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sábado, 5 de julio de 2025

Pablo Malo. Los peligros de la moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI. Deusto, Barcelona, 2021, Edición Electrónica.


Pablo Malo. Los peligros de la moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI. Deusto, Barcelona, 2021, Edición Electrónica.

 

Todos conocemos la frase “No matarás”, que funciona como un principio regulador de nuestras conductas entre y con los demás para garantizar el respeto de la vida, pero cabe preguntar si esta frase puede entenderse como ¿“No matarás…a nadie”? ¿Pensamos en el ámbito de aplicación de esta u otros dictados morales? ¿Para quiénes sí son aplicables y para quienes son inválidas?

En nuestro haber moral, contamos con una variedad de dichos que tienen detrás códigos de conducta sobre nuestras formas de convivencia, de colaboración, de hacer el bien, de evitar el mal, etc., los cuales se asumen sin preguntar cómo nos ayudan a gobernar nuestras diferencias personales, pero que al cumplirlas propician el progreso del grupo al que pertenecemos, sea familia, amigos, miembros de una comunidad. Sin embargo, no nos percatamos de que al cumplir dichos códigos nos hacemos de un bando y nos volvemos enemigo de los “otros”, que piensan diferente, son diferentes y por esa razón, les podemos infringir daño y justificarlo sin dejo de culpa.

Pablo Malo, plantea que la moralidad es una herramienta de colaboración para lograr acuerdos pese a nuestras diferencias más radicales entre “nosotros”; afirma que nuestras creencias o convicciones morales, son unos “útiles” propios de nuestra “mente moral”, la cual tiene dos caras: una de ellas funciona hacia adentro del grupo al que pertenecemos, es “la moral del nosotros” y nos permite sentir compasión por el prójimo, ser altruistas y solidarios, progresar juntos.  Pero, del otro lado, están los códigos de conducta para tratar a los que son ajenos a nuestro sistema de valores, que no tienen las mismas convicciones, son los “otros”, “ellos”, para quienes tenemos pensamientos y sentimientos de alerta, rivalidad, sospecha, desprecio, odio y hasta castigo; son enemigos por no tener nuestros códigos morales y nos defendemos de ellos. Nuestra “mente moral” es entonces, una herramienta para la convivencia, para mejorar, progresar, pero también lo es para diferenciarnos, competir y rivalizar contra los otros, quienes pueden vivir por ello, nuestras violencias y sufrimientos indecibles. 

Nuestro autor, un reconocido psiquiatra, dada su formación y experiencias profesionales, se pregunta por qué personas bien estructuradas, con claridad en sus convicciones morales, pueden llegar a justificar el daño y atropello a personas ajenas a sus creencias, que pueden afirmar que se trata de un mal necesario para erradicar algo que no es bueno.  Sus respuestas giran en torno que todos tenemos una moralidad con límites, que lo bueno o malo se apega a códigos compartidos sólo con el grupo al que pertenecemos, pero inválidos para los “otros”, “ellos”, “aquellos” cuya sola presencia ya nos afecta con su “diferencia”, son un peligroso enemigo.

Plantea a lo largo de su libro, que vivimos tiempos con un predominante movimiento moralizante, al que llama “epidemia de moralidad”.  Las ideas de lo que es bueno o malo lo invade todo, desde la libertad de expresión, arte, política, vida privada, y algo de su explicación giran en torno a que poco a poco, minorías en defensa de derechos se han moralizado en exceso en su autodefensa y han logrado hacerse de poder, posicionarse ya en legislaturas, en universidades o en grupos que dirigen movimientos sociales logrando imponer ideas  “buenas” a las que todos debemos sujetarnos sin objeciones, de otro modo somos malos (¿y quién quiere ser tachado de malo?), pero eso “bueno” que se impone a todos, no cuenta con un espacio de reflexión para dejar entrar más realidad y lograr puntos de acuerdo ya no morales, sino de justicia, de compromiso político.  Sucede lo contrario, a quien objete, a quien insista en reflexionar y aportar matices al dictado moralizante, se le calla, se le acusa de infractor moral, y corre el riesgo de ser cancelado, su atrevimiento crítico se cierra y queda señado con miedo a perder el estatus social o político ganado. 

Así, poco a poco, se nos imponen nuevos criterios de santidad y de virtud humana que se difunden por redes sociales, donde de manera simplista e impositiva, con conceptos vaciados o en procesos de desplazamiento, es decir, se usan para todo no necesitan de argumentos, sólo se aceptan, por ejemplo para ser una buena persona, ahora se nos dice que debemos ser ecologista, vegetarianos, usar lenguajes inclusivos, no fumar, respetar a la diversidad de género y sexual, defenestrar todo aquello de otros tiempos que dejen ver modos de trato a la mujer, a los animales, a los indígenas, y si alguien no se apega a estos dictados moralistas, es decir, ser bueno o malo, se queda en peligro de ser cancelado, excluido, victimizado, censurado, linchado moralmente en las redes sociales, condenado al ostracismo, y lo peor, sin la posibilidad de perdón. Hay muchos ejemplos en el orden político, del arte, como sucedió con Karla Sofía Gascón, actriz transexual, quien hizo unos comentarios que importunaban a la comunidad transexual en otro tiempo de su vida, y hasta la fecha, no es perdonada.

El enfoque que sigue para explicar la moralidad es evolucionista y nos aleja de esas ideas de que somo morales si creemos en Dios, e inmorales si nos alejamos de la religión. Aquí se afirma que somos morales porque somos humanos, quienes, en su necesidad de sobrevivir en los duros principios primigenios de nuestra especie, hubo que colaborar, vivir juntos, aprender a diferencias que era bueno para seguir vivos, para continuar con la vida.  En la convivencia, hubo que construir reglas, códigos de conducta que alejaban de lo malo. 

Pablo Malo, plantea que la moralidad se nos dio como el lenguaje, que como especie aprendimos a hablar para comunicarnos, primero con códigos simples hasta llegar a estructurar una lengua, así como especie, todos tenemos ahora la tendencia a hablar, genéticamente quedo cimbrada en nuestro cerebro esta habilidad, pero, no todos hablamos los mismos códigos lingüísticos, sino que depende del contexto cultural, así sucede con la evoluciones moral, todos sabemos ahora, lo que es bueno y lo que es malo para nosotros, pero igual, no tenemos los mismos códigos morales, de igual forma, responde a los contextos donde se viven. Los códigos inmorales, es decir, eso que podemos hacer que nos es bueno para todos, sólo satisfacen a su portador, también están presentes en los sujetos, pero son contenidos por la reglas que se siguen grupalmente, así somos buenos en la medida en que se contienen esas actitudes y nos apegamos a las que hacen progresar al grupo.

Este planteamiento evolutivo de nuestra capacidad moral se basa en un sustrato neurológico que explica como el cerebro ha sido moldeado largamente por la evolución natural de nuestra especie con el fin de persistir en la vida (muy spinozeano). En este largo proceso de selección de conductas buenas y malas, se fueron conformando zonas cerebrales especializadas en ciertas emociones, hoy la culpa, la vergüenza, el asco, el orgullo son una vieja herencia. Entonces podemos hablar de un cerebro moral, ya neurólogos como Damasio han escrito mucho sobre regiones cerebrales relacionadas con las emociones que nos hace actuar de ciertos modos, así que moralidad tiene una base neurobiológica producto de nuestra evolución como especie.

