tiempo a la revisión de sus ideas, no soportaría ver un error, no puede dejar que el tiempo, muestre algo que le rompa su estructura en la que se protege así mismo de un sufrimiento que no puede enfrentar, evita mirar la matriz de su fragilidad.

Se encierra en un sistema de ideas guiado por dogmas de fe incuestionables que le propicia una rigidez de pensamiento que le induce a cuidarse de los enemigos.

Y los más amenazante, sólo es capaz de reconocer a otros con las mismas tendencias paranoicas, muy preocupante, porque nos lleva al otro asunto, las “paranoias colectivas”, las masas humanas enardecidas capaces de cualquier arbitrariedad sin dejo de culpa.

¿Y de qué trata la paranoia colectiva? La personalidad paranoica desconfía de todos, pero busca compañía, y no para confiar, sino para ayudarse con otros paranoicos a cuidar que se cumplan sus proyecciones.

Zoja nos dice que el mundo actual aporta procesos que movilizan nuestra paranoia ancestral, la desconfianza.  Para ello, mucho ha contribuido la filosofía romántica que nos dejó claro hace tiempo, el problema de la existencia, esto es, ser conscientes de que somos lanzados al mundo hecho quien sabe de dónde, y ya en esta vida, hacernos cargo de nosotros mismos y del mundo hostil que nos recibe. Y la verdad, desde nuestra naturaleza biológica, nacemos siendo puro deseo y sin quererlo, poco a poco debemos adaptarnos, negociar nuestros deseos innatos, gobernarlos para dar paso a la mente razonada (en este proceso, muchas veces vivimos situaciones difíciles que se resguardan en la memoria, dicen los psiquiatras, nuestros traumas), nos vemos de pronto, buscando caminos de salida a nuestras necesidades existenciales, debemos aprender a vivir con dignidad en la vida con los otros, nuestros congéneres, quienes igual, están en sus batallas existenciales. 

Pue sí, esto de sabernos en el reto existencial de la vida, no ha sido fácil, antes, se tenía fe en un ser superior del que se venía y al que se iba, había un origen y un fin, y esta fe, ayudaba a soportar las inclemencias del existir.  Hoy, todo aquello que arraigaba se ha fracturado, y sigue esos destellos de fe en sea, pero por más que buscamos asideros, no dejamos de sentirnos solos, cargando con nuestro propio mundo interior con el cual tenemos que lidiar y aprender a gobernar para pertenecer al grupo, pero también, está la responsabilidad ante la realidad exterior que nos pone exigencias para incorporarnos a ella sin quedar marginados, excluidos, cancelados o como se diga, fuera de todo.  Así que estamos en problemas, porque en momentos así, no es ilógico que nos invadan emociones que nutren nuestra desconfianza.

En el libro se describen situaciones históricas, en la que personalidades paranoicas dejaron escritos capítulos que no deseamos repetir cuando son revisadas con una madurez crítica, en esos momentos ausente. Con detalle, se narran momentos de la primera guerra mundial, de la segunda, se destacan personajes como Hitler, Stalin, y otros cercanos cuyas decisiones desde el poder, movilizaron a las masas humanas hacia la realización de masacres humanas que nunca encontrarán una explicación sensata, sino que las veremos justificadas por una serie de racionalizaciones fantasiosas, delirantes, completamente paranoicas, que fueron expandidas como una pandemia psíquica que contagió hasta las mentes más lúcidas. 

¿Cómo se logra que las personas respondan más al instinto que a la razón evolucionada? ¿Cómo un grupo de personas se vuelven una masa humana gobernada por una creencia ficticia, irreal para atacar a congéneres? ¿Cómo se pasa de ser una persona que sabe en sociedad, a ser parte de la muchedumbre, de una plebe irracional? ¿Cómo puede obviarse proceso racional para dejarse llevar por lo instintivo? Estas preguntas son mías, y me las respondo con estas ideas de Luigi Zoja.

Por un lado, tenemos la tendencia globalizante del mundo, que, si bien une en procesos, formas de vida desarrollada, hace más evidente nuestras diferencias, y desde éstas mismas nos separamos, cada vez son mayores los grupos de excluidos de lo que une, y los desiguales se van separando, formando minorías aumentan.  Esto de sentirnos diferentes, únicos, solos, excluidos de las promesas de progreso en las que algunos existen, es motivo de envidias, celos, odios, alimento para la paranoia, de ahí que la globalización, el progreso bajo el dominio económico actual, los ricos, los diferentes, se ha vuelto una amenaza. Es tiempo de paranoias, donde los usurpadores suelen emerger e imponer, contagiar a muchos sus delirios de poder de los cuales resulta muy complejo salir bien librados.

La globalización del mundo y los procesos de diferenciación que se abren a su paso deja brillar viejas ideas nocivas para la armonía social. Tenemos los nacionalismos, que para Zoja son paranoia colectiva pura, ya que se nutre con ideas darwinianas, racistas que orientan a las personas a agruparse en un espacio, un pedazo de tierra en la que erigen su identidad jurídica que les valida como “un nosotros” frente al mundo, y creyentes de su pureza identitaria, excluyen a todos los que no se apeguen a sus principios crípticos, inamovibles. Se hacen poemas, se levantan monumentos, se cantan himnos, que exaltan emociones y sentimientos sobre la valía del “nosotros nacional”, no se reflexiona, solo se palpita una solidaridad que fluye como una contaminación psíquica, como una forma de cultura, una emoción colectiva latente que en ciertos momentos se siente autorizada a manifestarse ya en un juego de futbol, ante una amenaza a la valía nacional.

 

Del nacionalismo, surge otra forma de cultura saturada de matices, el populismo donde se tiene la finalidad de recobrar el poder en manos de grupos de élite, corruptos, mafiosos. Esta lucha es guiada por un líder carismático a quien apoya electoralmente lo que se denomina pueblo, grandes grupos desairados de las promesas de los partidos, quien creen en su nuevo líder para formar una nueva nación para ser un pueblo virtuoso, alejado de las élites corruptibles y viciosas. Aquí, el grupo de los buenos, alimentados de los ideales fantasiosos del líder, en contra de la otra parte del grupo nacional, viven una estrambótica paranoia, se torna masa, muchedumbre, plebe que piensa solo lo que el líder propaga contaminando sus mentes.

Si damos una mirada al mundo, nos podemos reconocer en tiempos donde se lucha por nacionalismos, como es el caso de los palestinos e israelíes, en medio de instalados y naciente populismos y por consecuencia, son cultivo de paranoia colectiva. ¿Será por este desajuste entre le evolución de la cultura, la ciencia, la tecnología y nuestro desarrollo cerebral? Puede ser un ángulo de análisis, pero lo que es real es nuestra creciente fragilidad humana, nos sentimos disminuidos en afectos, en la capacidad de comunicarnos, y como dice Zoja, sí nos necesitamos, y en esta disminución hacia lo instintivo, nos hacemos de los otro, la razón de nuestros males, vemos al “otro” en negativo, y los vemos ahí, para desconfiar, para cuidarnos de ellos, para exterminarlos en formas sofisticadas.

Y necesitamos reconocer, que, siendo estas personas, solas, marginadas, resentidas, frágiles, seremos fácilmente manipulables cuando se aparece alguien que da salida a estas emociones, es nuestro salvador y las conduce hacia su causa, a esto, Zoja le llama, “rédito paranoide”, esa persona nos usa, llega y cosecha toda nuestra humillación, dolor, frustración y lo encausa a sus fines de poder personal, para vencer a sus propios adversarios.

Pues de esto habla tan largo, largo libro, del peligro de caer en un estado paranoico, del que según interpreto no hay cura. Pero en especial, se entiende que, en algún momento de nuestra vida, algo no resuelto nos orilla a actitudes paranoicas, nos inventamos enemigos con quienes luchar. No es fácil reconocer nuestro dolor y abordarlo, preferimos evadirlo, fantasear con enemigos, colocar nuestras amarguras en otros rostros, para agredirlos de mil formas. Y lo peor de todo, en ese estado, somos un billete en blanco para un abusivo que se sienta con la libertad de utilizar nuestra patología en el incremento de la propia y haga prosperar paranoias colectiva.

Luigi Zoja dice que una buena educación ayuda a que estos patrones de conduta paranoica disminuyan, no aclara que tipo de educación, pero sospecho que se trata de una educación ciudadana que ayude a que las personas se reconozcan en un tiempo y espacio, tengan nociones de qué problemas son herederos, cuáles otros se aproximan, qué papel que juegan en ellos, tener formación para revisar pros, contras.  Además, explorar ideas sobre quienes somos, reconocer que la convivencia humana deja lastimaduras, aprender a trabajarlas con madurez, y valorar que somos mejores juntos que separados, es mejor esforzarse en emociones alegres, gobernar las tristes; asumir esas responsabilidades que podamos atender, no procrastinar, hacer lo que se necesita en su momento… y ya. ¿Fácil? Nunca, educar es un reto humano.