Nuestro autor, no conforme con lo dicho, analiza si nuestros juicios morales provienen de procesos intuitivos neurobiológicos o de procesos de elucidación o razonamiento, para ello revisa a Jonathan Haidt, quien plantea que primero respondemos emocionalmente, y después construimos argumentos para justificarnos de igual forma, siguiendo un enfoque evolucionista( citar), pero opta por la postura diádica de Kurt Gray, que se centra en quien genera el daño y quien lo recibe, o también llamado perpetrador y víctima, que se fundamenta en reconocer la intencionalidad del daño, pues hay un sufriente y alguien es responsable de ese dolor, es decir, la moral se fundamenta en el rol de los implicados, que quedan encasillados en el mismo, por ejemplo, para tratar los problemas de la marginación, tenemos a los opresores y oprimidos, si pensamos en los problemas de raza, están los blancos y los negros, de este modo, se explican los problemas morales donde entran en juego mecanismos psíquicos y cognitivos que lo complejizan más inevitablemente.

El libro abre diversos campos de discusión, es un compendió de posturas, por ejemplo, aborda este asunto de las convicciones morales, estas creencias tan profundas en las personas, que ya no se sabe de dónde se toman, pero que se autonomizan y necesitamos que se cumplan, y si no es así, se experimenta una profunda indignación, estas convicciones no saben de democracia, deben ejecutarse.  Señala el peligro de las convicciones morales, pues llaman a la acción, y lo que se haga para que se cumplan queda justificado, cumplir con ellas es de orgullo y satisfacción para quien la lleva a cabo, el efecto del daño no es importante.

Analiza también la tendencia humana a la violencia, a la cual le reconoce fuertes raíces moralistas, dado que tenemos un sesgo u orientación a dividir el mundo en ellos y nosotros, que proviene de un sentido natural etnocentrista, todo lo vemos hacia dentro nuestro, que implica reconocer lo que no somos, y eso que nos somos, es el exogrupo, los otros, y ante ellos, nosotros somos los mejores, lo cual justifica que, al ser malos para nosotros, se les puede agredir, dominarlos. Dice el autor, que tenemos la tendencia a ser xenófobos, deseo de dominación social, de exterminio del diferente, algo educado ya el avance evolutivo, pero no ausente.

El libro es extenso y rico en enfoques diversos que explican nuestro sentido del bien y del mal, dedica páginas a explicar nuestros comportamientos desde la idea de responder a una “mente-moral-tribal”, abre varios ejes de reflexión, de por qué somos compasivos, o tenemos sentimiento de altruismo al interior de nuestros grupos, nuestra tribu, pero estos sentimientos justifican por qué no se puede querer y ayudar a los ajenos, a los extraños, son los “ellos”, un grupo rival, y el amor al grupo propio, justifica el odio al otro, pues no tienen nuestros mismos códigos morales.

Dedica buena parte a reflexionar sobre nuestro tribalismo, es decir, a esta tendencia natural ancestral a estar con nuestros iguales, con quienes nos sentimos cómodos, una forma de ser primigenia, y ante la cual es muy fácil tener una regresión, de pronto, frente a un peligro, una crisis, nos agrupamos, nos encerramos, y generamos sentimientos negativos antes los otros como defensa.  Los otros serán una amenaza, por ejemplo, hoy lo vemos frente a los grupos de migrantes, los grupos en la política, en las escuelas.  Al analizar esto, nos lleva a pensar que muchos políticos utilizan esta característica humana y la ideologizan, la explotan, así lo vemos e nuestros días, ahora somos chairos, y fifíes, conservadores y progresistas, y con estas formas maniqueas que se enraíza con viejas ideas moralistas, que traemos como especie, sólo falta que alguien prenda la mecha y nos encendemos.

También discute sobre la moralidad y religión, y nos dice que la religión no es la causante de que seamos sujetos morales, no, sino que nosotros, fuimos creando una explicación religiosa para dar fundamento a nuestros actos morales. Hoy, que nos hemos vuelto descreídos de Dios, estamos creando otras religiones, es decir, otras explicaciones a nuestros moralismos, y ahí tenemos al wokismo.

La verdad, el libro da para tanto, es una fuente de consulta, un libro de estudio, un libro que da pistas para leer a otros autores (de hecho, leí otro para entender los fundamentos de la teoría de la justicia social) el libro contiene una riqueza de ideas que nadie debería perderse si es que queremos asomarnos a la complejidad de las decisiones que tomamos, todas con inminente sesgo moral.

A momentos, la lectura induce a una ligera desazón, pues permite comprender cómo estamos encerrados en nuestros mundos tribales, y cada vez más y más tribales y además en nuestro propio interior, y sólo vamos buscando iguales en una moralidad que no se reflexiona, queremos sentirnos bien, y dejamos de lado revisar el trasfondo ideologizado y peligroso, y por ello, cada día nos alejamos más de  llegar a acuerdos para persistir en una vida civilizada. Avanzar, avanzar… como en una película que me gusta.

Y el autor cierra su libro precisamente con este reto, aprender a posicionarnos en lo nuestro y en lo que quieren los otros, ser capaces de poner en medio, eso que podemos querer ambos y desde ahí, en vez hacernos la guerra tribal de exterminio moral mutuo, avanzar… ¿Y cómo hace esto? A momentos no veo por dónde, pero como educadora, pienso que la formación es una vía, pero no cualquier formación, y esto ya complejiza el asunto, se trata de formar en el amor al conocimiento, formar en la habilidad de  moverse entre conceptos bien trabajados y aprender a mirar desde varios ángulos a la realidad que nos rodea, creo sólo así podemos descentrarnos  ser capaces de reconocer lo que nos importa a pesar de ser tan diferentes, y enfocados en lo que nos une, trabajar juntos por ellas.

Bueno, medio optimista a ratos, y en otros no tanto, sugiero leer este libro, ¿fácil? para estos asuntos, lo fácil no ayuda… ánimo, tenemos que leer, amar el conocimiento, de otro modo, estamos perdidos en la ignorancia y con peligro de desbordar viejos modos de vida tribal, que hoy no son nada buenos.

martes, 13 de mayo de 2025

Emma León Vega. La sinfonía de las necesidades vitales. Dependiendo de lo[s] demás. UNAM, México, 2023.

 


Como siempre a Emma León, psicóloga social, implica para mí un esfuerzo de atención complicado y por tanto, exige tiempo leer cualquiera de sus libros.

Éste, no fue la excepción. Ya tengo un año deambulando entre las páginas de este libro que terminé a fines de febrero, sólo con subrayados, sin notas de manera sistemática, y terminada la lectura no faltó la pregunta ¿cómo comparto la resonancia de ideas en mí provocadas por sus ideas? Ideas que por desgracia no fui registrando en su momento, y como es lógico, se esfumaron.

Así ante el libro subrayado (en presentación física, al no existir en la versión electrónica), hubo que volver a releer tomando notas y más notas, pero terminada esta segunda lectura, la pregunta siguió siendo la misma, entonces recordé a Alberto Manguel, quien dice que la “literatura”, (o toda escritura digo yo modestamente) al leerse nos transforma si es que como lector se va haciendo un intercambio de experiencia y pensamiento en el momento de leer, por tanto, como lector,  terminado el texto ya no se es el mismo, pues ha movilizado una “demasía de significaciones” que transforman algo dentro de uno mismo; si Manguel tiene razón, entonces ¿cómo cuento este movimiento personal para invitar a otros a vivir su propia experiencia de lectura de este libro? Ni idea, pero lo intentaré. Sospecho que será un esfuerzo adumbrativo, adjetivo utilizado por Emma León para referirse al esfuerzo de enfrentar algo que no está completamente definido, así que sin saber por dónde iniciar, ni a donde llegar, hay que hacerlo ¿acaso no consiste en esto escribir?

“La sinfonía de las necesidades vitales”, es un título que remite a una bella imagen, lleva a pensar en una hermosa pieza musical donde se cuidan con detalle ritmos y variaciones de sonidos que emergen de instrumentos que se armonizan, guardan equilibrio, belleza dando lugar a una explosión de sensibilidad para quien lo escucha. Y le sigue, “de las necesidades vitales” palabras algo intrigantes que clavan la daga de la curiosidad.

Siguiendo la metáfora de la sinfonía, su libro queda organizado -dice ella-, en apartados a los que llama movimientos, y en cada uno avanza en este mensaje imperativo de vivir y sobrevivir a pesar de todo, procesos en los que muchas veces tomamos los mejores caminos participando de tramas dinámicas que nos favorecen para evolucionar, pero en otras, y no pocas, apenas se sobrevive con graves costos entre nosotros mismos, donde la amenaza, indigencias y aniquilación se asoman en el horizonte de la vida humana. Pero pese a tal desorden existencial, y con una mirada larga en el tiempo, este imperativo de vivir permanece, afirmando nuestra autora, que siempre una nueva sinfonía de necesidades vitales da oxígeno a otro comienzo. ¿Verdad que es interesante?

El libro no se puede reseñar definitivamente, tiene muchísima información con la que fundamenta sus argumentos, principalmente de filósofos cuyas reflexiones se argamasan con la biología y las neurociencias, así que para compartir sus “lenguajeares” (idea de Maturana, que indica compartir emociones, sentimientos, pensamientos, e  información pero con sujeto) me ayudaré de algunas frases que utiliza para aportar información primigenia sobre nosotros, y con ellas nos dice que como humanidad estamos siempre en una “imparable mudanza” en tiempo presente, esta mudanza es un eterno movimiento adumbrativo, donde la vida nace, se desarrolla, fenece. La vida es una eterna mudanza que se concreta en lo que llama “la obra de vivir” un vivir que se abre camino en medio de polifonías synbióticas, syncrónicas y asincrónicas, sintonizaciones, vibraciones, entropías, autopoiesis, flujos filogenéticos, alteridades, corporalidades, emocionares, conspiraciones, lenguajeares, resonancias, entonaciones, etc.

“Imparable mudanza” y “la obra de vivir”, y otra más “imperativo de vivir” con la cual reflexiona que no podemos evadir ser parte de un orden viviente que nos rebasa, que somos parte de una trama existencial, biológica, amplia donde nuestra particular “obra de vivir” responde a una fuerza mayor, que clama por persistir.  Maturana le llama a esta fuerza “Amor Mayor”, y con ella explica la fuerza que impulsa a la evolución humana, a su progreso imparable, idea que se relaciona con la de  Spinoza, en su concepto “Conatus”, que entiende como una fuerza innata que existe en todo ser, fuerza que le impulsa a perseverar en su vida, y en ella, a desplegar sus potencias, de ahí esta idea:  “la vida quiere más vida”.

La “obra de vivir” no sucede en el aire, es parte de una trama existencial ordenada, sujeta a procesos de “dependencia-deuda” que no podemos evadir, en ella confluyen lo pasivo y activo, ahí se es sostén y se es sostenido; es una trama de dependencias obligadas donde nos necesitamos y nos necesitan, cuidamos y damos cuidados.

En esta singular “obra de vivir” el contacto con la gente es la base primaria de lo social, ahí se desatan intercambios de energía que se enlazan, dan fuerza y con esta “dependencia-deuda”, la vida persevera, pues el cuidado primario de los congéneres desde el nacimiento garantiza su crecimiento, desarrollo, reconocerse parte de algo, pero a la vez distinto es fundamental.

El contacto entre humanos desde el nacimiento dispara nuestras pulsiones que se desarrollan de un peculiar modo de ser uno mismo y a la vez, ser parte de la misma realidad, dado que poco a poco me “sé yo, y sé que tú, eres tú”. Y aunque nos reconocemos diferentes, nos sabemos parte de un orden viviente, biológico, existencial y social que nos es común, es un ahí donde nuestras corporalidades mantienen dependencia, convivencia siempre con una diferencia imborrable que nos hace creaturas aproximadas o prójimos, vivientes de lo mismo, pero vivido diferente, sentientes de una proximidad adumbraditiva, pues algo sabemos del otro, pero lo que se desconoce, es más.

 Mirar al otro, siempre distinto nos permite actos de elaboración de sentido, pues cada uno de nosotros, emite señales mediante nuestro olor, el tacto, el lenguaje; son señales sutiles que expresan sentires que ponen a prueba nuestra tolerancia hacia el otro diferente.  Y a su vez, nuestros olores, mensajes táctiles, corporales, lenguajeares avisan al otro de nuestra peculiar “obra de vivir”, señales desconocidas para uno mismo, pues provienen de procesos neurológicos emocionales, de químicas del cuerpo que se producen ante determinados sucesos o situaciones y no tenemos control de ellos, pero configuran ese ser-en-su-hacer que se muestra al otro, quien nos reconoce como parte de la trama de vida compartida, pues “nuestra dependencia es fundante”, aún sin tener conciencia de ella, esta dependencia a veces se disfruta y en otras, se pagan consecuencias.

Esta necesidad constitutiva de los otros, se bien fomenta mutualismos, comensalismos, igual gesta parasitismos, expoliaciones, no todo lo bueno florece en ella ya puede contribuir a que revivan programas filogenéticos primigenios de la especie, cuyos efectos sobrepasen los umbrales de una sana convivencia y propicien ofuscamientos, confusiones, delirios, y propicien estados alterados donde el temor, la angustia que rompan el balance, inhiba lo impulsos sociofílicos tan necesarios para volver a la armonía social.  Sabemos que, en medio de conflictos muy despiadados, nacen también los actos más generosos. A pesar de todo, la vida siempre se abre camino dirán muchos.

Y para que la vida se abra camino con orden, se han construido códigos, reglas, contratos cuyo fin es controlar los impulsos reptilianos que nos habitan en la sombra de nuestra corporeidad. Sin embargo, aunque el esfuerzo ha sido importante, nunca es suficiente para controlar esa mole de pulsiones y emociones producto de esos “shot” de hormonas y químicas que corren por nuestra sangre, y que siempre operan lejos de los procesos racionales alterando los pensamientos, y una mente así, saturada, gobernada por lo emocional-irracional, no pueden diferenciar la realidad de una paranoia, de un delirio.

Desde tales ideas, la humanidad parece caminar por el filo de una navaja, por un lado, se avanza estimulados por el sabor del triunfo de vivir más allá del propio tiempo, la vida empuja dentro de la vida misma que se desliza por su horizonte favorecido por una experiencia primigenia, siempre llamada “emocionar”, concepto de Maturana, que tiene que ver con esta capacidad humana de expresar emociones buenas para la vida, donde la para él la emoción más importante, dice León, o yo lo leí por ahí, es al Amor (aunque muchos dicen que el amor es un sentimiento, yo no lo sé).