Frente a este libro, sin duda, cabe preguntarse ¿Para qué educar? A reserva de que lo piense mejor, la educación es para convivir con nuestro propio lado animal, aprender a reconocer nuestros instintos ancestrales, pues ahí están incrustrados en nuestro cerebro, y necesitamos gobernarlos con sabiduría para continuar evolucionando con dignidad.

Este libro es un imperdible en estos tiempos de latentes paranoias. Dejé muchas ideas por explorar, quedan invitados a leerlo.

 

 

 

domingo, 24 de agosto de 2025

Ana Carrasco-Conde. La muerte en común. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024. Edición Electrónica.

 


Ana Carrasco-Conde. La muerte en común.
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024. Edición Electrónica.

 El libro que comento termina con este poema…

 

“La muerte nos convierte en niños desconsolados,
desubicados, desconcertados.
Que cantan en una ciudad sin muros
dentro de una prisión
palabras de consuelo ante lo irremediable.
Como quien derrama el dolor en el interior
de un poema
su contorno es el vaso que llenamos
la caja negra que construimos tras el golpe
en nosotros.
Y allí por donde vamos un océano interior nos encuentra
 y en ese encuentro se abre una ausencia
común.
Resonando en re menor
bajo el peligro de las sirenas
quedamos suspendidos hasta despertar.
Un corte sin tránsito
que saltamos aislados desencantados.
La muerte agazapada en el rellano.
Somos nosotros los cambiados
en los verbos conjugados escuchamos ahora
el colibrí.” Pág. 318-319

Y les comento, cada uno de los versos que componen este poema, es el nombre de cada uno de los apartados y sus subcapítulos del libro. 

Ya había notado a Ana Carrasco, este estilo de armar ideas, lo vi en el libro “Decir el mal”, pues al leer su índice, se aprecia un mensaje en clave que invita a asomarse a las ideas que se ofrecen en cada capítulo.  Muy original, sin duda.

La autora, tiene estilo ensayístico donde subyace la intención de conmover, de emocionar, de hacer sentir algo a su lector, y me parece que esta es su forma de hacer en acto lo que promueve en ideas, es decir,  ha vuelto su escritura su modo de “vida buena”, de vivir una vida reflexionada, nos hace sentir que ella se asume inexorablemente en nosotros, sus lectores y por ello, como seres intra-intersubjetivos nos dice, que nos andemos con cuidado en nuestro roce con los otros en donde somos, y ellos son en nosotros, que no les generemos daño, y si hacemos alguno sin intención, ameritará reconocerlo, hacer algo.  Pienso, que, como escritora, ella se esfuerza por hacer carne las ideas que va descubriendo, desmenuzando, y que con amorosa escritura nos comparte.

Pués leído está y pienso, que contiene tres grandes bloques de ideas que necesitamos rescatar del fondo de nuestro saco de olvidos sobre la muerte: primero, que morir nos es  inherente, todos morimos inexorablemente; segundo, que el morir un ser amado nos “muere” (no sé si sea correcto decirlo así, me arriesgo consciente del mi ignorancia), que la muerte por ello es en común, y por ello, necesitamos reconstruir nuestra relación con quien muere, pues sin bien ya no está presencialmente, vive en nosotros, se queda en lo que nos hereda; tercero, hoy, necesitamos reflexionar más este suceso, pues si la muerte de un ser querido, nos muere, y no sabemos tratarlo, esto puede ser fatal, podemos ser una sociedad de muertos en vida al no procesar correctamente la  muerte y reconstruir nuestra relación con quienes fallecen.

Pues bien, a lo largo del libro, se nos cuenta que somos una diada, somos vida-muerte, desde el primer respiro, el momento de morir está activo, y lo original en este planteamiento, ella dice, que de ese “nacer-físico”, nos movemos hacia un cambio, que en el último respiro cambiamos nuestro ser óntico, es decir, de cosa mutamos a un “vivir-en-los-vivos”, a quedar inmersos en las personas con las que compartimos la vida, que seguimos en la huella que dejaron nuestras pisadas físicas tatuadas en la subjetividad de todos ellos, con quienes nos compartimos en vida.  ¿No es una hermosa idea? Morir da miedo, pero pensar en esto, nos hace cuidar lo que hacemos en vida con igual terror, no queremos ser odiados y olvidados, pienso (ella no lo dice).

Sin embargo, aunque lo anterior da esperanza, no deja de reconocer lo complejo moverse a este lado luminoso del hecho de morir.  El dolor de ver inerte a un ser que amamos (padres, hijos, hermanos, amigos, la lista es larga), es un momento que desgarra, que oscurece, que enmudece, que nos “muere” valga la expresión que yo misma siento rara, pero me ayuda a expresarme. 

Cuando alguien muy cercano pierde su calor, el brillo de sus ojos, se extingue su voz, dependiendo el grado de vínculo relacional, con su pérdida física, también se lleva algo de nuestra vida, nos deja un hueco, y entonces, nos sentimos faltos de quien ya no respira, no nos habla más, no nos mira, y no encuentra modo de llenar ese pedazo de vida nuestro que se nos arranca y se lleva quien muere.  Entonces, nos convertimos en dolientes, el llanto, la tristeza, la pena, mil pensamientos y sentimientos de “hubiera” nos inundan, sentimos que nada nos calma, el dolor-doloroso, va llenando ese “hueco” dejado por quien fallece.

Ante esto, tan real, Ana Carrasco, acude a la historia de la filosofía y rescata momentos donde filósofos, pensadores, han abordado reflexivamente este asunto del que nadie escapa, todos morimos, a todos se nos muere alguien, y entonces, sentimos el morir en vida. Con lucidez, nos va contando, las formas que, en otros momentos de nuestra historia, la muerte fue afrontada, y en esa revisión, rescata la práctica del rito funerario. 

Va contándonos, como se vivían las pompas fúnebres, nos explica algunos cánticos y poemas que se componían y cantaban hasta en coros para sacar del silencio ese dolor que ahogaba a los dolientes en sus penas; habla de piezas musicales que primero abordan las emociones más tristes y terminan con destellos de ritmos y avisan de la importancia de moverse de emociones tristes, a emociones de auto-rescate.

Así, deja ver la importancia de los rituales mortuorios de antaño, que no eran sino otra cosa que tiempo, un tiempo necesario que permitía vivir el duelo, un tiempo para procesar ese asalto a la vida y aprender a soportar esa pena innombrable, un tiempo para procesar y reconstruirse para seguir en la vida, llevando ese dolor, que nunca desaparece, pero ya no se vive en el grito, en la orfandad, sino en la comprensión que todos mueren, que morimos, y los muertos, se honran con amorosos recuerdos, si eso propicia su vida, o se olvidan si es necesario. Enfatiza en esto, que antes, los rituales funerarios, eran en comunidad, algo que hoy la vida civilizatoria actual ha confinado en las funerarias, y pésames casuales. 

En aquellos rituales, los dolientes se sabían acompañados, y se sabían con tiempo para procesar ese golpe, para asumir ese momento no esperado, el ritual aporta símbolos, mensajes, un sostén que permiten al doliente procesar ese dolor que le dobla, ese dolor insoportable, en el ritual funerario, se deja sentir que se comprende que todos mueren, que no es un castigo, sino que es el pasaje de lo viviente-presencial a lo viviente-amoroso, al acuñamiento de la comunidad, donde se reconoce que quien murió nos dejó un tesoro de vivencias, de recuerdos, de ideas, que ahora estarán siendo parte de todos, que morará en el recuerdo de todos. Con esta comprensión, el doliente tiene tiempo, con el ritual, procesa su pena, comprender el suceso inevitable, y sufre la ausencia física, pero honrando el recuerdo comprende que quien falleció vive en él por lo mejor que le aportó, se concentra en las ganancias, dice ella. De esta forma, el ritual funerario, aporta tiempo, permite el duelo, permite enfrentar la melancolía, la añoranza, y ayuda a soltar amorosamente ese deseo de lo ya no se tiene, y se le ponen alas ese cuerpo, que ya no vemos, pero sentimos como las alas del colibrí, quien se hace presente sin ver sus alas.

Y así nos va contando bellas historias sobre rituales, sobre explicaciones de cómo muchos han reflexionado sobre esto que no es connatural, la muerte, e igual nos avisa de los peligros que de la pérdida física de quien amamos, a quien consideramos sin pensarlo “eterno”, pero en un momento ya no está y quedamos en “shock”, detenidos en ese tiempo, paralizados en ese momento, encerrados en ese hueco que deja la ausencia-presencial del ser que amamos, y si esto perdura, poco a poco, pensando en esa muerte, vamos muriendo en vida, nos volvemos muertos-vivientes.

¿Cómo sucede esto? Ana Carrasco lo explica como el predominio de emociones negativas, para ello recurre a lo que entiende por “eros “y “póthos”, eros, como sabemos, aludes a emociones que unen sin atar, es un sentimiento que encuentra, y ata-soltando, que permite autonomía de quien se ama, se le impulsa, se le espera, y si hay que dejarlo ir, se le suelta por amor.  En cambio póthos, inspira aferramiento a lo que se desea, lleva al anhelo de lo que hemos sido privados, nos orienta a buscar en ese hueco que deja nuestro fallecido, y esa vida que ya no está nos duele y duele más, porque se busca lo imposible, no se comprende el vínculo vida-muerte, entonces nos hundimos más y más en ese hueco, arrastrados hacia la eterna temporalidad detenida de quien fallece, y extraviados en ese momento, la revivimos como una muerte sin fin queriendo rehacer las cosas, volver al momento anterior del suceso, y nos hundimos más en ese sufrimiento. En tal actitud, nos desatamos de nuestra propia vida, quedamos aferrados a la ausencia, a la carencia del difunto sin comprender nada, cegados viendo la muerte como infortunio, y no como consustancial a lo vivo.

Y ¿Qué si es posible para avanzar por la vida en que seguimos los dolientes?

Una manera de salir de ese momento tan doloroso, dice ella, es darse tiempo, pero no eso de que “que pase tiempo” y ya, no, se trata de hacer esfuerzos para reconstruir la relación rota por la ausencia física; antes nuestra relación, era presencial, ahí estaba nuestro ser amado, pare reír, para molestarnos, para estar juntos, para mil cosas, nos sabíamos acompañados por él para siempre, pero sucede de pronto que no está, y todo eso que era, ya no es, se trata de conjugar los verbos de otra forma, ahora será “fue” y un “será” que se esperaba, y se vuelve un problema a resolver. Se necesita hacer este pasaje, se requiere un trabajo personal y comunitario, donde cada uno y todos los implicados en esa relación intra-intersubjetiva, tengan tiempo para aprender a conjugar de otra forma los verbos de la vida.

Por tanto, el duelo, si bien es tiempo, es un tiempo para reconstruir sentimientos, pensamientos, es un tiempo para procesar esa muerte en común, ¿común por qué? porque quien murió, nos “muere” algo de nosotros, al morir quien amamos, en algo morimos todos los implicados con esa vida y por ello, los vivientes sienten un agudo dolor; los vivos si sentimos la muerte, por ello necesitamos reconstruirnos y reconstruir la relación con esa persona que ya sólo está vida en nuestros pensamientos, nuestros recuerdos, en las cosas que dejó, ahí sigue presente, la seguimos sintiendo ¿cómo vivir con esta nueva forma de presencia? Ese es el reto personalísimo.

Se trata entonces de dar una especie de vuelta de tuerca, o ver de otra forma del vaso medio vacío, de darnos el tiempo para reconstruir nuestra relación con las personas que abandonan su estadía física, pero se quedan en nosotros, en las palabras, en los recuerdos, en los objetos que dejó, en lo que hizo en esta tierra. Y esto se hace valorando el tesoro de “ganancias” que son esas aportaciones dadas a nosotros en vida, es decir, tenemos su amor, ese amor que nos dejó y con todo ello, necesitamos colocarlo en ese hueco que dejó la partida, así, poco a poco, se llenará de otro modo, cobrará otra forma, pero ahí estará lo amoroso de quien cambió su estado física, y también estará nuestro amor vivo, conteniendo cálidamente el recuerdo, soltando, sin olvidar, alejando la melancolía, la añoranza que induce a desear lo imposible, se trata de buscar y encontrar aquello que honre su presencia-ausente. Siguiendo a Javier Gomá, pienso que diría, darle “dignidad” (peor quien sabe, sigo siendo una ignorante de muchas cosas)

Ahora bien, ¿podemos hacer esto? nuestro gran problema en estos días en que nos ha tocado vivir, los rituales mortuorios desaparecen, los tiempos de duelo se evitan con trabajo, con pastillas que adormecen el dolor.  Hoy la muerte queda encerrada en una casa funeraria, un entierro y algunos pésames.

Aquel tiempo de rituales, de pompas fúnebres, de canticos y poemas para honrar la muerte, las ceremonias luctuosas tuvieron sus contextos, tenían un función social, cultural. Eran acciones que aliviaban el dolor de los dolientes y de la comunidad afectada, pero hoy, es otro mundo, vivimos otras situaciones, somos producto de un tejido social muy diferente, somos hijos de otras comunidades, como las redes, el internet, vivimos de otra forma el tiempo, hoy el futuro parece estar en el presente, el tiempo pasado se ve muy lejos y así vamos constituyéndonos, esto de lo intra-intersubjetivo se da unas maneras muy distintas a hace 100 años, ni que decir, de hace mil.

¿Hoy cuáles son nuestros rituales? ¿En qué vida cotidiana nos constituimos? ¿Cuáles son nuestras ansias de vida? ¿En qué creemos? ¿La muerte de nuestra vida la llegamos a sospechar cuando menos? ¿Nuestra longevidad actual nos aleja de la idea de morir? Y ¿Cuándo alguien muere como se duele ese dolor? Y…

Pue así va el libro, no sé si atrapé el sentido, lo mejor sería que cada uno lo leyera y sacara sus propias conclusiones, pero, aunque la escritura es fluida, las ideas bien ligadas y que en la medida en que avanzan se crecen como una melodía, como dice ella, que inicia en re menor (que entristece, conduele, reúne) se mueve al re mayor (que explota en emociones de salida jubilosa), tiene el inconveniente de ser una escritura filosófica y ahí está el detalle…

El libro lo compré hace un año, tenía temor de leerlo por mi carente formación filosófica, pues como saben, formación magisterial adolece del manejo de fuertes conceptos teóricos, y eso de leer y encontrarse con tantos nombres que van desde Sócrates, no sé cuantos más filósofos griegos, hasta Aristóteles, lo mismo autores de la edad media como Agustín de Hipona, de la modernidad como Hegel Heidegger, Schiller, y otros, Freud y más…en fin, varias páginas de bibliografía al respecto, la verdad, imponen.

Por esto, preferí leir durante un año otras fuentes, me di tiempo (darse tiempo de trabajo, como ven, si ayuda)  y por fin me atreví.  Y esto fue lo que sentí, pensé, logré escribir… espero no haberme salido del espectro de ideas que dibuja, que la verdad, son muy luminosas, es un libro que, en otro momento, estoy segura, volveré a leer, y espero con más formación filosófica, pues hay muchas ideas por explorar, esperando que mi muerte, no me asalte antes.

martes, 22 de julio de 2025

José Antonio Marina. La vacuna contra la insensatez. Tratado de inmunología mental. Editorial Planeta, 2025, Barcelona, España. Edición Electrónica.


 José Antonio Marina. La vacuna contra la insensatez. Tratado de inmunología mental. Editorial Planeta, 2025, Barcelona, España.  Edición Electrónica.

 La Inteligencia, no trata de ser “listos”, probos en la solución de nuestros asuntos, cualquiera que estos sean, sino en asumirla como la “gran solucionadora” del suceso en el que estemos situados y al hacerlo, tal esfuerzo no se vea como un acto meramente cognitivo que explique lo realizado, sino ser capaces de reconocer en ese resultado cómo convergen lo bueno, lo bello, lo esperanzador, con lo cual, se hace de nuestra inteligencia un acto ético.  José Antonio Marina, nos avisa que confundir a las personas «listas», que van a lo suyo y nadie los detiene, con esas otras personas «inteligentes», quienes tienen aspiraciones hacia  lo universal, que contienen lo mundano hacia su mejor despliegue, es entrar en los terrenos de la estupidez.

José Antonio Marina es un filósofo de la educación, y en este libro se afana en decirnos que somos unos seres humanos resultantes de una larga y azarosa evolución, de una tozuda sobrevivencia que inició por instinto, hasta lograr formas de vida orientadas por la razón; una evolución sin plan prefijado, que ese ha dado a “salto de mata”, dejando experiencia, aprendizajes, modulación de conductas, habilidades que fueron mutando, preparando a los descendientes de cada generación con mejores estrategias para responder a los adversos entornos naturales y de convivencia.