El “emocionar” expresa hacia afuera lo que sentimos y se trasmite a los otros por unas ondas neuronales, como una especie de resonancia donde todo nuestro cuerpo, corazón y mente se hace uno, entonces resonamos y enviamos una frecuencia a niveles muy bajos a los otros congéneres dice Emma León, son frecuencias que no se escuchan, pero hacen que ellos, liberen flujos químicos, hormonas que hace compartir estados de ánimos colectivos como euforia, tristeza, calma, ira, depresión (como cuando vamos aun velorio, estamos tristes, lloramos con los demás).  Estoy recordando el concepto de “sororidad”, cuando nos hacemos partícipe del dolor entre mujeres, por ejemplo, un acto de violación no nos es ajeno, se nos activa una química que nos hace conectarnos silenciosamente.

Entonces, la “obra de vivir” de cada quien, que sucede en un espacio-tiempo, donde se mora, y desde ahí, se participa de la obra de vivir de los otros, nuestros congéneres, nos demanda sincronizar los ritmos vitales de todos dando lugar a modos resonantes para relacionarse unos con otros, haciendo del modo de vivir, algo más que físico, sino que se entrelazan emociones, afectos, entonces la morada se vuelve colectiva, moramos unos junto a los otros.

En este morar juntos, sucede una relación paradójica con la cual hay que vivir por el bien de todos. Por un lado, tenemos que la existencia de los otros, revela la nuestra, y asumirnos en quien somos, demanda autonomía, pero, existe una dependencia, ya que nuestras vidas están enlazadas a pesar nuestro, la autonomía exige procurar beneficios mutuos sin perder desarrollo personal.

Pero, nuestras moradas donde somos humanos, no siempre son los mejores lugares para potenciarse, y ahí podemos convivir con humanos que lo quieren todo para sí mismos, dispuestos a perturbar el orden en beneficio sólo personal. 

En el lugar donde moramos, somos una trama existencial-biológica-social, compartimos espacios, tiempos, lenguajes, memorias, reglas y contratos morales.  Somos gente, un magma de sentimientos, emociones, resonamos, generamos un clima, una atmosfera que nos entona, tal entonación puede pender para el lado un contagio emocional que orienta un modo de vivir orientándose hacia algo mayor que es bueno para todos, una vivencia colectiva que no limita a la diferencia, donde se puede resonar, conectarse a momentos, sin dejar de vivir diferente sus vibraciones propias, se logra una entonación donde se puede “lenguajear”.

Pero, si donde se mora, impera un comportamiento individual, competitivo, egoístas, el progreso de todos se merma. Se podría pensar que esto sucede por deficientes procesos de socialización temprana, pero hay más elementos que lo explican.  Por ejemplo, en una sociedad pueda darse una situación conflictiva como una guerra, un desorden paulatino en las reglas que les unen, que provoca situaciones colectivas de estrés, angustia social, que lleva a la gente a sentir emociones de miedo, sufrimiento, tristeza, (emociones tristes como dice Spinoza), ¿Qué procesos químicos-hormonales se secretan? ¿Qué modos de resonar entre las gentes se producen?

Las situaciones extremas que producen estrés, hace que las personas vivan trastornos estructurales que tienen que ver con su sensibilidad, racionalidad, afectos, entonces la convivencia, ese estar-juntos se tambalea, privan estados alterados de conciencia, se pierde la capacidad de entonarse, de atemperarse, de armonizarse y fortalecerse.

Cuando se “es-está” en situaciones de desgracia social, la gente deja de poner atención a las necesidades y debilidades de los otros, es ajena a los sufrimientos de los demás, no se miran sus cualidades ni potencialidades, toda la atención está en la sobrevivencia de uno mismo.

En situaciones estresantes, complejas para el florecimiento de la vida, las gentes (sólo se usa para los humanos, dice León) se distancian, se desconectan, se quedan atrapadas en un laberinto de signos distorsionados que sólo auto justifican sus actos de defensa, agresión, saltando sus propios códigos morales y les hace capaces de cometer infamias contra los más vulnerables.

La gente en estos climas resuena sus trastornos de ansiedad, indiferencia, maniqueísmos, exaltación de sí mismos, victimización.  Esta forma de resonar entre las gentes, donde se pasa de una emoción a otra, se da mucho desgaste de energía, los procesos neurológicos colapsan y quedan sueltas nuestras más profundas tendencias patológicas antes contenidas, eso larvado en nuestro cerebro, brota, entonces la vida, toma caminos inciertos.

En situaciones de este tipo, “la obra de vivir” es aterradora, se llena de ofuscamiento, se aleja del mutualismo, lo colectivo, se inhibe la capacidad de hacer frente a la adversidad. Se vive fatiga, sentir que se vive para nada y para nadie. Llega el dilema “seguir lamentando o remover los criterios de vida caduca” La historia humana da cuenta de muchos de estos dilemas, donde nada será fácil.

¿Cómo puede resurgirse de una situación que degrada la pulsión de vida?

Por un lado, recuperar los procesos de atemperamiento, resonar emociones de vida, de aliento; superar el sentir personal, por un sentir más general que incluya, que conecte con los otros, a pesar de saberse sin nada, moverse hacia ese “Amor Mayor”, ese deseo biológico y existencial de vida, lo cual exige nacer de las cenizas, o lo que llaman “resiliencia”, encarando lo sucedido, reencontrarse, ayudarse y así cuidar que la vida siga, que no se apague.

Este recambio, no sucede por buenos deseos, o por un voluntarismo ingenuo, sino que los humanos estamos inoculados con flujos y disposiciones biológicos heredados de nuestra especie primigenia, y esta herencia biológica-existencial contribuye a este deseo de perseverar, hace posible la solidaridad en momentos en más se necesita y así, podemos hablar de algunos ejemplos.

Según este análisis, Emma León sostiene que, aunque pasemos por las peores amenazas, parece que siempre está la oportunidad del nuevo comienzo, que se impulsa por una inquietud subterránea resguardada en nuestros genes filogenéticos.  Se trata de un deseo que no sabemos de dónde viene, y nos orienta por la “obre de vivir” a pesar de vivir momentos de “desafinación de nuestras necesidades vitales.”

Pero… me pregunto ¿Qué garantiza que como especie seamos unos eternos reiniciadores de vida? Y si un día el daño es tantísimo que no exista reinicio… Pero de inmediato llega a mi mente eso de que la vida siempre se abre camino… Bien, que así sea.

 

 

 

 

  


martes, 29 de abril de 2025

Jonathan Haidt. La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata (versión original 2012) Traducción Antonio García Maldonado, Deusto (editorial Planeta) 2019, Edición electrónica.


 


Jonathan Haidt es un psicólogo social, cuyos estudios se han centrado en la moralidad, especialmente en comprender cuál es ese pegamento que hace que las personas se reúnan más allá del parentesco, formen comunidades y sean capaces de hacer cosas que les permitan progresar, o muchas de las veces, destruir y destruirse.

La moral ese sentimiento-pensamiento que nos mueve entre lo que consideramos bueno o malo, se trata de una matriz de ideas con la que se resuelven los dilemas de una manera justa, y lo justo, para este autor, tiene que ver con ser capaces de articular lo virtuoso con lo crítico, es decir, que nuestro sentido del bien y del mal surge de la reflexión que toma en cuenta la  infinidad de matices que se implican en las situaciones que juzgamos, cuya postura, no está exenta de debate, pues lo que es bueno para unos, no lo es tanto para los otros.  Ser justos en sí mismo, ya es un dilema.

Haidt, aporta su noción de moral al final de su extenso libro, y advierte que lo hace con la finalidad de que quien lo lea, no se sienta confrontado dada su propia postura moral y se cierre de entrada a los argumentos de su planteamiento.

Para él, los sistemas morales consisten en un   conjunto de valores, virtudes, normas, prácticas, identidades, instituciones, tecnologías y mecanismos psicológicos evolucionados que trabajan juntos para suprimir o regular el interés propio y hacer posible las sociedades cooperativas. ¿Qué nos hace sentir esta definición, qué nos hace pensar? ¿Confronta nuestra moralidad?

Esta noción, es muy exigente. De entrada nos pide aceptar la importancia de la reflexión sobre nuestras propias matrices morales, tener conciencia de sus finalidades y consecuencias siendo capaces de gobernarlas para darles un desenlace hacia el bien común; exige un control de sentimientos y emociones para dejar de ser el centro y situarnos en un plano de entendimiento y cooperación con los implicados; exige reconocernos como parte de algo más grande que uno mismo, lo cual implica solidaridad, responsabilidad, mente abierta, atenta al análisis de las circunstancias para arribar a una postura justa. ¿Este cúmulo de demandas para vivir nuestra moralidad no es cotidiana? O ¿Quedamos enceguecidos por nuestra propia matriz moral y la imponemos a los otros? ¿Podemos ser justos y ya?

Las preguntas surgen de mi propia interpretación del libro, en el cual, poco a poco Jonathan Haidt encamina al lector a reconocer por qué no es simple dialogar con quien no “siente” igual que nosotros, por qué cuesta tanto construir acuerdos sobre asuntos  diversos, en especial sobre religión y política, que como sabemos, han llevado a la humanidad a situaciones de incomprensión y violencia precisamente porque unos y otros están situados en argumentos abismales que ciegan y encierran en un sistema moral que no se negocia, sólo se impone y con toda naturalidad, porque tenemos la razón y ya.  

En su primer argumento “La intuición viene primero, el razonamiento después”, nos dice que nuestra matriz moral es como un “elefante guiado por un jinete”, ese elefante representa lo instintivo, lo intuitivo, los procesos que hemos automatizados, que ya no pensamos, y el jinete es nuestra mente, y en ella, se forman los argumentos que explican el actuar del elefante frente a determinada situación.  De este mod, nuestra capacidad de raciocinio termina supeditada a los actos realizados, a lo hecho, y nuestro sistema moral emerge en palabras inapelables que justifican sin dejo de conflicto interior, esa forma proceder, lo cual se siente bueno, justo.  

Con esta metáfora del “elefante y el jinete” nos dice que lo moral, este modo de tomar postura ante los sucesos de la vida no encuentra sustento en lo racional, pues tal dimensión humana siempre ha sido juzgada como demasiado cerebral, siempre se ha alegado que deja fuera lo emocional, lo innato, la cultura a la que se pertenece, las experiencias en el plano individual, etc. Nuestro elefante es poderoso y nuestra mente termina como su auxiliar. Y, sin embargo, ese mundo subjetivo, el elefante, necesita del raciocinio, el jinete.

Haidt nos dice que investigaciones como las de Antonio Damasio, han puesto en la discusión la importancia de las emociones y sentimientos para pensar, han revelado que el razonamiento, requiere de pasión, que si bien la cognición se limita a procesos información fría, la rivalidad entre emoción y cognición no tiene sentido, se necesitan.  Si vemos a los juicios morales como procesos que articulan intuición y razonamiento, las emociones activan procesos automáticos de la mente humana que alertan, avisan de las ideas que entran en el sistema vital, y éste se dispone al combate, a la defensa en lo que se cree.  Son explicaciones neurológicas sobre cómo respondemos al entorno, que no siempre es una alfombra roja.

Por tanto, es importante comprender que las intuiciones vienen primero, y que la reflexión viene después para termina por justifica la elección.  ¿La elección ha sido justa y lo injusta? No es fácil de determinar, pues la moralidad implica reconocer lo que habita en ese elefante voluntarioso, la moralidad es mucho más que justo e injusto favorecido por la mente.

Ante tal complejidad, Haidt propone algunos fundamentos sobre la moralidad, dice que contamos con algunos receptores del gusto moral, mismos que provienen de nuestra historia primigenia, de esos modos de ser-hacer que permitieron la coexistencia humana desde el surgimiento de nuestra especie, los cuales nos ayudaron a progresar, tales son el cuidado, la equidad,  la lealtad , la autoridad y la santidad, que propiciaron un desarrollo evolutivo de ciertos genes biológicos-culturales que dieron lugar a una moralidad que ayuda a la vida en grupos y su organización.  Estos fundamentos morales primigenios son parte de nuestro elefante, una herencia cuya presencia es mayor en algunos, menor en otros, y dependiendo de esta riqueza de fundamentos morales. Con estas herramientas, analiza campos de disputa eterna, como son la religión y la política. 

Para ello, en varias páginas va explicando como emerge en el humano este sentido de religiosidad, que explica con la aparición del lenguaje, que dio la posibilidad de compartir imágenes, signos, de explicarse lo que les ocurre, de poner por delante algo más amplio que daba cobijo, seguridad dando lugar seres supraterrenales, que le dieron orden y sentido.  Y la política, que tiene lugar con los modos de organizarse, donde igual, fueron capaces de imponer modos de autoridad que los regulara, instituciones a las cuales apegarse generando orden, cuidado y sentido del grupo tribal, unidos en creencias, prácticas, odios a los diferentes, de los que había de defenderse.

Concluye que la religión y lo político aportan tanto beneficios como sufrimientos. Son dos campos en eterna disputa, nos viene desde tendencia natural que tenemos a lo tribal, a esta necesidad de juntarnos quienes compartimos lo mismo y defenderlo, y alejarnos de lo que difiere de nuestro sistema de ideas.

Cuando habla de la religión, plantea que se discute mucho sobre sus ideologías y demagogias, pero no deja de reconocer, que ser creyente en un Dios supraterrenal, aporta que afloren criterios morales hacia lo colectivo, la ayuda mutua, la responsabilidad, esos genes culturales que han evolucionado con la especie humana. En las personas afiliadas a una religión existen ventajas y desventajas, por un lado, en su grupo, se ayudan, pero se ciegan, se encierran en sus creencias, y no pueden aceptar a los que no creen en lo mismo.

 

Así con los políticos, tenemos grupos de conservadores, de izquierda o liberales, y los de centro. De acuerdo a sus investigaciones, (y menciona varias), llegó a comprender el proceder de los conservadores, dice que son grupos de personas con mirada amplia, que tienden al desarrollo abierto, de los fundamentos morales analizados, tienen más que los de la izquierda, sin embargo, puesta su mirada en conservar un sistema total, tienen dificultad para analizar lo micro, ahí donde se viven daños, olvidos, donde se agrupan personas que no alcanzan a moverse al ritmo del desarrollo planteado; es cuando surgen los liberales o izquierdistas, quienes tienen una matriz moral menos rica que la de los conservadores, pues se centran en los daños,  generando políticas muy centralizadas que descuidan procesos macrosociales.

El análisis es interesante, leyendo sus argumentos en los que basa el sistema moral de los grupos políticos, puede comprender la imposibilidad de ponerse de acuerdo, pues sus miradas se dislocan y se extravían en sus disputas.

Haidt plantea que es importante reconocer cuales son los fundamentos morales de unos y otros, y reconocer que, si bien miran lo distinto, las dos miradas son importantes y que se complementan.  No desaparecerán, seguirán coexistiendo, y eso será bueno, en la medida en que cada uno, se dé tiempo de reconocer la matriz moral del otro, y con este esfuerzo, sin dejar de ser unos y otros, ponerse de acuerdo en aquello que sea fundamental para la solución de los problemas que ambos comparten, por los que dicen luchar.