Y aquí estamos con unos 300,000 mil años de historia, un largo tiempo invertido para movernos de lo instintivo a lo racional producto de complejas adaptaciones-mutaciones genético-biológicas, que hoy nos permiten poseer una mente inteligente, capaz de grandes argucias intelectivas que resuelven problemas día a día que facilitan las formas de vivir, y también, es triste reconocer, las empobrece.

Pero, aunque nuestra evolución es asombrosa, no es del todo perfecta, sigue en su proceso evolutivo, mejorando, y sobre todo, negociando con viejas herencias de nuestra inteligencia ancestral, esos primeros actos de raciocinio de nuestros centros nerviosos ahí están, en silencio, pero no ajenos a la vida presente, les llama “puntos ciegos por resolver” o modos de pensar-sentir de otros momentos, que hoy soy son inconsistentes, inadecuados para los nuevos entornos de vida.  Siguen ahí, en nuestra mente, y cuando afloran, son “trampas cognitivas y emocionales” en las que caemos irremediablemente y nos hacen vivir situaciones de sufrimiento, es decir, lo que otro momento fue lo óptimo para la sobrevivencia, hoy se torna una trampa que nos entorpece. 

Por tanto, el reto que nos plantea José Antonio Marina es reconocer esos puntos ciegos de nuestra inteligencia, aprender a moverse y apartarse, orientarse por una inteligencia que huya de sus propias “involuciones” y así, evitar que quedemos emboscados los puntos ciegos heredados de nuestra inteligencia primigenia.

Al reconocer estos “fallos evolutivos” o procesos inteligentes que perduran de nuestra mente ancestral seremos sensibles a la dificultad que tenemos para coordinar aquellas viejas tecnologías-neuronales con las tecnologías-neuronales-modernas.  Aquellas arcaicas redes neuronales son cimiento de la mente moderna, se activan en nuestra ignorancia y nos inducen a actos equivocados que nos desorientan, si las detectamos, podemos tomar el control y salir de las trampas.

El libro inicia, aclarando el uso que dará a algunas palabras como:

“INSENSATO: Que ha perdido el seso. Carente de sentido común, de buen juicio y de capacidad de aprender. Que hace estupideces a sabiendas y tira piedras contra su propio tejado.

KLUGE: Palabra procedente del mundo de la Informática, pero aplicable también al cerebro humano. Chapuza evolutiva. Solución eficaz, pero que tiene puntos débiles. Fallos de diseño que hacen vulnerable a un sistema.

PATÓGENOS MENTALES: Herramientas mentales que favorecen la manipulación de las víctimas, aprovechando los kluges:

a) Noticias falsas.

b) Virus mentales. Información cognitiva o afectiva que perjudica el funcionamiento de la inteligencia, provocando errores previsibles.

c) Marcos de insensatez. Estructura compleja de noticias falsas y virus mentales que configura una concepción del mundo. Por ejemplo, las ideologías.”

Y jugando con estas ideas, afirma que gozamos de una inteligencia moderna, reflexiva, educada, capaz de utilizar lógicas formales, de planear, de resolver problemas, pero a la vez, no está exenta a equivocaciones, a vivir derrotas.  Nuestra inteligencia con su enorme evolución comete errores debido a causas diversas entre ellas la ignorancia, olvido, malas inferencias o distracción, situaciones indefinidas, inadecuados contextos, mismas que podemos revisar para aprender de ellas, y volver a intentar la superación de los errores. Pero una cosa es equivocarse y otra es la insensatez, ya que equivocarse implica reconocer un problema y la falta de elementos para resolverlo, de hacer otras pruebas, nuevos intentos; equivocarse, reconocerlo permite avanzar.

En cambio, la insensatez surge cuando el error cometido, deriva de una mala concepción de la realidad o de un mal uso persistente de la inteligencia, que, sin previsión, carente de protocolos que orienten salidas lógicas procede sin perspicacia, bloquea la capacidad de aprendizaje, acepta informaciones inconsistentes que propician una serie de torpezas encadenadas con desenlaces imprevistos, nada deseables.  Este modo de proceder sucede en lo que llama «marcos de insensatez», que es una compleja red de malas informaciones, trampas cognitivas y afectivas, falsas creencias y torpes emociones desbocadas, que desembocan en lo absurdo, en la carencia del más mínimo o sentido común, o sea, una estupidez, bueno, suena mejor, insensatez.

Quedar atrapados en estos “marcos de insensatez”, habla de la incapacidad que se tiene para escapar de las trampas que nos pone nuestro propio cerebro, mismo que en su  eficiencia en el uso de energía, hace uso de la información que posee, de sus viejos caminos neurales hechos, y con ellos responde a botepronto, es decir, se hace uso de un “atajo mental” y responde, pero la interpretación de la nueva realidad puede ser deficiente, inexacta, errática y con esa percepción distorsionada, limitada, tomamos  decisiones que pueden no ser las mejores.  Estas trampas cognitivas son diversas, el autor también les llama kluges, que entiende como modos de solución improvisadas, o respuestas torpes en la solución de un problema, una especie de chapuza, o "arreglo temporal", (nosotros le llamarías “chicanadas”) una solución rápida pero no siempre optima con consecuencias no previstas.  Nos hace una lista:

Tenemos a las “ilusiones perceptivas”, de las cuales podemos ser víctimas, y el reto es tener claridad de cuando una imagen o representación puede ser sugerida por la imaginación o un engaño de los sentidos, porque no podemos eliminarlas, penetran por el sistema perceptivos antes que de los sistemas cognitivos de más nivel y ahí está el peligro. Ejemplo: “Sabemos que la Tierra se mueve alrededor del Sol, pero eso no impide que sigamos viendo que el Sol se mueve en el cielo.”

También tenemos lo que denomina “limitaciones de la atención”, que se explica como un desfase entre la atención mecánica y la atención por voluntad de la persona. En algún momento de nuestra evolución humana, la inteligencia humana se separó de la inteligencia animal y fue precisamente fue cuando la atención mecánica dejó de estar dirigida por los estímulos del entorno y quedo bajo la dirección del sujeto, sin embargo, hoy sabemos, que no siempre el lado racional gobierna el lado emocional, por ello, nuestra atención voluntaria flaquea cuando algún estímulo atractivo o potente aparece en el horizonte, entonces, aquella vieja atención automática lleva la delantera, pues es más fácil, no gasta energía, mientras que la voluntaria es costosa y frágil, no podemos mantenerla durante mucho tiempo, en cambio la automática se deja llevar por la atracción de los estímulos que la surten de energía y quedamos adormecidos por sus destellos.

Otro kluge o chapuza evolutiva, es nuestra “memoria”, pues si, se debe a que es asociativa y esto, aunque aumenta su eficacia, también la vuelve fragmentaria y contextual y nos invade de vulnerabilidad, ya que pensar por partes y enraizadas a un contexto, altera el recuerdo que, a su vez, lo asocia con redes de recuerdos diferentes.  Nuestra memoria termina asociando, recuperando recuerdos a su manera, y olvida a su manera. Olvidar es beneficioso, pero a veces olvidamos cosas esenciales sin una explicación que puede traer graves efectos.

Otro más, es “el poder asociativo de la inteligencia” un kluge interesante porque propicia un mecanismo ambiguo de asociación de cosas, esta chapuza mental nos hace asociar cosas para dar lugar recuerdos  sin sustento, a ocurrencias a las que damos crédito total.  Esta característica es favorable para el creciente desarrollo de una cultura de la persuasión, de tal modo que se puede influir en la forma de pensar o sentir de una persona presentándola algunos señuelos que despiertan las asociaciones que interesan a quienes los promueven, ya sean poderes políticos o económicos.

También tenemos la ancestral tendencia a inteligir situaciones concretas, sobre cosas materiales, pero hoy, con el desarrollo del pensamiento abstracto podemos lograr un razonamiento lógico, formal, sin embargo, esto contradice aquella ancestral forma de pensar primigenia, y a momentos, quedamos atrapados en razonamientos que son materialmente verdaderos, pero formalmente incorrectos, es decir, son razonamientos muy limitados al aquí y al hora, que no pasan la prueba al aplicarse a otros contextos.

Debilidad numérica.

La inteligencia humana es analógica, se mueve a través de parecidos y similitudes y esto propicia una “debilidad numérica”, es decir, calculamos mal, pero interpretamos bien el contexto con los datos posibles, pero factible a tener desfases, por ello la importancia de las matemáticas, que si las aprendemos bien, se compensa esta deficiencia.