Tendremos a los políticos, siempre divididos en izquierdas o liberales y conservadores, pero argumenta que nunca será bueno el predominio de algún grupo, sino que la presencia de ambos es importante, porque unos aspectos morales son más manejados por unos y otros por el otro grupo, y por ende, se complementan.

Este es un libro interesante. Sobre todo, porque este asunto de la moralidad nos es propio, nos humaniza, y exige detenemos a pensar cómo funciona.  Somo humanos que nos sentimos, nos amamos, nos odiamos, nos mentimos, engañamos, tomamos atajos para salirnos con la nuestra, pero no podemos reconocer el daño que somos capaces de hacer con nuestras posturas, decisiones, porque hacer lo que hacemos se ha normalizado, y nos damos explicaciones que nos tranquilizan, que cuidan nuestra reputación, evitan disonancias cognitivas.

Haidt nos invita a pensar en nuestra moralidad, en tener claro qué es lo pensamos que es bueno, qué es lo malo; necesitamos asomarnos a nuestra moralidad, tanto en lo cotidiano, como en este ser religioso y  político que somos; necesitamos asumir nuestra tendencia al gregarismo de pensar en los mismo, a lo tribal que nos hace rivales del grupo que piensa distinto, herencia de nuestra especie.  La evolución humana, no se ha detenido, y si sabemos conscientemente esto, si se reconoce y vamos construyendo nuevos de modos de relacionarnos, pueden gestarse otros modos de vivir que sean heredables a las generaciones que siguen y tal vez, con el tiempo, demos lugar a formas de moralidad más conscientes.

Por el momento, hay que tener claro que la moralidad une y ciega, que todos somos parte de comunidades morales tribales, y que nuestros cerebros justifican estas matrices morales, que evitamos la disonancia cognitiva, es decir que no se corresponda el ser-hacer con el pensamiento. Esto nos sucede hoy, y más vale vivirlo con más consciencia.

 Nuestra civilidad mejorará en la medida en que nuestra moralidad evolucione, y lo notaremos cuando podamos vivir grandes debates sobre temas que hoy nos separan, siendo capaces de encontrar puntos que eviten el daño, la aniquilación del otro.

¿Podremos? Dice Pablo Malo, que no, quien es autor de otro libro “Los peligros de la moralidad”, un psiquiatra biologo-neurológo, y afirma que nuestra moralidad  no siempre favorece el desarrollo humano, puede destruirnos.

 

lunes, 17 de marzo de 2025

Alicia Valdés. Política del Malestar. Por qué no deseamos alternativas al presente. Debate, Barcelona, 2024. Edición Electrónica.

 


Para hablar de este libro, importa aclarar la idea de política que cruza este trabajo.  La autora, diferencia esta palabra de “lo político”. Política para ella es lo instituido, las reglas dadas para la convivencia social, y nos exigen un comportamiento social, en cambio, “lo político” tiene que ver con actos reflexionados sobre el modo de vivir, y la toma de decisiones en las que subyacen resistencias a la hegemonía dictada por la política vigente que demanda una subordinación, un acatamiento de tendencias que conlleva un malestar, una disconformidad, un displacer al impedir otro modo posible de vivir.

La autora, que a mí ver, exagera un poco al plantear que se vive manera disfuncional en el sistema social del que formamos parte, un sistema hegemónico que ordena y denomina capitalismo, al que no le ve fin, pues avanza y se transforma con el tiempo, y termina autorregulándose en medio de sus crisis sin que nada lo detenga. Y con lujo de detalles, nos cuenta que este sistema hace de los seres humanos unas personas tristes, desorientadas, conformistas, sujetadas a reglas, pensamiento, fuerzas emociones, cada vez se muestran más depredadoras de la subjetividad humana. Una narrativa donde priva la idea de victimarios y víctimas, propias del pensamiento izquierdista y algo marxista, aunque no abunda en ideas de este tipo.

Este sistema capitalista del cual no podemos escapar se nos impone como realidad política, y para ello, se vale de diversas argucias intelectuales, mediáticas, médicas, para convencernos que el modo de vida actual es positivo, que vamos entrando a procesos de bienestar, que mejoramos con el tiempo, que tenemos el mejor desarrollo alcanzado en la historia de la humanidad.  Pero, si nos enfocamos a pensar como nos sentimos, no estamos en “bienestar”, se vive situaciones precarias, exigencias ciudadanas, laborales, existenciales que no está resultando fácil cumplir, y medio embelesados por esa narrativa, sin poder pensar otras formas de vida porque el entorno no ayuda, terminamos socializados al modo requerido, y se aceptan las situaciones incómodas, de termina viviendo en el malestar silenciado, y se aprende a gozar ese malestar. A este goce del malestar, le llama displacer, que algo se sabe que hace mal, pero se aprende a vivir en él sin hacer nada, sólo hay aceptación.

Para esta compleja explicación -que tardé en comprender, lo confieso-, utiliza algunos conceptos del psicoanálisis. Veamos, nos dice que esta política neoliberal, capitalista, se centra desde siempre en el esfuerzo y éxito individual, las personas deben producir algo, y si bien, antes se habla sólo de fuerza de trabajo, hoy se aprovecha a lo máximo nuestra creatividad, compromiso, esperanza, y con estas emociones de querer responder con todo, se viven las exigencias del sistema capitalista, y terminamos en malestar, un malestar no reflexionado en medio de una política del bienestar que se agencia de discursos de todo tipo para ocultar el verdadero desastre.

Los conceptos que utiliza para explicar este malestar vivido y poco analizado son deseo, como pulsión, fuerza que nos impulsa y nos hace actuar ya sea para el logro de un bien, o hacia algo que no lo es, y entonces, la pulsión nos puede llevar al eros, o tanatos. Esta pulsión o fuerza interna nos orienta hacia la búsqueda de “objeto”, pues siempre ideamos, imaginamos algo más a lo que tenemos, somos imparables, por ello, el deseo no puede nunca satisfacerse, siempre necesita estar activo, es la matriz de la vida, pero, la política capitalista, usa nuestro deseo y le impone topes de corte material, le pone precio, algo material que nunca se alcanza pero se nos dice, que sí podemos tener para saciar nuestro deseo, sin comprender que desear lo inalcanzable es necesario para la buena-vida. Entonces, enfocados en deseos que se nos dice son nuestro fin, y no lograrlo, genera una perturbación, genera un derrumbe subjetivo. 

Por otra parte, el “goce”, y el “displacer” son conceptos que nos explican, que sin bien nos vemos impulsados hacia la búsqueda de algos, acercarnos, nos produce un goce ya sea en el ámbito del eros o el tanatos, que son experiencias de plenitud nunca saciadas, pero que un sistema donde se difunde que la felicidad tiene que ver con la acumulación de objetos que no tiene fin, la idea de felicidad se alterna, y quedamos en medio del camino, conformes pero a disgusto con lo logrado, resignados pero alentados a volverlo intentar, a esto, le llama displacer, sentir en dolor de no lograr lo que uno quiere, pero seguir ahí, porque no se ve manera de hacer algo diferente. Y se termina gozando ese displacer, o conformismo.

Para explicar mejor este estado de aniquilación humano, vienen en su ayuda las ideas Ehrenberg, (libro que si he leído por suerte), quien recupera el problema del sujeto desde la idea de su insuficiencia para responder a las exigencias del mundo actual, un mundo que se impone, demanda, exige, y a la vez agota con sus exigencias, y deja a su paso, a personas  exhaustas, dice, él atascadas en su deseo, se ven a sí misma incapaces de hacer lo que se les pide y no saben cómo salir de estado del sin valor al que ha llegado, entonces viene la enfermedad, la falta de energía, de sentido por la vida, estado que le lleva a diversos diagnósticos y medicaciones. Es el sujeto quemado o Burnout, es el sujeto deprimido, que, según Ehrenberg, es la enfermedad del siglo XXI.