Y tenemos también las famosas “disonancias cognitivas”, esta «trampa cognitivo-afectiva» consiste en la necesidad de coherencia entre lo que pensamos y la disparidad de informaciones, acciones, sentimientos y creencias con que a diario nos enfrentamos, no toleramos este desfase y a como de lugar, buscamos hacer que el afuera caótico diferente, se vuelva compatible a las nuestras para mantener un orden, el sentido de vida.  Necesita pensar que actúa de acuerdo con su propia imagen y sus propios valores. Lo ideal sería reconocer que tanto el afuera como el sujeto están sujetos a cambios, y si por cualquier motivo su comportamiento cambia, también cambian su propia imagen y sus valores para mantener el equilibrio.

Y no podían faltar los “sesgos”, unos cognitivos, otros emocionales y no pueden faltar los motivacionales; la lista es larga, nos dice que los psicólogos han identificado 188 sesgos, pero Marina sólo se va a centrar en algunos de ellos:

Los “sesgos cognitivos”, son una consecuencia de nuestras capacidades limitadas para comprender la complejidad de la realidad, y al no contar con todas las informaciones potencialmente disponibles y necesarias para determinados casos, le imponemos nuestra versión personal.

El “sesgo de disponibilidad”, como el causante de que, en cualquier suceso, le impongamos la primera idea que se nos viene a la cabeza y desde ahí, lo interpretamos.

El “sesgo de confirmación” nos induce a relacionar y aceptar con más facilidad toda aquella información que confirmen nuestras creencias o preferencias y rechazar lo que la contradiga.

El “sesgo de pertenencia” nos predispone a pensar conforme al modo de pensar, ser y actuar del grupo que pertenecemos.

El “efecto halo”, es el sesgo responsable de que extendamos un rasgo de una persona a otros rasgos distintos que suponemos, por ejemplo, podemos creer que una persona al tener buen aspecto físico tiende a ser además inteligente y buena, o lo contrario, que una persona sucia y fea, es malvada, indeseable.

La pasión como kluge, tiene que ver con reconocer que las emociones son como una especie de GPS que nos informa de nuestra situación, del entorno y de las rutas que debemos elegir; las emociones desde nuestros inicios tienen una utilidad biológica, y por ello se han mantenido evolutivamente, pero con el desarrollo de la inteligencia, se alteró su eficiencia, al ser capaces de pensar nuestras decisiones, las emociones como guías, dejaron de ser fiables, ya que si bien nos pueden orientar por conductas adaptativas y también pueden ser destructivas. La pasión, por ejemplo, puede ser una emoción muy poderosa que se adueñe de toda la mente del sujeto y tornarse en una trampa afectiva, como puede ser una pasión amorosa que enloquece, o la pasión por un poder sin límites, lo mismo que el amor al dinero. Sin embargo, podemos tener también una pasión por justicia, por la creación de situaciones que provean bienestar. La pasión viene con esta dualidad que la convierte en un kluge, puede dar energía iluminando o cegando, nos puede inclinar por el amor fraternal, o por crimen y cólera asesina. Los humanos vivimos en constante contradicciones donde la pasión es un kluge trágico.

El “placer” es otra trampa evolutiva, por un lado, puede ser el gran motivador, y por otro, hundirnos en agotamiento o cualquier forma de autodestrucción.  No podemos fiarnos, no son una guía segura, llevarse por los placeres exige cautela, pues es un mecanismo arcaico heredado con dificultades para integrarse a la vida moderna, hoy nuestros centros neurológicos de recompensa no son conductas prefijadas como antaño que respondían a los primeros usos de la vida humana, ahora, responden a complejas asociaciones, los centros neuronales del placer, se activan de formas diferentes la búsqueda del placer antes fue medio para estimular acciones importantes para la  conservación de la vida, hoy día, el placer se ha tornado un fin llevado a sus últimas consecuencias, por eso un kluge que puede ser destructivo.

El ser humano es deseante, tenemos deseos innatos, como el sexual o el anhelo de aceptación dentro del grupo, ambos son beneficiosos, pero también son kluges, trampas que pueden llevarnos a lo desmedido, lo alterado de una conducta, por tanto, el deseo necesita límites. Con el desarrollo asociativo de la inteligencia, podemos terminar deseando cualquier cosa, por lo que nuestro sistema emocional, afectivo, deseante nos coloca en contradicciones, un deseo sexual desmedido puede ser factor de violencia, destrucción, o la pertenencia a un grupo, nos lleva al deseo de exterminio de los otros. Cuidado con lo que deseamos sin límites.

Y tenemos la compleja tarea de “tomar decisiones racionales” que sean buenas, justas, que se necesitan, pero siempre, lo racional se cruzan con lo emocional y podemos iniciar con una idea, y terminar con otra cayendo en trampas emocionales justificadas por un razonamiento que encubre una atrocidad. La vida humana transcurre en comunidad, nos necesitamos para la vida en convivencia, relacional, pero también se tiende a tomar decisiones racionales que moralizan la vida en común, y en ese punto, la vida se encarcela en ideas que se piensa con buenas intenciones, pero que buscan pureza, lealtad, comunidad y a partir de ellas, se genera violencia hacia otros grupos diferentes.

Hasta aquí, he mencionado algunos de “fallos evolutivos” de nuestro cerebro, analizados por José Antonio Marina, esos procesos mentales que persisten y buscan acoplarse con el cerebro evolucionado de nuestros días. No los podemos desechar, ahí están, son parte de nosotros.  Son procesos neurales con los que inició el caminar evolutivo de nuestra especie, pero fueron superados por otras habituaciones que llevaron a nuevos procesos genético-biológicos y psíquicos que se trasmitieron a las siguientes generaciones sin desechar los anteriores, y ahora superados permanecen en nosotros y en momentos de poca reflexión, saltan en nuestra ayuda pero sin tener la capacidad de resolver los nuevos problemas de la vida moderna, al contrario, nos meten en situaciones poco convenientes que nos afectan, nos hacen chapuza al creer es lo adecuado, pero termina en algo lastimoso, y hasta dañino, en una insensatez de la que no queremos apartarnos. 

La manera de enfrentar esta herencia genética es someter estos kluges a una vigilancia epistemológica, es decir, pensar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras conductas, estar atentos de la calidad de lo que hacemos, lo que somos, lo que ponemos en juego, y así, cuidarnos de los errores en los que podemos caer hasta el fondo. Para hacerlo, necesitamos conocerlos, estar informados, saber más sobre estos kluges o modos de solución que provienen de una inteligencia que se siente eficiente, práctica, pero poco pertinente, se necesita cuidarnos de esas primeras ideas que nos gobiernas, pueden provenir de un kluge.  Por ello, se necesita una inteligencia capaz de construir nuevos tejidos relacionales atentos a los nuevos contextos, que sí busque y use sus recursos lo más actualizados, necesitamos una inteligencia dispuesta a seguir enriqueciéndose.

El autor, en este libro, describe con lujo de detalles como funcionan estos fallos evolutivos, y también nos cuenta cómo se hace un uso indebido de ellos por quienes descubren que podemos caer en esos estados de desorientación y los usan a su favor,  por ejemplo menciona el uso de la publicidad, el poder actual de los redes, de los político con sus demagogias e ideología, para todos ellos, estos fallos evolutivos se vuelven su matriz, los utilizan para manipular a su antojo, llevándonos a esos momentos de insensatez humana generadora de profundos estados de incertidumbre, crisis, belicosidades innombrables, etc., creyendo que hacemos cosas buenas.

De ahí la importancia de la vacuna, que según entendí, tiene que ver con ser conscientes de estos  fallos evolutivos en nosotros, que si bien somos un ser humano muy inteligente, nuestra inteligencia queda atrapada en ellos al caer en esas trampas o chapuzas mentales, por tanto, se necesita desarrollar una inteligencia que se vigile así misma, pensar y orientar sus procesos y productos hacia lo ético, que los resultados de nuestro pensar y actuar, como dice él, sean buenos y bellos al tener cuidado de no hacer daños intencionales, y si los hay seamos capaces de reconocerlos y atenderlos.

Bueno, el libro da para tanto, creo que sólo he podido recuperar tal vez un 75% del mismo, hay tantas explicaciones, ejemplos, notas de pie, que se me escapan en esta reseña como su discusión sobre el aprendizaje, la inteligencia misma como la vacuna, que ahora me parece minúsculo lo que he logrado escribir.

Solo me queda invitar a la lectura del libro, pues es un verdadero arsenal de ideas bien citadas, bien argumentadas, que invitan a leer otros libros para profundizar en este importante conocimiento sobre cómo funciona nuestro cerebro, un cerebro que necesita de una educación bien estructurada, documentada, capaz de reconocer esos “fallos evolutivos” en nosotros mismos, quienes educamos pues corremos el riegos de educar desde ellos, y sin saberlo activar esos fallos evolutivos en nuestros alumnos, que si lo hacemos aún en la ignorancia, se siente algo perverso.

Los maestros necesitamos ser expertos en esta vigilancia epistemológica, o metacognición, o vida reflexionada, como le queremos llamar, lo importante es cuidarnos de no caer en estas trampas mentales que nos hacen creer que hacemos el bien pensando simplistamente, engolosinados en los kluges, cuando en realidad es una insensatez, una vida docente llena de necedades, delirios incontrolables, imprudencias, irresponsabilidades, arrogancias, que sólo dejan sufrimientos y regresiones en la generación que nos ha tocado educar, y lo peor, no lo hemos reflexionado.

Me quedo pensando en las estupideces educativas de hice vivir a mis alumnos y ni qué hacer, lo bueno de esto es que ahora algo sé, y lo poco que aprendí, se los comparto.

A leer, a enriquecer nuestro acervo de conocimiento, para que nuestra inteligencia siempre cuente con recursos actualizados y pueda colocarse con pertinencia en la adversa realidad, impulsando la evolución de nuestra inteligencia hacia sus potencialidades, que nuestra evolución, no sea involución.

 

 

 

martes, 8 de julio de 2025

Susan Neiman. Izquierda no es woke. DEBATE,2024, Edición Electrónica.

Susan Neiman. Izquierda no es woke. DEBATE,2024, Edición Electrónica.

 

Leer “Los peligros de la moralidad” de Pablo Malo me exigió consultar otros libros para aclarar ideas, y una de ellas, fue esto de comprender qué es lo “Woke”, que en el libro mencionado se denomina como “Teoría de la Justicia Social”, y con tal título que lleva a pensar en esa eterna división entre pensamientos de derechas y de izquierdas. 

Cuando se dice Woke, se abre un paraguas que impone un modo de pensamiento, que se dice de tendencia izquierdista, es decir, que se apega a esos anhelados principios de construir un mundo justo y con progreso para todos, donde las ideas de igual, solidaridad, respeto a los derechos esenciales cobre hegemonía, pero sucede que no es así, pues de acuerdo a Pablo Malo, este wokismo, es uno de los enfoques más intolerantes y totalitarios que hemos conocido, dice que se equipara a una nueva religión que avanza y se impone derrocando aquellos límites tan largamente construidos, dejando que las personas busquen fines propios y busquen a otros con quienes comparten ese sentimiento y deseos, conformando grupos de fuerza tribal que nos imponen sus criterios empobrecidos, alejados del avance de las ciencias pero sí saturadas de subjetividad sin reflexión, arrastrándonos por un relativismo cultural que poco a poco nos vuelve en “nosotros” y “ellos”, y separados, alejados de ideas universales de justicia, progreso, solidaridad que nos orienten, nos adentramos por el lado oscuro de nuestra humanidad.

Pues con tal advertencia, me vi en la necesidad de consultar este libro, y en éste, la autora se esfuerza en decirnos que este movimiento Woke, no es la izquierda, es decir, que estos grupos de personas que se abren camino wokista, no siguen esos principios esenciales para la izquierda que buscan un compromiso con ideas universales donde entramos todos para lograr niveles de progreso y dignidad humana, ahora bien, que en la puesta en marcha se logren, es el reto político.

La autora reconoce que el mismo término izquierda no hace un buen anclaje en nuestro pensamiento, pues como todo, no se ha escapado de un uso equivocado, que ha sido cooptado por fuerzas negativas que lo alejan de los anhelados principios; así vemos países  o gobiernos que se dicen de izquierda y en el afán de imponerse han terminado con experiencias de exterminio, como son el Gulag de la Unión Soviética, o la miseria creciente del pueblo cubano, la pérdida de democracia y empobrecimiento de Venezuela; estar afiliados a ideas de izquierda no da garantías de lograrlo, por ello, en el libro, trata de exponer que sí es la izquierda,  y afirma, que lo Woke, no lo es.  

Inicia por defender lo que llama “universalismo”, es decir, ese progreso del pensamiento a lo largo de la historia, que ha ido dejando una herencia teórica, conceptos que abarcan explicaciones del mundo que nos permiten conocer, comprender, idear, son la matriz más imaginación, más pensamiento.  Ubica un florecimiento de estas durante lo que se ha dado por llamar “Ilustración”, ese siglo de las luces, donde filósofos, científicos, teóricos de varios campos inundaron el mundo conocido de ideas que permitieron definir un tipo de progreso, un progreso que se debatió entre quienes tenían ideas conservadoras, utilitarias, abusivas, y los que pensaban en la justicia social, el uso democrático del poder.

Con tales ideas-fuerza universales, porque en ellas cabía un sentido de humanidad, nos abrimos camino, y como es conocido, no todo lo que se sueña, se planea, sucede como tal, en su concreción enfrenta retos y no todos se superan, así, tal progreso tuvo sus desengaños, no siempre se logró lo justo para todos, con el progreso igual crecieron problemas para el desarrollo social, pero a la par, se fue dando un empobrecimiento en el progreso de las ideas, nuestra capacidad de reflexionar el mundo con ideas universales, se ha ido mermando, llegando al punto donde estamos en un “apagón” dirá Manuel Cruz, y en esta oscuridad, cualquier ideas puede empoderarse y abrirse camino.

La izquierda, nació en el siglo de las luces, en la ilustración, cimbró el mundo, generó cambios, los que el poder hegemónico permitió, pero en esa lucha por la defensa de lo justo se avanzó.  Hoy, sigue esta división, siguen existiendo los partidos de izquierda, pero ya  no abanderan aquellas luchas de grupos marginados, los obreros explotados, los pueblos marginados, la realidad es otra, son otras las reglas de convivencia y de fuerzas políticas, y hoy la izquierda, al perder sus grandes núcleos de mazas que defendía, se orienta hacia grupos marginales muy pequeños, y los cubre con su manto para el logro de sus fines, así, vemos a la izquierda defendiendo políticas identitarias y de género, feminismos, defensa de la raza, lo queer, la cultura de la corrección política, defensa de los obesos, de los animales, erradicar los pasados opresores, etc., y para ello, ha tenido que alejarse de debates teóricos, más bien, ha tenido de derruir discursos y quedarse con pedazos de teoría para erguirse y sostener sus posturas, sin reconocer que se quedan lastrados en ellas, y cada vez más empobrecidos se apoderan y empoderan con ideas que sólo se sostienen en el miedo a ser cancelados, excluidos, aniquilados por no pensar-sentir, lo que lo woke va imponiendo paulatinamente a todos.

Nuestra autora reconoce algunos responsables de este auge, son los pensadores posmodernos del siglo XX, aquellos teóricos que iniciaron con la denuncia de que el progreso anunciado en el siglo de las luces no era tal cual, y en esa denuncia, no hubo fuerza para plantear pensamiento alternativo para superar el desvío por el que se iba, sino que se dio por culpar, ¿a quién? A todos los discursos que hablaron del progreso, a todas las teorías, a todos esos relatos, y en tal desmontaje nos quedamos con las manos vacías ¿ahora en que se podía creer? ¿con que ideas capaces de guiarnos podíamos continuar?

Un autor en el que se concentra es Foucault, quien develó el asunto del poder, puso en la mesa el debate de que todos los discursos o relatos, o teorías existe poder, les subyace una fuerza que subyuga, dicta modos de ser, impone reglas que premian y castigan, abrazan o excluyen.  Y lo aclaró más, el poder no es privativo del poderoso, el poder, está en todos, todos somos poder; el poder se volvió relacional y con esto lo sacó del ámbito jerárquico-unidireccional, con lo que derrocó el mundo jerárquico y a todos nos empoderó, nos envalentonó en la búsqueda de nuestro progreso y felicidad.  Así, fue tiempo de subjetividad, el mundo del quien soy, qué quiero, qué merezco, cobró fuerza, lo objetivo se torna relativo, modificable al antojo del poder subjetivo.