Las personas extraviadas en este mundo de exigencias sufren la crisis de su psiquismo, no son lo que se espera que sean, son personas fallidas, y no queda más que la dolencia, la tristeza, la pena de saberse incapaz, y lo peor, sin poder reflexionar su propio malestar, no puede reconocerlo y verse como parte un contexto que le ha tratado de un cierto modo dejándole postrado, medicado, pero sin reconocer que esos síntomas son productos de una política de la ganancia y el ahorro de tiempo.

Para Alicia Valdés, el psicoanálisis puede ayudar a comprender por qué hacemos lo que hacemos y así, hacernos cargo de nuestro psiquismo tan afectado, pensar las razones por las cuales se vive en medio de prohibiciones sociales, morales, que limitan y cercenan el deseo, un deseo que se orienta hacia el consumo de objetos, y esto empobrece ese impulso por construir sentido por la vida abierta a sus misterios. Este ser humano fatigado de ser sí mismo, queda atrapado en lo impuesto por la política, donde termina por desconocer que lo atrapa y gobierna debido a la presencia de discursos que le dicen que puede ser lo que quiera, pero nunca lo logra, el ansiado éxito prometido nunca llega, y termina como ser insuficiente, disminuido, triste, enfermo, y muy medicado. Pierde toda capacidad de examinar su vida.

Ella dice, que este no pensar lo que nos pasa, sucede, porque la política usa significantes vacíos, y ahí me detuve, porque lo que ella plantea como tales, yo los veo como conceptos vaciados, muy simplificados, limpiados de su polisemia, y que al usarlos dan pocas posibilidades de mirar la realidad y su mensaje tan literal y sesgado, impregna de ideas hegemónicas que se desean instaurar, y sin reflexión, se incrustan palabras cargadas de emociones  y dando la idea de un pensamiento universal que implica a todos cuando es todo lo contrario, fragmenta.

Se pregunta al final de su libro ¿Qué se puede hacer? Reconoce que uno, no puede cambiar el mundo, que es un hecho que existe una realidad dominante, y esta no se cambia por voluntarismos, que esa política neoliberal existe y perdurará no sabemos cuánto, pero no afirma que sea eterna. Es entonces recurre a la idea de lo “político” que entiende como esa zona de la vida de las personas donde se anidan resistencias, zona no simbolizada, donde coexisten pensamientos y sentimientos en crisis, ideas que difieren de lo ideologizado.

Ahí, la política dominante y la actitud de lo político colisionan. Si bien, la política exige subordinación, los actos políticos son pura y real resistencia, el asunto, es escucharse, reflexionar la vida que se vive, reconocer por qué esos sentimientos de insuficiencia, comprenderlos, hacerse de nuevas ideas, estrategias, sentidos no explorados.

La apuesta a lo “político”, posible, implica asumir que el mundo no cambia de golpe, sino que se el cambio inicia con esos actos de resistencia posibles de ser imaginados, esos pequeños esfuerzos de zafarse de ese displacer, de ese conformismo tan costoso en sufrimientos.

A esta estrategia le llama política del no-todo, es decir, tener claro que el cambio se inicia por actos personales que transforman la vida cotidiana, cuidar nuestro deseo, estar atentos y zafarse de las tendencias economicistas, recuperar nuestro impulso vital hacia cosas que lleven a momentos de logros, rescatarlo de la inercia economicista y de consumo.

¿Qué se puede hacer? Por ejemplo, valora los Podcast de calidad, son una alternativa para recuperar formación, información, y situarse.  Del mismo modo, ve valiosas las micropolíticas como el uso de la moneda social que empieza practicarse en algunas partes del mundo, también nos habla de recuperar la palabra, no guardar en el silencio lo que molesta, pensar, reflexionar, hacer vida política en el seno de la vida cotidiana.

Tarde leyendo este libro, me hizo informarme de conceptos freudianos y lacanianos, y como soy ajena a esto, tarde en comprender cual era el sentido del libro. Primero lo ví como un texto acusador del sistema capitalista viendo víctimas y victimarios por todas partes, tan estilado en estos días de gobiernos populistas, pero en la medida en que entendí eso del deseo, la falta, el goce, el placer del displacer, le encontré el sentido, o seo creí. 

Quedé en desacuerdo con eso de los conceptos vacíos, ella los usa para decir que están vaciados, y en su simpleza se hace un maniqueo de ellos, o todo es blanco o negro, no hay matices. Por tanto, terminan como palabras con un significado manipulador de la subjetividad.  Por el contrario, yo entiendo al concepto vacío como un significante llenísimo de significados, ahí se encuentra la polisemia adherida en su historia como tal, y, por tanto, si lo conocemos en toda su profundidad y expansión, nuestra capacidad de pensar es favorecida por su poder articulante de relaciones.

Pero en mi ignorancia de la teoría lacaniana, tal vez, yo soy la equivocada, y así sea utilizado en ese sistema de ideas, donde para ella, son palabras que rompen la cadena de significados y todo se desvirtúa dejándonos en las tinieblas.  En fin, es problema de lectura frente a diferentes sistemas de ideas quizás.

El libro no entusiasma al inicio, pero, ya después del esfuerzo sostenido de no abandonarlo, da pistas para comprender porque seguimos en una realidad que nos achica, nos angustia, nos enferma, ella nos invita a saber esto, reconocer esta forma de leer el problema para hacer la tarea de informarnos más sobre esta forma de atrapamiento de la subjetividad humana y buscar formas de rescatarnos como sujetos nosotros mismos, asumir con valor, que no vendrá un mesías a salvarnos, sino que seremos nosotros, con una políticas de pequeños cambios, quienes transformemos la política que hoy, no nos es favorable. Así las cosas…

 

 

sábado, 11 de enero de 2025

Josep Maria Esquirol. La escuela del alma: De la forma de educar a la manera de vivir. Acantilado. 2024, Edición Electrónica.

 


Josep Maria Esquirol. La escuela del alma: De la forma de educar a la manera de vivir. Acantilado. 2024, Edición Electrónica.

 

Este es el tercer libro que conozco de este filósofo, a quien se le conoce por impulsar una filosofía antropológica, llamada “de la proximidad”, cuyas fuentes tienen raíces socráticas y franciscanas, que nutre con fundamentos de autores contemporáneos como Levinas; su filosofía, plantea los retos actuales para no extraviarnos de nuestra humanidad.

Hace tiempo, cuatros años, leí “Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita”, mismo que comenté en este blog (https://meditandopoesiayprosa.blogspot.com/2021/11/reconocer-que-somos-seres-finitos.html), libro que me hizo pensar que somos una profunda herida sin fin, una hondura, seres verticales en la horizontalidad de la existencia, seres finitos, con un comienzo día a día, quienes heridos por el infinito abierto, lo que exige mucha resistencia. Confieso que el libro me dejó en severas confusiones.

Pero, como soy necia me hice de otro, llamado “Resistencia íntima”, que, revisando hoy, me dí cuenta que leí cerca del a mitad, no sé por qué no lo terminé (mi indisciplina en ese tiempo, que era peor que la de ahora, pienso), pero por lo leído, intuí que resistir tiene que ver con la lucha de no perderse uno mismo en esta hondura de vida que somos, en este tiempo finito, herido por el infinito, en ese comenzar eterno de nuestro caminar… creo que no pude más, pero ahora sé que tendré que terminarlo, son ideas que merecen ser acogidas. Me competen por mi humanidad.