Así, nos vamos adentrando por una defensa de los derechos individuales y de grupos desfavorecidos que fue dejando el avance del progreso, por esos grupos ocultos en los closets de la mirada hegemónica, los cuales fueron acogidos por la izquierda, que se fue afiliando al movimiento Woke, que invitaba a todos los marginados y excluidos a despertar y darse la fuerza de reclamar lo que les ha sido negado por las mayorías, que son de derecha por supuesto.  Bueno, algo así entendí (cada uno debe hacer su lectura indiscutiblemente)

Habla de Foucault como uno entre otros teóricos de ese momento de ruptura con las ideas que denomina “universalistas” heredadas de la ilustración, ideas que poco a poco han sido abandonadas o sometidas a procesos de “deconstrucción”, y quienes lo han hecho, ahora se yerguen como los teóricos de lo Woke, que sostiene ideas limpiadas por así decirlo, de todo aquello que evite un control, pues todo discurso lleva dentro algo desconocido que puede ser la causa de nuestras desgracias, y eso, hay que erradicarlo ¿pero se tenía la habilidad para hacer tales operaciones cognitivas de desmontaje teórico y leer esos discursos sin quedar otras ideas igualmente poderosas? ¿Nos quedamos con las ideas que generaban sólo nuestras desgracias? ¿este llamado a la deconstrucción de las narrativas ordenantes del mundo que despertó? ¿viejos agravios, resentimientos sociales, rabias? ¿Esto es lo “woke”?

Y, nos dice, que enfocados en tales fines, se ha ido generando un empobrecimiento intelectual, ganados por lo emocional, se ido tras ideas que lo expliquen, y ahora los teóricos de este movimiento, sólo toman lo que justifica, fundamenta el proceder (como ya nos dijo Jonathan Haidt, primero la emoción, luego el argumento ad hoc, para evitar las disonancias cognitivas).

Pues de esto trata el libro, una larga escritura que intenta decirnos qué es el pensamiento de izquierda, lo defiende indicando que un pensamiento argumentado, rico en ideas-semillas que nace en el siglo de las luces que crítica, defiende la justicia social, una forma de pensamiento que pone contrapesos al poder, un pensamiento defensor y progresista.  Y nos dice, que lo Woke, que hoy se confunde con la izquierda, no es para nada, un pensamiento de izquierda. Lo Woke, no es la izquierda.

Los Woke, por el contrario, aglutina posturas de reivindicación que parten de unas esperanzas decepcionadas, y construye argumentos que según la autora no tienen la fuerza para tomar las mejores decisiones y acciones.  Ella se hace estas preguntas ¿Hay que renunciar al universalismo porque el universalismo se haya utilizado para disfrazar intereses particulares? ¿Hemos de abandonar la búsqueda de la justicia porque tras las reivindicaciones de justicia se hayan ocultado a veces reivindicaciones de poder? ¿Debemos dejar de albergar esperanza en el progreso porque los pasos hacia el progreso tengan a veces terribles consecuencias? (páginas 170)

No puede negarse la decepción que el progreso del mundo ha dejado en medio de las bondades aportadas, existen sucesos reales devastadores, pero en lugar de enfrentarse a ellas, el uso que hace la teoría al modo woke, es interpretar un pedazo del suceso a conveniencia, creando una un relato de sospecha más adecuados para fomentar un pensamiento ideologizado que se fortalece cuando la gente asume esas explicaciones generales y simples sobre cómo funciona su mundo y les da vida sin darse cuenta que apoya un pensamiento fraudulento que reduce toda la complejidad que urge atender, al deseo humano, al ansia de riqueza y poder (página 171)

Pues de esto trata del libro de Susan Neiman, y yo que avisada de por qué lo "Woke", no es la izquierda.  Y ahora sé que debo saber más de cómo el pensamiento posmoderno, sentó las bases para la entrada de estas ideas, así que la tarea sigue, porque si Pablo Malo tiene razón, estamos ante un pensamiento ideologizado muy peligroso por la ignorancia manipuladora que despliega para imponerse.

 

 

sábado, 5 de julio de 2025

Pablo Malo. Los peligros de la moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI. Deusto, Barcelona, 2021, Edición Electrónica.


Pablo Malo. Los peligros de la moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI. Deusto, Barcelona, 2021, Edición Electrónica.

 

Todos conocemos la frase “No matarás”, que funciona como un principio regulador de nuestras conductas entre y con los demás para garantizar el respeto de la vida, pero cabe preguntar si esta frase puede entenderse como ¿“No matarás…a nadie”? ¿Pensamos en el ámbito de aplicación de esta u otros dictados morales? ¿Para quiénes sí son aplicables y para quienes son inválidas?

En nuestro haber moral, contamos con una variedad de dichos que tienen detrás códigos de conducta sobre nuestras formas de convivencia, de colaboración, de hacer el bien, de evitar el mal, etc., los cuales se asumen sin preguntar cómo nos ayudan a gobernar nuestras diferencias personales, pero que al cumplirlas propician el progreso del grupo al que pertenecemos, sea familia, amigos, miembros de una comunidad. Sin embargo, no nos percatamos de que al cumplir dichos códigos nos hacemos de un bando y nos volvemos enemigo de los “otros”, que piensan diferente, son diferentes y por esa razón, les podemos infringir daño y justificarlo sin dejo de culpa.

Pablo Malo, plantea que la moralidad es una herramienta de colaboración para lograr acuerdos pese a nuestras diferencias más radicales entre “nosotros”; afirma que nuestras creencias o convicciones morales, son unos “útiles” propios de nuestra “mente moral”, la cual tiene dos caras: una de ellas funciona hacia adentro del grupo al que pertenecemos, es “la moral del nosotros” y nos permite sentir compasión por el prójimo, ser altruistas y solidarios, progresar juntos.  Pero, del otro lado, están los códigos de conducta para tratar a los que son ajenos a nuestro sistema de valores, que no tienen las mismas convicciones, son los “otros”, “ellos”, para quienes tenemos pensamientos y sentimientos de alerta, rivalidad, sospecha, desprecio, odio y hasta castigo; son enemigos por no tener nuestros códigos morales y nos defendemos de ellos. Nuestra “mente moral” es entonces, una herramienta para la convivencia, para mejorar, progresar, pero también lo es para diferenciarnos, competir y rivalizar contra los otros, quienes pueden vivir por ello, nuestras violencias y sufrimientos indecibles. 

Nuestro autor, un reconocido psiquiatra, dada su formación y experiencias profesionales, se pregunta por qué personas bien estructuradas, con claridad en sus convicciones morales, pueden llegar a justificar el daño y atropello a personas ajenas a sus creencias, que pueden afirmar que se trata de un mal necesario para erradicar algo que no es bueno.  Sus respuestas giran en torno que todos tenemos una moralidad con límites, que lo bueno o malo se apega a códigos compartidos sólo con el grupo al que pertenecemos, pero inválidos para los “otros”, “ellos”, “aquellos” cuya sola presencia ya nos afecta con su “diferencia”, son un peligroso enemigo.

Plantea a lo largo de su libro, que vivimos tiempos con un predominante movimiento moralizante, al que llama “epidemia de moralidad”.  Las ideas de lo que es bueno o malo lo invade todo, desde la libertad de expresión, arte, política, vida privada, y algo de su explicación giran en torno a que poco a poco, minorías en defensa de derechos se han moralizado en exceso en su autodefensa y han logrado hacerse de poder, posicionarse ya en legislaturas, en universidades o en grupos que dirigen movimientos sociales logrando imponer ideas  “buenas” a las que todos debemos sujetarnos sin objeciones, de otro modo somos malos (¿y quién quiere ser tachado de malo?), pero eso “bueno” que se impone a todos, no cuenta con un espacio de reflexión para dejar entrar más realidad y lograr puntos de acuerdo ya no morales, sino de justicia, de compromiso político.  Sucede lo contrario, a quien objete, a quien insista en reflexionar y aportar matices al dictado moralizante, se le calla, se le acusa de infractor moral, y corre el riesgo de ser cancelado, su atrevimiento crítico se cierra y queda señado con miedo a perder el estatus social o político ganado. 

Así, poco a poco, se nos imponen nuevos criterios de santidad y de virtud humana que se difunden por redes sociales, donde de manera simplista e impositiva, con conceptos vaciados o en procesos de desplazamiento, es decir, se usan para todo no necesitan de argumentos, sólo se aceptan, por ejemplo para ser una buena persona, ahora se nos dice que debemos ser ecologista, vegetarianos, usar lenguajes inclusivos, no fumar, respetar a la diversidad de género y sexual, defenestrar todo aquello de otros tiempos que dejen ver modos de trato a la mujer, a los animales, a los indígenas, y si alguien no se apega a estos dictados moralistas, es decir, ser bueno o malo, se queda en peligro de ser cancelado, excluido, victimizado, censurado, linchado moralmente en las redes sociales, condenado al ostracismo, y lo peor, sin la posibilidad de perdón. Hay muchos ejemplos en el orden político, del arte, como sucedió con Karla Sofía Gascón, actriz transexual, quien hizo unos comentarios que importunaban a la comunidad transexual en otro tiempo de su vida, y hasta la fecha, no es perdonada.

El enfoque que sigue para explicar la moralidad es evolucionista y nos aleja de esas ideas de que somo morales si creemos en Dios, e inmorales si nos alejamos de la religión. Aquí se afirma que somos morales porque somos humanos, quienes, en su necesidad de sobrevivir en los duros principios primigenios de nuestra especie, hubo que colaborar, vivir juntos, aprender a diferencias que era bueno para seguir vivos, para continuar con la vida.  En la convivencia, hubo que construir reglas, códigos de conducta que alejaban de lo malo. 

Pablo Malo, plantea que la moralidad se nos dio como el lenguaje, que como especie aprendimos a hablar para comunicarnos, primero con códigos simples hasta llegar a estructurar una lengua, así como especie, todos tenemos ahora la tendencia a hablar, genéticamente quedo cimbrada en nuestro cerebro esta habilidad, pero, no todos hablamos los mismos códigos lingüísticos, sino que depende del contexto cultural, así sucede con la evoluciones moral, todos sabemos ahora, lo que es bueno y lo que es malo para nosotros, pero igual, no tenemos los mismos códigos morales, de igual forma, responde a los contextos donde se viven. Los códigos inmorales, es decir, eso que podemos hacer que nos es bueno para todos, sólo satisfacen a su portador, también están presentes en los sujetos, pero son contenidos por la reglas que se siguen grupalmente, así somos buenos en la medida en que se contienen esas actitudes y nos apegamos a las que hacen progresar al grupo.

Este planteamiento evolutivo de nuestra capacidad moral se basa en un sustrato neurológico que explica como el cerebro ha sido moldeado largamente por la evolución natural de nuestra especie con el fin de persistir en la vida (muy spinozeano). En este largo proceso de selección de conductas buenas y malas, se fueron conformando zonas cerebrales especializadas en ciertas emociones, hoy la culpa, la vergüenza, el asco, el orgullo son una vieja herencia. Entonces podemos hablar de un cerebro moral, ya neurólogos como Damasio han escrito mucho sobre regiones cerebrales relacionadas con las emociones que nos hace actuar de ciertos modos, así que moralidad tiene una base neurobiológica producto de nuestra evolución como especie.

Nuestro autor, no conforme con lo dicho, analiza si nuestros juicios morales provienen de procesos intuitivos neurobiológicos o de procesos de elucidación o razonamiento, para ello revisa a Jonathan Haidt, quien plantea que primero respondemos emocionalmente, y después construimos argumentos para justificarnos de igual forma, siguiendo un enfoque evolucionista( citar), pero opta por la postura diádica de Kurt Gray, que se centra en quien genera el daño y quien lo recibe, o también llamado perpetrador y víctima, que se fundamenta en reconocer la intencionalidad del daño, pues hay un sufriente y alguien es responsable de ese dolor, es decir, la moral se fundamenta en el rol de los implicados, que quedan encasillados en el mismo, por ejemplo, para tratar los problemas de la marginación, tenemos a los opresores y oprimidos, si pensamos en los problemas de raza, están los blancos y los negros, de este modo, se explican los problemas morales donde entran en juego mecanismos psíquicos y cognitivos que lo complejizan más inevitablemente.

El libro abre diversos campos de discusión, es un compendió de posturas, por ejemplo, aborda este asunto de las convicciones morales, estas creencias tan profundas en las personas, que ya no se sabe de dónde se toman, pero que se autonomizan y necesitamos que se cumplan, y si no es así, se experimenta una profunda indignación, estas convicciones no saben de democracia, deben ejecutarse.  Señala el peligro de las convicciones morales, pues llaman a la acción, y lo que se haga para que se cumplan queda justificado, cumplir con ellas es de orgullo y satisfacción para quien la lleva a cabo, el efecto del daño no es importante.

Analiza también la tendencia humana a la violencia, a la cual le reconoce fuertes raíces moralistas, dado que tenemos un sesgo u orientación a dividir el mundo en ellos y nosotros, que proviene de un sentido natural etnocentrista, todo lo vemos hacia dentro nuestro, que implica reconocer lo que no somos, y eso que nos somos, es el exogrupo, los otros, y ante ellos, nosotros somos los mejores, lo cual justifica que, al ser malos para nosotros, se les puede agredir, dominarlos. Dice el autor, que tenemos la tendencia a ser xenófobos, deseo de dominación social, de exterminio del diferente, algo educado ya el avance evolutivo, pero no ausente.

El libro es extenso y rico en enfoques diversos que explican nuestro sentido del bien y del mal, dedica páginas a explicar nuestros comportamientos desde la idea de responder a una “mente-moral-tribal”, abre varios ejes de reflexión, de por qué somos compasivos, o tenemos sentimiento de altruismo al interior de nuestros grupos, nuestra tribu, pero estos sentimientos justifican por qué no se puede querer y ayudar a los ajenos, a los extraños, son los “ellos”, un grupo rival, y el amor al grupo propio, justifica el odio al otro, pues no tienen nuestros mismos códigos morales.

Dedica buena parte a reflexionar sobre nuestro tribalismo, es decir, a esta tendencia natural ancestral a estar con nuestros iguales, con quienes nos sentimos cómodos, una forma de ser primigenia, y ante la cual es muy fácil tener una regresión, de pronto, frente a un peligro, una crisis, nos agrupamos, nos encerramos, y generamos sentimientos negativos antes los otros como defensa.  Los otros serán una amenaza, por ejemplo, hoy lo vemos frente a los grupos de migrantes, los grupos en la política, en las escuelas.  Al analizar esto, nos lleva a pensar que muchos políticos utilizan esta característica humana y la ideologizan, la explotan, así lo vemos e nuestros días, ahora somos chairos, y fifíes, conservadores y progresistas, y con estas formas maniqueas que se enraíza con viejas ideas moralistas, que traemos como especie, sólo falta que alguien prenda la mecha y nos encendemos.

También discute sobre la moralidad y religión, y nos dice que la religión no es la causante de que seamos sujetos morales, no, sino que nosotros, fuimos creando una explicación religiosa para dar fundamento a nuestros actos morales. Hoy, que nos hemos vuelto descreídos de Dios, estamos creando otras religiones, es decir, otras explicaciones a nuestros moralismos, y ahí tenemos al wokismo.

La verdad, el libro da para tanto, es una fuente de consulta, un libro de estudio, un libro que da pistas para leer a otros autores (de hecho, leí otro para entender los fundamentos de la teoría de la justicia social) el libro contiene una riqueza de ideas que nadie debería perderse si es que queremos asomarnos a la complejidad de las decisiones que tomamos, todas con inminente sesgo moral.

A momentos, la lectura induce a una ligera desazón, pues permite comprender cómo estamos encerrados en nuestros mundos tribales, y cada vez más y más tribales y además en nuestro propio interior, y sólo vamos buscando iguales en una moralidad que no se reflexiona, queremos sentirnos bien, y dejamos de lado revisar el trasfondo ideologizado y peligroso, y por ello, cada día nos alejamos más de  llegar a acuerdos para persistir en una vida civilizada. Avanzar, avanzar… como en una película que me gusta.

Y el autor cierra su libro precisamente con este reto, aprender a posicionarnos en lo nuestro y en lo que quieren los otros, ser capaces de poner en medio, eso que podemos querer ambos y desde ahí, en vez hacernos la guerra tribal de exterminio moral mutuo, avanzar… ¿Y cómo hace esto? A momentos no veo por dónde, pero como educadora, pienso que la formación es una vía, pero no cualquier formación, y esto ya complejiza el asunto, se trata de formar en el amor al conocimiento, formar en la habilidad de  moverse entre conceptos bien trabajados y aprender a mirar desde varios ángulos a la realidad que nos rodea, creo sólo así podemos descentrarnos  ser capaces de reconocer lo que nos importa a pesar de ser tan diferentes, y enfocados en lo que nos une, trabajar juntos por ellas.

Bueno, medio optimista a ratos, y en otros no tanto, sugiero leer este libro, ¿fácil? para estos asuntos, lo fácil no ayuda… ánimo, tenemos que leer, amar el conocimiento, de otro modo, estamos perdidos en la ignorancia y con peligro de desbordar viejos modos de vida tribal, que hoy no son nada buenos.