Y ahora, frente a este nuevo libro, “La escuela del alma”, la confusión, las preguntas entre lo ideal de nuestra esperanza de humanización eterna y la realidad en la que nos vamos concretando no faltaron.

Terminada la lectura, he tratado de ponerme de acuerdo conmigo misma, hablar de lo esperanzador en nosotros a pesar de nuestros extravíos y creación de tantas des-gracias que atentan contra las “gracias” que ahí están sin ser pedidas, que sólo son para embellecer y alentar la vida, pero que se nos pierden en la oscuridad que generamos.

Pues bien, en este tenor de la “gracia”, Esquirol nos habla de la vida, de nosotros “los existentes” quienes somos “alguien” que vive con otros “alguien” con quienes damos lugar a “encuentros”. 

Dedica este libro a un tipo de encuentro, el que sucede entre dos personas, uno llamado docente, y otro llamado estudiante, ambos situados en una espacio llamado escuela, reflexiona sobre ese tiempo-espacios donde se cruzan dos vidas y se produce la gracia de encontrarse, de vivir la emoción de sentirse cada uno desde su hondura, de sentir que algo cambia al aproximarse y activar algo que los transforma, y dice que se trata de reconocerse con una mutua responsabilidad, un autodescubrimiento donde se saben solos, pero capaces de compartir la gracia de encontrarse, de vivir una proximidad espiritual no pedida, pero que se da, solo por darse, por encontrarse. Dice que el encuentro no tiene un por qué. Sólo nos sucede, es una gracia y piensa a la gracia, como son las estrellas en la noche, el sol en el día, el azul más azul del cielo… algo así.

Pero vallamos por parte. El libro explora muchas ideas interesantes, y con delicada paciencia, con atención, con gentiliza, presenta ideas muy poderosas, tanto, que no puede evitarse ver con ellas el mundo real y asustarse de su ausencia, y mirar en vez de ellas, una realidad sumergida en tantas des-gracias, en ella, no se ven esas “gracias” de que nos habla somos capaces, y en su lugar, se percibe lo inhumano de lo humano, que sólo se da en nosotros.

En la primera parte nos cuenta del “encuentro” y alude que en nuestra historia personal, siempre hacemos referencias a esos momentos en que hemos sentido en nuestra “hondura”, finitud, herida por el infinito, soledad y en este estar parados en el horizonte abierto que exige caminar hacia nuestra realización, a un “otro”, cuya presencia nos “ha tocado el alma”, quien se nos ha compartido por qué sí, sin pedirlo, su autenticidad, su pasión, su testimonio de vida.  Y nos dice, que esto nos ocurre a veces, y siempre queremos volver a ver a esas personas para contarles en la responsabilidad en la que seguimos, deseamos volver a vivir ese encuentro para compartir nuestra responsabilidad.

Prosigue, hablando de ese lugar llamado escuela, a la que piensa como un umbral, un lugar que anuncia a personas, espacios como el aula, que avisa de conversación y de enseñanza, de atención, de escucha, de paciencia, de afectos.  Ve a la escuela como ese lugar que emociona, que, de sólo cruzarse, ya se presiente la experiencia de algo que se necesita y que sabe se encontrará.  Me pregunté sobre nuestros infantes: ¿Qué sienten al llegar a la escuela? Pero entendí que no se trata de confrontar, sino de pensar en los umbrales que necesitamos construir, para que los niños sientan la infinitud de cosas que ese espacio puede aportar a los infantes, jóvenes, adultos, necesitados de más encuentros que toquen la profundidad de su ser.

Continua hablando de nosotros, los maestros, quienes algo desprestigiados en estos tiempos necesitamos “resistir” en ser nosotros mismos, en quedarnos en nosotros y asumir una responsabilidad, una identidad, una presencia que se sienta, que toque a los alumnos, a todos y cada uno, quien nos necesita, quienes al sentirnos nos vean como un testimonio de nuestra vida, que nos sientan como “palabra viva”, que invita a la vida, a la aventura de existir, a construir mundo desde su caminar solo por el horizonte de su existencia. 

Nos da razones por las cuales los alumnos nos necesitan con un auténtico brillo personal, con una palabra que los emocione, que los haga vibrar, y nos sientan como una mano que se extiende para ayudarles a conocer el mundo que les toca vivir y reconstruir.  Y nosotros necesitamos esa resistencia para persistir en la construcción de una identidad docente auténtica, en quedarnos en nosotros mismos, encarnar ese apasionamiento por la vida, por lo que hacemos, vernos vitales, dando testimonio de vida y responsabilidad que contagie de  las mejores emociones a los alumnos; nos necesitamos para responderles con encuentros pedagógicos que toquen el alma.

No evade el tema del sentido de la educación predominante, para él no se trata de meter a los alumnos en el molde curricular, sino de propiciar el reconocimiento del sentido de cada uno, hace una crítica a las instituciones que toman sesgos totalitarios al pretender moldear la fuerza vital de los alumnos, a quienes reconoce como un comienza, personas con su propio caminar, del cual necesitan hacerse responsables y para ellos necesitan una formación que los ayude, y esa formación consiste en colocarse en el mundo, que les de confianza para forjarse el sentido de vida que necesitan y se necesita, porque serán creadores de más mundo, son comienzo y continuidad, y más que ideas cerradas y dogmáticos, necesitan aprender en libertad y confianza, impulso, seguridad, con la esperanza de que un día se encontrarán con un maestro, y le dirán en estoy voy, en esto sigo llenos de orgullo.

Y así continua, hablándonos de la atención, de la importancia de la escucha, de que la reflexión es parte de la atención y de la escucha, pero que subordinada, ayuda, no se impone fría; refiere la importancia de hacer amigos, de atender a los demás como iguales, de no hacer daño, de no responder al mal con más mal; y así, no cesa de apelar al valor que tiene una escuela preocupada por los “encuentros”, en los cuales se reconoce a otros con la misma tarea de existir, quienes solos en la misma tarea de su vida, en momentos de gracia, se dan esos momentos en que las vidas se cruzan, se tocan, se hablan espiritualmente, y se contagian del ansia de la vida, de continuar el camino finito, en la infinitud de la existencia humana.

Pues algo así entendí… no sé si sea fiel a las ideas, pero me quedé con la emoción de los encuentros que recuerdo, esos momentos donde ha habido personas que se han cruzado por mi vida, y yo por la de ellos, nos dejaron una experiencia espiritual, eso de saber que existe otra persona tan solo como yo, pero se aproxima y me ha regalado el brillo de su mirada, me ha contagiado su esperanza, que estuvo para mí, y me recordó mi responsabilidad ante ella y ante mi misma, y eso animó a continuar. Y eso es una gracia que sólo sucedió por qué sí, por eso sucede entre los humanos humanizándose eternamente.

Pues creo que de esto trata este libro, la parte final es muy emotiva, me hizo pensar que la escuela del alma es nuestra propia espiritualidad, del reto de resistirnos a caer en la inhumanidad de lo humano, de estar alertas, atentos, abiertos a la proximidad de los demás para regalarnos encuentros, que son posibles si hacemos de nuestra vida una permanente responsabilidad. 

Parece que la responsabilidad ante el otro y a la vida, es la clave. Y son por tanto, verdaderos retos.